miércoles, 19 de agosto de 2009

Eructos Literarios: "Los Sueños" 2° parte.

LA JAPONESA.


A Mokona Apapa,
Ageha Okawa,
Tsubaki Nekoi
Y
Satsuki Igarashi,
Por su épica
“Magic Knight Rayearth”.

Y por supuesto,
A los entrañables e infatigables
Cuates que me hacen el favor
De soportarme de vez en cuando.




…Maldita distancia. Ahora llueve. Cerrar los ojos otra vez. No quisiera estar aquí, estoy hasta la madre de tanta gente encerrada. Ay. Debí hacer como ése chavo de ahí y traerme un libro. ¿Qué lee? Un manga japonés… No alcanzo a ver el título, y la portada es compleja… El pinche rollo del manga, tan pictórico, el ver toda la página como un todo y desmenuzarlo después, es tan… pinche complicado. Leerlo de atrás para adelante. Nel, sólo él puede darse el lujo de leer eso con ésta hueva…


¿Que qué hago aquí?
¿Qué me he hecho? Nada. Qué bueno verlos, vénganse, vamos a ése lugar. Como un juego de rol, ése es el sitio adecuado para platicar…

Yo no chupo, no soy un “trancadiaria” como tú comprenderás… A ver, pídete las botanas, pinche Pato, pinche Nalgo, qué bueno, en serio, qué bueno encontrarlos después de tanto tiempo. Justo a quienes necesitaba ver. Que qué me he hecho preguntan, mis insignes cuates. Pues nada, mas viejo… y pendejo, tienes razón. Y no sólo en como me veo, canijos… Si supieran lo que he pasado…

Bueno, no me rueguen, pero la neta no sé cómo comenzar a contar… Hace ya tanto tiempo que no platico así, con otra persona. Hace tanto tiempo (sí Pato, “tan, tan”, parece campana, ¡pero así habla uno, chingá!) que guardo éstas cosas que pasaron.

Sí. Igualito a como ustedes me platican. “Mañana les hablo”, “mañana si los busco”, y así se me fue pasando el tiempo sin abrirme con nadie. Sí, Pato, ya sé que es un lugar común, pero también es verdad que con un poco de alcohol se pueden abrir ésas puertas. ¿Han pensado en lo sola que se ve la gente? Van, hablando por el maldito celular, solos, como si estuviesen locos, creyéndose importantes, que la responsabilidad esto, que la responsabilidad aquello, pero en el fondo, todos estamos jugando un maldito juego de rol, y te tienes que creer a huevo el papel que interpretas…

Claro, claro, no lo niego, por supuesto que me doy cuenta de ello. Todos tenemos que comer, es verdad. Pero tienen que concederme que todo éste rollazo de la “civilización” no es más que un juego… Piensen, ¿qué pasaría si todos en bola dijésemos: “ya no juego”? ¡Claro! Ya saben que siempre he sido un rojo, apagado a huevo desde que junto con el muro de Berlín se cayeron también las ideologías.

Si, Nalgo, no necesitas verme así. El caso es que todo tiene un aire irreal, ¿no lo notan? Y, ahora que lo pienso, el encontrármelos “casualmente” por la calle, la cantina, hasta la poca luz natural que entra tienen un aire de deja-vú. Y tengo ésta sensación desde que viví lo que viví en tantos años que no nos veíamos y que les voy a contar… En serio, hubo momentos en que sentí que la cordura, como si fuese una corriente de agua que fluye por una llave abierta, se escapaba de mí; será que quise jugar yo también, pero en mi locura, quería que el juego fuera distinto, diferente… Algo que no fuera “normal”. Hasta tú, pinche Pato, tan serio como pretendes ser, has deseado abrirte totalmente a la fantasía… No cabrón, no te rías que no te estoy albureando ni trato de seducirte, no soy puñal, no me jodas. ¡Claro! ¡Eso, pinche Nalgo! ¡De eso estoy hablando, cabrón! De princesas y dragones. En serio, siempre tuve las locas ganas de vivir un videojuego de rol, estar dentro de un orate cuento de Boris Vian, algo así como lo que Bastían Baltasar Bux hizo; verme dibujado como en un estrambótico manga japonés, de ésos que tienes que verlos de varias formas, primero toda la página y después lo desmenuzas como las pechugas de pollo para hacer enchiladas.

Lo que viví no fue eso exactamente, pero si fue encabronadamente raro. El caso es que, viéndolo ahora en perspectiva, creo que fue ése deseo lo que hizo que me involucrara con Hikaru.

¡Me conocen bien! Quizá fuese la soledad, el terrible tedio diario, el aburrimiento, ¡vayan a saber! El caso es que no sé cual de ésas fuerzas, o si todas se unieron y me obligaron a hablarle a Hikaru, a seguirla fielmente en su locura, haciéndola mía, y quizá pudimos estar juntos debido a que estábamos contagiados del mismo mal.

Hasta el mismo lugar en donde la conocí fue extraño.

Era una de ésas veces en que, aburrido de todo, decidí meterme a observar el juego del universo, a contemplar de cerca la gigantesca rueda de Moebius que es la lucha eterna entre el bien y el mal… No, no fui a ése sitio. Que nooo… Me metí en La Arena México a ver la lucha libre.


Yo tenía el pendejo prejuicio de que todas las luchadoras son feas y gordas, y cual fue mi sorpresa… Verán, la lucha femenina, como todo lo relacionado a mujeres, a no ser que sea sexual, se deja en segundo término, y yo, en la inercia, veía todo sin mucho ánimo, buscando algo que me sacara de mi desidia. Entonces el “Muchacrema” anunció la lucha femenina, previa a la lucha de las estrellas, que es la que todo el mundo quiere ver. Sí, el “Muchacrema”. Es su apodo, y le hace honor:

-…de la tierra de los samuráis, llega erguida como un junco en la tormenta. Conocedora del ying y del yang, utiliza su poder milenario en la escuela y en donde exista la maldad… ¡La Princesa Onono!

No estaba prestando atención, es verdad. Sumido en mi prejuicio apareció ella. Era… era… Era un sueño lolicón, la fantasía de cualquier pervertido grafófilo: vestida de marinera roja, minifalda muy corta y sus largas y estilizadas piernas estaban cubiertas por dos calcetas estudiantiles blancas. La Princesa Onono se veía retraída al bajar sus grandes ojos rasgados y no despegarlos del suelo; además llevaba el cabello mal cortado al frente y largo, recogido en una trenza que le llegaba hasta la cintura, rematada en un moño rojo también, lo que le daba un aire distraído e infantil.

Si, Nalgo. Como lo escuchaste. Dije “grandes ojos rasgados”… ¡Como que una contradicción, pinche Pato! Es la verdad, ella tiene los ojos más grandes que jamás haya visto, y es japonesa, pinches monos estereotipados…

La primera caída siempre es de estudio, y casi nunca pasa algo que defina la lucha, pero esta vez fue diferente: Amapola rindió a La Princesa Siux rápidamente dejando en desventaja a las técnicas, dos contra tres, jugada de poder. Inmediatamente Marcela, que entonces era la campeona, trató de sorprender para emparejar, pero fue dominada por La Princesa Xuhei; inmediatamente entraron al cuadrilátero Amapola y La Rosa Negra y comenzaron la “técnica del agandalle”, golpeando y debilitando a Marcela. Onono, que en japonés creo que significa algo así como “Flecha de Fuego”, entró al ver el acto cobarde, pero el Tigre Hispano le marcó el alto, contándole los diez segundos del reglamento para que abandonara el cuadrilátero. Onono vio fijamente al réferi, y en su mirada había fuego; salió, pero para subirse al tensor. Sus movimientos eran calculados, parecía un gato en su andar inteligente, exacto. Corrió por la tercera cuerda dos, tres, cuatro pasos y saltó; era una flecha, todo el público calló por un segundo al ver su elegante salto, que cortaba el aire exactamente como si fuese una espada, una katana japonesa… No les miento, voló como cuatro metros para asestar un brutal tope a Amapola, que salió del cuadrilátero sin saber siquiera qué había pasado, y, como si lo hubiese calculado en milésimas de segundo, con el mismo impulso Onono se levantó con un “salto del tigre” para tomar el rebote de la cuerda y libró a Marcela del feroz abrazo de La Princesa Xuhei con un derribe japonés tan poderoso, que ambas, Xuhei y Onono, salieron del cuadrilátero. Marcela se rehizo, y con unas poderosas patadas voladoras sacó de balance a La Rosa Negra para rendirla con una sublime cerrajera.

La locura. No puede describirse de otra forma. El Dr. Morales se desgañitaba en flores para las técnicas, especialmente para la japonesa, y toda la arena vaciándose en aplausos y vítores mientras el Tigre Hispano levantaba la mano de Marcela, pero, en justicia, la victoria fue de La Princesa Onono. Ella realizó todo el esfuerzo. Ya no pude quitarle la vista de encima a ésa luchadora que era feroz, rápida, fulminante, pese a verse tan pequeña, tan frágil.

La segunda caída fue semejante. Las rudas, enojadas y repuestas de la sorpresa, trataron de hacerle el mismo tratamiento a la japonesa, pero gracias a la entrada oportuna de Marcela y La Princesa Siux, provocaron la equivocación de Rosa Negra, que tiró de una patada voladora a Xuhei, logrando las técnicas combinarse y hacer algo que hace ya mucho que no se ve: una “estrella”. El grito de dolor que dio Rosa Negra al estirarle sus piernas en compás fue auténtico. Pero lo más impresionante fue la mirada de Onono: dura, fría, y al mismo tiempo colérica. Muy fuerte, como si llevara treinta años dedicándose al pancracio. Sus movimientos también fueron perfectos. No desperdiciaba nada de energía en siluetas innecesarias, sus miembros eran espadas, y como tales los manejaba. Cada paso estaba predeterminado, era… un samurái, una guerrera mágica.

Eso la hacía distinta. Cualquier aficionado serio a la lucha sabe que tiene mucho de teatro, y que muchas de sus situaciones son ficticias, y eso se aplica a las rivalidades, pero también se sabe que hay situaciones reales, peligrosas, odios verdaderos que van afuera del cuadrilátero. Onono tenía algo de eso, me daba la impresión de que ella sí tomaba la lucha en serio, quizá demasiado. Todas las veces que fui a verla era así, luchando como si la vida le fuese en ello. Yo no lo sabía entonces, pero la primera vez que la vi, también fue su primera vez como luchadora profesional en México.

Su carrera fue meteórica, pero fugaz. Luchaba como si no hubiera mañana, y, por lo mismo, lastimó a muchas luchadoras antes de que se topara con su Némesis, que le mostró el lado obscuro, todo el desprecio que existe en el bando rudo…

Pero eso viene después. Qué, Nalgo, pásame el plato, no te chingues solo la botana…


Como les decía, quedé prendado de la pequeña luchadora oriental que vestía como estudiante de instituto, y por ella me hice asiduo a la lucha por irla a ver, y, como ya les había comentado, fue por aburrimiento que decidí una noche esperarla hasta que saliese de la arena.

Ya era muy tarde cuando la descubrí saliendo a toda prisa. Sola, se cubría el rostro tras la visera de una gorra, y una chamarra gruesa disimulaba su físico. Sus hermosas piernas estaban totalmente cubiertas por unos bombachos pants grises y de espalda, podrías jurar que era un muchacho.

Fui directo, no me importó en lo más mínimo lo que ésa pequeña y feroz luchadora podría hacerme, ya que sólo llevaba fija en la cabeza la idea de verme reflejado, aunque fuese sólo una vez, en ésos descomunales y bonitos ojos… “Konichiwa[1]… yo… excuse me, i’m your fan… and… I think you are very[2]… kawaii[3]… and[4]… yo pensaba… I whish… I wonder if you… can accept… if i[5] … ¿Comes tacos?”

Si Pato, si, Nalgo. Mi inglés es detestable. Y mi japonés, pues no se diga. Pero le eché valor al asunto y traté de darme a entender; lo que nunca sospeché es que ella volteó, me vió de arriba abajo y dijo en perfecto español: “Gracias, tú también eres lindo. Y claro que acepto tu invitación a comer tacos. Aquí cerca hay unos de miedo…”

El único lugar abierto a ésas horas es un localito cerca de la arena, y ahí, al fragor de dos cervezas y una buena cantidad de comida, supe que su nombre no era “Onono”, sino Hikaru Sido, y que venía de Tokio, en donde nació, y fue todo lo que me dijo de ella, ya que era bastante parca de palabras. Las ahorraba como un prestamista ahorra la caridad, así que fui yo el que habló no sólo ésa noche, sino durante el resto de nuestra relación. Como un perico, seguí diciendo todas las tonterías que se dicen cuando se quiere ser gracioso e inteligente, pero se me acabaron los chistes y las anécdotas, así que salimos del localito y nos fuimos caminando por las calles hasta su casa, un depa que alquilaba en la colonia Doctores, cerca de la arena.

No sé cómo ocurrió. Neta, no sé que clase de hilos se movieron, pero ésa noche, amigos, ésa mágica noche miré a Hikaru y pude realizar mi ambición, pude verme reflejado en sus grandes, misteriosos, orientales ojos. Hikaru me abrazó, de forma natural, poco a poco y también, perdiéndome en ella, creyendo que era un sueño y la abrazaba temeroso de despertar; cuando reaccioné, ya estábamos sobre su cama, desnudos, comiéndonos…

No exagero. En serio, ¿ven ésta cicatriz de aquí? Espérense, dejen que me abra un poco la camisa… ¿la ven? Es un mordisco: mi más preciada medalla al cumplimiento del deber y la gané con creces ésa vez. Su primera. Neta, no exagero. La sábana tenía una hermosa flor roja como el cabello de Hikaru.

Si. Si. No. ¡Cómo creen! Ella era rara hasta en eso. Hikaru era ardiente, desenfrenada, no te dejaba aflojar, te hacía, no sé cómo, ir a su parejo. Ahí vas. No sé. Quién le enseñaría a coger no me importa. Era cachonda y experta y era un cuantioso plus. Sabía donde tocar y cómo hacerme reaccionar aunque estuviese cansado; exigía, y no se le podía decir que no. En realidad yo nunca pude decirle que no, ya que me enseñó como tocarla y vibraba, ronroneaba como una gatita antes de venirse. Con ella aprendí a no usar sólo los genitales, las manos y la boca… ¡Si supieran todo lo que se puede hacer con las partes más insospechadas del cuerpo! Nunca creí que se pudiesen hacer tantas cosas con una mujer.


Ya vas con tus pendejadas… ¡Cómo que sí se quién le enseñó a coger! Buenooo… Ella dijo un nombre, una sola vez, y aprendí también que jamás se debe preguntar por sus ayeres. ¡Lo que pasó, pasó! ¡Y ya!

Si, así como lo dices. Estuve de necio, pregunta y pregunta hasta que ella, -sospecho que nomás por divertirse, por verme echar maromas de celos- me platicó de su antiguo y platónico amor, jamás realizado aunque sí declarado. Me dijo sonriente que, si hubiese tenido más tiempo, quizá no estuviera conmigo… Me dolió. En serio me dolió mucho, pero le creí. ¡Me lleva! ¡La amo pendejo! Se supone que uno le cree a la gente que ama, y Hikaru me dijo que él nunca la tocó.

Ese imbécil se llama o se llamaba “Lápiz”, o “Mantis”, no “takataka” o “uyuyío” como dices albureramente… Era hermano gemelo de un sacerdote que se llamaba “Zacango”, no sé bien, no me acuerdo y ni me importa ya, y lo conoció cuando Hikaru tenía la tierna edad de catorce… Ahí vas, ahí vas. Mejor cállate, sé bien todo lo que se dice de los sacerdotes… ¡Claro! ¡Yo le creo!

Miren, sus teoría freudianas me valen… Sí, yo también lo pensé, y sé muy bien que no se necesita del coito para tener sexo… No, qué sucios son. No. Debieron conocerla, así sabrían que no… Mira, mejor cállate, que me estoy encabronando. ¿Eres mi amigo, o no?

Bueno, sigo. La vez que ella me lo describió, lo hizo escueta pero lo suficientemente claro y lo que me describió fue un dios griego de ojos rasgados: voz gruesa, alto, delgado, varonil y gallardo, ¡hermoso el cabrón! En cambio, yo sería una especie de Umotochtli, el dios del pulque… Me enojé. Esa fue la primera y última vez que lo mencionamos.

Así que supongo, y no de la forma sucia en que lo mencionas, que ella veía al amor como una unión de contrarios: ying-yang, muy oriental, claro. Como el amor con “Mantis” fue platónico, conmigo debía ser carnal. Como “Mantis” era callado y desdeñoso, yo debía ser una tarabilla. Como “Mantis” era serio y formal, yo debía ser una piltrafa humana, un payaso, y como “Mantis” era alto y delgado… en fin, que ya tienen el cuadro de mi enojo y de mi angustia. ¿Me aceptó por mera lástima? ¿Estaba jugando conmigo? ¿Qué chingaos era? Ya saben cómo es uno de pendejo cuando se hace el sentido.

No la vi por dos días, y fueron los días más largos que padecí en nuestro noviazgo, ¡ay de mí! Uno cree que ya ha sufrido suficiente, como yo ésas noches, pero uno nunca se imagina todos los límites que se rompen en ésta vida. Tenía a Hikaru bien metida en la piel, enredada en cada pelo del cuerpo, así que no me quedó de otra que tragarme mi orgullo para buscarla de nuevo. Era una noche lluviosa, como cliché de telenovela, y conseguí con doña Tere, mi vecina que tanto me ayudó, un gatito blanco y compré la última rosa blanca que quedó en el puesto que está saliendo del metro Hospital General y la esperé en el zaguán de su casa hasta que regresó de la lucha.

Mientras la esperaba me recalcaba a mí mismo que conservaría mi dignidad, que no me mostraría débil ante ella, pero al ver su silueta recortada en el marco del portón por la luz anaranjada de la calle, no aguanté mas, y, lo confieso, y no me avergüenza, que lloré pidiéndole perdón por no comprender que el pasado ya quedó atrás.

No. No. ¡Claro que no! ¡No fue un error! ¿Nunca te has enamorado, pendejo?

Ella abrazó al gatito y cariñosa, lo miró a la cara y le puso “Mokona”. Nunca quiso decirme qué significa, pero a ésas horas fuimos a una miscelánea que vendía chelas a comprar un litro de leche y una caja para Mokona, y con una almohada vieja le hicimos su cama e hicimos el amor hasta bien entrada la mañana, ignorando sus latosos maullidos de cachorro.

No tengo que decirles cómo me sentía. Ustedes saben bien lo ricas que son las reconciliaciones. Atardecimos abrazados, enredaditos en el futón para no sentir frío al descobijar sin querer un pié.


Siempre ha sido hermosa. Desnudarla era un verdadero placer, era… era como abrir un regalo, descubrir algo precioso que siempre quisiste después de deshacerte de un envoltorio feo y estorboso que le fue puesto sólo para despistarte. Su piel de ámbar contrastaba con su rojo cabello de una forma que de recordarlo, se me enchina la piel, pese a estar llena de cicatrices producto de golpes y quemadas que ingenuamente atribuí en ésos momentos a la lucha, y cándidamente después, a la práctica del kendo en Japón. Y cuando la anaranjada luz de la calle la iluminaba, parecía un hada, un tenshi, ángel japonés.

Como la luna llena, otsuki, el reflejo de la luz en su piel era más que suficiente y necesario para alumbrarlo todo. Cómo extraño, en serio, cómo extraño el aroma de ella, su cuello, sus pezoncitos que se alzaban con rabia exigiendo ser tomados en cuenta, el abrazo de sus piernas en mi cintura, ésa violencia con la que me atacaba… Pero lo que más he necesitado en todo éste eterno instante sin ella, es verme reflejado en sus grandes ojos, perderme en su profundidad, misterio devorándome.

Sí. Sus ojos… Ellos me cubrían y al mismo tiempo me alejaban de ella, sus ojos guardaban un secreto que intuía sólo porque era lo suficientemente grande para proyectar una sombra en nuestra naciente felicidad.

Y pasó lo que tenía que pasar. Nos casamos varios meses después, pero no fue una ceremonia como las demás, en la que todos los amigos y familiares te felicitan y hay abrazos y parabienes, no. Nuestra boda se debió a una circunstancia difícil; créanme que fue muy duro ver a Hikaru en ésa silla de ruedas, con el collarín esforzándose por decir “sí, acepto” al juez del registro civil. Ningún amigo. Ni de ella ni mío.

…Es que fue muy repentino, no me reclamen… Neta, no me dio tiempo de avisarles, ya que por entonces mi universo giraba en torno a Hikaru, y creí que se me iba, que se me moría en la sala de urgencias…

Fue durante la lucha en donde ella aspiró por primera vez al campeonato de la WWF que ostentaba Ana La Colombiana. A la mitad de la segunda caída, con Hikaru ganando, un derribe japonés sacó a La Colombiana del cuadrilátero y aparentemente quedó desorientada; Hikaru creyó que ahí estaba su oportunidad para llevarse la lucha en dos caídas al hilo, e hizo su número, de la forma terriblemente peligrosa en que siempre lo hacía: corrió al tensor, lo escaló y corrió hasta la mitad de la tercera cuerda para saltar sobre La Colombiana con su tope en reversa famoso, su movimiento personal.

Antes de seguir déjenme decirles que en la lucha existe la regla tácita, honorable, que dicta que si uno de los luchadores vuela fuera del cuadrilátero para aplicar un tope, una silla, un tornillo, el adversario que va a ser castigado debe aguantar el golpe y proteger al que salta, pero La Colombiana se quitó… Alguna vez ella fue lastimada por Hikaru en el fragor de la batalla, y aunque no fue de gravedad, La Colombiana le guardó un odio profundo y comenzó una fuerte rivalidad. En el momento del salto de Hikaru, Ana volteó, y pude ver en sus ojos un reflejo duro y maligno que me dijo que era una trampa. Traté de gritar a Hikaru, ya que ella no pudo percatarse de nada por la posición en la que caía… La Colombiana se quitó, la muy perra se hizo a un lado y Hikaru cayó con todo su impulso sobre las butacas. La arena toda calló por un instante que se me antojó eterno mientras corría hacia donde Ana La Colombiana pateaba con odio a Hikaru, empeorando sus heridas y desmayándola. Junto a mí llegaron los gritos del Doctor Morales reclamando la falta y los elementos de seguridad de la arena, separándolas y llevándose a Hikaru en camilla. Mi dulce Princesa Onono ganó el campeonato por descalificación, pero ojalá no lo hubiera hecho.

Nueve horas y media de operación. Le compusieron tres discos dislocados, dos en la cintura y uno en el cuello, además de varias costillas rotas y fisuradas, pero lo peor fue la hinchazón del cerebro que no cedía… Estaba en total angustia.

Hikaru siempre ha tenido una enorme fuerza de voluntad. Abrumadora, poderosa, y estoy seguro que fue eso lo que la sacó a flote. La hinchazón del cerebro cedió al fin, y fue entonces, cuando salió de terapia intensiva y por fin me dejaron entrar a verla, que le pedí matrimonio. Ella apretó mi mano, ya que al estar entubada no podía hablar, pero la comprendí perfectamente; con sus ojos me decía: “si salgo con vida, acepto”.

Ya no pudo luchar. ¡Cómo crees que la iba a dejar! Nuestra boda ocurrió en los duros y largos meses de rehabilitación, así que nuestra luna de miel tuvo que esperar cerca de un año. Sin embargo, la lucha libre dejó un hueco que yo no pude llenar por más que me esforcé. Ingenuamente creí que la lucha era su vida, pero no… No señor. Ella usaba la lucha para llenar otro hueco que en ése momento yo ni me imaginaba qué podía ser, y que estaba profundamente relacionado con el misterio que escondían sus ojos. La sombra que antes sólo podía intuir ahora se proyectaba sólida, aunque todavía se escondía entre nuestra cotidianidad.

Tuvimos dos hijos: Akira y Paula; éstas son sus fotos, ¿no son hermosos? A poco no. Akira es el que se parece a mí, pero con los ojos de su madre, ¿verdad? Mi pequeña Paula es el vivo retrato de su madre Hikaru… Gracias… No, no es nada, siempre me pongo sentimental cuando veo a mis muchachos… Los extraño mucho, hoy que viven en Japón, lejos de mí. Ya no pude pelear por su custodia, creo que terminé agotado… Sí, si. También creo que quizá haya sido lo mejor para ellos, ya que Japón es un país en muchos aspectos más civilizado que México. No, no te creas, no soy malinche, pero allá por lo menos les van a enseñar a no tirar basura en las calles. Sí, quizá fue lo mejor para mis niños, pero no para mí.

Lo malo es que los viejos nunca me tragaron. Sí, los bisabuelos de Akira y Paula. Ellos nunca aceptaron que su querida y única nieta acabara con alguien como yo, ya que la cuidaban mucho después de la muerte de sus padres. Bueno, por lo menos dejan que los busque, que les haga una llamada una vez por mes para ver cómo están. Sí, justo como dicen. Lo que se vivió no se puede borrar así nomás, y si bien es cierto que nunca pude llenar el vacío en el corazón de Hikaru, puedo por lo menos decir con orgullo que la mayoría del tiempo en que estuvimos juntos fuimos felices, hasta que su voluntad, su terrible voluntad de hierro se interpuso entre nosotros.

No, Nalgo, no Pato, no es que no me quisiera, por favor dejen de insultarla. Yo sé bien cuánto me amaba, pero el vacío… Ésa sombra en sus ojos era un sitio al que yo no podía acceder por más que lo intentara y que ella sólo podía compartir con sus amigas Umi Riuzaki y Fuu Ououji. Era su secreto, algo increíble que las tres llevaban sobre sus hombros, que sólo ellas tres podían llevar consigo, y yo no pude ayudarla a superarlo.

No me digan eso. Ustedes no comprenden, no tienen idea de lo terrible y desolador que es ver a alguien a quien amas con tanta fuerza, con tantas ganas de hacerte viejito junto a ella ocultarte algo que le está comiendo la vida. Ojalá nunca lo sepan.


Como un fantasma, ése maldito secreto crecía día a día, invadía imperceptiblemente nuestra vida, y comenzó a atacar a mi pequeña familia… ¿Les platiqué que a nuestra boda no vino ninguna de sus amigas? Siempre me pareció algo muy extraño, ya que ella se llenaba de ternura y alegría al mencionar a Umi y a Fuu, su voz sonaba tan cálida, que un día no pude resistirme y se me ocurrió sugerirle que porqué no las invitaba a pasar una temporada en México con nosotros. No debí hacerlo. No me costaba nada quedarme callado, pero ustedes saben bien cómo hablo. Su rostro se volvió pálido, casi gris y me dijo que ya habían muerto hace tiempo.

Como si hubiésemos cruzado una línea, Hikaru a partir de ése día comenzó a cambiar. Regresaba yo del trabajo y la hallaba sentada en nuestra cama mirando a través de la ventana al cielo absorta, totalmente concentrada sin escuchar el llanto de Paula. Espantado y preocupado, le preguntaba que qué pasaba, pero ella sólo me decía que no le iba a creer. Que a la poquísima gente a quienes había contado su experiencia no le habían creído, en fin, que ni siquiera su hermano Satoru que siempre la apoyaba en todo, le creyó, ¿por qué cuernos conmigo iba a ser diferente?

Cuando ustedes me conocieron, vieron que siempre me sentí inclinado por la fantasía. Siempre la he calificado como una de las artes más grandes que hay, ya que siempre he tratado de tener la mente abierta desconfiando de los dogmas, ya sean políticos, científicos o religiosos, ante la premisa de “¿qué tal si…?” Pero, después de lo vivido, he quemado mis libros, mis películas y todo lo que tenga que ver con algo fantástico… Ya no puedo, en serio, ya no puedo ver ésas caricaturas ánime que tanto disfruté, porque algunas se parecen mucho a lo que Hikaru vivió, y entonces me entra la duda: ¿Qué tal si la fantasía no es otra dimensión de la realidad? Y comienzo a dudar de todo, hasta del piso en el que camino. Pero en ése instante, preocupado, le insistí a Hikaru que me dijera lo que le pasaba.

Así comenzó un largo estira y afloja que duró semanas, yo neceando “platícame” y ella “no, no me vas a creer”, hasta que una noche ella cedió. Pero no por desgaste, no, qué va… Hikaru siempre tuvo más voluntad que yo. Ella la llamaba “kokoro”, algo así como “la fuerza del corazón”, o, por lo menos, en ése sentido lo decía. Si me platicó lo que vivió fue, y estoy seguro de ello, por un último atisbo de querer seguir aquí con nosotros tres, por querer desahogarse aunque fuese un poco, sacudirse por un momento la carga que llevaba ella sola desde la muerte de Umi y Fuu.

Hablamos toda la noche. Es decir, ella fue la que habló toda la noche por primera vez…

¿Por qué les platico esto? No sé, quizá quiero descargarme también. En todo caso, no espero que me crean, pero por favor escúchenme sin salir con sus pendejadas…

Bueno, ella me platicó que el mismo día en que conoció a Umi y a Fuu durante una excursión a la Torre de Tokio, fueron secuestradas por una poderosa luz, y llevadas a la fuerza a otro mundo, con la misión de ser las salvadoras de un semi-dios en peligro. Engañadas y confundidas, ellas adoptaron de inmediato el papel mesiánico convencidas de que así salvarían a todo un planeta. Les fueron entregadas armas vivas que evolucionaban de acuerdo a su voluntad, y despertaron de un larguísimo sueño a unos semi-dioses terriblemente poderosos. Pelearon y pelearon, y después de mucho penar, por fin supieron el verdadero motivo por el que habían sido llamadas a ése mundo en peligro: Hikaru, Umi y Fuu debían ser el verdugo del ser al que creyeron iban a rescatar. Si, debían asesinar al semi-dios femenino y aniñado que mantenía a rezos la estabilidad del planeta que se desmoronaba ante su incapacidad de orar, ya que sólo así podría surgir otro que si cumpliera la tarea. Una puñalada trapera. Imagínense la frustración que sintió mi pobrecita Hikaru… Si la hubieran conocido, jamás hubieran creído que sus manecitas estaban manchadas de sangre.

Desde que llegó a ése mundo estuvo rodeada de enemigos que intentaron asesinarla a toda costa. Me platicó de las batallas a muerte que sostuvo, matar o ser asesinado. Piensa en el estrés, Pato, Nalgo, ¿cómo digieres que tienes que pelear como poseído para simplemente vivir? ¿Y que además de eso, el único motivo por el que le entraste a algo así se vuelve en tu contra y debes matarlo? ¿Y si no lo haces, el mundo, pum, se acaba?

Si, todos decimos eso. Claro. Que si hubieras vivido en los tiempos de Hitler, de Gustavo Díaz Ordaz, de Porfirio Díaz, de Franco, de Pinochet, que si hubieras sabido lo que iban a hacer, pues uno sí habría jalado el gatillo. Claro. Hasta han hecho películas con ése tema, pero ya, en serio, ¿lo harías? Supongamos que alguien con mucha autoridad moral te dijera, por ejemplo, que… que… que ése chavito, si; ése muchachito que anda de bolero, en cincuenta años se va a convertir en… no sé… digamos que el “anticristo”, que ése niñito va a asesinar a dos terceras partes de la humanidad, y pongamos también que te lo demostraran de una forma fehaciente, que los lograran convencer de que eso es lo que va a pasar, ¿lo matarían? ¿Te levantarías, Pato, y así, rápido, le romperías el cuello? ¿Y tú Nalgo? ¿Lo agarrarías y con el cuchillo del barman le partirías el corazón? ¿Lo harían? Está cabrón, ¿verdad? Les apuesto que no. ¿Quién podría? Ahora, imagínense que el niño se los exige. Pongan que por una serie de desdichados eventos en todos los niveles de existencia, se concatenan y por lo mismo, el niño se sabe el pivote de la bomba, el detonante de algo muy malo, y te pide que lo mates, así, todo flaquito, pequeño, indefenso, mientras te mira a los ojos, ¿lo harían? Y si lo llegases a hacer, Pato, Nalgo, ¿cómo quedarías? ¿Podrían dormir en la noche? Ahora tienen un aproximado de lo que sintieron Hikaru y sus amigas.

Pues ellas tuvieron que hacerlo, empujadas por las circunstancias, y ojalá y todo hubiera terminado ahí. No. Con un fuerte sentimiento de culpa regresaron a La Tierra pero sólo por un breve tiempo. El remordimiento las hizo volver para tratar de hacer algo por los amigos que dejaron allá, en ése mundo maldito a punto de perderse en polvo cósmico. Hikaru nunca supo cómo volver voluntariamente, pero siempre tuvo la certeza de que si pudo regresar, fue por la voluntad unida de las tres, ya que Umi y Fuu también eran muy voluntariosas.

De nuevo ahí, y ahora con una nueva responsabilidad. Las elevaron de rango y las convirtieron en una especie de generales del rango más alto, algo así como el secretario de defensa gringo, o el comandante en jefe de la O.T.A.N. para que defendieran el cascarón que era ése mundo desolado, de las ambiciones de otros mundos que deseaban, ahora que ya no estaba por culpa de las tres, el poder del semi-dios aniñado, el poder máximo.

Me contó que fueron batallas muy duras y terriblemente confusas, atizadas por el remordimiento, la culpa y el sentimiento de no querer repetir el magnicidio por el que fueron convocadas la primera vez, de no querer que nadie más muriese por su causa.

Luchar o morir. No hay más. Así es siempre la guerra, y Hikaru se vio envuelta en una muy violenta, pero no sólo contra los invasores, sino contra un demonio más perverso que cualquiera: la nada. La no-existencia, el caos. Nosotros no sabemos de eso, nos damos una idea abstracta del vacío, del caos, pero nunca hemos visto algo así. Como ver el abismo descrito en La Biblia y tener que enfrentarse a algo semejante; ¿cómo lo haces? Sólo con lo contrario: a la nada se le pelea con el yo, la existencia, mostrando la fuerza del corazón. Entiendo lo que Hikaru quería decir con “kokoro”, y es tener más voluntad que nadie. Sola en un mundo hostil, ante un enemigo invencible, ella tuvo más voluntad que nadie. Difícil de creer en una niña de catorce años. Venció al demonio, volvió aliados a los enemigos y la hicieron reina, la convirtieron en el ser que debía orar por la estabilidad el mundo, el nuevo semi-dios aniñado.

Increíble, ¿verdad? Si, yo también pensé lo mismo. “¿Por qué no te quedaste?” le pregunté, y ella sonrió tristemente, y continuó hacia el final de su historia.

Cualquiera se hubiese sentido feliz al estar a la cabeza de todo un planeta, pero Hikaru siempre tuvo presente el dolor de su primer muerto, su antecesor, y de las razones que le llevaron a su posterior situación. Usando toda la magia que sabía, y utilizando la poderosa voluntad con la que había vencido a la nada, destruyó el sistema déspota de gobierno de ése mundo; ¡le entregó la corona a cada ser que lo habitaba! ¡Imagínense! ¡Una hija del Mikado, republicana! Pero lo hizo para que la vida en ése lugar fuese, si no más fácil, si más equitativa, y al renunciar a sus privilegios, el vínculo que las unía con ése planeta miserable se rompió, regresando ellas a La Torre de Tokio.

Si, es difícil de creer. Y aún más difícil cuando me dijo que, aunque sus aventuras en ése mundo místico duraron meses, aquí en La Tierra sólo fueron segundos. Lo único que vio la gente reunida en el mirador de La Torre de Tokio las dos veces que fueron a ése mundo macabro fue un gran resplandor inexplicable; pero sus familias también constataron el cambio dramático, su madurez casi amargura ganada en tan sólo dos visitas a La Torre de Tokio.

Quedé boquiabierto. Normalmente no puedes esperar a que nadie crea una historia tan fantástica de buenas a primeras, pero al quedarse callada Hikaru, se recargó en mí sollozando. Y le creí. No sólo eso. Entendí entonces el porqué de las cicatrices que llevaba en todo el cuerpo y que antes supuse producto del kendo y de la lucha libre… Esas cicatrices… Esos tajos, sólo podían haberse producido por la quemadura de la magia y el acero de una espada.

Lo comprendí todo. El porqué de su vacío, el porqué escogió la lucha libre y el huir hacia un país tan violento como el nuestro. Siempre quiso volver a ése mundo. Extrañaba los amigos que hizo ahí, el poder que tenía, el ser alguien. En ella la semilla de la locura comenzó a florecer, ya que estaba al extremo de extrañar incluso las violentas batallas. Por eso la lucha libre, por eso la tomó siempre en serio; era la única forma que le quedó para seguir luchando cuando la vida se volvió insoportable en el momento en que sus amigas ya no estaban para apoyarla.

Sus amigas. Eran muy unidas, y al igual que Hikaru, Umi y Fuu descubrieron que la “vida normal” era desabrida y la mayoría de las veces, insoportable. Me platicó que cambiaron mucho. Dejaron de ser las clásicas niñas mimadas de instituto para volverse, como Hikaru, raras y sin poder encajar en ningún grupo. Umi se volvió irascible y violenta, adicta a los bares y a buscar peleas sin sentido. Hikaru y Fuu tuvieron que soportar ver su final en una pelea en un callejón contra una banda de motociclistas. Sin magia, sin armas fabulosas, sin sentido y a punto de ser violadas, vieron con amargura como sólo dos navajazos, en el pecho y en el estómago, bastaron para que se apagara la luz de una de las tres poderosas Magic Knighto, capaz de volar e invocar la furia del agua. Alguien llamó a la policía y los asesinos huyeron. Lo que no pudieron hacer cientos de guerreros entrenados, lo logró un grupo de delincuentes sin valor.

Después de la muerte de Umi, Fuu también enloqueció. Se dedicó a consumir drogas en cantidades industriales y a coger con cuanto hombre y mujer se le pusiera enfrente, buscando en la cara de sus amantes en turno el rostro de alguien a quien amó mucho en ése mundo maldito. Como era de esperar, siendo miembro de una de las familias más adineradas del Japón, se vio envuelta en bochornosos escándalos que hicieron que su familia la desconociese. De por si ella ya no reconocía a nadie, y se prostituía por un poco de droga; contrajo el sida y finalmente halló la muerte en un hospital de beneficencia a causa de una neumonía parásita.

Hikaru la veía a menudo, y gracias a su voluntad de acero pudo estar a su lado hasta la hora de su final; Fuu repetía una y otra vez, como una letanía, su hechizo curativo “iyashi no kaze” sin resultado alguno. No tuvo ya ni la magia, ni la fuerza ni la voluntad para ganar su última batalla.

Totalmente sola, y antes de que la consideraran loca como a sus finadas amigas, Hikaru comenzó a luchar como un escape en las ligas menores de Japón, logró hacerse de un modesto nombre y capital, el suficiente para escapar de Japón queriendo olvidarse de todo y tratar de hacer una nueva vida en el sitio más lejano que pudo pagar, y fue así como la “Princesa Onono” llegó a La Arena México, donde comenzó a luchar profesionalmente.

En eso, y ya al final de su narración, me miró, y sus ojos, sus enormes ojos me dieron miedo. Ardía en ellos una determinación feroz, y supe que hablaba muy en serio cuando me dijo: “volveré”,

Usó el único medio que tenía a su disposición: su enorme voluntad, toda la fuerza de su corazón concentrada en su meditación; yo también peleé, y al igual que ella, utilicé toda la fuerza de mi corazón y luché como jamás lo he hecho por alguien. Fui cariñoso, comprensivo, tolerante… Trabajé dos turnos diarios y el poco tiempo libre lo empleé para hacer trabajillos extra y así poder pagar a los consejeros matrimoniales y después, psicólogos y terapeutas para que nos ayudasen a salir del hoyo en donde estábamos. Hice todo lo que me recomendaron menos drogarla o internarla, como los más radicales sugirieron. ¡Diantres! ¡Esa fue la razón por la que huyó del Japón! ¡No iba a ser yo el que la traicionara…!

Pero nada funcionó. Comenzó a descuidarse, a pasar semanas enteras sin bañarse; dejó de comer y hasta de dormir concentrando cada ápice de su energía en tratar de volver a ése mundo maldito. Las pocas veces que me hablaba, sólo era para decirme: “…ya volví así una vez. Ahora no están conmigo ni Umi ni Fuu, pero, ¡lo haré de nuevo! ¡Solo tengo que desearlo con fuerza!”

Si. Como lo suponen, también comenzó a descuidar a mis hijos en su afán. Me dolía mucho llegar molido del trabajo para encontrar a mis niños sin comer y sucios. Traté de poner buena cara, y pretextando que Hikaru estaba enferma, llevé a mis niños con mi hermana, la cual los recibió al principio de buena gana, pero después comenzó a sacar las uñas. Si… Ya eran muchos meses de estar así, hasta que ya no aguanté más, ya no pude más… Peleé con Hikaru como jamás pensé que lo haría; mi pequeña familia se desmoronaba entre mis dedos y no podía hacer nada por protegerla, y, ésa noche, me acuerdo bien, era el primer lunes de agosto, hice lo que jamás creí que haría: le pegué. Le dí una sola cachetada que aún arde en mi mano.

Sé lo que están pensando. Yo mismo me vi así como me están viendo ahora, como una mierda. Y no los culpo, tienen toda la razón, pero antes de que terminen de juzgarme, escúchenme un poco más, por favor… Fueron muchos meses de tensión, de pelearme yo solo con ella a diario desesperado de verla caer en su abismo, y desesperado de ver que todo lo que hacía no servía para nada… Meses de sentir que el amor, que mi amor y el de mis hijos, no eran lo suficientemente grandes para llenarla, que mi amor no era lo suficientemente bueno para curar sus heridas y hacerla reaccionar, que nos viera, que sintiera que por fin estaba en su casa, aquí con nosotros tres, y que se olvidara de una buena vez y para siempre de ése pinche mundo de mierda.

¿Me autocompadezco? ¿Me justifico? Quizá. No lo sé, aún me siento embotado y cansado… Pero cuando levanté la mano contra Hikaru, ella, como era ya su costumbre de hace meses, me ignoró. Ni siquiera abrió los ojos para verme. Ya no volvió a verme jamás, sino hasta el final de nuestra relación. Siguió meditando, quieta, serena, como si nada hubiese ocurrido, con la marca de mi mano en su rostro. Quieta, sentada en la cama que ya nunca volvería a compartir conmigo.

El ambiente se hizo gélido. Mi mente se turbó por las emociones encontradas. No lo soporté. Hubiera querido que me gritara, que me golpeara, que me denunciara a la policía por maltrato, no sé… Cualquier cosa que me dijese que Hikaru seguía aquí, con nosotros tres. Esa noche perdí terriblemente contra su locura, impulsada por su feroz voluntad.

Huí, canijos, huí. No podía seguir en ése congelador que fue mi casa. Mi casa. Ya no más. A partir de ésa noche se convirtió en “la casa”, de donde escapé, yéndome de putas queriéndomela sacar, demostrarme a mí mismo que Hikaru no era la única mujer del mundo, y que era lo suficientemente hombre como para seguir mi vida, pero no funcionó. Solo platiqué con ellas, así como ahorita con ustedes, sosteniendo una cuba y refrendándole al rostro pintarrajeado y aburrido de una extraña mi amor a Hikaru… Me castigué con dureza por pegarle, ya que en medio de mi furia rompí el vaso con la mano haciéndome ésta cicatriz… ¿La ven? Necesité veinte puntadas y ya no puedo mover éste dedo, ¿ven? Si, Pato. Me corté el tendón.

Y aún así no fue suficiente. Llevado por el remordimiento me metí en una pelea y dejé que me tundieran bien y bonito; acabé en los separos de la sexta con dos costillas rotas y lleno de contusiones, que al amanecer, cuando es la hora más fría del día, cuando la peda se me bajó, comenzaron a dolerme horrible, pero, amigos míos, créanme, por favor… Hikaru me dolía aún más.

Derrotado, con la peste del fracaso rodeándome, dejé uno de mis trabajos. Nunca creí en la idea de que trabajando se curan las heridas. No es cierto. Habrá sido alguien con vocación de asno quién dijo tal estupidez. No. Ya no tenía caso. Además, necesitaba el tiempo para estar con mis hijos, porque mi hermana ya no podía hacerse cargo de ellos. En realidad, fue más fácil pagarle a doña Tere, ¡qué buena persona doña Tere! Siempre ayudando, siempre preocupada por nosotros… Preferí darle a ella el dinero que le daba a mi perra hermanita para que viese a mis niños hasta que regresaba de la chamba… Si. El pretexto fue la lucha libre. Le dije que Hikaru estaba mal por un mal golpe que se dio en la cabeza. El que la obligó a retirarse.

Derrotado, totalmente cansado y abatido, comencé a dormir en una colchoneta en el piso de la sala hasta el fin de nuestra relación.

Y entonces ocurrió lo más extraño de todo.

No sé qué horas serían de la madrugada, y de hecho, aún no sé a ciencia cierta por qué me desperté, ya que mi sueño era muy pesado por mi cansancio anímico, pero ésa noche sentí a Hikaru caminar de puntillas y el picaporte de la puerta de la recámara abriéndose cuidadosamente. Al principio, emberrinchado, pensé en ignorarla como ella siempre lo hacía, pero una alarma sonó bien fuerte en mi interior; un sentimiento de inquietud me obligó a levantarme al escuchar la puerta principal cerrarse con cuidado. Sólo me puse el pantalón, y en chanclas salí tras de ella. Algo recuerdo muy claramente de ése momento: Mokona, ahora viejo, me miraba con sus ojos verdes recortándose luminosos a contraluz en la ventana, apurándome.

Le hice caso al gato y salí tras ella corriendo, alcanzando a ver su silueta en la esquina casi volando a ras del piso, más fantasma que mujer; como de costumbre, ignoraba mis gritos. Como una premonición, como si fuésemos seres de ultratumba, todos los perros comenzaron a aullar, no les miento; todos, todos los pinches perros de la colonia unidos en una letanía lastimera, como si presintieran que ésa noche el corazón se me iba a terminar de romper mientras se soltaba un chiflón que me hizo tiritar de frío.

La alcancé en uno de los puentes peatonales del viaducto, y era como una aparición, algo fuera de éste mundo. Sentí que todo el cuerpo me temblaba por los escalofríos al verla apoyada en el barandal, mirando fijamente a la avenida que en ése momento, de forma extraña, se encontraba vacía de coches. Tenía la misma mirada que ponía cuando luchaba: fuerte, hecha de fuego, toda ella tensa, firmemente plantada sobre el puente mientras sus manos sujetaban al barandal como si fuese un arma… Definitivamente no era una suicida, era una Guerrera a punto de acometer a un enemigo. “Ellos o yo” había dicho en su relato, y en ése momento Hikaru gritaba con todo su cuerpo lo mismo: matar o ser asesinado.

Traté de acercarme, traté de decirle que no lo fuera a hacer, y no pude hallar palabras para hacerla desistir de su locura, de ésa feroz determinación… Quise gritarle: “¡Te amo! ¡Te amamos! ¡Te necesitamos! ¡Te pertenecemos y tú nos perteneces! ¡NO LO HAGAS!” Pero ella volteó, y se veía enorme. Con sólo un ademán, cargado de autoridad, me detuvo. Sólo su mirada bastó, y supe ahí que nunca fui el hombre para ella. Nunca estuve a su nivel. El tiempo que permanecimos juntos fue muy breve, pero el suficiente para saber qué se siente ser visitado por un tenshi, ángel japonés. Ella fue la que condescendió a estar conmigo, ella fue la que bajó de su sitio para darme la probada de eternidad que posee, y ahora debía regresar a su lugar.

El dolor partió mi corazón y me sentí roto, vulnerable. Sólo pude balbucear entre los sollozos que de forma incontenible se desprendían de mi pecho: “…si te vas, ¡llévame contigo!”

Hikaru me miró una última vez, y su rostro ahora era cálido; sonreía con tristeza y me dijo mientras el aire, fuerte, incontenible, parecía envolverla toda: “No te acerques más. Sé que dejo a mis hijos en buenas manos. Cuídales bien…” Ella también lloraba, mientras volvió a apartar la mirada de mí, mirada que en un instante parecía hecha de fuego, un acero al rojo vivo: “…por fin hallé el modo. Sería más fácil si Umi y Fuu estuviesen aquí, pero ya que eso es imposible, ésta es la única manera. Debo ofrecer un sacrificio que muestre desapego, el sacrificio que sólo puede dar una Magic Knighto y mostrar una vez más la fuerza de mi corazón. Debo mostrarla una vez más y podré irme. El sacrificio es el desapego, el desprecio a mi propia vida. Te amo muchísimo, los amo como no tienen idea; tú, mi amor, mi pequeñín Akira y mi muñequita Paula son mi vida, pero yo no quiero que nadie más muera por mi causa.”

No pude decir nada. ¿Quién podría? Horrorizado, presencié como una metamorfosis, al rostro de Hikaru, tierno, dulce, transformarse en un pedazo de roca, duro, de acero, y entonces ella brincó al barandal, corrió cuatro pasos e hizo el tope en reversa, su movimiento personal, justo cuando pasaba un enorme tráiler; el viento parecía arremolinarse en su delgada silueta saltando, agitaba con violencia todas las cosas, como agitaba su hermoso cabello rojo. Sacudía las cosas con violencia, como si quisiera tirarlas, destrozarlas, que no quedara piedra sobre piedra y… un enorme resplandor lastimó mis ojos. ¿Un relámpago? No sé, como un flash que no dura nada, pero, dentro de ésa cegadora luz, otra lucecita, pequeña, roja y brillante bailó un momento a mí alrededor, como si me rodease; era más un abrazo, y se elevó y desapareció junto con el destello.

Encandilado, la avenida… No, toda la ciudad me pareció obscura y ominosa. El tráiler dio un volantazo, pero no se detuvo, siguió su camino, perdiéndose entre los aullidos de los perros.

Aún me duele. No puedo quitar de mi mente la imagen de Hikaru saltando al vacío… Qué forma tan rara de expresar cariño, negándolo.

Su cuerpo nunca apareció, así que no murió. Yo creo firmemente que no ha muerto, como creen sus abuelos. Ella logró su objetivo, y ahora vive en ése mundo de mierda cuya llave es el desapego, atributo del guerrero. Para proteger lo que más amas, debes separarte de ello.

Bueno, pues tuve que contarles a los abuelos lo ocurrido, y cuando llegaron a México, lo primero que hicieron fue levantarme cargos por homicidio premeditado y pasé seis meses en la cárcel, ya saben cómo es la justicia aquí. Ahí seguiría, de no ser por la ayuda de doña Tere y que nunca lograron hallar el cuerpo de Hikaru. Si, el único testigo, el chofer del tráiler, don José, fue localizado, aunque su declaración no sirvió de mucho ya que nadie le creyó. Declaró la verdad, que vio a una muchacha pelirroja saltar delante de su vehículo cuando un poderoso resplandor lo cegó; le dio mucho miedo al creer que lo estaban espantando y siguió de frente. Hasta la fecha continuamos doña Tere y yo tratando de sacarlo de la cárcel a donde fue a parar por “manejar intoxicado”. En fin, que creo que la otra cosa que me ayudó sin querer fue el antecedente de fuga de Hikaru del Japón.

Así pasó Hikaru de muerta a desaparecida y aunque ni a los abuelos ni a la embajada les gustó, tuvieron que soltarme por falta de pruebas; aún así, me abrieron otro juicio, ahora por la custodia de Akira y Paula. Alegaron que ni yo ni Hikaru teníamos cordura para cuidar niños, y lo sustentaron con mi declaración preparatoria sobre la desaparición de ella. Si, perdí el juicio, y ahora mis niños son también japoneses, por la doble nacionalidad.

La embajada presionó a las autoridades y se buscó a Hikaru por todo el país. Recuerdo que hasta pegaron fotos espectaculares y se pagaron anuncios por todos lados.

El expediente sigue abierto, y como han de suponer, no puedo abandonar la ciudad sin permiso, pero por fin ya hace tiempo que nadie me molesta. Alguna vez vinieron unos gringos, investigadores privados buscando pistas de su paradero, pero por lo que me dijeron, aún no habían logrado encontrar ninguna. Ni la encontrarán, Hikaru se desvaneció en el viento y ahora está en el lugar donde siempre quiso estar.

Me pregunto cómo le irá, y si nos extrañará aunque sea un poquito a mí y a los niños, aunque hay algo que me preocupa: sus aventuras con sus amigas duraron meses en aquel mundo místico, pero aquí transcurrieron apenas segundos; desde que desapareció ya han transcurrido cuatro años. ¿Seguirá viva? Espero que sí, ya que también me comentó que en ése mundo uno puede, dependiendo de la voluntad, ser niño o joven aunque se tengan mil años, y Hikaru siempre ha tenido más voluntad que nadie…

Ahora discúlpenme, tengo la boca seca y debo tomarme ésta chela que ya se calentó…


Heber Jair Aguilar Hernández “Poyautla”.
Real de Tultepec, once de Julio de 2008.

[1] Japonés: “Hola”
[2] Inglés: “Discúlpame, soy tu admirador… y… pienso que eres muy…”
[3] Japonés: “Linda”.
[4] Inglés: “y…”
[5] Inglés: “Yo deseo… me pregunto si tu… podrías aceptar… si yo…”
¡Bueno, bueno, bueno! Esto es un poco de "Fanfiction", como me dijo que se llamaban estos "doushinjins" (Creo que significa algo así como "basura", refiriéndose a que es un trabajo sin nada de profesionalismo) literarios la increíble Meli, el Oráculo de Animépolis. Obviamente, está basado en el excelente manga y ánime "Magic Knight Rayearth" de las mejores mangakas que tiene hoy por hoy Japón. Recomiendo ampliamente la serie animada, por que el manga es más difícil de conseguir aquí. Y las fotos, ¿apoco no son hermosas éstas muñequitas de ojos rasgados? Las saqué de Sankaku Complex, una página para amantes del ánime, y son puras idols.
Ay. Se acaba Animépolis. Meli se nos va. Ya ni modo. Desde éste cojín lleno de pelos le mando porras para que le vaya bien, y que tenga éxito en sus proyectos. Poca gente entiende tan bien éste submundo de fantasía.
Y bueno, sin más, los dejo con "La Japonesa", la segunda parte de los "Sueños", ¡espero que les guste! ¡Hasta la próxima semana! ¡Sayonara!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hola, me encantan las japonesas

El Cojín Del Gato dijo...

¡A mí también! Por éso las puse! Gracias por comentar!