martes, 3 de octubre de 2017

Eructo Literario: “Torta de Sándwich de Quesadilla con Harto Aguacate” Parte 3 + 2 Dibujos.


                La tierra se movió de nuevo. En el mismo día como si estuviese marcado por alguna extraña profecía: Tlazoltéotl, la Diosa que Come Suciedad, se desperezó y nos hizo saber que, sobre la piel de esta tierra vasta y grande, somos meros ácaros. Como dije en la entrada anterior, a veces el país parece que se derrumba, se colapsa, pero al igual que con la caja de Pandora, hasta abajo, en este fondo de dolores, se halla la Esperanza. Los jóvenes salieron, las ciudades brillaron con la solidaridad del abrazo de las Naciones amigas de este pueblo sufrido, con el apoyo desinteresado a las comunidades afectadas por la tierra, el terremoto.

                En uno de los capítulos de “Evangelion” de Estudio Gainax, van conversando dos personajes, Gendo Hikari y su lugarteniente, Fuyutsuki, sobre el hecho de que cuando Dios expulsa al Hombre del Paraíso, éste crea las Ciudades. La Ciudad es, en más de un aspecto, el Paraíso Artificial, hecho por el Hombre a su imagen y semejanza. Pero cuando la Casa, la Ciudad, que representan en última instancia la seguridad de poder dormir sin que te atrape un depredador, se vuelve en contra tuya y te trata de destruir, el animal en nosotros grita, se espanta, no entiende qué es lo que ocurre. Tal es el miedo que genera un sismo: despierta a ése pequeño animal que somos, con todos nuestros instintos erizados, y hasta antes dormidos por el confort y la seguridad que te da ése paraíso falso. Por eso lastima tanto, por eso da tanto miedo, cuando la Tierra, tu único apoyo en esta existencia que puedes sentir con tus pies, se mueve. Todo en lo que uno cree, se tambalea también, porque sólo Dios puede consolar en un momento así. La Ciencia, queridos camaradas y camarodos, no puede, porque no tiene ni siquiera una certeza del porqué la Tierra se mueve. Todo es teoría y especulación, y ésta corre, espantada cuando la pared de tu casa -tu castillo- se agita bruscamente, buscando sacudirse de ti. Un recuerdo a las víctimas de éste monstruoso sismo, no sólo para la Ciudad de México, también para Oaxaca, Morelos, Chiapas, Veracruz, y también para nuestros hermanos en las Antillas, porque también el Viento y el Mar se agitaron con violencia, Huracán, El Corazón del Cielo, destruyendo, queriendo comernos. Un abrazo solidario.


                ¿Por dónde seguimos? Tengo un par de dibujos que me gustaría presentarles, un poco también por esta circunstancia:


                Éste se titula “Blanquita, Perita y Tair”. Es una especie de recuerdo a la gente muerta –como haya sido- y la bendición de que uno pueda seguir aquí. Por una razón muy sencilla: uno pudo ser el que ya no estuviese aquí, y ellos, ellas, sí. En mi caso, estas dos niñas fueron atropelladas por un inconsciente y ebrio conductor a la tierna edad en que están en este retrato. El otro, soy yo. Los balazos son una mera alegoría sobre que el Mundo, no es otra cosa sino un paredón de fusilamiento, y uno nunca sabe cuándo y cómo va a llegar la sentencia. Está dibujado sobre papel Fabriano de 21 x 29.5 cm. con lápices de color y grafitos.

                El otro dibujo se los pondré al final ya que lo que sigue trata del final de mi cuentote, novela corta, casi final del tomo “Los Jóvenes Soñadores”, y va así:

“Torta de Sándwich de Quesadilla con Harto Aguacate” Parte 3 (Final).


                Son las tres cuarenta y cinco de la madrugada cuando salgo del Vip's. La cocinera fue muy amable al prepararme un par de tortas de sándwich de quesadilla con harto aguacate, como me gusta; me hago amigo de los empleados, y puedo relajarme, preparándome para la batalla. Cómo estaré de tenso, que no me ha molestado el efecto secundario de tanta leche de magnesia: la diarrea.

                Terminé lo que tenía que hacer, tomándome un instante para planear mi entrada, y dejé -como un último acto de bonhomía- una buena propina por un buen servicio, despidiéndose los empleados de mí con grandes sonrisas y pidiéndome regresar. Si salgo con vida de ésta, prometo que lo haré. También en la farmacia del establecimiento me armé con antiácidos y, como está relativamente cerca la calle de Iztacíhuatl, decido llegar a pié. Intentaré colarme desde la calle de atrás, brincando las azoteas para sorprender a la bruja. Pareciera que traigo un ángel guardián -uno bueno-, porque no tengo ningún contratiempo, salvo al principio, ya que, al igual que la vez anterior que quise encontrar la "Casa de la Hermosa Luz", algo ocurrió que me hacía dar vueltas en círculo, teniendo que recurrir al viejo. Ahora bastó con concentrarme no en la Casa, sino en el edificio que se halla detrás. Todo se va resolviendo bien, ya que la calle se halla vacía, y el zaguán del edificio que está justo atrás de la "Casa de la Hermosa Luz" -según Google Maps-, está también abierto y vacío. Subo sigilosamente hasta la azotea, con solo dos gatos que andan de enamorados como testigos y ahí veo ya los dos altos chacuacos arrojando su humo blanco. Aún así, son como dos metros y medio los que he de escalar; suspiro, y revoloteando el garfio, logro afianzarlo al segundo intento.

                Alcanzo la azotea de la Casa de la Hermosa Luz, y debo tomarme un momento para reponerme, ya que me ha costado más de lo que pensé el subir hasta aquí -¡pinche gordo que estoy! ¡He de ponerme a dieta, con una chingada...! Sin embargo, y contra todo lo que digan de mi, he de sentirme orgulloso de mi propia fuerza: ¡he alzado el equivalente a dos costales de cemento de un tirón!-. Recuperado el aliento, me saco la gabardina, envolviendo con ella al garfio y la computadora de Ritssi y los dejo aquí, escondidos tras los tinacos. Son peso muerto, y debo moverme con fluidez a partir de este momento; me coloco la mascarilla, me pongo el legendario machete de mi agüelo con la funda en el cinturón, junto a la funda de la pistola con sus cinco cargadores y sigilosamente camino hasta la entrada, no sin antes asegurarme de que no haya nada ni nadie custodiando la puerta. Nada. Pero no me confiaré; por mi seguridad, debo pensar que si esta puerta de hierro sólo está cerrada con una cadena y un candado barato que abro fácilmente con las ganzúas, es porque me esperan.

                Sin embargo, no hay nadie, ¿tan confiados están en su red de complicidades que no dejan ni un guardia? Bajo, y veo los pabellones que supuestamente sirven como asilo, y no puedo evitar indignarme ante lo que veo: los ancianos se hallan encadenados a sus camas, con mascarillas y bajo un sueño muy pesado, seguramente inducido por fármacos. Malditas bestias. Se arrepentirán de lo que le han hecho a estos viejitos. De momento, será mejor dejarlos así, pero tomo la precaución, al igual que Arnoldo Charles, de tomar varias fotos para denunciar esta felonía. En la puerta se halla uno de los supuestos "trabajadores sociales", dormitando en una silla. Está armado con una pesada cachiporra forrada de caucho para no dejar marcas y un arma. ¿Dónde se ha visto que un enfermero o un trabajador social ande armado, y que a los residentes de una institución de "beneficencia" se les encadene y se les obligue a dormir con drogas? Este pinche matón ahorita me va a despepitar todo, lo quiera o no el cabrón. Rápidamente llego hasta él mientras le pateo la silla, y al caer al suelo el mastodonte, inmediatamente lo desarmo, le arrebato su macana y con ella lo inmovilizo, poniéndosela en el cuello y haciendo presión en forma de palanca. "Ahora si, cabrón. Si no quieres que te lleve Patas de Cabra, dime donde hallo a Meriba". El guardia, respirando con dificultad, me dice que no conoce a ésa "Meriba", pero que escaleras abajo, en un anexo junto a calderas, se hallan todos, incluso el doctor Quiún. "Cuántos guardias hay en el edificio" le pregunto, a lo que me responde que diez cuando mucho, ya que casi todos salieron con las camionetas a buscar a dos ratas. Ratas. ¡Já! Meriba es una chingada dálmata; apenas ayer nos decía piropos sucios a Igor y a mí, y ahora somos "ratas". Únicamente hago presión con la macana y el guardia, tras una breve lucha, se desmaya. Debiera matarlo al ojete, pero no caeré al mismo nivel de estos secuestradores, traficantes de personas... ¡Cuántos hogares no se han vestido de tristeza, cuántas madres, padres, han llorado lágrimas amargas al no saber dónde se hallan, y cómo se hallan sus seres queridos! Cerca de veinte mil niños se "pierden" al año en el país, sin contar hombres y mujeres y mucho menos inmigrantes centroamericanos... ¡Y estos hijos de la chingada son los responsables junto a autoridades corruptas como "La Diabla" de este horror! Me enciendo en cólera. ¡Cómo de que no! Aprieto más, y el cuello se rompe. La única piedad que tendré con estas mierdas, es matarlos rápido, y eso, para que no me estorben. Compruebo el arma del guardia: una beretta con silenciador. Bien, es compatible con la mía, tengo veinte balas más y el silenciador será muy útil.

                Sin embargo, hay algo, quizá mi conciencia, que me hace sentirme intranquilo, incómodo, no lo sé a ciencia cierta; el caso es que un sentimiento extraño me hace regresar y romper con las pinzas las cadenas que atan a los ancianos a sus camas. Me tomo un momento también para leer las etiquetas de los "sueros" que les inyectan, y confirmo que mi sospecha es correcta: puros barbitúricos, que en dosis leves los mantienen adormilados y también, manejables. El gas que les hacen inhalar, es óxido nitroso, y seguramente es para el mismo propósito. Les saco las hipodérmicas así como también les quito las mascarillas, y bajo al otro piso. Ellos solitos despertarán en una hora cuando más.

                Saliendo de las escaleras, y sin dudarlo ya, elimino a otros cuatro matones de "Quimera". Ésta vendría siendo la tercera planta, y según el "camarada mono", todo el piso funciona como hospital, e, igual al asilo, los pobres ancianos se hallan encadenados y drogados. Tomo fotos mientras los libero, y éstas, junto a las que tomó Arnoldo Charles, serán el testimonio de esta infamia. Aquí hay suficiente material para un libro; quizá lo escriba después, cuando todo este horror termine. Hay una sala y, por lo que veo, es la sala de tortura del doctor Quiún que fotografió Arnoldo: los viejitos están abiertos en canal, cercenados de algunos miembros y/u órganos; como en un rastro hay ganchos de acero colgando de rieles y grandes cuchillos de carnicero "adornan" una pared. Echo un vistazo, y adentro de un par de congeladores se hallan órganos vitales. Las pobres víctimas balbucean de dolor pese a las potentes drogas llenando el ambiente de una lúgubre melodía... No lo resisto. Tomo fotos, y debo, por humanidad, quitarlos de sufrir; no conozco ningún caso de alguien que haya sobrevivido sin hígado, riñones y un pulmón. Sin ojos. Conectados a una extraña máquina que los drena lentamente de su sangre que va a parar a bolsas de transfusión. Cierro con lágrimas el oxígeno y abro a todo el óxido nitroso, y compruebo que su agonía es breve. Descansen en paz, que todo este dolor no será en vano. Salgo de este infierno, y como Dante, bajo a otro círculo. Esta segunda planta son oficinas y consultorios, donde cínicamente hay retratos y cuadros de ancianos sonrientes y los eslóganes de la Fundación: "el ocaso puede ser un nuevo amanecer", "dar todo el amor cuando aún no es tarde", "su amada rúbrica será el cariño en el libro que pronto ha de cerrarse", "La flor obsequiada es más bella en la mano que todavía la puede recibir"... Todo ése cinismo me enferma.

                Abajo seguramente se halla el vestíbulo, el comedor y los baños. Sin embargo, he notado algo desde que entré a este edificio: es muy frío. Hay un olor desagradable que no podría precisar de qué es, impregnándolo todo, y, aunque he sido muy cuidadoso sobre cámaras y otros dispositivos de vigilancia -de hecho no hay ninguno, sólo los matones de "Quimera"-, siento que me están observando en todo momento; he visto con el rabo del ojo sombras negras, que desaparecen apenas uno voltea, y alimañas: en el piso que funciona como hospital vi arañas y ciempiés, además de ratas. En apariencia, el sitio es limpio y funcional, pero definitivamente es un nido de inmundicias, y se van haciendo más evidentes conforme voy bajando.

                Elimino otros dos guardianes de "Quimera", y llego a la planta principal. Ahora toma forma el relato del viejo, y ahí veo el comedor; junto se halla la cocina industrial y la bodega, y ése corredor me late que es el que conduce a los baños. Si lo sigo, he de dar con el lugar donde realizan los sacrificios, y con El Tabernáculo de Quiún. Llego al baño, grande, muy espacioso, y extrañado, al igual que el viejo que me narró su breve estancia aquí, noto muchas arañas, que caminan haciendo patrones... espera, son... ¡son letras! ¿Que dicen?  E... S... T... A... S... M... U... "Estás muerto"... Súbitamente estallan estridentes carcajadas, y, como flamas obscuras, muchas sombras se alzan y bailan; son sombras muy negras, más negras que mi propia sombra, y creo enloquecer, porque tienen ojos que son como carbones encendidos, torcidos, malignos, y garras que aunque no me tocan, aún así buscan romper mi cuerpo, y yo disparo una, dos, tres veces sin resultado... "¡Jesucristo, ayúdame!" casi grito con una suplica que viene del fondo de mi aterrado corazón, y, como si alguien encendiese un interruptor de luz, todo vuelve a la normalidad. O casi todo: el asqueroso olor como a yuquía se ha hecho más intenso, pese a que traigo puesta la mascarilla.

                Me hallo muy tenso. Sudo mucho y casi me orino del pánico de hace unos momentos. Por lo mismo, apunto con el arma a todos lados, y en el momento en que se me abalanzan dos siluetas blancas, no dudo y disparo creyendo que se trata de más "ángeles de Quiún", pero no se trata de ellos. Frente a la segunda puerta, caen mortalmente heridos los dos últimos guardias de "Quimera", que venían con las armas en la mano, alertados por los azulejos quebrados por mis balazos. Traigo colocado también el silenciador, así que no escucharon los disparos, y no esperaban encontrarme aquí, si no, hubiesen entrado echando plomo. Cojo con toda la rapidez que puedo las balas que traen estos hijos de la chingada, no debo dejar resollando a ninguno de ellos. Trato de reponerme. Hasta mis oídos llega una lúgubre salmodia. Ahí he de dirigirme, ahí se halla seguramente reunido el "Tabernáculo de Quiún", y su lideresa: Alma Meriba.

                Atravieso la sala de calderas, y es muy obscura; ahí veo un horno crematorio, y mesas donde hay enormes bolsas negras con... cadáveres. Debí suponerlo. El humo blanco que sale de las chimeneas proviene de este lugar. ¿Que es eso que veo allá? Es otro horno, pero parece para pan. Y esta mesa con extrañas inscripciones... ¿que estaban haciendo? Es una figura humana; hay herramientas de escultor aquí, unas cubetas con polvo blanco, y en esta otra una masa marrón... ¡hiede! ¡No quiero ni imaginarme de qué estará hecha! La figura está moldeada con la misma masilla asquerosa pero esas marcas están hechas con el dedo: son cinco marcas de uñas en lo que vendría siendo la mejilla en esta cosa. No sé de momento para qué estén haciendo este monigote, así que me conformaré de momento con únicamente tomarle fotos. Madre mía, en estas cubetas hay huesos humanos y en esta otra bolsas de sangre, en esta otra, ojos, y aquí... Corazones. Corazones humanos. ¿Para qué necesitarán esto? Seguramente para nada bueno. Basta, no tengo tiempo para estas cosas ahora. Debo salir ya de aquí, e ir hacia donde realizan sus pinches sacrificios.

                Salgo, alcanzo otro corredor, y la letanía ahora se escucha más claramente, como si flotase en esta opresiva penumbra. ¡Maldición! Tengo un temblor que me recorre todo el cuerpo, y no puedo controlarlo completamente. ¿A quién irán a sacrificar? Porque seguramente se hallan reunidos para eso. Y no consideran que lo que se halla en su "piedra de Tizoc" es un ser humano que ríe, que llora, que tiene una historia personal, compleja, digna de contarse y ser escuchada, no se trata de una vaca o un becerro... Y aunque fuesen solo animales, aún así sería horrible; no entiendo cómo un ser que pretende ser un dios pueda complacerse en la destrucción; es algo absurdo ya que el concepto divino, en última instancia siempre es un concepto creacionista. Los únicos que destruyen son los diablos, incapaces de crear cualquier cosa y por ello son seres malignos; y si alguien los adora con cualquier forma de sacrificio que implique derramar sangre, es alguien igual de maligno. Sencillamente dejas de ver a quien camina a tu lado como a una persona, y, ¿no es ésa una de las motivaciones de los asesinos seriales, el ver a los demás como "cosas" y no como seres humanos? No lo permitiré. No más.

                Domino con gran esfuerzo el temblor, el dolorcillo que como agujas traigo en el estómago moliéndome, la opresión que en un momento ha envuelto a mi ánimo y me dirijo al sitio. No es mi imaginación. Este corredor pareciera que va en curva y siempre en descenso; conforme voy bajando, pareciera que el ambiente se va haciendo frío, húmedo y sucio... Vuelvo a percibir las sombras, se acercan; la voz de ellas resuena en mi cabeza, burlándose de mí, hablando en una lengua rasposa y ofensiva, pero ahora creo. Creo que, si este maldito horror existe, forzosamente también existe su contrario. Sí. Creo en Dios, creo en su misericordia, y en su Hijo Jesucristo. He visto ése otro mundo, y he llegado a la misma conclusión a la que llegó Arnoldo "Monita" Charles. Ahora entiendo completamente porqué, a la hora en que el "ángel" maldito, torcido de Quiún lo atacó, estaba leyendo el Salmo Noventa y Uno. Aunque muera, me acojo a Dios, y yo también digo como un mantra, un escudo que me protege: "Esperanza mía, y Castillo mío, Mi Dios, en Quién confiaré" apretando los dientes.

                Frente a mí hay una puerta de dos hojas, pintada con extraños símbolos que vagamente parecen pictogramas egipcios, custodiada por uno de ésos "ángeles". Seguramente pasando de aquí ya no se admiten personas "normales", únicamente miembros escogidos. Apenas se distingue la aberración ésa; parece un pedazo de manta blanca, un jirón de lino flotando, moviéndose casi imperceptiblemente de un lado a otro, como si un viento que no se siente lo gobernase; pero en cuanto me acerco, se alza, feo, amenazante como siempre. Ésa puerta es el fondo de este pozo de inmundicias, no me cabe ninguna duda de ello. Transponiéndola, seguramente se halla la bruja y su conciliábulo. Pienso en arrojar un cóctel hacia el cancerbero, pero me detiene el pensar que también detrás de ésa puerta, puede haber un ser humano que necesita mi ayuda. El "ángel" bufa, buscándome, pero no le doy tiempo para hallarme: disparo dos veces, y, como en las anteriores ocasiones, el horrible ser se retuerce, chilla deshaciéndose en cenizas blancas; pese al escándalo que hace el guardián, la salmodia no cesa. Aprieto los dientes, quizás el elemento sorpresa se ha esfumado. No pierdo tiempo: de una patada abro la puerta que vuelve a cerrarse tras de mí; la temperatura baja de golpe, y la visibilidad es poca debido al espeso incienso que impregna todo, y lo reconozco como el asqueroso olor que he estado percibiendo desde que entré a este edificio, pese a la mascarilla. Asqueroso, no comprendo cómo hacen para tolerarlo las figuras que se recortan entre las sombras con sus capuchas picudas como kukuxklanes.

                Avanzo, y el incienso me marea de lo concentrado que está, si no trajera esta mascarilla, no sé que pasaría, quizá estuviese tirado en el piso con toda mi humanidad a merced de estas bestias; sin embargo, parece ser que la adrenalina me compensa. Mis pupilas se abren y me acostumbro a la poca luz, y veo al Dr. Quiún, levantando algo que parece una serpiente negra y verdosa; los concurrentes vuelven a cantar en una lengua que no conozco pero el tono es inconfundible: se trata de una alabanza para el demonio al que adoran, y sobre la piedra de los sacrificios de donde cuelgan los cadáveres desollados de otros cuatro ancianos, se halla... Lo conozco, si. Es el viejo que me trajo a este lugar por primera vez. Lo extraño de todo esto, es que pese al escándalo que hice al matar al cancerbero y al entrar, aparentemente ninguno de estos ojetes hijos de la chingada se ha dado cuenta. Bien. Sin embargo, no veo a la principal dálmata que he venido a buscar. Ahí está su trono hecho como de telarañas, colgando encima de todo y de todos, como me dijo el señor que están a punto de inmolar, pero de la dueña, ni su luz. No sé si sea suerte o qué.
               
Me doy prisa: disparo contra el sujeto que lleva el cuchillo, derribándolo, y es hasta ése momento, que los sujetos encapuchados parecen darse cuenta de que se hallan bajo ataque. Llego hasta el viejo, al que despabilo de dos certeras bofetadas, y hago que se levante de la cama con circunvoluciones, empapada de sangre en donde se halla, y después de comprobar rápidamente que esa sangre no es suya, hago que se ponga detrás de mí. Grito: "¡En donde está Meriba!", y nadie habla, se limitan a observarme extrañados, casi como si fuese una aparición. Miro con detenimiento al los miembros del "Tabernáculo de Quiún", y lo que hallo es a un grupo de viejos que, recuperada ya la noción de la realidad, ahora tiemblan, luchando por escudarse entre ellos. Reconozco a un par: ahí está el Gobernador del Banco Nacional, temblando como una gelatina. Y ése otro, es Nalgos Chim, dueño del corporativo Carko, quizá el grupo empresarial más poderoso de México. Ahí se halla, tratando de escudarse detrás del Emperador de la Basura -ése tipejo que abusaba sexualmente de las mujeres que le pedían trabajo-, el ex-senador Sergio Márquez De Caballos, famoso por su diatriba contra las organizaciones populares y también por entablar acciones judiciales contra empresas paraestatales a favor de la clase macroeconómica, sin ningún empacho pese a haber pertenecido al mismo aparato gubernamental que muerde. Y ése que chilla como una rata gorda es el dueño de Televisión S.A, responsable de la enajenación mediática de buena parte de la sociedad... A los otros no los conozco, pero si están aquí, enfundados en esas túnicas y cantando alabanzas a su dios maligno... Asquerosos. Le pregunto al viejo si ya se recuperó, y al responderme afirmativamente, le digo que llame a los bomberos y huya; el viejo no quiere, está aterrado y con justa razón. Ya qué. Le pido por segunda vez que le hable a los bomberos y huya, porque de este sitio no van a quedar más que escombros retorcidos. Sólo debe tomar las llaves de los guardias y salir por la puerta principal.

                El viejo, visiblemente asustado, acepta y apenas escucho que abre la puerta, le emboquillo el cañón de la pistola al cófrade que está mas a mi alcance, y le repito la pregunta al Presidente de Televisión S.A. sobre el paradero de Alma Meriba, y como se niega a responder, disparo. La incredulidad primero, y después el terror, llena a los miembros del Tabernáculo, y suplican por su vida mientras chillan "¡mataste a Limantour!" "¡Mataste a Limantour!"... ¡Ah chingá..!, ¿acaso se referirán al ministro de Hacienda de Porfirio Díaz? Nooo... Decido ignorar de momento ése dato absurdo y tomo a otro de ellos, y haciendo lo mismo, repito mi pregunta: "¿Dónde está Alma Meriba?" El Presidente de Televisión S.A., tartamudea, comienza a responder: "...fue a la... iglesia... donde se casó a..." ¡cuando, sorpresivamente, el doctor Quiún le corta la cabeza limpiamente de un solo tajo! ¡Y enseguida, levanta del cuello con un solo brazo al masivo Gobernador del Banco Nacional y me lo arroja! Apenas puedo hacerme a un lado, y apretando los dientes, le disparo todo el cargador, logrando derribarlo de nueva cuenta; los despojos del Tabernáculo chillan espantados, intentan correr, pero no hacen más que dar vueltas en círculos. Recargo a toda prisa mi arma y justo a tiempo, porque espantado, veo al doctor Quiún levantarse de nuevo y, haciendo un ruido espantoso con la boca, empieza aparentemente a volver el estómago; mi instinto me grita que corra, que trate de alcanzar como sea la salida. Muevo las piernas, con todos los vellos del cuerpo erizados como puerco espín, y me topo con que los miembros del Tabernáculo se pelean entre ellos para ganar la puerta. Alzo la pistola, pero súbitamente aparecen varios "ángeles" exterminadores, y caen sobre el grupo... Dios mío... ¡Dios mío! ¡Los envuelven! ¡No sirven de nada las aterradas súplicas, igual los matan quemándolos horriblemente, lanzándolos contra mí! ¡Y miro horrorizado cómo el doctor Quiún vomita "ángeles"! ¡No me da tiempo para apuntar! Pero aún así disparo, le doy a uno, a otro, a otros dos más y logro acertarle uno de mis tiros en la cara, cerrándole la boca justo cuando regurgitaba otro "ángel", el cual estalla incendiándolo, gritando horriblemente...

                Dejo de dudar. Prendo un par de cócteles molotov y los arrojo hacia donde se halla el Dr. Quiún, y, horrorizado, veo que se alza de nueva cuenta, riéndose de forma ominosa con la quijada a punto de caer, sostenida únicamente por una tira de pellejo; el fuego lo envuelve, pero aparentemente no lo lastima, y ahora se abalanza contra mí, armado con su pavoroso cuchillo ritual. Con fuerzas sacadas de la desesperación, esquivo su ataque con un "salto de tigre" y gano distancia, mientras le arrojo otro cóctel molotov y alcanzo la puerta. Salgo, y corro por el pasillo que ahora pareciera retorcerse; grito, tantito para aspirar aire, y tantito para soltar un poco de miedo, porque también escucho carcajadas burlonas, y sombras que se retuercen por todas las paredes que se arrugan como si estuvieran hechas de papel. Sin embargo, otro sonido llama poderosamente mi atención: la puerta a mis espaldas se rompe, y sé que un ser maligno envuelto en llamas como un demonio furioso viene atrás de mí, buscando asesinarme de una forma fea, lenta y dolorosa; la luz del incendio proyecta sobre mi sombra otra sombra, agresiva, de un enorme cuchillo, y gracias a ello, puedo agacharme oportunamente, esquivando el filo pero haciéndome caer. Me ruedo, esquivando los ataques que el Dr. Quiún descarga buscando lastimarme, mientras se ríe grotescamente; más que risa, mi aterrado cerebro identifica ése espeluznante ruido como el jadeo de una hiena muy grande... Toco con la mano la funda del machete de mi abuelo, y más por reflejo que por conciencia, saco la hoja legendaria que mató hace tanto tiempo a otro ser sobrenatural; lo levanto con fuerzas sacadas de la desesperación, y el brazo armado del Dr. Quiún vuela cercenado limpiamente. ¡Y ahora soy yo quien tira tajos! ¡Y el ser maldito que resistió un cargador entero y varios bombazos incendiarios, se desbarata como si estuviese cortando un monigote armado con carrizos secos! El Dr. Quiún ríe sin mandíbula, con ésa fea risa seca, muerta, hasta que su cabeza cae, rota como si estuviese hecho de masa seca. Cae, deshaciéndose en ceniza blanca.

                Quisiera detenerme un momento a descansar, pero no puedo. El incendio crece, alimentado aún más por la tea que fue el Dr. Quiún, y debo ver si el viejo loco ha logrado salir; si no, he de llamar yo mismo a los bomberos para que vengan a rescatar a los ancianos. Debo apurarme, también porque debo ir a ayudar a Ritssi; alguna vez me comentó que la bruja y él se casaron justo en la iglesia de "La Sagrada Familia"; luego, ella ya sabe donde se halla. Sólo espero que el sacerdote que sabe matar vampiros sea capaz de contenerla hasta que llegue.

                Atravieso la sala de calderas y los hornos, y noto que la rara escultura con las cinco marcas ya no se halla en la mesa, pero de momento no le doy importancia y cuando alcanzo los baños, algo me sorprende y hace que me detenga por un momento: frente a mí, se halla un anciano vestido con una especie de bata de hospital blanca, y en la semipenumbra, lo albo de sus canas y su atuendo se asemeja a una reverberación. Ha de ser uno de los viejos que se hallaba en el tercer piso y que ya se ha despertado; intento decirle que salga, ya que el incendio me viene pisando los talones: todo este sitio explotará cuando las llamas alcancen las calderas y los hornos, y su abastecimiento de gas, pero me detiene poniéndose un dedo en la boca, con el ademán de "silencio". Ahora me dice con una voz muy cálida que no me detenga en el vestíbulo, sino que debo salir del edificio de la misma forma en la que entré, ya que las fuerzas del orden ya están en la puerta, y es cuestión de un par de minutos para que entren. Como si supiera lo que estoy pensando, me dice que don Pascual -hasta ahora es que sé el nombre del viejo loco que me ayudó a hallar este sitio- se halla a salvo, ya que sabiamente ha decidido hacerse el desmayado. "Debes darte prisa, ya que la Sacerdotisa de Quiún está por vencer al cura Cervantes, el párroco que cuida a tu amigo Igor". Ante ése aviso aprieto el paso, pero cuando caigo en cuenta de que no le he dado las gracias a éste señor, detengo mi tranco y volteo, para toparme con que ha desaparecido igual a un fantasma: sin dejar rastro alguno. Y ahora que lo pienso, también ha desaparecido el asqueroso olor, dejando en su lugar una sensación de tranquilidad y un agradable aroma a rosas, pese a estar en un baño muy viejo. De las extrañas arañas, ni su luz, se han esfumado también.

                Pero no quiero pensar en esto ahora; ya después habrá tiempo para ello. Avanzo a toda prisa, mas, cuando alcanzo el vestíbulo, escucho voces; precavidamente me escondo con el arma preparada y checo si no son más matones de "Quimera". El alma me vuelve al cuerpo cuando reconozco a los "madrinas" Trejo y Quintana entrando y auxiliando a don Pascual, y ellos llaman por radio a los bomberos ante la repentina explosión de las calderas que han sido alcanzadas por el incendio. Bien, parece que mi labor en este sitio llegó a su fin. Sin embargo, no puedo quedarme al interrogatorio, Ritssi se halla en grave peligro, así que aprovechando la distracción del estallido, me adelanto a los inútiles estos y me escabullo sin ser notado. Moviéndome con rapidez, subo de nueva cuenta las escaleras y alcanzo la azotea, recogiendo las cosas que había dejado ocultas y vuelvo a bajar al edificio de atrás con el garfio, al que desgraciadamente he de dejar. Gano la calle y tomo un taxi, pidiéndole al chofer que me lleve a toda velocidad hasta la iglesia de "La Sagrada Familia".

                Bajo del vehículo, y, con precaución, me acerco a la puerta, la cual, a la distancia, se ve abierta; un agudo grito sale de la nave principal, ¡no puede ser! Corro, temiendo lo que ocurre adentro.

                Penetro a la amplitud del templo, y con únicamente la luz que entra por la puerta principal y los vitrales, mis ojos tardan un momento en habituarse a la pesada penumbra; con manos temblorosas saco un cóctel molotov y lo enciendo, un poco con la esperanza de que aumente aunque sea en algo la escasa luz, azulosa, plomiza, y otro mucho para defenderme de quien sé que está aquí. Un sonido extraño se arrastra por la amplia galería, y siguiéndolo, avanzo cautamente, cuando noto los indicios de la lucha que ha tenido lugar en este sitio: como cortinas de manta blanca, deshiladas, todas las bancas, columnas y retablos que ilumina la luz amarilla de mi improvisada antorcha se hallan cubiertas de telarañas... Volteo hacia el altar, y es cuando descubro un par de horribles figuras. Las piernas me tiemblan, y creo desmayarme del miedo una vez más al ver sobre el altar, a un bulto envuelto en gasas blancas, la cabeza colgante, gris, el cabello cayéndose de golpe, y sus ojos haciéndose pequeños, como globos llenos de agua que se vaciaran con un grotesco ruido de succión. Las cuencas vacías me señalan a otro ser, encorvado, monstruoso, enorme; parece un vampiro con un cuello innaturalmente largo... Sé quién es. El cabello negro, abundante, impide que vea el rostro de Alma Meriba que me ignora, entretenida en morder al padre Cervantes y succionarle la vida, lentamente. Grito, no puedo contenerme, grito con todas mis fuerzas para evitar el volverme loco, y arrojo el cóctel molotov contra ésa aberración...

                La botella vuela, haciendo un amplio arco mientras el tiempo corre lento; Alma Meriba alza la mirada, y deja de hacer lo que está haciendo. Suelta al padre Cervantes el cual cae, envuelto como un insecto pero, pobre tipo, no puedo ver cuando aterriza porque Alma Meriba se yergue, me muestra impúdica una vez más su figura: su piel, bañada por la luz amarilla de la bomba que vuela hacia ella, luce verdigris, su torso alargado de senos abultados y brazos delgados y correosos, se une a una especie de cadera que, pese a tener rasgos femeninos, también tiene mucho de araña, y su rostro... Es el mismo, pero al mismo tiempo es diferente... No sabría explicarlo, pero se ve muy vieja, casi momificada, si ése término pudiese aplicarse aquí... Me mira divertida, sí. Hay gozo en ésa mirada, en ésos ocho ojos idénticos a los que usa cuando pretende ser humana, y su boca... ¡Dios mío! Sonríe, y sus dientes son como sierras metálicas que destellan amenazadoramente, enmarcados con ése cabello negro que provoca una irrefrenable lujuria cuando se halla en su forma de mujer...

                La bomba avanza, y ella, retadoramente, busca mi mirada, y creo envejecer cincuenta años de golpe. Ella me mira de la misma forma en la que una serpiente mira a un ratón, y lucho ése mínimo instante contra ella sólo para poder pestañear... La bomba avanza, y yo repito como sosteniendo con todas mis fuerzas un escudo el Salmo 91, "Esperanza mía, y Castillo mío..."; lucho con todas las fuerzas que poseo para pestañear y poder pensar "Mi Dios, en quien confiaré". Lucho, para sacar de mi cabeza la abrumadora, omnipresente voz de ella que no tiene necesidad de decir nada, sólo su risa descarada, y con ella sola se burla, me dice que el Dios a quien invoco no puede ayudarme ni a mí, ni a Ritssi. Me dice sin palabras, que nos enredará y nos succionará muy lentamente todos nuestros fluidos, y cuando estemos secos no nos matará, sino que nos concederá una vida tan larga como la de ella, que vio cuando Ramsés y Moisés se enfrentaron hace cinco mil años, y nos conservará así, secos e inútiles para torturarnos una y otra vez...

                La bomba avanza, y grito una vez más, con mi garganta, con mi mente, para callarla... Grito con todas mis fuerzas, "Esperanza Mía, y Castillo Mío, Mi Dios en Quien Confiaré", y la botella vuela, y justo cuando creo que la alcanza, algo se interpone y la bomba estalla, incendiando a éste ser que, hierático, protege a Alma Meriba del fuego. Cinco marcas escarlatas luce en su mejilla, y ahora comprendo lo que el difunto Aguirre quiso decirme con que el Dr. Quiún sólo era un golem... ¡Mierda! Comprendo cabalmente quien hizo al monigote de asquerosa masilla que vi en la Casa de la Hermosa Luz; desmembré al que tenía cuatro marcas en la mejilla, luego, éste es el quinto. ¿Quién habrá sido capaz de eliminar a los anteriores?

                Alma Meriba ahora se carcajea, no sólo en su mente, sino físicamente. Su risa induce imágenes que me enloquecen, y debo hacer uso de todas mis fuerzas para no caer dentro de ésa locura... siento, literalmente, su imagen, el tacto de su cuerpo desnudo abrazándome, su boca succionando mi pene, mis bolitas, mi estómago, mis muslos y mi pecho, y al siguiente siento en la cabeza el terrible dolor de su horrible aguijón perforándome, envenenándome... El golem de Quiún corre hacia mí con su horrible cuchillo, envuelto en llamas, incendiándolo todo a su paso. Alma Meriba clava su aberrante mirada en mi pobre persona, que mas que persona, es una polilla atrapada por una viuda negra... Creo que me rompo una muela al apretar las quijadas en la lucha por moverme, e, involuntariamente, el dolor de mi úlcera me rescata, me vuelve a la realidad justo cuando el golem me tira una cuchillada... No es mortal, me ha dado en un muslo, lejos de la femoral, y aprovechando el dolor, rompo el lazo, la telaraña que Alma Meriba había tendido a mi psique. Cojeando busco ganar distancia, mientras saco otro cóctel molotov.

                Ahora ella habla, y su voz, aterradora, parece una sierra cortando madera; susurra, y aún así, los candelabros y los cristales vibran. Se ríe quedito, y las palabras poco a poco toman forma: "Querido, ¿intentas lo imposible? Lo lograste una vez, y por ello te respeto. El último que se ganó mi respeto fue un jesuita de apellido Torquemada, porque logró vencer a la Imagen de mi Señor. Ése fue el Tercero. El segundo fue derrotado por el mismísimo Martín Lutero, quien me obligó a huir hacia Roma, cobijada por la contrarreforma... Al anterior, ya su nombre se ha perdido en las arenas de los tiempos. Sí, querido, si. Éste pobre abad no pudo contra mí, debido a que conozco muy bien su doctrina; es idéntica a la mía, la egipcia. Su iglesia, es una amalgama de miles de cultos, pero su base es egipcia. ¿Que diría Moisés al ver esta perversión de su doctrina, de la ley grabada en las tablas de roca madre que le dio el Dios al que invocas en el monte Sinaí cubierto de fuego y relámpagos, el mismo Dios que doblegó al imperio más formidable del mundo antiguo, y a sus dioses, incluidos Ramsés y a mi dios? Quien ríe al último ríe mejor, querido... Tu Dios calla, indiferente a tus ruegos y súplicas, indiferente a todo desde hace más de dos mil años, pero el mío se ha escondido en la doctrina de la que se dice su 'iglesia', perforándola, llenándola de hoyos, haciéndola quebradiza y débil. Lograste eliminar al Cuarto, pero jamás lograrás eliminar al Quinto. Sí, querido, éso a lo que te enfrentaste en mi casa es el Dr. que se llama como El que está el Otro Mundo, el Otro Ángulo, y a quien amo con todas mis fuerzas. Él es La Llave, y está hecho de los huesos y las cenizas revueltas con la sangre de mis queridos sacrificios, y gracias a ti, se ha perfeccionado. Veo confusión en tus ojos, querido, así que permíteme explicarlo: cuando mi amado vino a la Tierra desde ése Otro Mundo -nada de platillos voladores, ésos no son lo que tú crees- y desposó a una doncella humana, aquel a quien llamas 'Dios' se molestó mucho con aquel cariño, así que le ordenó a los hermanos de mi amado que lo encerraran en un sitio llamado 'Tártaro'; pasaron muchas lunas, Ra caminó por el cielo infinidad de veces, pasó un Diluvio, y entonces, y hasta entonces, cuando era una doncella que se lavaba el rostro y el cabello en las márgenes del Nilo, me contactó, haciéndome caer en un profundo sueño. No te diré lo que me dijo, querido, únicamente te diré que me mostró la cerradura que lo mantiene preso, y la forma de fabricar la llave que ha de liberarlo: cenizas y sangre de ancianos. Muchos ancianos; las razones de que porqué deban ser viejos, es algo que no te incumbe. Sólo digamos que como el que lo encerró es muy viejo, la llave debe estar hecha de los humanos más viejos que haya. La llave ha de purificarse en ciclos, nueve ciclos para ser precisos, y gracias a ti, querido, sólo restan cuatro".

                "Desde que te vi, supe que eras especial, por ello te marqué; pudiste haberte convertido en alguien encumbrado en mi organización, pudiste tomar esta larga vida que te ofrecí, como todo un señor, pero no... Tuviste que seguir el torpe ejemplo de Arnoldo Charles, quien desechó mi ofrecimiento y murió creyendo torpemente que los engranajes del Mundo podían ser cambiados por la voluntad humana, y creyó con su vida que en algún momento, el hato de mamíferos rumiantes que se dice 'humanidad', podría ser redimido y elevado a un grado superior gracias a la solidaridad, la ética y el trabajo conjunto como iguales. Pero Arnoldo Charles, así como todos los ilusos que creen en las ideologías marxistas, sumados a todos los ilusos que creen que el amor fraterno, el 'ágape' griego, es capaz de redimirlos a ellos como a sus semejantes, pasan por alto que ése concepto llamado 'Humanidad', no es más que una palabra bonita para describir a un conjunto de animales semejantes a ratas que siempre estarán dispuestas a devorarse entre ellas a la menor provocación..."

                ¡Diantres! No le falta razón a esta bruja. Siempre los poderosos han abusado de la gente, desde que empezamos a caminar sobre la Tierra, pero también sé que no debe ser así. Más bien, hemos estado inmersos en un error llamado egoísmo; la evidencia histórica muestra que las sociedades primitivas lo compartían todo, y juntos crecieron hasta que algo se torció. Lucho contra sus ideas, así como lucho contra su golem, esquivo sus cuchilladas, uso todo lo que sé de peleas, todo lo que he aprendido en mis cuarenta y siete años de vida, y apenas puedo contenerlo; lucho con todas mis fuerzas contra las palabras de Alma Meriba que, aún sin quererlo, hace daño en mi ánimo. Quiero creer que no somos meros animales, no. Los animales no hacen poesía, no pintan, no son capaces de sacrificarse a sí mismos por sus amigos, como lo hizo Jesús... Una rata no es capaz de ir hasta el gato y decirle "detente, no mates más de mis congéneres".

                Disparo toda la carga de la pistola contra el golem de Alma Meriba, logro derribarlo, y ella sólo se ríe... ¿Por qué no me ataca? En el momento justo en que ella decida actuar, en ése momento se terminó. Quizá quiera que destruya a este quinto golem, o quizá solo se esté divirtiendo, que es lo más probable... De todas maneras, gana ella. ¡Árgh! ¡Eso estuvo cerca! El cuchillo del quinto golem de Quiún roza mi cuello, y noto espantado que comienzo a agotarme, mis reflejos ya no son tan veloces... ¡Dios! ¡Si me vas a ayudar, éste es el momento! Porque si seguimos así, yo, Ritssi, y quién sabe cuántos más viejitos vamos a morir... Me estorba la mochila, éste demonio hecho de cenizas me ataca velozmente, no me da tiempo para ganar espacio y arrojarle otro cóctel molotov, así que con todo el dolor de mi corazón, decido soltar la mochila, y ya más ligero, redoblo mi esfuerzo, pero ya estoy respirando con la boca, ya me cuesta trabajo moverme, desgraciadamente no voy a durar más de diez minutos a lo sumo...

                Una luz se enciende y como una estrella fugaz corre por el amplio espacio de la nave de la iglesia y cae sobre Alma Meriba, prendiéndola como una antorcha. Ella grita de dolor, quebrando los vitrales, paralizando por un instante al quinto golem de Quiún, que se vuelve sobre sus talones e intenta correr hacia su ama para protegerla, pero no se lo permito. Me ha dado la espalda, y sea como sea, he de aprovechar esta oportunidad que quizá, y muy a mi pesar, será la última. Me apoyo en una de las caídas bancas para ganar vuelo y salto sobre ésa cosa con el machete de mi bisabuelo José Galicia y girando como los boxeadores todo el cuerpo cuando dan el golpe, de un tajo limpio le corto la cabeza; los dos caemos, el golem deshaciéndose en cenizas blancas y yo golpeándome con todo el impulso de mis cien kilos contra el filo de una banca, quebrándome el antebrazo izquierdo y retorciéndome del dolor mientras Alma Meriba brinca hacia una de las columnas, escapando del fuego y al fin la observo totalmente en su espantosa forma real corriendo grotescamente por la bóveda y de pronto se deja caer. Intento esquivarla, intento levantar el machete, pero es demasiado tarde: ya está sobre mí. El golpe me deja sin aire, como a un pez que es arrancado del agua, y ella ya no dice nada. Sólo quiere matarme y yo lucho por recuperar el aliento, estiro mi mano derecha e intento dispararle todas las balas que me quedan a bocajarro, pero de un violento golpe me desarma. Estoy perdido. Perdóname, amigo Ritssi, no pude preservar tu vida. Perdóname Arnoldo, no he podido hacer más. Abre su hocico lleno de dientes afilados como agujas, relamiéndose, y yo sólo puedo pensar, muy quedamente, como la luz de mi vida que se apagará en breve: "Esperanza mía, y Castillo mío, mi Dios, en quien confiaré."

                Pero ésa flama no se apaga. Unos tacones resuenan en las baldosas, su eco rebotando en las paredes cual puntos suspensivos al final de éste párrafo que es mi vida... Alma Meriba voltea, y casi de inmediato afloja su presión sobre mí, permitiéndome respirar; ¿quién llegó? Ha de ser el mismo que le arrojó el cóctel molotov hace un momento, ¿habrá sido Ritssi? No, no lo creo, lo dejé hecho una criba, al borde de la muerte. Alma Meriba se muestra... ¿temerosa? ¿Cómo es eso posible? No lo creo, pero sumisa, hasta su horrible, monstruosa forma arácnida deja a un lado y en un instante vuelve a ser la hermosa, tentadora y voluptuosa mujer de tan sólo un metro y medio de estatura. Murmura humildemente, bajando la cabeza:

-"Salve, señor, ¿que trae al Honorable Mujer Serpiente hasta esta, su sierva?"

                Levanto el rostro, y no puedo creerlo... ¡"La Diabla" se halla aquí, junto a sus escoltas los agentes Sánchez y Solórzano! No sé si sea el fuego que pinta extrañas sombras en el rostro del Comisionado de Paz Pública del CISEN, o mis dolores combinados, el cansancio, ¡qué se yo!; el caso es que "La Diabla" parece exactamente lo que su apodo dice de él: un demonio. Provoca escalofríos, y hasta el ambiente, pese al incendio, el calor de las llamas, pareciera que se hace frío, brumoso. "La Diabla" habla con firmeza. Su voz está llena de tintes metálicos, como hojas de obsidiana raspándose entre ellas, afilándose, ominosas, amenazantes:

-"Me trae, madam Meriba, la orden de arrestarla por los cargos de Alta Traición y Asesinato."

Alma ahora parece una niña regañada, y haciendo pucheros, únicamente atina a decir:

-"¿Alta traición? ¿Asesinato? ¿De qué está usted hablando, mi señor?"

-"Puede hacerse la tonta, pero usted más que nadie sabe que nada, absolutamente nada escapa de Los Ojos de la Noche. Usted supo bien, cuando vino con la emperatriz belga, que únicamente hay una regla para los extranjeros en ésta tierra: respetar a los Poderes. Usted creyó, tontamente, que Los Poderes se habían debilitado, erosionados por el tiempo, El Poder del Norte y la corrupción, y que quizá ya el poder humano tuviese mayor peso en el equilibrio cósmico, y que quizás pudiese utilizarlo para su propio beneficio, pero usted lo ha entendido mal. Se avecina una gran tormenta, así que, como en los tiempos antiguos, se ha de dar de comer de nuevo a los Poderes con el chalchíhuatl. Nunca ha sido debilidad, sólo previsión. La supuesta corrupción, la 'guerra' contra el narcotráfico, las desapariciones y asaltos con violencia, asesinatos, no son otra cosa que una Nueva Guerra Florida. Pero usted, madam, deliberadamente ha decidido apoyar al candidato presidencial de la oposición con recursos abundantes, creyendo que así lograría presionar para elevar su rango a Poder. Pero usted no ha entendido, en los doscientos años que lleva viviendo con nosotros, que este asunto de la 'democracia' sólo sirve a un propósito: mantener la Paz Social. Podrá estar la región convulsionada, pero nuestro deber es impedir una Revolución espontánea y de la población, y, dado el caso, guiarla hacia los cauces adecuados, como hicieron mis predecesores en la Revolución de Independencia, la Guerra de Reforma y las Revoluciones de Francisco Villa y de Emiliano Zapata, y ahogando posteriormente a los gérmenes llamados Cuartel Madera, Lucio Cabañas, Género Vázquez, EZLN, EPR y ERPI. Usted, al apoyar a un candidato al que no le ha llegado el turno, está alterando nuestra valiosa Paz Social. No conforme con ello, madam, su sirviente, el cuarto, asesinó al licenciado Limantour, el cual fue el artífice de nuestro actual control económico..."

-"...pero... pero yo no maté a monseur Limantour, ¡fue esta rata! Si usted me lo permite, mi señor, lo exterminaré en este preciso momento..."

-"¿Y que ganaríamos? El licenciado Limantour estaba directamente bajo su custodia, así que cualquier cosa que le ocurriera, sería su responsabilidad, ¿o miento, madam Meriba? Además, usted ya ha de saber que este reporterillo ya no se halla bajo nuestra zona de influencia; a él lo cuida otro Poder, más grande que el suyo o el mío, como aconteció con Arnoldo Charles; por si no los ha notado, en este templo se hallan enviados de ése Gran Señorío..."

Y es apenas un destello, pero la iglesia se ilumina como por un rayo de sol y creo distinguir, sentados en lo alto del Altar, un par de figuras aladas, que en un momento, un ínfimo instante, bajan su brillo y se confunden con los retablos que adornan el sitio. Me tallo los ojos, creo volverme loco.

-"...De la muerte del 'camarada mono', usted deberá responder a otro tribunal, cuando llegue el tiempo de la Trompeta. Usted decide cómo venir, pero permítame recomendarle que lo haga pacíficamente. No querrá usted terminar de forma tan triste una vida tan larga e interesante como la suya."

                Alma Meriba gruñe, se transforma una vez más en la monstruosa mujer araña, y yo estoy a punto de desmayarme... Todo esto ha sido demasiado para mí. "La Diabla" ordena, y en un momento, y sin saber cómo, estoy junto a ellos. Sánchez me tapa los ojos con una capucha, y lo último que puedo ver, es a Alma Meriba saltando grotescamente de columna en columna, luciendo amenazadoramente un horripilante aguijón que surge de sus caderas, cuando todo se vuelve negro por la capucha y ya no puedo ver cómo es reducida. Sólo escucho sus estridentes gritos, primero amenazantes, y ahora clamando misericordia; el dolor de mi úlcera y el de mi brazo, mi corazón latiendo con tanta fuerza que creo que me va a romper el pecho por la ansiedad, apagan un interruptor adentro de mí, y ya no veo nada, ya no escucho nada, sólo esta terrible obscuridad que me envuelve y me lleva a la inconsciencia...


(((


                No sé cuánto tiempo ha transcurrido desde que perdí la conciencia, pero apenas abro los ojos, una cosa blanca me recibe; grito, intento levantarme, creyendo que me ataca otro de los "ángeles" malditos de Quiún, pero un par de manos suaves llegan hasta mí y me tranquilizan. Las formas que el terror cinceló en mis retinas se suavizan y toman sus contornos reales, definidos. Las manos que me calman llevan hasta una hermosa sonrisa que ahora reconozco: la bella enfermera me dice que me hallo en el Hospital Mercy, y que me internaron debido a mi úlcera, mi brazo izquierdo roto en tres partes, una desgarradura por arma punzocortante en mi muslo derecho y sobre todo, a una aguda crisis nerviosa que me mantuvo dormido durante tres días.

                "El Mercy". Ya más relajado, pregunto por Ritssi, y la bella enfermera Luna Huno me informa que se halla estable y que a más tardar, en dos días saldrá de Terapia Intensiva, pero yo debo ser revisado por el Dr. Pinto. Después de ello, y de comer algo, podré, bajo el permiso del médico, visitar a mi amigo. Respiro profundamente, corroboro mentalmente que todas las piezas de mi cuerpo se hallen en su sitio correcto, abro los ojos de nueva cuenta, fisgoneando con impudicia, descaradamente, la tentadora silueta de anchas caderas y largos muslos de la hermosa enfermera, gozando como si fuese la primera vez el despertar de la carne pidiendo guerra... "Me siento bien" le digo, y como confirmación de mis palabras, levanto mi mano derecha y la meto debajo de la falda de la hermosa enfermera, agarrándole descaradamente, sopesando la calidad y la calidez de uno de sus  cachetes. Mi erección no pasa desapercibida a la coqueta enfermera, ya que me susurra al oído lo travieso que soy, y que va a ver que tan cierto es ello; toma mi virilidad y la trabaja maravillosamente, mientras con la mano exploro goloso las húmedas oquedades que se hallan en tan hermosa cadera. No me deja terminar, con el pretexto de que aún me hallo débil, y el venirme me debilitaría. Debo ser checado por el Dr. Pinto, comer, y después, "ya veremos", me dice guiñándome un ojo, y sale contoneándose como los barcos en alta mar. ¡Rayos! ¡Claro que necesito comer, pero una cadera como ésa!

                La consulta es rápida, y el Dr. Pinto me permite ir a visitar al maltrecho Ritssi. Llego y el cabrón se halla medio sentado en su cama. Ya le han retirado el tubo que le ayudó a respirar pero ahora debe de traer puesta una mascarilla de oxígeno. Se halla tomando con la ayuda de un popote un delicioso caldo de pollo. "Pinche Ritssi, no te ves tan mal" le suelto, y el cabrón se dobla, haciendo heroicos esfuerzos para no reírse.

-"En cambio tú te ves hecho una mierda; deberías comenzar a fumar, güey."

-"Toda la culpa es de tu vieja. Me zarandeó, en muy mal plan, como quiso la cabrona..."

-"Oye güey, y... ¿pudiste... terminar? Tú me entiendes."

                Le platico lo ocurrido, y justo en eso, la puerta de la sala de Terapia Intensiva se abre y aparece "La Diabla", solo con su alma. Sus escoltas se han quedado afuera. No se halla molesto, antes nos saluda y nos pregunta cómo nos sentimos. Y antes de que podamos contestarle, nos arroja un ejemplar de hace dos días de "La Rayuela, El periódico que grita lo que otros callan", con el titular a ocho columnas: "Cae Organización de Supuesta Beneficencia que Asesinaba Ancianos. Investigación de Arnoldo Charles (QEPD) y J.H. Hernández".

-"Costó mucho trabajo convencer a Bobadilla para que nos permitiese editar tu diatriba contra el sistema. No, no te preocupes, únicamente ocultamos los nombres de los miembros renombrados del 'Tabernáculo', para evitar una crisis política y económica. Ustedes saben, es año electoral. "

                Nos dice el colofón de esta aventura, que pese a todo, no deja de tener un aire a "verdad histórica": Alma Meriba fue abatida al oponerse al arresto, su peligrosa organización, desarticulada. La limpieza ya fue hecha, borrando los nombres importantes de los miembros del Tabernáculo y, gracias a mí, al artículo que mandé a "La Rayuela" -debidamente censurado-, el caso -del que ya sólo queda una carcasa que ya puede ser del dominio público- ha sido regresado a la PGR sólo para cerrarlo oficialmente, "La Casa de la Hermosa Luz" ha cerrado sus puertas definitivamente. Y Ritssi, como "consorte" de Alma Meriba, ha heredado la inmensa fortuna que ella amasó durante siglos.

                Ritssi se ha quedado callado, y entiendo que necesita un tiempo a solas. Me jalo a "La Diabla" y, mientras salimos, le pregunto sobre la verdad. La "Diabla" me habla sobre cuando llegó a México Alma Meriba, en el mismo barco que trajo a Maximiliano de Habsburgo con el disfraz de ser una comerciante de sedas francesas; lo cierto es que los Poderes europeos ya no querían nada con ella, así que vio como una gran oportunidad el venir a estas tierras. Juró lealtad a los Poderes de aquí y Ellos le permitieron que intentara fabricar la supuesta llave, a cambio de darles un porcentaje de los sacrificios. "Sin embargo, tu amiga nunca fue muy lista. Nunca entendió que la supuesta 'llave' no era otra cosa que el berrinche de un supuesto dios caído y capturado por un verdadero Dios. Aunque hubiera podido completarla, ¿habrá quien pueda escapar de la ira de ése Dios? El sacrificar ancianos únicamente era una venganza tonta contra el que lo capturó. Y fue tan tonta, que quiso morder la mano de quienes la recibieron aquí, con el error de pretender usar el poder político para presionar al divino. Fue cuando Ellos me ordenaron castigar su soberbia."

-"¿Entonces, por qué mantuviste vivo al 'cerdo' Aguirre si lo sabías todo?"

-"Todo esto es más complejo de lo que crees, reportero. El 'cerdo' era una forma de hacer las cosas legalmente. No me veas así, Quizá creas que somos unos corruptos a quienes sólo les interesa el dinero. Ésa es, precisamente, una de las múltiples máscaras. ¿Crees que el grueso de esta población, atontada por fútbol y telenovelas, pero lo suficientemente cobarde como para involucrarse en impedir un asalto, no digamos ya una violación o un asesinato, creerá en la existencia de Ellos, mis Patrones? Les es más fácil creer en un Estado Fallido y que a todo se lo está llevando la chingada, a creer que en realidad, todo está bajo un control férreo. Se trata de la ilusión de la libertad y el libre albedrío: un Estado como el nuestro te da la ilusión reforzada de que, teniendo algo de dinero, o teniendo amigos con un mínimo de influencia, puedes hacer lo que quieras, y por lo mismo, todos van a luchar por obtener aunque sea una migaja de ése poder, lo que destruye la unión y la solidaridad que son, en última instancia, las bases de las creencias de Arnoldo Charles. Pero créelo, reportero, todo tiene una causa, y un porqué. Aunque ésas causas y ésos porqués, a veces sean incomprensibles. Sólo te diré que a Los Poderes que gobiernan desde tiempo inmemorial, les agrada la legalidad. Aguirre nos dejó de servir cuando se involucraron Ritssi y tú, porque hicieron que Alma Meriba se ensoberbeciera y bajara la guardia. Tu reportaje nos dio el argumento legal que necesitábamos, así que te cuidé como a la niña de mis ojos. ¿O crees que por ti mismo hubieses podido morder a 'Valkiria' y salir vivo de ésa? Arnoldo Charles nunca confió en mí, y yo nunca hubiese podido acceder a su bitácora que te dejó en ése maldito cofre bendecido."

-"Entonces, ¿lo sabías todo, y no protegiste al 'camarada mono'...?

-"El ya había resuelto casi en su totalidad el caso. La diferencia entre él y tú, reportero, es que Arnoldo Charles era muy prudente. Por lo mismo, fue hasta su muerte que nos enteramos que el 'Tabernáculo de Quiún' se estaba moviendo contra nosotros. El error del 'camarada' fue no confiar en El Poder. De haberlo sabido antes, él no habría muerto y tu seguirías con tus reportajes amarillentos de atropellados y/o asesinatos pasionales."

                Al indagar sobre el paradero de Alma Meriba. "La Diabla", divertido, me contesta que en algún sitio, totalmente amarrada y colgada de cabeza con una pequeña incisión en la vena que está junto a su oreja para que no le estalle la cabeza y con una piedra proveniente de la iglesia de "La Sagrada Familia" clavada en su mandíbula. "A fin de cuentas, ella provocó el incendio y proveyó el medio para castigarla". Me estremezco, la dureza de ese castigo ha de ser terrible en cualquier persona, por la imposibilidad de morir en unas cuantas eternas horas, pero se magnifica exponencialmente en un ser que nadie sabe cuánto vivirá. Ante mi pregunta sobre cuánto tiempo va a estar así, o ante la posibilidad de que se escape, me responde seriamente que ella va a quedarse así hasta el Tiempo de la Postrer Trompeta.

-"Hasta que vuelva tu Dios. Mientras, vive lo que te resta de vida sabiamente; es decir, sigue como reportero de nota roja y como detective de cuernos, y no intentes fisgonear en asuntos que no te incumben. Te lo digo claramente: los Poderes de este país, de esta región, ya se han fijado en ti; ándate con cuidado, no les busques las cosquillas porque ésta vez, has corrido con mucha, muchísima suerte. Adiós."

Y me quedé ahí, parado en medio del pasillo. Podría jurar que el ambiente se llenó de un penetrante olor a azufre, y que a cada tres pasos, se le asomaba una cola puntiaguda y colorada al jefe "Diabla" mientras se alejaba montado en sus botines que resonaban en los azulejos como si fuesen pezuñitas.

                Sin embargo, comenzó a darme hambre. Me dirigí a la cafetería preguntándome si podrían hacerme una torta de sándwich de quesadilla con harto aguacate. Tantos datos, tantas cosas que pasaron... Quizá deba escribir un libro. Sí, disfrazándolo como ficción política con terror. Quizá lo haga. Lo malo es que siempre he sido muy zonzo para los títulos, pero eso puede de momento esperar. Ahora, hay que comer para celebrar el estar vivos, y ¿dónde estará mi bella, bellísima enfermera...?

FIN.


                Y bien, camaradas y camarodos, con esto terminamos con el asunto de este cuento, que espero sinceramente que les haya gustado. Acabo de terminar de leer la obra de Paco Ignacio Taibo II “No Habrá Final Feliz” siendo la primera obra de Taibo II que leo, y creo que mi propia obra no quedó tan mal. Espero sinceramente que les haya gustado aunque sea un poquito.

                Ahora a lo otro. Quiero presentarles a mi papá:


                “El Divino”, lápices 2H, 4B y 6B sobre papel Fabriano de 21 x 29.5 cm. Es la primera vez, también, que dibujo a mi padre. Alguna vez platicaré, quizá, el porqué. Sin embargo, me han dado ganas de dibujar mis raíces, mis orígenes. Ya verán que onda en las siguientes entregas.

                Y creo que es todo. Me despido de ustedes adelantándoles que la siguiente entrega, voy a poner un cuadro que había pospuesto poner, ya que quería hacer un video. ¡Nos vemos la entrega que viene! ¡Sayonara! ¡Muchísimas gracias a los Pueblos Hermanos que nos han ayudado tanto en esta hora triste! ¡Muchas gracias! ¡Aquí seguimos, de pie, gracias a las manos amigas que nos han ayudado a levantarnos! ¡Muchas gracias! ¡HISTORIETA O MUERTE! ¡VENCEREMOS!


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