sábado, 8 de noviembre de 2008

Eructos literarios: Elegía del Corazón.

Já já já. Algo para que lean. Pueden despedazarme, ya que ésto es lo más viejo que he escrito.


De
“Elegía del Corazón”.

(1987-1992)









Sin Título (1)


En la fría noche
Que congela mi alma.
En el sol de mediodía
Que derrite mis huesos.
En el negro asfalto
Remachado
Con gotas de sucio y solitario sudor.
En la profunda languidez
De las paredes de mi Casa,
En mi angosta cama,
En mi sexo solitario,
Quizás te encuentres tú



Sin fecha, año de 1987.



Sin Titulo (4)


__1__

Hoy miro éste atardecer.
Juro que te quise,
Te creí una mariposa
Que vuela libre, rápida y candorosa.

Te juro que te quise atrapar
Con mi red de amistad.
No lo pude lograr,
Te escapaste y me dejaste
Hundido en la soledad.

Esa mariposa voló,
Voló y se perdió
En el rojo Corazón del Sol
Que despechado,
Tiñe con su sangre
Los cielos de todo el año.

La luna se la fue,
Como te fuiste tú de mí.


__2__
Llueve.
El cielo llora
Mientras mi alma se moja.
Mis lágrimas se confunden
Con las gotas de agua
Que se descuelgan de los tejados rojos,
Grises,
Y
Azules.


__3__

Anochece.
Veo chispazos de luz.
Las luces de mi ciudad
Que está húmeda de soledad
Y
Muerte.

Te veo a lo lejos
Que te dibujas como una grieta
En un cristal.

Ese cristal roto,
Roto como mi corazón.




__4__

La luna logra huir
De la cárcel de las nubes.
Se asoma, está llena,
Y los gatos celebran
El acontecimiento

Maúllan, y su
Sonido se
Pierde entre
Los ruidos de
La Noche.


__5__

Coches, gritos,
Silencio, aviones.
Todo es silencio.
El silencio de la ciudad,
El silencio de la soledad.

Silencio que me acompaña
A donde voy.
Silencio que es sinónimo
De Muerte.
Es eso,
La ciudad está muerta,
Por eso


__6__

Hay silencio…
Todos
Callan…

__7__

No quiero morir,
Mi Amor, ¡te juro
Que no quiero morir!
¡Por eso tengo que gritar!
¡Tengo que moverme!
¡Tengo que gritar que no
Te quiero perder!
¡Tengo que gritar
Que te quiero!
¡Te juro que te quiero!
¡No dejes que me atrapen!
¡No dejes que la Soledad
Me encierre y
Me cope por…


__8__...Por todos
Los senderos!
¡Que estar solo es estar
Muerto!
¡Y yo no quiero morir!
¡Quiero vivir para ti!

__9__

La tempestad
Se desata…
Viento, Lluvia,
Rayos caen por doquier.
Dos automóviles chocan.
Dos personas se pelean
Como perros y gatos.
Hay una
Guerra a lo lejos.
Todo
Es silencio…

__10__

Todo ha acabado
Con un beso.
Un hachazo terrible.
Me desplomo, el pecho
Desflorado, el corazón desangrándose,
Tiñendo el suelo que es el cielo de dos dimensiones.
Levanto la cabeza
Y te vas con él.
Todo es negro,
Chispazos.
Son las luces de la Ciudad,

Creo.


22 de Septiembre de 1987.




Reina de la Noche.
(Historia para leer con música rock.)

Sentía el viento fresco en mi cara. Eran las ocho en punto de la noche, caminé y me recargué en el zaguán de la casa de José “el Chupamirto” y le chiflé; salió, y mientras íbamos al encuentro de la palomilla –que se iba a reunir en la casa del “Charifas” para una tertulia, que no era más que el pretexto para enchufarnos a las viejas mas buenas de la cuadra- salió en la conversación que se habían cambiado en el mismo edificio del “Charifas” unas “viejas como pa’ chuparse los dedos”, según el hablar de barrio del “Chupamirto”.
Llegamos, y de manos a boca nos topamos con las susodichas en el zaguán, y fue cuando las vi… Mejor dicho, la vi. Los ojos de la mayor se cruzaron, enroscándose, en los míos; como un duelo de esgrima, ella y yo nos estudiamos, nos peleamos, y nos enamoramos con la mirada hasta que los quiebres de la escalera nos lo permitieron. Tardé un momento en reponerme de la impresión, neta, nunca me ha pasado así de nuevo con ninguna chava.
Debo describirla, debo guardar en mi memoria ésta primera visión, que no se olvide, que no caiga dentro de mi en ése lugar al que uno jamás vuelve a ver. Vestía chamarra de cuero negro llena de estoperoles como estrellas, su blusa vaporosa apenas cubría sus senos pequeños, duros, virginales que se negaron a usar sostén por complacerme en nuestro primer encuentro. No puedo negarlo. Prefiero los pequeños, firmes, a los grandes y fofos, o a los operados. Detesto el tacto frío del silicón, ajeno, como un extraño que se interpone entre ella y yo; pero hoy no fue el caso, sus senos eran perfectos en su simétrica pequeñez, su acento de pezones de aureolas pequeñas y jóvenes, invitando en su curva a seguir hasta su cintura, pequeña, más gacela que mujer, nerviosa e incitante, dispuesta a darme pelea, a no dejarse atrapar por mí, joven león de melena larga, con sus largas y estilizadas piernas, contenida su energía dentro de unos pantalones de mezcla ajustados, sus pies prontos a escapar de mi lujuriosa garra con sus tenis de bota. Una silueta delgada que corta el aire que nos envuelve a mi cuate y a mi, imposible de ignorar su estampa, su cabello enmarañado y quebrado que enmarcan a su mirada; quedé embrujado por su aliento exhalado cerca de mí, cálido, su boca es una entrada al Nirvana, paraíso de labios grandes y voluptuosos. Cómo quise en ése momento beber de ésa boca tibia e incitante, pero el “Chupamirto” entró al quite, su piropo fue como la piedra que se estrella en un cristal:
-Adiós mamacita, si te sientes sola, con éste pelonchitas te puedes consolar…
Me sacó de mi estupor, volviéndome a mi realidad, a mi sitio de gurú de éstos cuates, apenas más jóvenes que yo.
-Está bien buena ésa vieja, ¿verdá tú? Apoco no se te antojan ésas nalguitas…
¡Claro! Pero no sólo está buena, está linda, hermosísima, mi cuate, mi carnal del alma.
José extendió su mano para tocar el timbre de la puerta, que se abrió mostrándome a toda mi banda. Era lo natural, en viernes, el ritual de la quincena se acentúa con los chescos, las chelas y las botanas. Pero el elemento más indispensable de la liturgia faltaba, a lo que, constituido en sacerdote pregunté, excitado:
-Qué onda, dónde están las viejas…
A lo que el “Mamilas” más apenado consigo mismo que con los demás respondió con un aire hambriento de mujer tan semejante al mío:
-No, pues… Pues que no van a venir, que sus jefes no las dejaron… Puro pretexto. Qué mamilas, ¿no?
Me enojé. Estaba ya bastante excitado por la visión angelical de la carne trémula y joven de ella para no obtener nada. ¡Dios! Fue el milagro de la carne transformada en una sustancia superior. Mi erecta entrepierna no estaba para pretextos, necesitaba desfogarme con cualquier mujer, y hoy mis correligionarios no me daban el sacrificio que reclamaba con urgencia mi erguido tótem hambriento de hundirse dentro de la suave piel de alguna chica. Me porté mamón, es verdad, ya que no estaba a gusto en la fallida orgifiesta. Y con unas chelas encima, comencé con mis fanfarronadas, que por qué me sacaban de mi jaus pudiendo haberme quedado viendo a los “intocables”, todo para que me salieran con sus mamadas, me deslomo trabajando en ésa pinche oficina y lo único que pido es una pucha decente y nada, y el “Mamilas” también se cabreó; nos echamos bronca, nos dimos empujones y manotazos, más para calar, fanfarrones, no tanto para hacer daño. Por lo menos no en serio, hasta que el “Charifas”, ¡ah, mi fiel cuate! ¡Qué oportuno! De cuantas broncas no me libró, rescatándome de mí soberbia pendejez con su aire popular, sin tantos pinches libros inútiles encima, sin tantas broncas inútiles y pendejas del ego de pseudo intelectual que cargo conmigo. Sus greñas ariscas se interpusieron entre yo y el “Mamilas”, salvándonos. Si yo soy mamón, el “Mamilas” no se queda atrás. Neta, por pura pose nos hubiéramos madreado aunque después nos tomáramos la chela de la paz. Mi cuate dijo, y sus palabras eran un armisticio:
-Cálmense carnales. Si se putean, mi jefa se a emputar en serio y nos vamos a quedar sin local, así que cálmenlaaa… yaaa…
-Está bien. Por mí no hay pedo. Ahí muere.
Pero el “Mamilas” ya me traía ganas. Siguió en su perorata de briago que no sabe cuándo parar:
-Queee, pinche puto, ‘ora me sostienes lo que me dijiste, pendejo. No creas que porque seas el mayor eres más chingón que yo… Te sientes el muy muy, nomás por tu tacuche y tu hablar refinadito, pinche mamerto…
El ya estaba briago, así que decidí cortar por lo sano, y me salí, ya después lo contentaré. Si, fue lo mejor.
Seguía caliente. Me acordé de ella al bajar las escaleras en mi camino buscando la calle, donde me recargué en un poste y encendí un tabiro. No acababa de encenderlo, cuando la vi venir. Qué torpe, en serio, qué torpe puede ser uno. Mi “hola” salió de la garganta envuelto en un juguetón gallito que me hizo ver infantil. Ay mujer, me sonreíste mientras deseaba que me tragara la tierra de la vergüenza. “Cómo te llamas” “Qué lindo eres” Ay. Mi garganta estaba seca. No sé cómo ocurrió, ahí vi que mi aparente facha de Don Juan sólo era eso, puro oropel. Marcaste ésa época, y nunca he vuelto a vivir algo igual.
Hablamos de ti, de mí, no pude contener mis instintos, máquina maravillosa. Cuándo iba yo a creerme ligue de una chica tan linda, tan hermosota. Tú llevaste la acción, y me dejé llevar en tu vorágine.
Cuántos besos nos dimos, no sé, jamás fui bueno llevando las cuentas del placer, pero te puedo decir que al primero quedé seducido por tus rojas oquedades, hermosa caverna que me conduce al paraíso custodiado por las espadas de fuego blanco que son tu aliento y tus dientes; yo que siempre presumí de hombre seductor, era femenino dejándome magrear por tus diminutas manos que no respetaron ningún misterio mío. Éramos una escultura, casi religiosa, recortados a contraluz en el marco del portón. No, por favor, no me digas eso, no te vayas, no me digas que te tienes que ir; es cierto, ya son las once de la noche. Aún eres hija de familia.
Sé varón, ciñe como varón tus lomos. Mira lo hombre que soy, Señor. Ah, no te me escapes, no me importan tus padres, no me importa lo que dirán si no llegas en toda la noche. Qué malabares hice, escondiendo el tiempo en las esquinas de éste reloj barato, esta es nuestra noche, si te vas, se acabará la magia y la muerte triunfará, sobre mi alegría, sobre mi juventud. Cree en mi hechizo, mi hermosa virgen. Si vienes a mi tálamo, la noche no terminará jamás, ésta noche será eterna y todos los amantes del mundo nos festejarán arrojándonos pétalos. Si vienes conmigo, te prometo verme en tus ojos, te prometo danzar sobre tu piel, prometo que tu mujerez florecerá alrededor de mi erecto gozo, y nos reiremos del dolor, nos reiremos de las penurias al ser uno solo, ¿me crees? Dime por favor que si, que vendrás conmigo…
Aceptaste. Caminamos por estas calles que deseaba que acabaran pronto sumergiéndonos en las miradas, acuáticas. Nadábamos en ellas hasta llegar a mi casa, éste gatuno cuarto de azotea. Tu tributo, brindo con éste vaso de café con tequila por tu presencia, Señora de mi deseo. “Cállate por favor” Cállate de una vez. Las palabras estorban, me diste a entender. Hoy, nuestra boca será para explorarnos, para comernos. No existirá el español, hoy la única lengua será la del deseo.
Te estiraste felina, apagando la luz. Se clausura la vista, nuestra visión serán siluetas y nuestros ojos serán la piel de nuestros cuerpos. Que canten Bruce Springteen and the Street Band, rock serán nuestras letanías de amor mientras metes el casete, te apoyas en el restirador, a cada nota sale una bota, la otra, tus senos escapan de la blusa.
Abres y cierras las piernas, las levantas, son como cobras hipnotizándome, levantando aún más mi serpiente, urgida por escapar de la incomodidad del pantalón. No me di cuenta cuando toda tú te convertiste en una Lamia, mujer-serpiente moviéndote toda, incitándome con tus manos, con tu cadera girando en círculos, y la respiración, la tuya, la mía, grave, sonora, haciéndose una. La pantaleta bajó, el último freno a la puerta del paraíso, a tu jardín secreto. Confundido, creí que tu cabello era tu pubis y viceversa, toda tú eras deseo; flotando en el aroma de tu piel, sentí que me jalaste con tus manecitas, me arrancaste con urgencia ésta segunda piel de algodón y cuero que es la que todos ven, y en carne viva por fin me hundí, perdiéndome placenteramente dentro de tu apretado centro.
Ay, torpe, en serio, qué torpe es uno. Cuando se ha satisfecho nuestro deseo, se da por sentado que a la pasión ha de seguirle, siempre, la cotidianidad del otra vez, creyendo que se ha asegurado la caza. ¿Y si uno fue el botín? Pero no me percaté de ello a las cuatro de la mañana, cuando te levantaste, sudorosa, contenta, de mi lado. Medio dormido, te pregunté si ya te ibas, pero no contestaste nada. Te vestiste, mi querida y sensual Lamia, y al abrir la puerta la luna recortó tu silueta hermosa contra el marco. Me dormí plácidamente con tu imagen arrullando mi sueño.
A las doce del día volví en mí. Las vecinas ya se habían acabado el agua de los tinacos al lavar como poseídas por el demonio de la limpieza, cuando hay olores y sabores que uno debiera conservar, como trato, hasta hoy, de conservar tu sabor, tu olor en mi cuerpo. Ni modo, en ése momento no me importó mucho así que junté un poco de agua y me bañé a jicarazos y confiado, me fui a desayunar, aprovechando que era sábado y estaba libre de la cadena del trabajo, así que enfilé a la casa de mi carnal, mi buen amigo el “Charifas” esperando alcanzar a su amable jefa, para que me convidara un par de ésos huevos rancheros de fábula que hacía, y de paso verla a ella. Qué pendejote, hasta ése momento me percaté de que mi Lamia no tenía nombre. No se lo pregunté.
Antes de alcanzar el zaguán, pude ver a mi Lamia que se metía en un taxi junto a un viejo pelón, regordete, que tenía facha de militar malgeniudo, así que di por sentado que era su jefe. Pensé en hacerle aspavientos para decirle que al rato nos veíamos, pero la cara del señor, me hizo desistir, también por no ponerla mas en mal, ya que seguramente le tocó regaño por llegar pasadas las cuatro a su casa, así que subí, alegre, contentísimo, hasta la casa del “Charifas”.
Después de gorronearle la comida, ahora sí, pensé en presumir, así que, para iniciar, le pregunté que quién era el viejo que salió con mi Lamia; el “Charifas”, bien enterado por su madre, me confirmó que era su padre, y que era agente viajero de no sabía, no se acordaba, de qué compañía. Desgraciadamente no sabía el nombre de mi sensual Lamia, ya que le daba “harta pena preguntar”. “Acompáñame a verla.” “’Orale.”
-¿Ya te vas, hijo?
-No ‘amá. Aquí mi cuate que quiere ir de fisgón con las vecinitas…
-Ah, canijo… Son muy bonitas, sobre todo la mayorcita… ¿cómo te dije que se llama, hijo?
-‘Pos no me acuerdo, ‘amá.
-Bueno, no importa m’hijo. Qué bronca se aventaron anoche, ¿verdad? Parece que se fue la mayorcita de loca con alguien, y no la podían encontrar…

Entonces sí la metí en problemas. Ah, caray. Ni modo, a ver después cómo la contento, y a sus padres. Esta nena no se me puede escapar, así que necesito caerles bien a sus jefes… Me perdí un momento en mis cavilaciones, mientras seguía distraídamente la plática del “Charifas” y su jefa, pero de pronto, ella dijo algo que provocó que mis reflejos se tensaran como cuerda de arco.
-…no la bajaron de puta, con perdón de usté, joven, y justo cuando se iban a cambiar. Si hasta acá se escucharon todos los horrores que se dijeron…
-Perdón, señora. ¿Dijo que hoy se cambiaban? ¿Escuché bien?
-Si joven. Hoy llegó la mudanza, como a las nueve. Ahorita ya no han de estar, creo que se van a Monterrey, no estoy segura. Lástima, me cayó muy bien la señora, y sus hijitas, pero uno nunca sabe cuándo una hija va a dar su mal paso. Y la vergüenza de que todo mundo se entere. Ustedes no hagan nunca algo así a sus novias, respétenlas…

No terminé de escuchar a la señora. Sin que nada fuese capaz de contenerme, salí a toda prisa, bajé de un sorbo las escaleras y en un momento me hallé en el zaguán, jadeando, sin saber a dónde dirigir mis pasos. En ése momento un avión surcaba la azul transparencia de las tres de la tarde. No pude contenerme. Lo reconozco, comencé a llorar, moqueando mi amor a ella, mi hermosa Lamia de piernas largas y senos pequeños. El “Charifas” me alcanzó, preocupado me tomó por el hombro al ver mi rostro todo mocos y lágrimas.
-Cálmate carnal… ¿Qué pasa?
-Ay de mí. No me sueltes, mi amigo, no me dejes, mi amor. He caído, me he quedado sin cielo…


Sin fecha, año de 1988.



Sin título.

¿Qué puedo decir de mi muerte?
Todo el espacio vacío a mí alrededor.
Recuerdos que son la sangre de mi Espíritu, que algo fuertes suenan.
En mi mente.
Dolor y alegría.
Por que la luz se fue, dejando como rastro las libélulas candorosas que lloran tu ausencia.
Tu ya débil ausencia.
Una sonrisa mágica, estallando como un sol en la fría montaña. Eso eres y has sido. Recuerdos, que son como la sangre de mi Espíritu. Y después de ése breve rastro de ausencia, que me toma por las axilas y me arroja con furia sobre los añosos troncos de los árboles, que quisieran escapar, quitarse, huir antes de enfrentar la furia ocre de tu mágica sonrisa, que fría, brillante, me compartía un secreto, un mal habido mensaje verde, quizás una sucia caricia en un pubis rencoroso de todo placer, ya que nunca estuvo facultado para sentir…
¿Qué puedo decir de mi muerte?
Invierno frío, pájaros comiendo sucios gusanos que ya no tendrán la oportunidad de ser bellas mariposas. ¿Ves? Todo es vacío. ¿Ves? Me hace falta tu fría sonrisa en éste opaco lugar, donde los espíritus de savia de los árboles me aborrecen por no ser como ellos. Donde las hormigas me trepan para tratar de morderme con dientes feroces, dientes que son toda la angustia, todo el miedo, todo el pavor de morir eternamente, sin tregua alguna, y cuando se ve perdido, sólo se puede tratar de morder, de destruir sin conseguirlo: sólo soy un esqueleto con sentimientos.
¿Qué puedo decir de mi muerte?
Encerrado en mi sucia habitación, cuatro paredes blancas como espejos en donde me refugio, y ellas, maternales, tratan de protegerme, me consuelan en mi gran pena. Frío y frío, se consumen mis ojos de tanto mirar, de tanto pensar. Frío y frío.
Los recuerdos, que son como la sangre de mi Espíritu, te llevan, imagen, te trasladan a mí en una igualdad aberrante, quiero huir de ella, pero se aferra, no afloja, como un animal hambriento me asedia… Es tu sonrisa fría, consumiendo hasta el último de mis huesos…
¿Qué puedo decir de mi muerte?



Sin fecha, año de 1988.



Ayer.


Aquí, en el lecho sumergido en sudor,
Nadamos
Tú y yo.

Aquí, en éste lóbrego sitio,
Veníamos y vendíamos nuestros cuerpos
A cambio de una sonrisa,
Una obsesiva caricia
Que denotara un amor
Que era sólo simpatía
Para ti o para mí.
Y ahora, cuando te observo,
Has dejado de sonreírme
Mientras tu frialdad de hierro
Me vacía éstos ojos tristes,
Éstos mis ojos de muerto-
¡Ah! La manzana se ha podrido
Nuestro amor está maldito
Y me pregunto hoy si lo fue.
El sudor a ahogado al sentimiento en flor
Y éste hombre muerto,
Éste soldado muerto
Observa desde su ventana
Cómo te alejas.



Sin fecha, año de 1989, verano.




Nomás un ensayo.

Tumbado aquí, en la penumbra de un ser coloquial, creía que el ser volátil cambiaría mi forma de ser, que el ser volátil me libraría de ti…
Cuando el Sol cae sobre mis desnudas espaldas, el deseo me conmueve con amor hacia ti.
Tú, ¿dónde estarás?
Tú, ¿con quién estarás?
Predominio de hastío y Sol seco, deshace mi obscuro carácter de piedra aguda; con cinceladas de calor seco, como mi garganta renegrida de Sol. Sol seco, como la tierra de gays que piso, cruel tierra carente, seca de amor.
Las nubes se han alejado.
De ti y de mí
Y nos han separado
Con el seco cantar de un insecto musical…
Calor seco,
Que consume mis abatidos huesos.
Calor seco,
Que consume mis sentimientos
A flor de labio.
Calor seco,
Que deshace éstos mis huesos,
Rocas de negro color.

Calor, calor, calor y más calor seco, y mi garganta se cierra con tu nombre en ella. Tu nombre se deshace como éstos terremotes secos y flojos que trago, crónica marchita de definidos contornos. Tu amor,
Tu seco amor…


Espacio Escultórico de C.U.
Sin fecha, año de 1989.





Sin título número chorromil.

-Hola, ¿cómo ‘tas…?
Silencio. Solamente los ojos voltean a ver misteriosos el horizonte de tu muñeca donde pende un reloj, para luego permanecer alejados, buscando en remotas distancias el elemento mágico que me señalas para distraerme, para poder emprender la huida-
-…
Intento decir algo. No puedo, el nudo de la corbata se ha apretado tanto como para dejar vibrar las cuerdas vocales e intentar sacar algún sonido de que te convenza de que mi presencia aquí es pura casualidad, algo que no esperaba, sólo aproveché la hora de la comida para bajar de aquel vigésimo piso –bajar los pies de las nubes para asentarlos en la tierra, irónico, ¿verdad?- para echarle algo a la barriga, buscando que las horas de polución que me faltan, las que me quedan por trabajar y sufrir en lo que me queda de estancia en éste mundo no se hagan tan pesadas; pero el nudo en el cuello de la camisa no puede oprimir al sentimiento, sencillamente porque no alcanza al corazón.
-…
Nada. Volteas con desdén tus ojos café intenso en donde me sumergí aquellas horas libres en mi cuarto, y nos dábamos entre risas y caricias el secreto de las tostadas de pata, de por qué el PRI sigue en el poder después del 6 de Julio del 88, el secreto de papá, que se enoja cuando su señorita llega a ésas horas a su casa. Con alegría, como cuando se filtraba en medio de nuestro quehacer amatorio algún espíritu escandaloso y ventoso que nos llenaba de hilaridad o que nos echara a perder todo por unos momentos. Todo eso puedo verlo en tus ojos, pero por algún motivo hoy me desconoces, como a nuestros recuerdos, nuestros hijos al sumir la mirada en el café; la situación ya no es la misma entre tú y yo. ¡Qué desgracia! El café se parece a tus ojos de ayer, con los míos reflejados en ellos.
-¿Qué tanto me ves? Me molestas, chavito… Deja de molestarme, ¿si?
¿Por qué? ¡Carajo! Si lo nuestro tiene tan poco que ocurrió. Me obligo a descorrer el nudo de la garganta mientras el sudor frío me cubre todo; el corazón, temeroso, me dá fuerzas mientras te digo con voz casi inaudible:
-¿No te acuerdas…?
-¡¿De qué tengo que acordarme?! ¡Deja de molestarme! Ahí viene mi novio, con él te vas a arreglar…
Una figura corpulenta entra al local con el paso firme que le dan el traje Arman y la pesada billetera, llegas hasta él, le susurras al oído como ayer me susurrabas a mí unas palabras que no alcanzo a escuchar, me señalas con desprecio. Entonces éste arrogante hijo de la chingada se me acerca, me escupe palabras violentas que no comprendo, no me interesan, por pensar sólo en ti, en tus caricias, en tus pasteles de cumpleaños, en las marchas para arreglar al mundo a las que fuimos, en tu cama, en mi piso…
-…
Bien dicen que fuerte es el silencio, ya que se ve hasta cómico en vuelto en sus muecas de coraje al ignorar todo lo que me dice. Una secreta inteligencia me brilla por los ojos al verlo, despreciándolo, animal, sólo ladras, ¡chinga a tu puta madre! Alzo mi brazo, lo doblo y se la miento; sí, me desgarro por dentro, algo en mi interior me quema, la mesa, el asiento y el café me queman, la misma luz me quema; comprendo que son tus ojos los que me consumen, me arrancan sorbo a sorbo la vitalidad, y el dolor es tal, que me veo insuficiente tan solo para llorar, para sacar una triste lágrima que apague éste incendio. Me hallo embotado, no tomo en cuenta a nadie, no presto atención a las palmetadas que da tu güey, el clásico “te crees mucho, ¿no?” y los tipos que llegan hasta patinando sacándome en volandas, y ya en la calle, medio molerme a golpes “por querer chingar a Don Hipólito Duarte, representante popular”.
Desde que entré amenazaba llover, y ahora, ahí me quedo, medio recargado en ése poste renegrido de sol, miado por no sé cuántos perros. Ahí es cuando el dolor disfraza todas las cosas, si. Ahí es cuando los rayos resultan románticos.



Sin fecha, año de 1989.





Alejandra 2.


Soy de tinta, mis anhelos son gotas de tinta roja sobre tu manchada foto, aquella que nos tomamos en aquel parque, ¿te acuerdas?
Y sin embargo, ahora
Me decoloro, descorro
Mis amartilladas manos, amora
De placer, socorro
De llamada, cítara
Que es mi cerrada garganta,

Alejandra,
Alejandra,
Alejandra…

Y sin embargo, camino
Con el corazón diluido
En thinner; termino
Por deshacerme en mis pobres,
Pobres brazos cansados…
Me aprieto solo, azares
Que me deshacen
El diluido corazón.

Cuando tus caireles
Se transforman en serpientes
Y rompen ésta pintura
Que soy yo.

Cuando tu sonrisa se transforma
En saeta peligrosa
Que atraviesa mi alma
Y rompe mi ser en mil pedazos…

¿Ves?
Ahora ya no sé
Ni quién soy yo,
Ya no sé…
Me deshago, lucho por no caer.

Pobre acuarela, sucumbes ante el agua que todo lo limpia, transparente, y tú, Alejandra, te asomas por el decolorado lienzo, con tus serpientes como cabellos riéndose, burlándose del mí degradado por tu fantástica sonrisa que todo lo sabe, me deshaces y me conformas de nuevo con un gracioso modo, o con una frialdad de hierro.
Cuando tu recuerdo me tira, y quedo tendido con la inmensa soledad del leproso. Me arroja junto a Miguel y sus Leopardos, que no nos dejan bueno hueso alguno.
Y me tengo que ir con tu verdad y me verdad copulando, transformadas en mi cruz y mi calvario por ti, porque me quema el sol, me hallo atrapado como sabandija por la luz de tu mágica sonrisa; me quiebro, me parto, para que me deposites en la basura, Alejandra, y trato de juntar mis caídos miembros, mi estima perdida en el vacío de tu piel, anclado mi deseo a tu amor, grillete cruel, sujetándome a ti, no, no puedo volar, aquí me quedo mientras tú, siempre discreta, me devoras en secreto, cuidando que nadie se entere, Alejandra, usando la calma del santo sádico, tu paciencia y frialdad de hierro que no cede ante el llanto de una acuarela diezmad por el agua,

Alejandra,
Alejandra,
Alejandra…

Y al fin, me deshago, muero. Mi alma expira hacia el cosmos, y tú, satisfecha, me darás el último dolor que es tu olvido, deshaces en la noria de tu memoria mis vencidos miembros, mis ocultos poemas, mis perdidas historietas en polvo, el cual regarás para que nadie se entere, sólo Dios,

Por que mi amor me duele,
Me hiere la idea
De dejarte atrás,
En una soledad
Que tú pintarás
De nuevo de verdor,

Sin que nada mío
Quede ahí.
Yo yazgo sólo en la idea,
Sobre la tela que se quema
En tu hoguera,
En tu fuerza atroz,
En tu fría risotada,

Alejandra,
Alejandra,
Alejandra…

Sólo Dios me hará justicia.



1° de Diciembre de 1989.




Sin título número siete.


Este canto es sólo para ti,
Es el canto volador que quiere recorrer tu piel
Con el aroma del viento que sopla sobre
Mi vencida cabeza. Sí.

Es sólo para ti.
Alzo la mano, caen relámpagos
Que iluminan la ciudad: tu ciudad.

Brotan de mis ojos ríos
Que inundan tu regazo,
Cae polvo de mi aroma en tu piel.

Es sólo para ti.

Mi flor, mi esperanza y mi poema.

Si el momento tiene vida
Y tu risa
Corre hacia el mar
De las luces de la ciudad,
Entre el humo, la corrupción, dentro de ella,
Vida,
Vía
De tren que corre hacia ti,
Recuerda:
Es sólo para ti.

Sin fecha, por que es sólo para ti, año de 1990.





Hermana Luna.

4:04 A.M.


Me levanto. Alzo la cara, y justo ahí, sí, ahí donde estás viendo, aparece el gato negro, eterno compañero de juergas de las brujas.

-Gatito, gatita, llévame, susúrrame tu encanto…
Y ronronea, dulcemente ronronea; la luna se recorta contra el marco de edificios, a contraluz de los anuncios. Corro tras “él”, sintiéndome joven, venciendo los obstáculos que se interponen entre “él” y yo.
Llegamos hasta una vieja iglesia, y el felino se me queda viendo, con la cola muy levantada se acerca, me ronronea, me susurra al oído su encanto, el cual voy descubriendo entre su sedoso pelo, entre sus ojos que los cierra, imitando mi sonrisa, y yo quedo atrapado, gato, no, gata. Ronroneo que se transforma en suspiros femeninos, garras que se vuelven uñas pintadas del carmín de mi sangre al cortar mi espalda; pelo que crece enredándose en mi cuello y mis brazos, tersa piel sobre mis labios. Caverna húmeda, pezones erectos; agilidad felina descubierta en cada movimiento, de recorrer todo el campanario y los lugares sagrados conmigo, gimiendo ronroneado, tratando de retener conmigo a la húmeda luna entre nuestros labios, en medio de nuestras piernas; luna traviesa capturada en ésos ojos felinos, femeninos, furtivos, que coquetamente se cierran y abren, sin tomar en cuenta a las palomas que nos ven con envidia, condenadas eternamente a ser beatas, sin importarnos que nos vean las solitarias imágenes ni los radios escandalosos que pasan por la avenida; luna que se cuelga como arete en tus lóbulos. Y a lo único que prestamos atención es a mis labios sobre tus oídos, a ésa piel que se eriza y se enrosca entre las llamas de mis dedos, al aroma de pechos, de pubis satisfecho, de corva atrapando a mi nariz y a mi boca, permite que deguste su sabor sólo conmigo, nalgas que entrecierran mi placer, me abrazan la columna de mi deseo una y otra vez, hasta que nuestros ojos se cierran, juntos dejamos escapar un estertor que me dobla y me hace separarme, la luna se arquea y deja caer su lluvia a través de nosotros; tu gemido acuático se vuelve maullido fugaz, que huye, para que la luz del día no nos descubra desnudos, jugando a cazarnos.

7 de Mayo de 1990.





Sin título número ocho.


-Qué pinche lejos queda el horizonte…

José alzó los ojos, sólo el polvo se interponía entre sus ojos y el sol cayendo a plomo. A su alrededor, la inmensidad de la llanura donde los terremotes le mordían los pies con su calor acumulado por tantas horas seguidas de luz. Debía ser fuerte…
-Los rurales no deben verme, no pueden alcanzarme…
Masculló con esperanza para sí. Tenía que alcanzar el cerro, lo sabía bien, como sabía que hacía viento por el revolotear constante de su cabello. No podía ser alcanzado, lo enterrarían en la llanura con solo la cabeza de fuera, para que pudiera paladear la angustia al sentir las coces haciendo retumbar la tierra, para pasar a toda prisa muy cerca de su cara. Ni hablar. No debían alcanzarlo.
A lo lejos, sentía a sus espaldas las lejanas luces del pueblo que comenzaban a prender alejándose cada vez más, dejándole solo, como su familia; el sol se ocultaba velozmente entre los árboles, rojo, como manchado de sangre… “¡Dios mío! ¡Mi sangre!” No debían alcanzarlo los rurales. Aún así, quedaba un poco de tiempo que utilizó para arrepentirse. ¿Y todo para qué? Para que la gente se quedara callada, sufriendo lo de siempre, como siempre. Estúpidamente estoica, temerosas de ésa muerte de la que hoy él mismo escapaba frenéticamente. Sí, sólo él se atrevió a saltar, a rugir toda su inconformidad, su coraje cuando supo que su mujer había sido violada por el patrón y su banda de matones. No pararon hasta que acabaron con ella, hasta que su hermosa piel morena se fue quedando fría como la tierra que ahora él luchaba por poner de por medio. Y no le importó a ése pueblo torpe y miedoso que lo mismo le ocurriese a Martín, a Eusebio. Al primero le robaron a su hija, Amapola, a punto de casarse con Julián. Nadie dijo nada, ni siquiera el cura, cuando la robaron delante de todos en la iglesia.
No lo soportó. Gritó, todo furia, machete en mano, pero su voz fue rápidamente callada por los pistoleros del patrón:
-¡Quieto, jijo de la chingada…!
Se paró en seco, sintiendo el calor zumbante cerca de su sien, calor que lo tumbó y que se le escurría hasta la oreja. “Es sólo un rozón” dijo alguien, la única voz que se escuchó. Sacó fuerzas de flaqueza, se acordó del humilde ataúd donde enterró el cuerpo mancillado de su esposa, y volvió a gritar y reclamar entre los brazos de los sicarios que lo levantaban bruscamente, y la voz del patrón, como una serpiente, enroscándose por todo su cuerpo, inmovilizándolo: “Dénle un escarmiento a este hijo de…sobediente…”
Se jugó el todo por el todo, Se escapó, aprovechándose de la borrachera con sotol que se estaban poniendo celebrando su dolor, regodeándose en su angustia al tenerlo vivo por unas horas más. Corrió como jamás había corrido en su vida, y la gente del pueblo lo miró callada, sin decir nada, como siempre. Pensó en sus hijos, y no pudo evitar dos lágrimas fugitivas. Posiblemente ya nunca volvería a ellos, pero se consoló con la idea de que serían recogidos por alguna alma caritativa. Se recordó su lugar, “estoy huyendo, no puedo dejarme llevar por cosas de viejas…” De seguro ya estarían tras sus pasos, así que, desconociendo su cansancio, se apuró.
El sol ya se había metido cuando por fin alcanzó al cerro, y por un momento sintió alivio cuando tomó la pendiente, su escalada a la vida, alivio que se esfumó cuando, al voltear, descubrió que a lo lejos, angustiosamente no tan lejos como quisiera, venían hombres con antorchas, a matacaballo. Sudó frío. Mordió al cansancio para sacar fuerzas de la angustia, “de prisa, date prisa” se recordaba, apurándose, casi sintiendo las coces en su cabeza.
Encontró una cueva, y saltó hacia su interior sólo para sentir que el cuerpo se le estrellaba, se partía como si estuviese hecho de madera de huacal; el estómago se le cayó a los pies y no pudo evitar volverlo del puro miedo: ahí, en la perfecta penumbra se recortaba la silueta autoritaria del patrón, junto a su mujer que no cesaba de llorar y trataba de juntar toda la sangre que se escurría de su roto vientre. El patrón sonreía, su diente de oro soltó un destello, imposible de ignorar mientras echó a correr hacia él, como un animal, bestia queriéndole arrebatar todo, hasta su vida, para reclamarla para si; vió a su mujer, y recordó su odio. Su coraje pudo entonces, como una poderosa fuerza, más que su miedo y se armó con una piedra, la única que encontró en tan poco tiempo.
El patrón lo golpeó, le arrancó con su diente de oro un pedazo de cuero vivo, y al mismo instante José lanzó su golpe, con toda su fuerza, con todo el odio y todo el miedo que acumuló horas atrás. El patrón resintió el golpe, y más furioso que nunca, dijo algo que José interpretó como odio espeso, más gruñido que palabras, y el diente de oro buscó matarlo, arrancarle el pescuezo. José lo dejó venir, pero al mismo tiempo él tomó el cuello del patrón; grotesca figura y apretaron ambos, fuerte, con coraje.
José pidió ayuda al cielo, rogó por las fuerzas que sintió insuficientes, fugaces. Sus oídos estaban llenos de los jadeos del patrón, de los llantos de su mujer, y apretó con todo lo que pudo su abrazo en el odiado cuello, “¡Virgencita dame juerzas!” “¡Dame las juerzas…!” Sus niñitos huérfanos llegaron hasta él, que peleaba como un poseído, “tu que tambén juites madrecita de todos nosotros, ¡dame juerzas…!” mientras su aliento se acababa, no podía ya respirar. El diente de oro ya no apretaba, aún así logró hacerle su último daño, ya que su vida misma lo ahogaba, río cortado en dos. José venció, ganó a su miedo, ganó a su enemigo y ahora, abrazándolo como un extraño amante, le dedicó su último grito, estertor que fue arrojado con la última fuerza que tenía, y que fue absorbido por cada arbusto, árbol y piedra que se encontró en su vertiginoso camino, haciendo saltar espantados a los pájaros que comenzaban a dormir.
-Pobre José. Pero a quién se le ocurre meterse en la mera cueva del lobo…
-Déjalo, ya ‘ta dijunto. Y le pelió como hombre al lobo, fue cabrón…
-Quesque se escapó de los rurales del patrón… Lástima de los chamaquitos, pero la comadre se va a hacer cargo de ellos…
-¡Pero si el patrón tambén se murió! ¿Para qué se juyó? Se hogó el pendejo con un hueso de pollo… Ya naiden lo buscaba.
-Sí, pues naiden les iba a pagar el encarguito; yo creyo que fue cosa de Tata Dios al ver al patrón tan canijo…



8 de Mayo de 1990.




Ojos tristes.

CCH Sur, 3:32 p.m.


Ojos que observan impasibles la danza siniestra de la lluvia, canta a górgoros un pesado tiki-tiki-tak; ojos que observan ésa danza muerta detrás del cristal empañado de cochambre. Ojos que asaltan, amarillentos y rojizos, inesperados. Contraste con el gris azuloso de la tarde. Ojos que piensan en ésa silueta masculina amada por ella que corre bajo el aguacero, que se recarga en cada poste a recuperar un instante el aliento abandonado atrás, donde fue apuñalada por la misma lluvia que ahora lo lava, y por dos hombres de andar violento, lento y sigiloso. Acechantes como bestias, hambrientas de carne humana. Sus dientes fueron marros que quebraron su sombra con el filo de la fría lluvia, aguda, en su tiki-tiki-tak monótono, absorbiendo con su ruido los gritos, las palabras.
Ése ruidoso canto de la lluvia es igual a la lágrima que es parida con dolor, es horriblemente igual a la sangre chupada por la coladera, sangre que se mezcla con los asquerosos recuerdos de toda ésta ciudad. Mierda, que con jalar la cadena desaparece y nadie se preocupa por dónde va a salir después. Y el agua que la empuja es, quizá, también como las lágrimas, lluvia tardía y dolorosa, ya que su destinatario nunca la pudo ver. Lluvia de arrepentimiento por todas las vivencias abortadas, ahora imposibles de realizar, y luego, el cansancio, el sueño por agotamiento.
El sueño de ella vaga por las calles, buscando sombras de gabardina y lentes negros pese a la obscura noche –decía la abuela que a los demonios nunca se les pueden ver los ojos- confundiéndose con las sombras, celosas de toda la alegría, de todas las risas, impotentes para amar. Su único cariño es el odio, y así saltan por las obscuras callejuelas, le harán a los risueños báscula, les enterrarán dientes herrumbrosos, como una violación profana, ya que buscan penetrar no el cuerpo, sino la alegría. Las calles están llenas de ésos penes, ansiosos de meterse en las puchas alegres, de meterse en el estómago, los riñones, los brazos, no importa. El pene de la obscuridad, hecho de acero al vanadio, resistente a la humedad, penetrará hambriento tarde o temprano, mientras las sombras hechas de garras se aprestan a sujetar, innaturales, al primer risueño que tenga cerca. Recuerdos que se alzan a la par del concreto armado por tantas alegrías truncadas. La ciudad es una lápida gigante, cada edificio es una tumba y ella llorará creando la lluvia mientras cada edificio, cada callejuela recrea los puñales que le mataron a su alegre hombre.
Embotada, sin saber lo que hace, lo manejará y lo revivirá una y otra vez convirtiéndolo en una marioneta que dance una y otra vez, tiki-tiki-tak, la absurda danza del ya no volver jamás. Lo hará bailar en el comal que es la calle, caliente como un infierno, hecho de ojos como brasas, esperando que llegue, dé él la vuelta en ésa esquina y caiga otra vez en los ojos de ella, cielo de ojos rojos y azules, mirada hecha tarde lluviosa. Y luchará ése recuerdo por volver con ella, tambaléandose como un pájaro, sin poder alzar el vuelo. Su sangre quedará como si fuesen plumas, marcando el sendero de su última angustia antes de que la lluvia la borre, la absorba junto con todos los recuerdos de la tumba gigante que es la ciudad, a unirse con todos los fantasmas que pueblan al Distrito Federal.
Pero hay que seguir, el cuerpo le recuerda a ella que tiene que seguir. Se levanta, adolorida de llorar y de soñar, y va a miar a su hombre, de nueva cuenta lo unirá con todos al echarlo por el excusado para ya no llamarlo con su silenciosa angustia de noche tras noche, grito que sólo entienden los recuerdos. El llamado que atraviesa el Mictlán, doncella azteca que espera regresar al caído guerrero en la lucha florida de ganarse la vida. Y las voces de los vivos no consuelan, son semejantes a la de los muertos en su solidaridad hueca… “…estaba muerto, con la mirada hacia el cielo como buscando a Dios…” “…tan buena gente su marido, no se merecía esto…” “…lo sentimos mucho, pero ya ve, no queda más que resignarse…” le rugían veinte millones de cabezas de víbora todo el día desde su puerta, desde el mercado, desde la oficina del seguro, desde la tele y los periódicos. Y llegaban hasta su conciencia ésa noche, mirando al excusado por donde ella también lo había arrojado.
Esa noche, el último responso de amor se había diluido como el azúcar en el café con piquete de tequila que había tomado para soportar el frío abrazo de la soledad, frío como el metal lacerante, asesino, que en ésta hora de urgencia se hundía en su vagina que no entendió jamás que él ya no podría abrazarla ni besarla más. Calló. Sus pensamientos sólo lograban apartarla de la realidad que luchaba por agolparse en sus sienes, y era preferible entonces ver tele o escuchar la radio mientras se daba una ducha de agua fría a seguir enterrándose al ritmo monótono de la lluvia, tiki-tiki-tak, el picahielo asesino.
Regresó a su cama y pretendió dormir, pero el frío la abrazaba y el deseo le mordía los pezones. No pudo conciliar el sueño. Por la puerta llegaba él, desnudo, con cinco heridas que se negaban a cerrar; pálido, los brazos abiertos y los ojos perdidos. Fuerte, varonil, llamándola con las manos. Muy serio, como las imágenes religiosas que dan pavor en vez de reconfortar el alma. Qué débil nuestra alma, tiembla como una hoja bajo la lluvia, tiki-tiki-tak. Así tembló ella, desnuda sobre ésa inmensa cama ante la tempestad que era él, poderoso, casi un arcángel, casi como Miguel cuando peleó contra Satanás por el cuerpo de Moisés; no, por el cuerpo de él mismo, peleó por unos cobres que hubieran servido para alimentarla a ella, para alimentarse él y así poderla amar. Ahora llegaba él, con la misma intención de siempre que regresaba, así lo creyó ella. Se volverían a amar, desnudos, temblorosos. Dos hojas morenas temblando por las emociones confundidas, tiki-tiki-tak, temblando por ésta lluvia que era la promesa del amor.
Se levantó ella muy lentamente, midiendo con cautela cada paso que dio hacia él, que ausente la esperaba, moviendo los abiertos brazos en círculos nerviosos, como si extrañara y comenzara a reconocer la esencia apenas olvidada de aquel rincón tan suyo. Marido y Mujer unidos en Hombre Universal pese a las peroratas feministas, dueños de ése cosmos tan breve y pequeño, más que suficiente para ellos dos, para ÉL.
Bajó los brazos y acarició la cabeza de ella, que comenzaba a recorrer toda la viril anatomía con las manos, los senos, la lengua, las piernas, el vientre y el amor. El tuvo que sostenerla con fuerza, conteniéndola, mientras la miraba, y los ojos de él eran como el agua que se va por la coladera, eran turbios de las memorias mezcladas:
-Sólo vine para despedirme.
Le dijo al oído muy quedo mientras la apartaba de su boca, de su pecho, para dar media vuelta y permitir que la noche lo tragara de nuevo, volviéndolo sombra, recuerdo.
Ella gritó, llena de dolor y de soledad. Se arañó la cara, se jaló los cabellos histérica, como una escena de película antigua. Corrió a la ventana para gritar que no se fuera, que no la dejara sola, que lo necesitaba más que nunca, que dejara por lo más sagrado que una memoria pueda tener, le permitiese acompañarlo, y corrió tras él, saltando, cayendo, levantando ante las miradas los muertos que nunca hacen nada, que nunca dicen nada y que, al verla correr desnuda, tampoco hicieron nada más que santiguarse. Lo alcanzó, lo tocó en el hombro y él se volvió, enojado. “¡Déjame descansar!” Como una bofetada, los ojos de él le gritaban también haciendo que ella cayera de rodillas; asustada, se abrazó a si misma, acurrucada en la pared, indefensa como un pájaro mientras entre sollozos le suplicaba que la llevara con él. El, ahora cariñoso, le levantó la cara de entre las rodillas. Creyó ella que era para darle un beso, pero él se concretó a decirle con los ojos “no, debes seguir aquí”. Se levantó hecho sombra y siguió su camino. Aterrada, ella vio cómo también se levantaban dos sombras enormes a la anaranjada luz del poste, lo alcanzaban y se volvía a doblar él, ante las feroces embestidas, disolviéndose, escurriéndose hacia la coladera.
El metal brillaba y se contrastaba con las burlonas y moustruosas siluetas, sostenían un pedazo de luna para desgarrar memorias, para desgarrar piel, para entrometerse en las sienes, empujando el grito contenido, tensando los músculos como si fueran de acero, los ojos saltados de la impotencia así como las manos, crispadas. Soltar el alarido que todo el mundo ha callado por siglos, por milenios. Grito que es de todos, y que denuncia la angustia, la soledad, y que ahora corría libre, saltando, lamiendo las ventanas indiferentes, cerradas, apagadas, propagándose por toda la ciudad, exigiendo ayuda, respuesta ante la violencia. Justicia, venganza.
Sus pequeñas manos semejaban garfios, tenazas de acero sujetando ése viejo tubo herrumbrado, olvidado, ahora convertido en arma de justicia, de venganza para romper el círculo del olvido con recuerdos vívidos; energía que saca al cuerpo de su sopor para blandir el arma contra las moustruosas sombras, que se volvían a verla con sonrisas burlonas recortadas a contraluz del farol, mostrándole impúdicas el acero, luna llena de sangre amada. Un golpe, el tubo estrellándose con gran ímpetu contra el poste, y las sombras deshaciéndose como el humo del cigarro, riéndose de ella en el ruido metálico, el retintín que duró una eternidad.
Ella sigue lloviendo por los ojos, herida en ellos, llenos a fuerza de muerte, de su figura masculina herida y de no poder hacer nada. Él se agolpó en los recuerdos, y tuvo que sostenerse de ése poste para no caer. Extrañó como nunca su compañía, sustituida cruelmente por ése poste. Su voz, a la que un rayo rasgaba en ése momento. Y luego, la lluvia, el tiki-tiki-tak que se parecía a las caricias de él sobre su desnuda piel. La brisa se le confundió con las luces de la ciudad. Frías, evocadoras de nostalgias, la amargura de ya no tener al ser amado junto a si. Los recuerdos pasaban igual que los automóviles, en su ir y venir lacerante. Como él, una visión que se esfuma en sólo un instante. Se sintió hueca.
Sin tener nada sentido, agachó la cabeza y echó a andar. Se supone que uno viene al mundo para amar, como rezan tantas canciones cursis de moda, pero si esto no se logra, el instante que dura la vida se transforma en sólo una gota de agua en el océano. Sería el amor, entonces, lo que hace a cada ser creado distinto, diferente. Y no la evolución. Que mueran Darwin y Nietche y no Dios, por que no son los fuertes los que hacen la diferencia del mundo. Que dejen de justificar a los depredadores, por que ella ahora no tenía razón de ser. Sus ojos se volvieron translúcidos, mostraban su hueca alma sin él. Atrás quedaban la casa, el trabajo y los supuestos amigos, pero a ella no le importó. Dejó de pensar, sólo se concretó a tener fija en su memoria la imagen de él, desnudo, asesinado injustamente como un Cristo, y en su deambular atravesó calles, las cuales extrañamente se encontraban vacías, sin un alma que las transitara, la única alma en éste cementerio gigante era ella, embotada de dolor, vacía y desnuda, como había venido a éste mundo sucio, donde los recuerdos más hermosos al final acaban revueltos con otros, flotando en sangre. Llegó al periférico, y los automóviles, como ataúdes de metal, le chiflaban y le tocaban el claxon, en un extraño lenguaje que ella no entendía, pero sin salirse de sus carriles, de sus obligaciones. Nadie tiene tiempo para nada. Nadie es nada. Y ella, al estar viva resultaba un raro fantasma de cabellos alaciados por la lluvia, tiki-tiki-tak, los ojos opacos y rojizos, la piel morena clara, blanca en medio de tanta obscuridad, parecía flotar por un puente hacia quién sabe dónde.
-Terca. Si así lo has decidido, entonces ven…
Sin creerlo, el alma regresó a su cuerpo gracias a una amada y conocida voz que venía de abajo del puente. Buscó ansiosa con los ojos sin encontrar a nadie, pero no tenía dudas, era aquella voz que cada día le decía “te amo”, que cada noche le susurraba palabras de amor en cada parte de su cuerpo. Comprendió su decisión silente, el deseo que le había llevado hasta ahí, hasta ése punto de su vida y de su ciudad. Toda ésa vida se agolpó en su mente y lúcidamente comprendió que no había nacido sino hasta que él nació. Que juntos eran uno solo, inseparable, indeleble. Volteó a su espalda, y vio a las sombras asesinas del otro lado de la vía rápida; ahora no disfrutaban el dolor de ella, ahora eran hoscas y tristes, amenazándola, pero ahora, ella ya no les temía. Ni siquiera les tenía odio. Las observó pequeñas, indefensas, con el mismo temor que horas antes, que días antes, sufriera ella, y sintió misericordia por los asesinos por que no tenían amor. Encontró una razón más poderosa que el miedo: él, y decidida, subió al barandal mientras las siluetas violentamente se acercaban, alzando sus garras buscando aferrarla, gritándole en silencio que necesitaban su miedo y su rencor para existir, pero ella ya no los escuchaba, voló libre viendo las luces de la ciudad envolviéndola en caireles de luz ahora cálidos, brillando más que nunca, y el corazón se le paró de gusto al verlo, allá abajo, en un suelo lleno de estrellas. No caía, volaba al cielo al verlo con los brazos abiertos, hambrientos de ella, luciendo una erección imponente. Ahora sí, rieron a carcajadas, libres, y ella se acordó de una canción que cantaba siempre su madre: “dicen que la distancia es el olvido, pero yo no comprendo ésa razón, por que yo seguiré siendo el cautivo de los caprichos de tu corazón…” La cantó riéndose, y todo México la vio arquearse en el aire dueña ya de sí misma, con ésos ojos grandes, azulosos como el cielo, alegres, riéndose de todo.


14 de Mayo de 1990.



Mariano.

4:04 a.m.


En el pasado reposas tu humanidad en aquel sillón bordado con los recuerdos de tu existencia. Telarañas enmarcan tu rostro de niña preciosa, formas y aromas fervientes de amor. Siguen a tu rostro mis pisadas, observa mi figura cansada, envuelta en el viento otoñal, viento de ensayo de caricias sobre tu piel, playa en donde dejo mis pisadas que serán borradas por el furioso oleaje de tus veinte años, arrancándolas, golpe de olvido que comienza con el alba, caminas tu oleaje hacia la mañana en donde te refrescas desnuda. Tus cabellos se despeinan por la fuerza del oleaje de tus veinte años, por mi propio oleaje viejo, espuma que deja mi saliva en la playa de tu piel.
Placer en la llamada de los años, siente la gota de amor que se escurre presurosa, resbalando entre tus piernas, recuerdos que humedecen no solo tus labios; la lascivia quema la intimidad del sillón en donde reposas.
Creo con mis sueños una tórtola, la hecho a volar y escapa de tu oleaje. Es el único ser que logró escapar del diluvio del olvido. Y tu marea de indiferencia se mezcla con mis lágrimas, con el semen que siempre luchó por entrar en ti, desterrado; qué duro es el exilio de tu piel, condenado a vagar entre mil serpientes que me siguen y me sisean al oído obscenidades contigo. Añoro tu cueva secreta, mi pasión desbordada en las lágrimas que eyaculo y que te daban placer. Mis lágrimas que se mezclaban con la sal de tu vientre, que reclamo hundiendo mi lengua donde sea, buscando en otras playas el elíxir de la vida. Mi corazón se rompe por la lágrima candorosa que se escurre entre tus piernas y moja el sillón, tirando mil, un millón de años de evolución fingida que soy yo. Salgo definitivamente de ésa cueva para que me olvides, pero no sabes que es conmigo con quien te sientas, volando, en aquel sillón de tus falsos recuerdos.
Mañana ya no existiré, estoy hecho de sueños, de fantasía sexual, y cuando nací, era sueño húmedo en tu vientre. Crecí, envejecí aquí, y hoy me expulsas en ésa lágrima que soy yo; mi espíritu mañana será borrado por el mar que llega a tu cueva, mar que está manchado por la sangre de no sé cuántos más como yo. Es el olvido. Es mi destino.
Aún en éste momento que te tensas, que ahogas ése precioso grito, sigo siendo el ser al que más amas, soy el ser místico, un poderoso jinete fuete y claro; columna vibrando que sostiene tu placer, sosteniendo tu sentimiento que grita ahogadamente, se retuerce y gime en el sillón. Soy, todavía, el que explora con todo su amor tus pezones erectos, y que cabalgando te lleva hasta ése sitio que te hace cerrar los ojos, en donde nos consumimos en mi, tu, nuestro fuego. Todavía soy jinete hecho de rocío de madrugada, aún soy tu vida, todavía soy tu día, manejo con maestría tus dedos, y soy, aún, el placer que arranca tu esencia de lo social, de lo establecido y te hace correr, desnuda, sin importarte nada, mientras te acaricio con mi viento que se ha vuelto otoñal; soy el momento, soy el orgasmo que hace que tus hermosos ojos se cierren, soy, soy… Simplemente soy uno más, otro más, hecho de tus sueños, tu creación acariciadora, secreto que la familia ignora; soy el que se llama como aquél que no te hace caso, y que se llama como todos mis hermanos, muertos en el mar de tu pasión, y que deseas que se hiciera realidad, aunque sea sólo por hoy.

22 de Julio de 1990.



La ventana.

“¿Qué no sabes que Mamá
Es el nombre de Dios
En boca de las criaturas?”

LA BOROLA.


7:02 P.M. C.C.H. Sur.

En el pasado están tus ojos.
Viento, el papalote se eleva hacia el claro cielo, y Dios lo observa a través del ojo del Sol Poniente. Papalote de piel de papel crepé, huesos de madera, palitos de paleta y algodón de azúcar que se entrecruzan formando un corazón en la fragua del ocaso, el Sol es el crisol.
En el pasado están tus ojos.
¡Martín, corre, corre! ¡Corre tras el papalote, que se lo quiere llevar Dios!
Corre Martín, su pequeña vida pendiente de un hilo; karma de color, voz de olvido, Martín un susurro en el viento, alcanza a enroscarse en tu oído, aire cálido, el aliento amigable y protector que te dice desde la otra acera: “para, Martín, ¡para! Si tu vida es tan pequeñita y frágil, ¿para qué quieres correr?”
El grito de tu madre, el grito de las llantas, el grito de todo el parque y el hilo que se suelta, se va, el pequeño corazón hacia el Sol.
En el pasado están tus ojos, voltean por ésa ventana hacia ayer.
¿Qué haces, Martín? No veo nada, mamá, papá, mis ojitos llenos de tierra están, mis ojitos sólo tierra pueden llorar, ¿qué me pasa, mamá, papá? Nada, hijito mío, duerme, duerme ahora… ¿Y mi papalote, mamá, papá? Aquí lo guardo yo, hijito. Lo cuido como el tesoro más grande que tengo, duerme hijito…
En el pasado están tus ojos, apenas un susurro y ésas cálidas manos quitan toda la tierra de tu vista, la ventana deja de serlo y ves con todo el cuerpo. Papá, mamá. ¿Qué pasa? Nada hijito mío, aquí puedes jugar, yo te cuido para que no te pase ningún mal. Corre, Martín, tus pies son risas, tu corazón en el hilo, vuela el papalote, se eleva hacia el Sol.

27 de Julio de 1990.



El alarido.

2:49 A.M.

Ahí estaba, ¡lo juro! Observaba mi imagen en medio del cuarto de tonos azules, yo, en la puerta observando a mi otro yo, ése de la nostalgia callejera. ¡Lo juro!
Aquel día desperté, y salté por la ventana… No podía ser ése que cada mañana veía en el espejo, ¡no! Ése sujeto era mi yo disonante, agresivo, pendejo, y quería observar al melancólico, al pensativo, a aquel que es capaz de llorar por la ausencia. Y te digo, salté por la ventana, hacia mí mismo, hacia la ciudad.
No, no bailes ahora, no, que te llevas la tarde entre tus labios. No me mires así, no, por favor, que provocas el fuego en mi piel; dame un beso ahora que la luz está muerta, que quiero verte con los dedos, quiero verte con tu calor. Atravesar la piel, hurgar curioso entre tus piernas y tus recuerdos por ver si ahí me encuentro, ¿qué mejor escondite que tu piel? ¿Qué mejor lugar para hallarme? La luz de la ciudad me estalló en la cara, y heme aquí, solo, masticándote en mi boca, mascullándote en mis labios en medio de éste inmenso cuarto, inmensamente solitario… Voltear, la ventana corre hacia mí, el azul de la tarde trae consigo algo; luz de la ciudad, concédeme un deseo, faros camino al Sur, concédanme por favor algo…
La ventana vibró de deseo provocado por mi súplica, me tragó y me escupió en el metro, me sumerjo y salgo, tropiezo y me lío a groserías con los de más, subo corriendo las escaleras hasta el octavo piso, mi respiración agitada, mis pasos dos veces muertos a través del pasillo, mi mano ensangrentada por dentro, recargada en la pared y mi tos, distorsiona mi rostro luchando por revivirme; la imagen en la puerta, la única que se observa por el pasillo, el golpe de mis nudillos y mi voz, extraña, suplicando “déjame entrar, déjame, que me quiero conocer”. El volumen de ése estéreo subiendo hasta convertirse en alarido por mis labios ante mi negativa de abrir éste cuarto en penumbras azules.
Ahí afuera estoy, derrumbado, llorando frente a ésta puerta que me separa de mí, de Jair-En-La-Intimidad, Jair-Desnudo con dos lágrimas resbalándose. Volteo hacia la ventana, le doy una suplicante mirada y el cielo da un suspiro: La Ciudad es Hembra, viene a copular con el Cielo Macho, gruñe a relámpagos y truenos ante la caricia del vientre de México, Distrito Federal; todas las luces se encienden, es orgasmo de faros, edificios, reflectores y anuncios. Desde mi octavo paraíso observo el orgasmo de la Tierra y el Cielo, y, de pronto, una luz nueva… Corro, me abalanzo contra la puerta y la derribo. Heme aquí, y no lo puedo evitar… ¡Jair! ¡Pero si eres tú! Y me callo, porque me digo que guarde silencio, mientras me señalo la ventana, quiero ver aquella luz que se agranda, y la ventana que me ha matado dos veces gime, y la puerta, el edificio, la silla en la que estoy sentado, mi cuerpo desnudo en la cama, tiembla, como mi cuerpo vestido. La luz ha acercado, adopta una forma fantasmagórica de paloma, que nos hace temblar a todos en cuanto toca el marco de mi ventana homicida: caemos, Jair-Cuerpo-Fuerte y Jair-Torcido, Yo.
Conforme alzo la vista la luz del sol se apaga. Sólo tenemos la fosforescencia de la extraña paloma y crea una serie de clarobscuros en la habitación que son mis sombras deformes, millares de yos silentes, y sólo mi-mi respiración escucho… Un solo instante, y un gemido femenino, cachondamente gutural; descubro con sorpresa, Jair-Cuerpo-Fuerte y yo, que lo da la paloma, rompiendo nuevamente el abismo de la ventana asesina, vengándome por mis muertes, dándonos vida otra vez, como un cincel que parte mi y también mi petrificado corazón. Creo que me rompo, por la serie de disonantes gemidos que me da la paloma a cada uno de mí. Duele mucho. Mi unión duele en serio, me obliga a cerrar los ojos, pero cuando los abro, es una mujer de velos transparentes que bailando cose mi cuerpo, Jair-Cuerpo-Fuerte con Jair-Torcido. Baila ése pendejo, el primero, con ella, y éste otro pendejo, no puede moverse. Se funden en uno solo, extraño cuerpo de cuatro piernas, cuatro brazos y dos cabezas mientras éste imbécil que se platica a sí mismo esto, no puede hacer otra cosa que platicar consigo mismo. ¡No puede ser! Siento mi cuerpo fragmentado en los labios de ella, siento mis manos craqueladas recorrer ése frágil cuerpo, y disfruto mi penetración en su cueva de amor, disfruto sus uñas rompiendo mi piel, buscándome también, sus senos hurgando en nuestro pecho, pero aún así, mi yo pendejo cree que hay alguien más, algún mirón metiche en ésta habitación, pero no me hago caso, el orgasmo amenaza con diluirme, con fundirme a mí mismo conmigo; exploto, y me siento tan vivo que si no fuese tan grande el estruendo del espejo al romperse, no le haría ningún caso. Pero el espejo también explota, se quiebra desde dentro y Jair-Inverso salta, nos separa lo que tanto trabajo costó unir… Pendejos que somos. Jair-Cuerpo-Fuerte se pelea con Jair-Inverso mientras ella ríe, ¡y éste pendejo sin poder hacer nada! Metido dentro de su cabezota. Pero con cada golpe, el que se quiebra soy yo. Nos veo llorar, y lloro también, arrepentidos, reclamándonos a gritos estar como antes. Jair-Inverso arregla todo, salta por la ventana asesina que sonríe, y muero por tercera vez. Le quiero gritar, y yo también le quiero gritar, y no puedo. Sólo atino, Jair-Cuerpo-Fuerte, a sentarme en la silla donde antes yo, Jair-Torcido, estuve sentado viendo mi primera y mi segunda muerte, y ahora la tercera, blanco perfecto de las carcajadas de ella…
No, no bailes ahora, no, que te llevas la tarde entre tus labios; no, no me mires así, por favor, que provocas el fuego de nuevo en mi piel. No vuelvas tu rostro, no me beses, deja de recorrerme con la lengua, no te bebas mi río, no me tientes las nalgas ni lamas mi culo, no me beses los pies… No me quiebres aún más, maldita mujer, que tu deseo es el veneno que revive por sensación… Pesa mi pecho, es duro tener de nuevo un corazón vivo, maldita mujer… Deja de reírte, que me enamoro de ti, de tu pelo, de tus labios, de tus ojos que me hacen el amor con solo verme; no ves que me duelen tus manos recorriéndome, que me lastiman tus pezones parados en mi espalda, que me sofocan tus nalgas, empeñadas en restregarse sobre mi regazo; me arde tu boca en mis piernas, en mi pene y mis cojones… Tu aroma me quema, perra lujuriosa, y al bailar lo dispersas por toda la habitación; Ay de mí. Yo sólo quiero acción sentimental.
La ventana asesina, indiscreta, me expone a las luces, y el cielo y la ciudad observan irritados cómo su hija anda de puta conmigo, Jair-Cuerpo-Fuerte, mientras que Jair-Torcido escucha a Jair-Inverso tocando como yo antes toqué, la puerta que yo mismo cerré para no permitirme entrar. Pobre de mí, me quería conocer, y el hacerlo me ha costado tres muertes. Mis miembros se desfloran, mientras las horas de la madrugada pasan y las agujas del reloj corren, el aroma inunda cada centímetro de mi piel, hasta que así, maldita mujer de la que me he enamorado, te acercas a la ventana y te vas volando, dejándome llorar por fin, solo.
¡En serio! ¡Lo juro! Cuando llegué a la casa no pude evitar soltar un alarido al verme, sentado en la silla, acodado en la cama, y tirado en el piso, junto al espejo roto y la ventana quebrada por donde volví a saltar.


28 de Julio de 1990.



Sin título número nueve.

2:09 A.M.

En mi casa de la Colonia Roma
Ocurren muchas cosas
Y sucesos que enmarcan la vida;
Quimeras enmarcan mis desdichas
Por ver al ocaso en tus pupilas.

Ahora cumplo un día más hacia el viejo,
Tú, otro hacia el olvido.
El amor corta el ego
De no voltear hacia el hastío
Que entra por la ventana, luego

Te levantarás,
Harás el café.
¡A desayunar!
Que hoy no termina el ayer.

Cuatro pesos de cobre,
Cinco besos en tu piel
Cuesta arrancarme del cofre
Que es tu regazo, miel
Que amaina el acontecer

Del tiempo marcando experiencia
Sobre mis anteojos.
La convivencia
Con los amigos hermosos
Que nos tardarán en olvidar.

Y si lo hacen,
Alcemos los brazos al cielo
Y gritemos ¡gracias bien!
Porque por mis espejuelos
Aquí te puedo ver.

29 de Julio de 1990.



Ahora, es el olvido.

2:42 A.M.

Ahora, es el olvido.
Noche obscura, dimensión amarga por la que él corre. Dimensión amarga es ésta calle, y éste pantalón roto, y éstas manos sucias, ¡y esta cara!
Parapetarse en un paso a desnivel, observar cómo te rodean los fantasmas, sólo mueca de dolor y de angustia se presenta; se rompe un vidrio, alarido, manos que se posesionan y se juntan, chupan, se clavan en las sienes, mesan el cabello, tapan los ojos, o, mejor dicho, las lágrimas que fluyen abundantes entre los dedos, y el alarido que se escapa, corre, huye por las calles… Nadie vendrá.
Sin embargo, ahí están ellos: los recuerdos. En sacerdocio Ella, Xipe Totec, vestida con la piel de otro. ¡No! Y se juntan, separan los miembros y te colocan encima del barandal, extraña piedra metálica de los sacrificios.
¡No! Ella se acerca, navaja de pedernal en mano para arrancarte el corazón y ofrecerlo a San Distrito Federal.
¡No! El dolor es agudo con sólo la insinuación.
¡No! Los músculos se tensan, crecen, se crispan como cables de acero, se vuelven de la misma substancia que el barandal en que estás recargado; rompes el abrazo mortal, desatas los dedos que te sujetan las piernas, los brazos, el cuello y saltas, huyes y llegas al piso junto con los vidrios que se han roto, el dolor de las luces al impactarse contra tu ser.
Ahora, es el olvido. Metes el cerrojo en la llave y penetras a un abismo, vórtice que te traga y te escupe en una habitación, sentado en medio de ella… Toc toc. ¿Quién es?
Toc toc toc… ¿Quién es? ¿Quién es?
Silencio llama, te trae un regalo de la noche. Silbidos y arañazos en tu puerta, pedradas en las ventanas, pasos por tu techo…
¡No! ¿Quién puede ser?
Maquiahuitl ha vuelto, rompe tu barrera de olvido, te arroja hacia el pasado, ¡míralo bien! ¡no lo olvides! Con sus hojas de obsidiana rompe tu pecho, te arranca el corazón y se lo come, te come a ti…
¡No! Corres y saltas por la ventana.
¿Ves? Te lo había dicho. Ahora, es el olvido junto a la lápida que trae tu nombre y donde Tlazoltéotl viene a verte cada noche transformada en Llorona para hacerte el amor.
¡No! ¿Dónde está? Hoy no vendrá, hoy no llegará, por que ahora, es el olvido.



31 de Julio de 1990.



El grito.

12:19 A.M.

-¡¡AAAARRRRRGH!!
El tiempo pasa, y, probablemente, la lluvia tardará en borrar el recuerdo de las pieles sazonadas con los sensuales sonidos del sax, pero lo hará, ya que a nadie le importa, sólo a ti, que tirado, mojándote, recuerdas cómo pasó todo.
El tren corre y entra en la ciudad al atardecer. Caminarás hacia la casa que te espera; probablemente gritarás en lo que la maleta cae de tu mano. Es la esquina de ella, y volverás a gritar por el recuerdo del corazón, en lo que la luna aparece y corta el cielo con sus cuchillos de plata; los gatos se erizan y los ojos perciben la sinfonía de las luces de la ciudad en una azotea donde tu tiempo transcurre, quizá sentado, esperando un cambio en la actitud de ella, y gritarás, probablemente porque descubrirás que es la azotea de ella, y desde donde estás, puedes ver cómo la fornica un obscuro sujeto sin forma, sombra de ojos que eres tú, tu recuerdo cayendo al lavabo mientras que las luces de la ciudad homenajean a la luna, a tu pasado, y a ése hombre obscuro de pene gigante que le muerde los pezones y rompe tu alegría al hacerla aullar de placer con las piernas muy abiertas.
Fijas tu vista con odio hacia las luces, tu cerebro se hace lerdo y tu corazón se embota por la inminente presencia que se va adueñando de ti, se mete en tu alma con cada murmullo, cada jadeo y estertor que parte de su alcoba. Tu vista se ha vuelto a perder, y una rigidez abominable te molesta al caminar; tienes que soportar ésa maldita erección que no es tuya, una erección que te dice lo animal que eres, capaz de excitarte con una traición tan brutal, y que te obliga a petrificarte, a cruzar tu garganta, detener tus voces; se te erizan los cabellos y bajas corriendo la escalera; te detienes junto a la puerta, justo para escucharla en murmullos diciéndole a ése pendejo las obscenidades que rara vez quiere decirte a ti.
Sacas de tu maleta la pistola que siempre llevas y derribas de un puntapié la puerta que tantas veces te recibió con sonrisas que hoy sabes fingidas; te diriges a su alcoba con la pistola lista a disparar, y los descubres tan entretenidos que ni se han percatado de tu justa furia. Apuntas, pero un último rasgo de cordura te detiene al no distinguir quién es quién, no hay separación entre brazos y piernas, entre cadera y cadera, sombra y piel…
Gritas, y separas por la fuerza a ése obscuro cabrón hijo de la chingada, lo golpeas con ira, y casi no notas que es a ti a quien le duele cada golpe que das. Ése cabrón se hace más fuerte, se hace gigante y riéndose de ti te empuja y sale de ahí, siempre riendo, lastimándote con su insolencia, dándote la espalda. No le importas, te ve como nada, y enojado, das dos disparos. Te extrañas de lo fuerte que es, y adolorido, y sangrando sin importarte porqué, te obligas a levantarte y a seguirlo; tu odio es tan sordo que sientes como si tuvieras un panal sobre tus hombros, su zumbido te dice dónde encontrarlo, e ignoras el dolor, sólo bajas las escaleras buscando la calle, buscándolo a él. Das la vuelta en una esquina, caminas un par de cuadras lo más rápido que puedes, y al dar la vuelta en un callejón, lo encuentras. Al verlo, lo insultas, aunque cada palabra es como un golpe que recibes y que te hace caer hincado ante ése malnacido. No te importa, sólo quieres vengar la humillación, la traición, y te lanzas a la lucha, te acuerdas de la pistola que llevas en la mano, pegajosa de tu propia sangre y disparas hacia ése gigante burlón, obscuro y sin forma, que de la nada saca él también un arma. Ya no sientes nada, salvo un par de golpes secos que te rompen por dentro, como si estuvieses hecho de yeso, vacío. La vista se te nubla y un dolor muy agudo se clava en tu cuello y el corazón. Te vas doblando, lleno de ira. Tratas de hablar, pero sólo logras echar sangre. Caes, y reconoces la buena puntería que tiene el imbécil. El hombre obscuro se va haciendo más grande, inunda tu mirada, y su tacto frío te va tomando los pies, las manos. El cuerpo se te va quedando helado, rígido, y de pronto, tu ira se diluye con el llanto de unos ojos amados, sus manos que te tocan el rostro y su boca, que antes te pareció decir obscenidades, ahora te dice frases de afecto y cariño, reclamándote por hacer ésas tonterías… “¡Pinches celos pendejos!” Te recriminas con dureza por permitir que crecieran, que lo echaran todo a perder. Ahora te quedas sin ella, te quedas sin nada, torpe suicida, celoso de tu propia imaginación, te dices gritándote angustiosamente, mientras tus lágrimas resbalan uniéndose con las de ella.

7 de Agosto de 1990.





Rima de madrugada.

6:17 A.M.

Madrugada fría,
Mi compañera esperó al alba.
Compañera mía,
Compañera del alma.

Desnuda, erguida
Ante el tacto de una luz azul,
Seductora de dedos de caricias

Te dejabas recorrer por mi mirada
Ardiente de veinte años, María Alejandra.
Excitabas todo mi cuerpo, mojada
De la luz de mis veinte años, al fin ganada.

Destellos saliendo por los ojos
Que hacían volar como tordos
Mis sentimientos hacia tu morena piel,
Luminosa, semejante a la miel

Del sol temprano.
Besos en la puerta
Del orgasmo
En donde haces que broten
Flores de calaveras,
Primaveras
Que se funden con tu aroma, ver

El bello tono de tu piel
Entre mi lengua,
Y tus caderas
Organizando el amanecer.

7 de Agosto de 1990.



Sueño de verano.

El celo de la luna reflejándose en ti, la hace marchitarse, ¿sabes? La luna está celosa en el agua, tan celosa que cuando metes la mano en la fuente se deshace, y se evapora ante el calor de ésa mano que acaricia y atrae; se evapora y se vuelve fría, azul y lejana en medio del cielo, y enojada, se oculta tras las nubes que son llevadas por carruajes de viento. Soplo de tus senos en la madrugada, turgencia de las aguas de tu pecho que cuentan su amorosa experiencia conmigo, hasta que el sol sale y te deshace entre sus rayos de luz, fantasía, sueño de verano.

8 de Agosto de 1990.



Sin título número diez.


El hombre espera el tiempo de irse, volver la espalda y ya. Romperse el alma contra los cerros para que ya nunca se vuelvan a erguir en nuestra arenosa memoria, polvosa que poco a poco se borrará de tu esencia estable, tu esencia hermosa de mujer amada por años, esperada por milenios de un amor contenido, como el suspiro que se exhala hacia el cristal empañado por la lluvia, bajo la muerte de mi recuerdo en ti.
El hombre piensa, y los cerros sucumben de la pasión guardada, destilando hasta los huesos amor, aquel que se guarda por no atar, aquel amor tan poderoso que es capaz de soportar toda la angustia y el dolor de tu olvido. Tu voz, campanadas de mi iglesia, tu aroma es la flor que se niega a morir en la tumba de mi alma.



Sin fecha, año de 1990.



Uno para Pita.

Si en el fondo
De tus ojos
Brilla la estrella
Del porvenir,

Y además el fuego
Contenido adentro
Del alma te arma,
Te presta una esperanza

Para abrir los brazos
Y saltar por la ventana,

No mires atrás, los lazos
De mis lágrimas
No te alcanzarán.

Mi propio fuego
Te alejará.

No importa que mis ojos
Vacíos queden de ti;
Mis huesos malditos, rojos
De atardecer al morir

Queden sobre la habitación
Donde la luz posó
La esperanza en la sonrisa
Que en tu boca
Latía como un corazón.

Ahora tu luz se aleja
Con la calma de la tarde.
Las luces de la ciudad saltan añejas
Y el dolor arde

En la distancia
Que has abierto en mi corazón
Desde la infancia
De nuestra relación.

Sólo el fantasma
De tu presencia me has dejado,
Escondiéndose por los espejos lánguidos
De mi pronta marchita alma.

Tu aroma en la habitación
Transformada hoy en la cripta
De mi espíritu sobre tu flor,
El recuerdo palpita

Y el espíritu marchita
A ésa flor que de tu regazo
Brotó, lamiéndote las piernas.
Ahora la pena debilita

Mis labios ajados
De ya no tocar tu piel.
Y éstas manos
Torpes sin el abrazo
Que tu cintura sabrá ofrecer.

Anda, no te detengas ya,
Que mis extendidos brazos
Alcanzarte no podrán ya.

Anda, no voltees hacia atrás,
Mi polvo no te tocará ya;
Ni mi memoria,
Ni siquiera mi olvido
Podrán acariciarte más.

Ni el alarido
Que en mis labios
Suspendido está.

Ni los puños cerrados
sobre la tierra,
Ni la histeria
Que el dolor entierra
En mi corazón;

Ni el abrazo de mi soledad
Te alcanzará ya.
Anda, no te detengas más…


15 de Agosto de 1990.



Réquiem de invierno.
(Otro para Pita.)

El ocaso penetra por las pupilas que enmarcan tu rostro de mil velos:
El de la despedida,
El de la angustia
El del deseo…
Dama del Deseo, quiero verte sentada junto a mí; listones, velos de incógnita moviéndose entre el viento seco que entra en la habitación
en la que
estoy,
desnudo en la penumbra
del olvido, te vas,
a tu porvenir corres y me atrás me quedo,
muriendo
por los golpes de olvido que me convidas,
muerdes las ingles
y el corazón
del hombre desnudo
en la penumbra, cuando Fémina del Adiós cabalgue sobre él, desdén en
las palabras que
hablas
al marcharte por la ventana…
Y el polvo del esqueleto crea barro: son tus hijos de las lágrimas y mis huesos pertenecientes a ayer, donde dejaste tu regazo; ahora no puedes volver atrás, no quieres mirar atrás por entre los cabellos del alma,
Batalla
de la llamarada
de los años en que
pasamos juntos con los deseos atados a la cama que está junto a la ventana del mañana,
y la claridad en donde te recortas
quema mis retinas y me vuelve loco, arde del deseo y estiro la mano queriéndote tocar, hablar un par
de estrofas más…
Convencerte de que no te vayas, no debes volar, aquí en éste cuerpo está tu casa; cuando tu alma cansada está de volar,
Recuerda:
Aquí está tu hogar,
Dama del deseo.
No solo es por tus piernas,
No sólo es por tus pechos.
No sólo es por tus manos,
Ni por tu regazo,
Ni por tu cabello negro.
Es sólo el sentimiento del olvido que no quiero que me queme los pies, las manos, el cabello y los recuerdos que guardo de ti en la obscuridad de éste cuarto, de la obscuridad de tus pupilas, en la piel que
esperé acariciar durante tanto tiempo,
En fin, el recuerdo
atrapado en las manecillas del reloj de éste cuarto, aquel que está junto al espejo donde se pasea tu fantasma, desnuda en el reflejo del alma mía; sí, así te quiero,
y espero
que cuando tu alma cansada esté de volar,
sencillamente recuerdes
que mi cuerpo es tu hogar.
Quizá la distancia borre mi cara
De tus recuerdos,
Mi alma marchita
Se irá muriendo entre tus dedos,
Y el sentimiento que antes hirvió, se
evaporará ahora,
esperarás
a que llueva, para no recordarme,
para refrescarte con la certeza de que estaba enamorándome, y ése alguien es aquel que se consume hoy en su pasión, su amor saltando,
a veces violento,
a veces calmado.
Pero es sencillamente amor, al fin y al cabo, el que trato de lanzar con todas las fuerzas de mi alma
por ésta ventana
que se recorta en clarobscuros hacia las afueras
de la ciudad
en donde las luces me recuerdan
que por ahí debes estar;
dormida, tus ojitos dulcemente cerrados,
esperando
que el Príncipe del Cuento (que infelizmente no soy yo)
venga a despertarte como ayer te desperté,
con el mismo mensaje que ahora trato
de hacerte llegar,
tratar
de acariciar una vez más tus oídos, tu cabello, demostrarte que mi carnalidad puede ser espiritual, que puede llegar a tu conciencia ahora dormida, soñando con caballos y emblemas de amor; postes que sostienen el templo de tu cuerpo amable a la vista; tu conciencia sigue dormida, sin saber que sólo es un sueño
el que te mando ahora
con la forma de paloma
luminosa que intentará que olvides tu olvido.
¡Aquí estoy! Gritaré, y si me oyes,
si me escuchas,
recordarás, quizá comprenderás que sigo aquí, mi alma en mis dos manos, ofrecido, para decirte, para gritarte una y otra vez que
cuando tu alma cansada esté de volar,
recuerdes que mi cuerpo es tu hogar.
Que tus recuerdos son mi existencia,
Que mi presencia permanece
Si te quedas aquí, en la ciudad.

Réquiem de invierno,
Canto callado
Que bulle en el pecho del quebrado.
Late en el cuerpo interno
Del ya no ser jamás,
Ni en la intimidad
Ni en la multitud,
En ninguna latitud
Escucharás mi canto invernal.

Sólo si volteas atrás
Para buscar
Mi corazón encerrado
En aquel cuarto

Perdido en la gran ciudad,
Y decides entrar,
Empujar la puerta,
Recortar tu silueta en el marco

Comprenderé que me has escuchado,
Has oído mi canto,
Mi dolor callado,
Y lo habrás comprendido.

La paloma te encontró
Y habrás vuelto para quedarte.
Y entonces lloraré
Pero ahora de gusto.
Te abrazaré
Y me despediré del difunto
Cantar de los insectos musicales.

Abriré las cortinas
Y volveré a soñar
Contigo en la intimidad.

Las flores crecerán,
¡Y no se marchitarán jamás!
Y el canto de las sirenas
Traído por un viento morboso
No te volverá a separar de mis venas,

Pues eres entre mí,
Estás en lo que hago,
Estás entre lo que sueño.

Y me platicarás amoríos y experiencias
Y yo no sentiré celo,
Pues ahora con mis dedos
Te hago una nueva canción.
Pero por ahora
Me reseco por el viento que deja éste réquiem de invierno; el sol frío que se pierde entre las nubes cargadas de lluvia, y mojan mis cabellos,
y mi piel.
La cual sorbe el agua con hambre de siglos, por los días en que me has dejado solo.
Unas horas más, y ya no existiré, se morirá mi corazón.
Y sabré lo que es la soledad
En la intimidad
De mi negro ataúd,

Sin la compañía de un recuerdo
Que me diga algo de ti;
Sin que mis ojos puedan volverte a recrear
En la penumbra que me contempla
Y que va avanzando segundo a segundo,
Gota a gota

Deletreándome un pesado silencio en donde tu voz ya no estará.

Mis oídos no captarán
Tu sinfonía de vida,
Ni el mortal silencio al callarte.
Ya no me darás la claridad en un “buenos días”,
Ni el sol me calentará junto al café,
Sin tus velos dándome razones para existir.

Ahora me toca morir
Clavado en la obscuridad,
En la soledad

Que produce la ausencia
De tu sonrisa misteriosa,
Alondra
Que ha volado
Y que ya no ha de volver.
Ni el cordel de mis lágrimas te alcanzará.

Y no sé si mi mensaje
Que hoy te envío
Te tocará,
Y si acaso trocará
En sonrisa tu mueca de olvido,
Apartada de mis delirios
En la diaria vida local.

Si acaso recibes éste réquiem de invierno,
Recuerda que mi presencia fantasmal te reclama,
Te grita,
Te implora
Que
Si tu alma cansada está de volar,
Recuerdes que mi cuerpo es tu hogar.


16 de Agosto de 1990.



Sin título número once.

12:08 A.M.

Amanece.
Es el ocaso de la noche,
Tu noche.
Y acontece
Que, mientras el cielo tiñéndose de azul va,
En la vía por la que corre el tren
Donde irás hacia el eclipse del corazón del mar
Mi mirada correrá hacia el punto del desdén.

¡Qué mas dá!
Voltear la vista hacia los tejados rotos,
Caminar por la costera, lagar
De ánimas en pena, corazón roto
De la despedida, mar,
Claridad
Que acuchillas el sentimiento
En el oleaje comprometido con el movimiento
Que en sus caderas pude hallar.

¿Y qué más?
Esperar parado en la orilla del mar
Para que el viento cargado de humedad
Quizás pueda apartar tu mirada de encima de mí.

¡Que no quede ni un recuerdo más!
Embotellarlos habrá,
Tomar fuerzas
De mi conciencia
¡Y arrojarles al mar!

¡Que en su oleaje
De amante
Infiel quede mezclada
Tu partida, tus groserías y mis dilemas,

Tu sordo caminar,
Tu voz atrapada en cada calle del puerto
Y en mi cuerpo muerto
Junto a los besos insatisfechos
Que quise darte en ése carrizal!

Es la hora de patear la luz
Concentrada en cada piedra,
Voltear la cara, intentar hacer la prueba
De vivir sin la esencia
De tu cuerpo de líneas violentas

Que se rompen en el mar,
Igual que tu cariño fugaz,
Y sin ésa pequeña mano
Que pintaba gaviotas en el helado

Cantar de las gaviotas
Durante las mañanas
En que tomábamos alas
Para volar sobre las olas

De mi enorme desesperación,
Al no poder encontrarme con tus ojos,
Mirarme dentro de tus ojos,
Y aferrarme a tus piernas con la emoción

De que algún día
Quizás te alcanzaría.

Ahora, volteo la cabeza, no mirar atrás,
Hacia el tren y convertirme en estatua de sal.
Sólo camino despacio hacia mi jacal.


22 de Agosto de 1990.



Poema prosado al final de éste camino.


En las pupilas marchitas
De mi desesperación en Eros
Se percibe la esencia marchita
De mi cuarto en clarobscuros.

Por la ventana se siente la sombra del amanecer, con sus alas veladas y tu sonrisa cayendo, iluminando el plano existencial del espejo de mis ojos; ventanas del alma, por entre las cuales te percibo,
Y tu sonrisa,
Transformada toda en aurora,
Estalla en mil espinas
Que se incrustan en mi corazón, ahora…

Ahora,
Provoca ésa voz un golpe feroz
Que ni el poderoso tiempo
Ha de resarcir, pues tu lengua, hoz
Hace que mis ojos en eco

De tus luces, les broten llamas,
Semejantes a velas
Que son las lágrimas
De mi pasión hechas

Fuego, brasa que fluye en el amanecer,
Y mientras caigo,
El cuento no empezará otra vez.

Me paseo entre las velas de mis lágrimas, como en un monasterio y cuido a mis almas, todas éstas mis personalidades entre pasos sombríos, brunos, obscuros callejones cuyo frío empobrece a mis velas; mi andar se hace más lento conforme me acerco a la puerta; el viento feroz que ella apenas contienen apaga una a una mis lágrimas. Duele, arde como si el corazón fuese el alfiletero a donde van a dar mis penas conforme se extinguen, se incrustan; mi rostro se desfigura, máscaras que me pongo para que nadie se dé cuenta de la mueca que la puntada certera provoca, el daño preciso en el nervio exacto, y mis pasos que se hacen lento por la pena, mi corazón latiendo con las esquirlas del pasado, que así sea,
Para al fin poder abrir la puerta
Y tu luz deshaga entre sus dedos
A mi prematuramente marchito cuerpo
Y volatilice como alcohol mi alma,
Irreconociblemente ajada,

Para que por fin
Pueda volar sin ti.

22 de Agosto de 1990.



Cuando vuelva a tu lado.

“…Cuando vuelva a tu lado,
No me niegues tus besos,
Que el amor que te he dado
No podrás olvidar…”

MARÍA GREVER.


4:01 A.M.

En el fondo del cielo
Se recortan en clarobscuros pálidos
Y morbosos los edificios en exceso.

El hielo
A la par que el concreto,
Se arremolinan en la ventana del tren;
Corre en lo que los ojos ven

Las siluetas,
La pobreza
Caminando en vaivenes por las calles,
Junto a los canales
De aguas negras que anteceden a San Lázaro,
Vieja estación de ferrocarril,

Donde los fantasmas
Captan
El humor del negro asfalto,
Transformado hoy en arco
De cejas: Recuerdo.

Cuando vuelva a tu lado
Llegaré por la ventana,
Transformado en el arco
De la paloma negra y alada
Que son mis cejas.

Cuando vuelva a tu lado
Seré recuerdo recortado
En siluetas por las cortinas, desde abajo,
Hasta tu costado.

Cuando vuelva a tu lado,
No me niegues tus recuerdos,
Que ahí entre ellos
No ocuparé mucho espacio.

Me quedaré ahí,
Calladito, pequeñito,
Algo distante, en fin,
Con la lágrima en exilio

Y tu flor,
Ahora varada en ése andén
Donde con el café
Humeante, amor,

Me pregunto qué haré
Cuando vuelva a tu lado.


8 de Septiembre de 1990.



Elegía del Corazón.

5:43 A.M.

Corazón de ojos dormitando
En la distancia de azules y rojos
Del clarobscuro de la luz languideciendo
En las sombras que entran por ésos ojos,
Y de ahí, de nuevo al corazón,

Que recarga su pesar
En el viento mordaz
Que erosiona las caricias,
Que deshace las perfidias
Al pasar…

Y es que el sol eclipsándose va,
El corazón abriéndose está
En la melodía
Que empezó al mediodía
De la sonrisa fugaz,

Y en el momento rompe
El llanto
Que resbala sobre
El rostro marchito, ajado

En donde la morada de los ojos
Se obscurece quedando en penumbras.
Ni la lágrima que resbala en las almas
Logra romper ésta soledad que el rojo

Metamorfoseado en mujer
Deja clavada
En el alma
Una obscuridad de vejez,

En lo que las manos
Se alzarán señalando
Al ocaso.

¿Podrás silbar de nuevo
Por la avenida
Tu voz de vida?

¿Podrás?

¿Podrás de nuevo
Resumir los siglos enteros
En las esperas del sol?

¿Se alzará de nuevo
Aquella voz,
Aquel color?

No.

Y sin embargo, el acero
Deja emerger el veneno
Del concreto
Por mi piel.

El desdén por los ojos entrará
En forma de viento otoñal
Que dibujando piruetas
Dejará una secuela

De vidrios y goznes lamentándose,
Las flores marchitándose
Comenzarán a llorar
Ante el matiz mortal

Que los vidrios rompiéndose
Pintarán en el aire,
Mientras que los árboles desgajándose
Sepultarán los cadáveres

De aquellos que perecieron esperando
La profecía.
Soldados de fé lamentando
No poder haber alcanzado el día,

Ya que ahora en el Mictlán
Ya no podrán
Asomarse más.

Hasta que la voz
Transformada en Sol
Les preste ya

Nuevo cuerpo, nueva vida, nueva esperanza
Para salir de la trampa
Que es la muerte del cuerpo;

Volando sobre las nubes
Podrán apreciar cómo el sol se eclipsa,
Y una nueva luz palpita
Creciendo entre las nubes…

¡Es Jesucristo Dios!
Y entonces se regocijarán,
Puesto que la profecía dirá adiós,
El mundo cruel dirá adiós,
Y las almas, rotas las cadenas, volarán…

Todo esto por los ojos.
Todo el cielo rojo,
La abstracción total,
Te penetrará por los ojos;

Todo el encanto total
De una sonrisa,
¿Ves? También las caricias
Se sienten con la vista,

Hasta el roce
De los femeninos labios
Al depositar besos en el ocre
Placer del cuerpo hecho piel,

Nervios, tendones y músculos
Que se marchitarán sin querer,
Hasta que el alma cansada viaje en el tren
Que lleva al Mictlán, Hades obscuro.

Si no lo alcanzas,
Sólo te queda penar,
Ciego, lamentando por las calles
El ya no poder observar el talle

Que prodigándole caricias
A tus manos va.
Mujer que antes fue Alejandra Lejana,
Guadalupe Apasionada,

Ahora sólo son Llorona
Y atándote a su regazo estarán;
Arrastrándote por las calles de la ciudad
Ya sin ojos tuyos, ni ajenos,
Que te observen ahora…

Ciego errarás,
Tu obra terminará
En un alud de cenizas
Cayendo sobre tu memoria yerta.

Sólo serán letra muerta
Sin pasión,
Un número en la procesión
De obras de autores muertos,
Desconocidos,

En la pantomima del tiempo.
Mientras, Satán sigue viviendo,
Conduciendo al mundo
A su destrucción.

El alma dormita en el viento,
Sobre las estrellas,
En el aliento
De mi humanidad bella

Sólo porque tiene vida.
En esto somos semejantes a Dios;
Sólo en Él se sustenta mi emoción
De que las huellas que voy dejando
No serán en vano.

Espero,
Que el viento del ocaso
Hecho olvido lento
No deshaga la esperanza, el abrazo

Que trato de dejar en tu corazón,
En aquel rincón
Que los recuerdos guardan para la posteridad,
Lejos de la actividad

De la vida diaria,
Reservados para el rincón
Que resucitará
Peinando canas sobre la emoción;

Corazón:

¿Podrás permanecer?
¿Serás capaz, amor?

No…

Es el anochecer de mi devoción…

Alma mía,
Corazón de ojos dormitando
En la distancia de azules y rojos
Del clarobscuro de la luz languideciendo
En las sombras que entran por ésos ojos,
Y de ahí,
De nuevo al Corazón.


17 de Septiembre de 1990.



Sin título número 12.

5.00 A.M.


Si me comprendieras,
Si acaso sintieras
En la piel el ardor, el dolor
De la sangre regada al Sol,

Captarías mi caminar
Por éstas calles de Tlatelolco.
Mi mirada sin la tranquilidad
Rondando por el cuerpo amorfo

Que confronta el conocimiento
Con el herirse a sí mismo;
Con bengalas,
Con balas,

Matando a su gente,
A sus mujeres,
A sus niños.

Si vieras el Campo de Concentración
Mexicano,
Hermano,

La sangre lanzando el grito
Clamando venganza,
Clamando justicia, contra
La acción del genocidio
Contra mujeres, contra niños…

Si pudieras oír como yo
El crepitar del Sol
Indignado, reclamando lo que vió,

Los gritos de los árboles,
El mismo cemento frío
Estremecido por los golpes

De los cuerpos desvaneciéndose
Ante la cruel metralla
Que vomitaban
Unos hombres de metal.

Si pudieras escuchar el eco
De mil gargantas aterradas
Grabándose, bruñéndose en la piedra
Para clamar a Dios por el cuerpo

Que cosiéndose a plomazos
Cayó…
Me entenderías.

Quizá entenderías
Por qué el Sol se niega a salir en Tlatelolco,
Quizá entenderías
Porqué nuestra herencia es sólo una red de agujeros,
Por qué mi árbol quedándose sin hojas vá…

Que no preciso de las lagañas de un perro
Para observar con horror los cuerpos
Que deambulando en las calles están,

Eternamente marchando
Eternamente la v de la victoria en alto,
Exigiendo justicia a la historia
Desde Tenochtitlan
Hasta Tlatelolco ’68.

¡Pobrecito Gustavo Días Ordaz!
Tengámosle compasión,
Ya que ante el Trono de Dios
Llorará como un gran maricón
Ante la presión

De mil dedos sobre él.
La sangre que alevosamente derramó
Gritará “¡Crucificadle!”
“¡Crucificadle!”
¡Crucifiquen al gran cabrón!

Que descanse mientras puede,
Que sus compinches sicarios
Le sigan levantando inmuebles,
Estatuas y monumentos
Al asesino de la nación.

Que descanse mientras puede,
Por que la misma tierra en la que duerme
Lo escupirá sin compasión,

Cuando el Amor
Le pida cuentas.
Cuando Jesús de los Ejércitos
Deshaga sus huesos,

Y de sus monumentos, palacios y torres
No quede piedra sobre piedra
Y su tumba abierta
Sirva de cagadero popular
Con un letrero que rece:
“Al asesino de generaciones,
Gustavo Díaz Ordaz”.

Sin fecha, Septiembre de 1990.

Elegíacas a Guadalupe I.


En el libro de los recuerdos
La memoria del bien sabido
Se consagra en remedios
Para un olvido herido.

Ha huido el viento
En borrascoso exilio
Que grita en lamentos
Que por caridad, brindes auxilio

A las flores deshojadas
En pétalos que le gritan
A la tierra que resista
La lluvia cargada de tu mirada

Triste y fría;
Parpadeos en azul índigo
Que claman: Indira,
¿A dónde huiste, amiga?

¿No ves que las flores marchitan
Sin ti? En lo que me divido
En Guadalupe e Indira
Pensando en Alejandra o María,

Sólo permaneces tú.
Aguda, etérea, fría;
En tu mirada azul
Y tierna, ya no mía…

Ya que ahora perteneces a la Ciudad
Donde no te encuentro,
Alma mía, vida mía, en el mundo muerto
Sólo tú eres verdad.

Indira, amiga,
¿No ves que las flores marchitan sin ti?
Ven a regarlas como ayer;
Aunque sólo seas recuerdo, piensa en mí.
¿No ves que las flores marchitan sin ti?

¿No ves, Amada,
Que siempre te he Amado?
¿No sientes en tus mejillas
Los besos y abrazos
Que te he dado en la almohada?

¿No has sentido en tus sueños
El peso de tu cuerpo
Cuando, en la noche mortal
Lo hago bailar

Flotando entre tus velos
Sobre una barda con mil gatos serios
Que maúllan: “aquí debería estar tu nombre”?

¡Oh, Ilusiones!
Vacío me han dejado
Por el fuego que corría entre mis manos
Para devorar mi espíritu, Ilusiones,

Por tocar tu cuerpo,
Los ojos se me han secado,
La imaginación ha trepado
Por tu espalda, a tu cuello.

Se ha enredado en ésos cabellos
Que siempre se han agitado
Con los rayos
De la tempestad.

Indira, amiga mía,
¿Cuándo volverás?
¿Podrás perdonarme un día
Amada mía

Tantos errores
Que he cometido hasta entonces?
Todo me parece vacío con tu ausencia,
Las horas pasan lentas

Cuando quiero gritarte
Que te he extrañado horrores,
Pero no me pidas que cuestione
Éstas pocas bases

Que de mi humanidad quedan,
Por que sólo tú eres capaz
De hacerme temblar
En cuanto te veo,

Por eso he preferido
Exiliarme de tu mirada
Y acallar éste grito
Que ahora escribo en la Nada.

Espero que me entiendas,
Y no digas nada,
Aunque las flores
Marchiten sin tu mirada.

Libro de los recuerdos,
Daño me has dejado.
No brindes auxilio a las flores;
Que se marchiten sin amores,

Que la tierra gima
Sin la caricia
Que ayer tus ojos esgrimían
Con aquella malicia

Que derrumbaba
A mi muro de inocencia;
Destruía ésta soberbia
Para darle lugar a una sabia,

Aguda ironía,
Para maldecirme después
Con envidia,
A la antigua persona mía.

Indira, amiga,
¿no ves que las flores marchitan sin ti?
Aunque el tiempo siga,
Querida, piensa en mí.


8 de Enero de 1991.




Elegíacas a Guadalupe II.



La última frontera
Cae en las esperas
De la luz por la ventana;
Tus ojos, tus labios de grana

Lloran al irme
Volando por la ventana.
Quimera de amor, alas
De paloma, cuerpo de gato.

Indira en las Lágrimas.
La última de ellas
Caerá en mi mano, ánima
A quien pertenece el día.

Tzompantli de amor,
Escenas de luto
En las líneas junto
A mi cara,
En mi cara,
Sobre mi cara,
Dentro de mi cara…

Es espíritu cárcama
Que danza su pecado
Contigo en la cama;
Veinte años pasados

No consuelan al espíritu,
Tzompantli de llama al ocaso,
Que se recrea en doblar mis ímpetus
Y cortarlos en espasmos

De fiebre, es la luz
Que quema en la multitud,
Donde mi esqueleto
A recoger sus pasos quedos

Pinta siluetas en azul
Hacia tu casa,
Auroras en alud
Impulsan, cárcama,

A atravesar tu umbral,
Todo yo en una caricia
Ya obsesiva
Desde mi femoral
Desnudo, corrupto,

Para que sientas en tu piel
La caricia
De mi poesía;
Antes de irme en un tropel

De almas errantes
Hacia el Mictlán.
¿Sientes los cuchillos cortantes
Que anhelantes

Luchan por traspasar tu vientre?
¿Antes que la luz me confine
A mi ataúd de muerte,
Hacia mi final?

¡Oh, Señor!
¿Por qué no puedo ser perenne?
¿Por qué no puedo prescindir de mi muerte
Si es tan solo mía?

¡Señor, Señor!
Polvo soy,
Polvo de amor,
Polvo, sólo hoy…

¿Y qué pasará de ella
Cuando hoy muera?
Amor infinito,
Uniendo nuestros cuerpos en exilio

De sus moléculas,
Dentro de sus bacterias
La danza del Mictlán
Nunca parará.

Adiós, Indira, adiós.


9 de Febrero de 1991.



Elegiacas a Guadalupe III.


¡Luz del errante cataclismo solar!
Cuando en distantes y avaras elegías
Explotabas tu mísera amargura en los días
En que en soliloquios la intentaba amar.

Cuando en obscuro carrusel de esperma
Y fantasía del mar abismal
De un sol de mediodía, encerrado en la pena
De un océano de recuerdos, bruno de amistad,

La requería con mis ojos secos, secos;
La llamaba en mis sueños, sueños;
Y me consumía en mi propio fuego interno
Con sólo su nombre hecho llama en mi entorno.

Sin caricias en los ojos
Que de tanto verte
No pueden ver nada, todo hecho muerte
En aquellos sueños locos

De sol estallando, frío, lejano,
Por aquella ventana en donde, ¡carajo!
Ni una planta hay.

Sólo el viento entra por ella,
Levanta éstos pesados papeles
En donde trato de pintar su huella;
El sol acentúa sus sombras crueles

Y no logra llevarte;
Toda tú hecha de hielo,
Tú en sombras en alto contraste,
Sombras livianas que alzan el vuelo

Para guiar a mi imaginación
Por palacios y estrechos senderos,
Sombras negras a crepitantes llamas en evolución
Que atrapan mi cabeza y no me dejan ir verdadero,

Hasta que mi grito rompa el silencio
En crujiente grieta que pintará de caos al abismo
Del cielo en donde te reflejas en medio
De las alas de las nubes; en mis dedos…

Mientras, ya no hay imaginación
Que valga, por que entre tus llamas
Ha de salir el frío hierro que con alas
De hiel atrapará mi emoción,

Atrapará entre sus garras
A éste marchito y debilitado corazón,
Lo romperá haciendo que el alma
Estalle como ahora estalla el sol!

Ahora el espíritu muere en el plenilunio,
En la tarde en donde el arrepentimiento
Fluye y nace como en algunas tardes de Junio;
Nada se puede hacer en éste momento,

Sólo esperar que tu nombre,
(Al que todas las cosas callan)
Se disipe en las esperas del alba,
En las que el hombre

Nunca se pregunte de nueva cuenta
Cuál será tu nombre.
Sí, aquí falta algo,
Que no lo digo por no despertar a ira
Al bosque amargo.

Sí,
Aquí debería estar tu nombre.


28 de Febrero de 1991.



Elegíacas a Guadalupe IV.



Poesías mayores en la madrugada
En lo que el Ser, si es que él Sea,
Pensando con toda el alma que Dios así lo desea,
Podrá, puedes estar segura, mirar por la ventana.

¡Hala! He aquí que el sabio Merlín
Con su mágica corte ahora en lamentos,
Se ha conducido hasta el portentoso cetro
Que nunca ha igualado ningún arlequín
De sueños.

¡Hala! Que así como ahora verán,
Existe miedo entre la corte,
Por que el Valeroso Don Quijote
Agora ha cerrado los ojos de verdad.

De Mambrinos tomó la corpórea forma de ave,
Y voló, ya sin yelmo, peto y espaldar
Forjándose mil primaveras en el crepuscular
Sol de sienes, universo de la imaginación.

Desde mi ventana veo sus pasos,
Su portentoso caminar partiendo la fuerza del día
Crepuscular, cercana Noche en mil abrazos
Sin su fuerza ya, ahora, Indira…
…¿? Sólo Dulcinea lo sabe.


7 de Marzo de 1991.



Elegíacas a Guadalupe V.



Vivirás en el hastío del Sol.
Vivirás en el Grito que se expande,
Fluye y es cortado por los cactos, atroz;
Cae, y es absorbido por la Tierra: aprende.

Aprende a vivir en la Tierra.
Sí, por que yo iré por fin
A morar, a depositar en ti
Mi polvo en un fardo que me aterra,

No me deja morir ni vivir
En paz, por las ideas
Que se entierran en mi cerebro al partir
Hacia mi ocaso, apenas

Puedo soportar tu fuga,
Tu asta musical blandiendo y cortando el aire,
Tu aliento en llamaradas que a mi espíritu abruman
Y lo deja seco, desierto, por la altivez

Que marcas en un pesado compás
Que el Sol me profiere en rayos que a mi esqueleto
Debilitan, haciendo que mi polvo de amor
Caiga y se deposite yerto

Dentro de tu entraña de diosa maldita,
En tu cuerpo de sinfonía marchita
Y ya caduca, por que sólo yo te pude amar.
Y ahora, sentado junto al mar,

Veo tu silueta recortarse
Por sobre las olas, en bandadas
Que me cubren de amapolas, para amarse
Sobre mi mirada, hecha hadas

Cubiertas de terciopelo,
Y yo con mis dedos
Trato de levantarme,
Asirme sin desmoronarme

Para ver tu marea,
Que en infiel compás
Me sonríe y me acerca
Para luego expulsarme en tu sal

Que quema mis heridas,
Que forma grietas en mis ojos
Y que desfloran a mi pecho solo
Para que broten de él cardos…

¡Ay, malhaya tu amor maldito!
¡Qué no quede nada sobre él!
¡Nada en el polvo infinito!
¡Nada de ti y de mí en el ayer!


18 de Marzo de 1991.


A manera de explicación.

Para la gente que lea éstos escritos, han de saber que tiene harto tiempo que fueron redactados. Yo en ése entonces creía en muchas cosas, y estaba en plena adolescencia, como podrán darse cuenta al leerlo.
Sin embargo, he tratado de rescatar los que me han parecido los mejores del tomo “Elegía del Corazón”, y también he tratado de darles una “manita de gato” intentando no alterar el sentido ni el sentimiento con que fueron escritos. Yo me considero una persona muy visceral, a veces rayana en lo que actualmente les da por llamar “transtorno bipolar”, así que éstos escritos se hicieron durante noches de desvelo, intentando apagar alguna pasión o idea que me arrancaba alguna lágrima en ése momento; así que, como pueden ver, nunca pretendieron ser una obra de arte, ni mucho menos. Si los reuní en un tomo, fue por la insistencia de algunos amigos que me dieron las alas necesarias para intentar, posteriormente, hacer cosas más serias, ¡Dios bendiga a mis amigos!
¿Por qué? Por que escribir fue, en éste humildísimo comienzo, una experiencia liberadora, y me dio, en su momento, y sin mejores maestros que las lecturas de Juan Rejano y Gabriela Mistral, la disciplina necesaria para acometer proyectos más ambiciosos, y la autocrítica necesaria para comprenderme humano, y no perfecto. Nunca he buscado la perfección, y me confieso egoísta, ya que muchos trabajos los he dado por terminados en cuanto me han satisfecho en mi ego. Pero, al leerlos posteriormente, me he dado cuenta de mis fallas literarias en forma y estilo.
Es un camino largo, y no me arrepiento de haberlo tomado, ya que gracias a ésa decisión que tomé hace más de veinte años, hoy puedo darme el lujillo de publicar esto en la internet, y esperar que alguien más, los lea y me critique, me despedace y, posteriormente, pueda coserme de nuevo y llegue a la conclusión de que también soy humano, y que, quizás, crea que valió la pena meterse a leer éstos arcaicos escritos del Gato Jazz.
Mi ambición no es otra que ésa. Gracias por todo.


Heber Jair Aguilar Hernández “Gato Jazz”.Real de Tultepec, a 14 de Octubre de 2008.

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