¡Mis
estimados contlapaches! ¡Hasta salpullido me ha dado por la grata emoción de
verlos de nuevo! ¿Qué me cuentan?
Pues
nada, camaradas, que se nos va acabando el año ya. Muchos proyectos en cabeza, muchos
dolores de cabeza, mucha angustia por todas partes. Uno no sabe ya si se siente
la mordida, o sólo se siente lo tupido, en serio…
Y como
el poema de León Felipe “Vencido”, sólo queda de dos, o unirse a Don Quijote en
su demente cabalgata (en buen plan) o quedarse sentado en el pórtico a verlo
pasar, preguntándose si su lucha sirve para algo, porque, aunque no me lo
crean, hay cretinos que piensan y creen a pie juntillas que las luchas sociales
sólo son un estorbo y que habría que mandar a azotar a quienes intentan mostrar
su inconformidad. Y uno, quedándose en el pórtico, sólo puede decidirse a
seguir con la mirada a ése Don Quijote que lucha por las causas más descabelladas
preguntándose -acaso más un deseo que una pregunta- por ése día bendito en que
la ley sea el pacto social que nos una como mexicanos, y que nadie esté sobre
ella. Sólo eso, que de forma real, nadie
esté por encima de la ley. Todo lo demás, amigos, amigas, vendría por sí
mismo. El poder vivir de un trabajo honesto, sin temor a que un soberano hijo
de la chingada de repente te despida/te embargue tu casa/te asalte/te mate. Y
que uno pudiese tener a una buena mujer a nuestro lado (perdón, una buena gata a nuestro lado), que te
ame sin importar si eres feo/gordo/chaparro/pobre/viejo… Que si te asaltan las
ganas, pudieras irte y viajar por todo tu país sin miedo, sin estrecheces,
confiando en que si te toma por sorpresa la noche, pudieras quedarte en un
jardín sin que te asalten/violen/secuestren/maten… Sería fantástico. Ahorita,
me acerco a la disyuntiva final de la edad. Será por eso que me sale esta
pequeña rebeldía de seguir a Don Quijote aunque sea con la mirada, ya que en mi
país, nadie te ofrece trabajo si eres viejo. Los mexicanos tenemos un miedo
cerval a la vejez, creemos ilusamente que seremos jóvenes por siempre, así que
después de los cuarenta, sólo eres bueno como abuelo o vigilante. No importa a
nadie que la gente de cuarenta años tenga muchas ganas de vivir, tenga
proyectos, tenga sueños amorosos, que tenga, en una simple frase, deseos de
vivir. Y ahora me veo ante la cadena de estar atado veinticuatro horas al día
en un sitio feo, vegetando, muriendo.
Porque
el sueño de dar clases de dibujo se evapora, se marchita. Porque al fin me he
desligado de la mujer que he amado por ocho años y me retiro sintiéndome
frustrado y usado y aún así, preocupado por ella y sus niños. Las razones son
simples: mi país, mi sociedad, marca duramente el arte como vagancia, y el amor
después de los cuarenta como tabú. Ignorando olímpicamente que Miguel Ángel
Bounarrotti hizo la Capilla Sixtina más o menos a ésa edad, que el gran
Casanova seducía mujeres a ésa misma edad. La cadena está ante mí, y no puedo
ignorarla.
Todo
tiene un fin, es cierto. Y veo muy negro el futuro, camaradas. ¿Qué me queda
por hacer? Cabalgar, como “Trancos” le propone al rey de los Rohirrim en “El
Señor de los Anillos”. Y seguiré cabalgando, aunque solo sea con la mirada
siguiendo a Don Quijote ya que estaré encadenado, pero seguiré soñando, y,
primero Dios, moriré con un lápiz en la mano y otra mujer en mi corazón,
imposible de alcanzar como todas las que he amado, y no por ello, menos amada
que las otras, las que antes estuvieron en mi corazón. ¡Salud! ¡Y vayamos al
final de Tzitzimine!
Tzitzimine
requirió un gran esfuerzo, tanto mental como físico. Mirándola en
retrospectiva, creo que no volvería a hacer otro trabajo así de gigantesco. Y
sin embargo, sigo metiéndome en trabajos extensos, como la animación que
pretendo llevar a buen puerto, la novela “Hadas” que próximamente les pondré
aquí en éste su Cojín, apenas termine las ilustraciones y los trámites de
derechos de autor, y sigo repensando a “Xibalbar”, aunque creo que ya voy a
comenzar a hacerla. Había comenzado a dibujarla a mano utilizando la
computadora para dar ambientación, pero creo que en historieta, es mejor seguir
lo clásico: el entintado a mano con tintas chinas y plumillas con pinceles. Si
hay gente tan talentosa que hizo maravillas con tan humildes herramientas, como
los Breccia, padre e hija, como Guido Crepax, Sergio Toppi, y un largo etecé,
¿por qué he de ceder ante la modernidad? ¡Basta de ésas ínfulas! Si no se logra
crear ambiente con una plumilla y un frasco de tinta china, por mucha
tecnología que uno posea, no se va a conseguir el efecto deseado.
Y como
lo prometido es deuda, permítanme ofrecerles la última rima que he hecho, rima
que me ha servido como el chupetón que se da ante la herida, el piquete
venenoso, para sacar la ponzoña de éste mi triste corazón, aunque en mi caso,
sería más cercano a una lavativa. Los dibujos con los que lo ilustro no tienen
de hecho nada que ver con el poema en sí, ya que son para los capítulos de
“Hadas”, y espero que les gusten:
Eclipse.
El espacio se colapsa en esta flor
Porque su corola se come sus pétalos,
Así, el sol se rasga en negros…
Una flor inversa, obscura cubre el cielo.
Como mis manos, ayer, cubrían tus senos.
Como mi boca, ayer, comía de tu sexo.
Flor inversa que semejante hoy el cielo,
Creía como un niño que ardías en deseo.
Me permitiste besar el centro de tu cuerpo,
La sonrisa vertical y el abismo estrecho
Que hacia atrás desciende a tus ácidos adentros,
Mas negaste el tierno aprecio,
Cerraste a mis esfuerzos
La caricia de tus labios estrechos.
Loco y ciego, envenenado de deseo,
Creí que me querías como yo te quiero.
Pensé necio que por timidez
Te negabas a tocarme erecto.
No comprendí, sólo quise creer que
Mi glande podría ser el centro de tu cielo,
Imaginando que podrías quererme
Como las flores aman a Efebo.
Pero eso sólo era mi personal deseo.
Pobre ciego,
Encalló ése pueril amor
Que te he tenido, todo mi apego
Como un barco de papel contra tu frío deseo.
Hoy el cielo se tiñe de negro.
Cada vez que te veo
En los brazos de aquél imbécil
Estallan como este sol mis celos,
Se marchita como la flor del cielo
Y nada puedo hacer,
Salvo recordar tu piel contra mis dedos.
Recorriéndote entera con la lengua,
Penetrándote gozoso, solo con los dedos
Porque no quisiste que mi sol
Iluminase tu entrepierna,
Ni que mi lengua tocase tu lengua,
Dejándome incompleto, insatisfecho
Con este eclipse de mi deseo
Estrellándose en llamas de airados celos
Contra el hielo de tu recuerdo.
Y ya.
Creo que es todo. Se me olvida pedirles una disculpa por tardarme tanto en
publicar. Es porque tengo todas las tardes ocupadas, camaradas. Y de mañana,
ay, las mañanas me dan alergia. Desde niño no me han gustado las mañanas. Soy
hombre de tardes y de noches, pero en las mañanas siempre ando indispuesto para
casi todo, ustedes comprenderán… Quiero ponerles en éste cojín las “catrinas”
que hicieron mis muchachos, y unos ángeles que les puse a hacer, que creo que
están quedando muy padres. Yo mismo me he puesto a esculpir con plastilinas
modeladoras, y voy a producir tres, más un alebrije que espero terminar en los
días que siguen. Y ahora sí, creo que es todo.
Como
León Felipe -salvando por supuesto las distancias, las estaturas, por que el
poeta era grande, inmenso, y yo, únicamente soy un triste felino-, me despido
de ustedes; véanme, soy el pequeño y rechoncho gato que se halla junto a la
silla del Gran Poeta Español que mira a Don Quijote pasar. ¡Sayonara! ¡Hasta la
entrega que viene!