¡Hola,
camaradas! ¿Cómo han estado? ¡Espero sinceramente que bien!
Pues uno
aquí, como de costumbre, compartiendo con ustedes los devaneos oníricos de este
micifuz funámbulo y callejero -al rato lo de “callejero” va a ser cierto, con eso de la crisis económica y de que
nadie le da trabajo a nadie, ya sea joven o viejo; no somos más que “recursos humanos” prescindibles según el
esquema del poder- y pues, tenemos hartas cosas por acá: para empezar a hacer
boca, comenzaremos con el Códice Diez, Matlactli,
el Códice final de Tzitzimine. Y he
pensado que, como es el mero mero final, publicarlo en cuatro partes. Verán, el
asunto de publicarlo por partes se debió a que antes Blogger sólo permitía
publicar cinco fotos por entrada –de hecho, todas las historietas que he
publicado acá, han sido por entregas, por la misma razón-, pero eso ya cambió,
y de querer, podríamos publicarlo todo, dado también el asunto de que de
momento no tengo conexión a interné y por lo mismo, se me dificulta a veces
mucho, amén de que a veces me da mucha flojera, el ir a un café internet. Sin
embargo, como que nos hemos acostumbrado a esto de las entregas… No sé ustedes,
camaradas, pero al hacerlo así, me recuerda a las novelas que antes eran
publicadas por medio de un periódico o una revista y uno esperaba que llegara
la siguiente publicación para saber en qué había quedado todo. Por eso vamos a
terminar esta historieta así, en partes.
Lo
siguiente es que les traigo un cuento inédito, que tiene ya algunos años; es de
una época en que este gato gateaba buscando desesperadamente al amor, y
devoraba por lo mismo la sección de clasificados buscando ello: el amor que no
compromete, el amor de un instante. Pero después veremos esto, en los
comentarios finales de “El Listón Rojo”.
Y lo último
sería una anécdota, algo que pasó y que me gustaría compartir con ustedes. Así
que, ¡no perdamos más el tiempo! Les presento la primera entrega del Códice
Diez de Tzitzimine:
¿Y bien?
¿Cómo les está pareciendo? Este Códice es muy grande, son más de ochenta
páginas, y la mayoría son dobles; cuando lo realicé, decidí dejar el final
libre, de la extensión que lo requiriese la historieta, y no plegarme a los
requerimientos comerciales de 32 páginas. La causa es simple: el final debía
ser tan grandilocuente, que merecía ser una novela gráfica en sí mismo. Ya
comentaremos toda la anécdota de su realización cuando termine de
presentárselos, amigos y amigas, lo que si les comentaré, es que el Dr.
Yazz-Ot-Tsé, como le es difícil pronunciar la nomenclatura náhuatl, cambia los
nombres. Cuando se refiere a Cuauhtémoc, él lo pronuncia como “Guatemuz”, y al
referirse a Tezcatlipoca, lo hace como “Tezcatepuca”, asimismo, cuando se
refiere a Quetzalcóatl, él no puede sino pronunciarlo como “Quetzalyacoa”.
Ahora
sigamos a lo que sigue, que es un cuento. Dejen se los presento, y ya ustedes
me dirán que les pareció y lo comentamos:
El
Listón Rojo.
“AMIGUITO:
Transfórmate en guapa mujer,
Relación con juguetes
Españolita bonita cincuentona.
Tel: XX-XX-XX-XX”
(La Prensa. Lunes 30 de Junio
de 2008.
Aviso Oportuno,
Pp. 62, 6ª columna, línea 16.)
Qué curiosidad,
en serio, qué curiosidad… Me amarra, tiñe de rojo mi entrepierna, y aunque ya
me he acostumbrado a su tacto, aún las manos me sudan en lo que el metro se
bambolea, línea 1, transbordo. El humor sucio y encerrado, apozcahuado[1] de los pasajeros me dice
que afuera no ha dejado de llover; la humedad ácida alborota los aromas ganados
en todo un día de trajín, y el calor anaranjado nos envuelve sabrosamente como
en un temascal móvil. Mis dedos escurren sudor, se mueven nerviosos,
impacientes… Envuelven sensualmente al metal y son el único recordatorio que
tengo de la realidad; mi mente se va, aguijoneado por los instintos de mi
cuerpo, alimentando fantasías.
Hay mucho
contacto, mucha carne, apretujándose toda; miles de hombros, miles de nucas, de
nalgas, de pitos, de puchas y culos, ¡esto es una orgía! Mi mano suda, escurre
sujetando al metal; mi mano hoy es tan femenina, el movimiento del tren muy
sensual. El sudor es casi una lubricación… Mi mano, como una vagina, aprieta al
duro metal nadando en líquido seminal… ¿Qué me pasa? Mi pene, medio erguido,
cautivo, gotea. La trusa tiene una hermosa flor de semen y el tallo es mi pene…
¿Qué me pasa? Dios, estoy tan caliente, no puedo pensar en otra cosa que no
sean metáforas, posiciones y suposiciones sexuales… ¡Ah! El metro me eyacula,
soy un tenso y nervioso esperma coleteando hacia el interior, hacia el vientre
de ésta aventura.
No sé desde
cuando tengo ésta idea, que me ronda, y me envuelve buscando una salida… Será
que Martha sólo quería ir al cine y presumir con sus amigas lo guapo que soy,
la primera de la secundaria en tener novio. En la obscuridad de la sala del
cine ardorosamente goteaba, dolorosamente erguido y necesitaba más que besos.
Tenía ella las rodillas huesudas y angulosas, y nunca dejó que le tocara el
pecho. Su mano era muy torpe, dolía a momentos y siempre estaba fría; me tocaba
con asco, obligada por sus palabras que presumía en la escuela con sus amigas,
ella debía ser la más liberal, y todas se reían, en corro, todas calcetas,
todas calientes recortándose la falda por la cintura para darse a desear. Yo
chorreaba creyendo que su mano fría era la felicidad cuando la mía, ésta que
aprieto en la bolsa del abrigo, era mucho más hábil y cálida. Huí. De sus
rodillas huesudas, de su actitud fría y prepotente antes de que me contagiara,
antes de que su mano obligándose a darme placer apagara mi ardor, mi gusto
total por ellas.
Camino las
calles, con el paraguas dejo una estela en la lluvia marcando un nuevo camino;
renazco, a cada paso evoluciono, cada paso me lleva hacia mi nuevo ser.
Será que me
aburrí de que siempre fuera así.
Recuerdo que a
Rosario le gustaba bailar. Íbamos a muchas fiestas en la prepa, y bailaba con
todos, y con todos era seria. Se dejó compartir seriamente con mi amigo y yo, menage a troi, y siempre, en los
momentos de gozo, en los momentos en que la gente ríe, disfruta, grita, ella se
limitaba a cerrar los ojos y quedarse seria. La odié por eso, por estar llena
de cadenas que no era capaz de romper pese a ser lujuriosa. La lujuria debiera
ser algo festivo, al coger todos deberíamos reír; pero Rosario no. Era como
tener sexo con un maniquí. Enojado, la monté por el culo al mismo tiempo que mi
amigo, con verdaderas ganas de lastimarla, y fue ésa la única vez que le
arranqué un grito, una leperada[2]. Huí. Me hostigaron sus
ojos siempre cerrados, la máscara que por siempre traía, su actitud de “lo que quieras” “no me importa”, “mi alma
no está aquí, no te acompañará jamás…”
¡Basta! Dejo de
pensar en Denisse, me olvido de Claudia, borro a Yolanda… Incompletas,
inconclusas, concluyo, no hay mujer ideal.
No vale la pena. Como en la vida real,
si no existe, hay que inventarla, aunque sea en forma de mujerzuela, de
hetaira. Puta, pero no barata. Esto de la lujuria jamás ha de ser barato,
aunque se encuentre en el lugar más insospechado, como ése anuncio del
periódico que ha sido mi primer paso: “AMIGUITO: Transfórmate en guapa
mujer, relación con juguetes españolita bonita cincuentona. Tel: XX-XX-XX-XX…” ¡Qué curiosidad! ¡Bendita
curiosidad! Camino excitado, ya conozco indirectamente ése placer, ya lo he
visto, voyeur, y ahora disfruto como
jamás disfruté a ninguna mujer. Ella se deja poseer como ninguna; ante mí, se
abre totalmente, me abre también, y somos uno, aunque éstas sensaciones, éste
conocimiento, cuesten tanto… ¿Por qué el placer no se ve como una inversión? ¿Por
qué sólo al trabajo se le da ése estatus? ¿No se dice como una sabia conseja
que uno sólo se lleva a la tumba lo vivido? Entonces, todo éste goce que he
acumulado me lo llevaré a la tumba y en el otro mundo seré millonario, pienso,
mientras cierro el paraguas y me adentro por el corredor pintado de rojo; ya no
necesito contar las puertas, ya conozco de tiempo el camino. Y todavía no puedo
evitar el temblor de mis miembros, ¡hoy es mi noche! Y tenso de placer mi mano
toca la puerta de la matrona. Dios, qué caliente estoy, no puedo dejar de
temblar aún sonriéndole a Doña Sofía que me abre, primero la puerta como el
delicioso preludio a lo que me espera.
Ella no es nada
brusca, no sabe lo que es la tosquedad; es fina, delicada aunque más masculina
que muchos hombres que conozco. Me cuida mucho, me protege, sabe que soy su
cliente y que en la sociedad que estamos formando, los dos ganaremos mucho. Por
eso me cuida y me procura, dejándome ver, dejándome estar como soy en la
iniciación de ella. Nos cuenta mientras la maquilla que fue dama en la corte
del Vizconde Don Pedro de Urquiz y Molina.
Él le enseñó, como nos enseña ahora, a
cómo ponerse las medias, a cómo usar el listón rojo que me excita tanto; la
forma de caminar, el arte de las pelucas y la caída de los ojos. “Pareces
tímida, chiquilla”, dice, mientras se pone el extensor, “ése es tu encanto” Y
le enseña a besarlo, a acariciarlo y a desearlo, como si fuesen reales los
veinte centímetros que se introducen en mi alma.
Me trata muy bien… Todavía ayer se dio
tiempo y me regaló una última sesión de
placer. Nos acarició, mientras dejaba ir a la muchacha que sostuve entre mis
brazos, en medio de mi pecho como si la estuviese guardando para éste día. La
dejé ir, y ella, juguetona, se dejó hacer de Doña Sofía. La retorció, metió su
lengua y sus dedos expertos jugueteando adentro de su estrecho recto, ay, me
chorreo de sólo recordarlo. Esas manos por toda su tersa piel, el contacto de
los senos, y el listón rojo, apretándome el deseo, y el placentero dolor al
instalarse; no necesitamos lubricantes, sólo mi propio jugo al escaparse, gota
a gota, las nalgas levantadas, las manos atadas en la espalda y la mordaza en
la boca pintada de carmín para apaciguar los gritos de placer de la
penetración, del escozor de las nalgas rojas por nalgadas. Me vine. Su placer
es mi placer. Así será de hoy en adelante.
Y por fin estoy listo, por fin puedo
acceder a éste salón, el sitio que tanto esperé conocer. El lugar es enorme,
está lleno de humo de cigarrillos y espejos que lo hacen gigante, reflejando el
placer de éstos seres mágicos, ninfas y faunos de la lujuria. La música es
suave, no opaca los cuchicheos y las risillas que ronronean en todos lados, y
el placer, el gozo reina en cada sillón y cómoda.
Ahí está, el placer que tanto he
estado esperando. Lo descubro gracias a uno de los espejos; por fin voy a poder
disfrutar totalmente a ésta hermosa mujer, el sueño se hará realidad por fin
con un hombre que la tenga por completo, abierta y sumisa, dispuesta a todo.
Checo la apariencia: ella es perfecta, sólo va vestida con lo indispensable
para mí placer; una prenda, un aditamento más sería redundante, innecesario,
estorboso. La puerta a su paraíso personal sólo se halla custodiada por el
listón rojo que me excita tanto…
El viste Arman. Lo bueno cuesta caro.
Su cabello perfectamente cortado, oloroso a loción cara y a tabaco fino; tosco,
varonil. Feo, pero masculinamente atractivo, la mano muy gruesa; si es cierto
lo que dicen, que el grosor promedio del pene son los dedos índice y medio
juntos, a ella le costará trabajo complacerlo. Es su primera vez aquí, se sabe
muy estrecha, casi virgen.
Doña Sofía la preparó para ésta
ocasión. Depiló perfectamente el delgado cuerpo moreno, puso ajustado en la
entrepierna el listón rojo que me excita tanto. El luce su sortija de
matrimonio; como yo, vino a buscar lo que no tiene en casa, el goce total con
la mujer inventada, la ideal.
El sonríe. Se acerca. Costará
complacerlo… Doña Sofía le susurró “hoy nacerás de nuevo, hoy te harás mujer”.
Volteo una vez más al espejo, a
constatar orgullosamente y por última vez la imagen de ella: montada en largos
tacones, mis nalgas se ven erguidas y redondas, deliciosas, y las medias de red
hacen ver mis depiladas piernas exuberantes, largas y mórbidas, las aprieto y
las sobo contra ellas mismas disfrutando el goce de mi piel a través de las
medias. El corsé me hace ver estrecha, me parte en dos, separando el goce
carnal del etéreo, mientras mi pene, sujeto con fuerza por éste terso listón
rojo, se aprieta, cautivo, frotándose entre mis hermosas piernas, mi cabeza
gotea muy cerca de mi caliente ano, la deliciosa y estrecha entrada a ésta
manzana que tengo por nalgas; casi me penetro sola y es casi como si mi entrada
lubricara… Mi curiosidad será satisfecha con creces ésta esperada noche, y me
doy el lujo de coquetear: bajo tímida la mirada, mis largas pestañas enmarcan a
mis grandes ojos, irresistibles. Soy bonita, soy deseable, inteligente, ¡esta
noche soy la mujer perfecta!
-Hola preciosa, ¿cómo te llamas…?
-María Luisa, guapo…
¡Já ja ja! ¿Qué
les pareció? Este cuentito es de 2008, y no lo había publicado porque, la
verdad, ¡me daba harta vergüenza! ¡Já ja ja! Alguna vez, como ya les había
contado, cayó en mis manos un ejemplar de La Prensa, donde salía ése anuncio y
un teléfono. Picado por la curiosidad, marqué desde un teléfono público y cuál
sería mi sorpresa cuando una voz española, de marcados acentos, me contestó. Recuerdo
que esa voz era de mujer, pero muy masculina… Y colgué. Realmente, la
curiosidad no me alcanzó para tanto, pero si disparó la imaginación y con
creces.
Alguna vez, platicando con una amiga
mía, comentamos el asunto del amor libre, y el porqué nunca habíamos tenido
nada entre nosotros, cuando aparentemente, la nueva generación –la de los
hijos- es tan liberal a comparación de cómo es la nuestra, y llegamos al acuerdo
de que para ellas, era muy difícil quitarse el bagaje de la educación
tradicionalista, el asunto del qué dirán, y el asunto de que para una “mujer
decente”, el tener un compañero de juegos es algo inmoral, aunque exista
atracción. En mi caso, les confieso, siempre me ha costado mucho proponerle a
una mujer un rato de juegos. Y esto se agrava cuando uno es pobretón. Es
simple: si no se tiene ni para un “cinco letras”, un hotel más o menos decente,
menos se tiene para todo lo demás, es decir, una ida al cine, un cafecito en un
café de chinos, y esto hace que la distancia entre mi deseo hasta la
entrepierna de ella se vuelva casi infinita. Riéndonos, mi amiga y yo quedamos
de acuerdo en que tener sexo –por lo menos para nosotros dos- no es pecado,
sino un milagro. ¡Já ja ja!
Y volviendo al asunto del cuento, me
parece que el placer personal, también, camaradas, sería una especie de
desdoblamiento: un volverse femenino mientras se es masculino –no sé cómo sea
con ellas, todas las mujeres que he cuestionado sobre este tema me juran y me
perjuran que ellas no se masturban, aunque también es cierto que no le
pregunto esto a todas las mujeres- lo cual no es, ni por asomo, una tendencia
homosexual, no. Es simple fantasía, es inventar a la compañera de juegos, como
ocurre en el relato. El personaje de mi relato no es homosexual, o por lo
menos, lo inventé sin ésa intención; es un hombre cansado de rogar por sexo,
insatisfecho con el sexo conseguido, y por lo mismo, se ve obligado a recrear a
su mujer perfecta con los medios a su alcance: su propio cuerpo. Esto es todo
el meollo del “Listón Rojo”.
De la ilustración, es una mujer
barbada. El mismo caso onanista y onírico, pero llevado a ellas: la invención
del hombre perfecto, el que no es macho, el que es comprometido, el que
acaricia en lugar de retorcer. Dura cosa es este aguijón del sexo insatisfecho,
tanto para nosotros, como para ustedes, camaradas mujeres, así que no queda de
otra sino inventar, e inventar. En mi caso, para concluir con esto, les diré
que ya dejé de ser hombre y ahora soy gato, y por lo mismo, nosotros los gatos
vemos el placer de una manera más abierta sin ser libertinos, ¡miau! La hice en
un block de papel marquilla, a puro lápiz 2B y 6B, queriendo imitar a Degas y a
tanto pintor impresionista con sus escenas de baño, espero que les guste.
Y bueno, ya para concluir esta
entrada, platiquemos de otra cosa que siempre nos deja insatisfechos: la
Política. En México estamos en época de elecciones, camaradas, y por lo
mismo, hasta el siete de julio tenemos que fumarnos a fuerzas toda la
publicidad que se hacen los institutos políticos. Y bueno, con apagar la tele,
bajarle el volumen al radio, -o subírselo, si pasa una camioneta o una avioneta
con su pregón- bastaría. Lo que no se vale, es que se utilicen recursos que son
de todos para hacerse publicidad. Dejen
les platico:
Conozco a un tipo, que dice tener un
amigo, que dice tener un primo –lo hago así para que no haya represalias contra
éste gato ni su cojín- que daba clases los días sábados en un Centro de
Desarrollo Comunitario de cierto municipio mexiquense, cuya clase fue suspendida.
Realmente no debiera haber tanto problema, porque el profesor sólo tenía un
alumno, y era algo que debía pasar tarde o temprano, ante la indiferencia de la
comunidad por los cursos que se dan en dicho Centro de Desarrollo Comunitario.
Lo que da coraje, es que el instituto político u partido político que detenta
el poder en dicho municipio de, digamos, Coacalco, utilice los recursos de
dicho Centro de Desarrollo Comunitario para hacer campaña política. Nos
enteramos por el mismo tipo, que a los coordinadores de dichos Centros, no
obstante de que ya han tenido sus jornadas laborales y hallarse cansados,
todavía los obligan a acudir terminando sus ocupaciones, para apoyar al dicho
partido político que ha detentado el poder en México por más de setenta años.
Luego, este mismo sujeto que le dio la
información al amigo del primo, tiene la costumbre de pasearse buscando
actividades culturales que mitiguen un poco la sequía de estos municipios
alejados de cualquier cosa cultural, dándose cuenta de que la Casa de Cultura de,
pongamos también, Coacalco, se halla cerrada.
Para decirlo claramente, camaradas, a
éstos partidos políticos, estas familias en el poder, estos grupos mafiosos y
mañosos que no hacen otra cosa que pasarse el puesto cada tres años, no les
interesa en lo más mínimo la cultura, ni les interesa lograr que la población
que dicen gobernar, se instruya en lo más mínimo. Es simple, camaradas: lo
único que puede sacar a éste país de su estado de semi-barbarie es la cultura y
la educación, y si a los encargados les importa un soberano cacahuate, pues no
me extraña que mi país, que mis municipios se hallen en manos del narco, que en
mi Estado se cometan tantos feminicidios, que se roben tantos niños y gente
mayor para prostituirlos y vejarlos, que nadie le de trabajo a nadie, y cuando
quieran hacerlo, sea en términos de baja dignidad y explotación, y que se
justifiquen diciendo “es que así es la
cosa”, “así es en todos lados”.
¿La solución? Yo no la veo, camaradas,
sólo veo un camino, y es el no votar. Ni siquiera hacer la cosa del voto nulo,
no. NO VOTAR. Un voto en una casilla actualmente es darle aire a los impunes,
es decir que “no creemos en los políticos, pero sí creemos en las
instituciones”, y lo que necesitamos es un cambio de actitud, y un cambio de
instituciones, es decir, formar una Nueva República, dejar de decir “la cosa es así y ya”, es decir que sí
nos importa la tierra y nuestra gente, la que camina a nuestro lado. En fin… Yo
he dejado de creer en cualquier cosa que huela a instituto político. Pero
quiero creer en la capacidad de organización de la misma gente, creer que es el
momento de sacudirnos a líderes y caudillos y que entremos a una etapa de
madurez donde realmente nos juntemos en asambleas y donde comprendamos
cabalmente que somos los jefes, y que la gente en el poder ha de hacer lo que
nosotros les mandemos, y no lo que ellos dicen que les mandamos a hacer.
¡Y ya! ¡Já ja ja! ¡Nos estamos viendo después, camaradas! ¡VIVOS SE LOS LLEVARON! ¡VIVOS LOS QUEREMOS
DE VUELTA! ¡SI EL PRESIDENTE NO PUEDE CON LA VERDAD, O NO QUIERE, QUE RENUNCIE!
¡Hasta la entrega que viene, camaradas y camarodos! ¡Sayonara! ¡AUNQUE LA
AUTORIDAD LA EXCOMULGUE, LA PROTESTA SOCIAL NO ES DELITO! ¡LA LIBERTAD DE
EXPRESIÓN HA DE SER SAGRADA! ¡BASTA DE MORDAZAS A LA OPINIÓN PERSONAL! ¡EL
INTERNET AL SER DERECHO HUMANO, DEBE SER ABIERTO Y LIBRE! ¡HISTORIETA O MUERTE!
¡VENCEREMOS! ¡HASTA LA ENTREGA QUE VIENE!
[1] APOZCAHUADO:
(Náhuatl.) Regionalismo utilizado en México, generalmente en las zonas
Centro-Sur del país. Olor que obtienen los objetos guardados en sitios húmedos.
Dícese también del característico aroma que obtiene la ropa que ha sido
remojada mucho tiempo. (N.de A.)
[2] Nahuatlismo del
centro de México. Se refiere a un insulto. En la Colonia, los léperos eran las
personas encargadas de recoger basura y animales muertos de las calles, y por
extensión, “leperada” es una palabra siempre soez y baja. (N. de A.)