viernes, 4 de noviembre de 2016

Pintura de Caballote: “¿Café?” y “Árbola”.


                Desde lejanas tierras Alejandro Humboldt ha venido caminando. Se parte la pared del cuarto como si fuese un papel al que rasgasen, y “aterriza” frente a los aterrorizados ojos de la familia. Algo me dice, desde la profundidad de sus ojos grises azulados -“revolcados” como diría mi tía-, y se desembaraza de su pesada mochila que viene plena, derramándose de papeles y frascos. Insiste el pobre hombre en su extraña diatriba, agotado, pero para su desgracia, no entiendo alemán.

                 Humboldt parece darse cuenta de que no le entendemos nada, y comienza a preguntarnos desde otras muchas lenguas, hasta que, como si fuese una máquina tragamonedas, le atina:
-¿Hablan español? ¿Entienden lo que estoy diciendo? ¿Podrían ofrecerme una silla?

Inmediatamente ofrezco donde pueda reposar su cabuz, y se sienta estirando sus viejas piernas que dan la idea de ser una especie de añosas raíces que se afianzan por todos lados. Se quita los quevedos y se frota los ojos con una mano, para ponérselos de nueva cuenta y clavar su mirada gris-azulada en mi mesa de trabajo.



-…Qué tenemos aquí… ¿Eres un pintor, por ventura? ¡Justo lo que ando necesitando! Verás, he viajado por todo el Mundus recolectando especímenes que mostrar a Su Majestad, ya que, como sabréis, me ha pedido que haga una Historia Natural de todos sus dominios. Y en algún lugar del camino me he extraviado; dejando América que estaba a punto de entrar en una serie de revoluciones, me desvié de mi camino hacia Europa, hacia el palacio de Su Majestad Católica, por seguir a una extraña y fermosa dama cuya palidez me ha robado el sueño. No he dormido por cerca de doscientos años. ¿Tendréis un poco de café para despabilarme?

Rápido como el rayo, le ofrezco una taza de espumoso y aromático café, pero el sabio alemán, con una educada sonrisa, lo declina:

-Siento mucho haberos confundido, señor mío, pero no es éste café el que busco… Quisiera, si me es permitido, tomar un poco del café que habéis pintado sobre aquel lienzo… -Ante mi cara de estupefacción, el sabio se explica: -…veréis, mi larga travesía ha adelgazado mis pieles y enjutado mis huesos al punto de que estas viejas entrañas ya no son capaces de digerir el alimento real que antes me vivificaba; en estos días, he de sobrevivir del aliento de las cosas, y qué mejor que sea de la mano de alguien que aún pinta en estos desastrosos tiempos que corren. Sí, caballeros, sí, fermosa dama, hoy las tribunas y las galerías se hallan plenas de sabios en su propia opinión, descuidando las artes en una forma por demás grosera y descortés, viviendo por la forma y descuidando el fondo. Hoy en día, los críticos de arte son meros maniquíes sujetos a modas, aplaudiendo gazapos sin espíritu cuyo único fin perseguido, es la búsqueda de una supuesta originalidad. Aires huecos, que como humo, se disiparán al paso de los años sin permanencia ni siquiera en la mente también hueca, valga el decirlo, de quien les creó. Por ello es que os pido, pintor anónimo que aún persigues el alma de las cosas, que me convidéis un poco de ése café que habéis pintado…

No puedo negarme a la súplica del sabio alemán. ¿Cómo decirle que esto no es más que un mero ejercicio que le impuse a uno de mis jóvenes alumnos, ejercicio que realicé a la par que él para viese las técnicas básicas del óleo? Pero los ojos grises lo miran con tanto amor, que no puedo negarme a darle éste pequeño óleo de tan solo quince centímetros de alto, pintado sobre un humilde cartón de cereal imprimado con acrílico. Con rapidez, lo enmarco y se lo obsequio de muy buena gana. ¡Al final de cuentas, Alejandro Humboldt es el primero que me chulea un cuadro y que me ruega porque se lo dé!


-Os agradezco infinitamente vuestro noble gesto…- y ante mi sorpresa, ¡lo bebe! -…Ahhh… Estuvo delicioso, esto me servirá al menos por diez años más. Bien, permitidme, pintor, que os declare el motivo que me hizo el bien venir a vuestra morada. Traigo un espécimen cuya rareza inigualable es tal, que sólo existe en un sitio, una pequeña isla que tiene una alta  montaña en el centro. Esta isla se halla a muchísimas millas náuticas de aquí, en los Mares del Sur. Es una tierra oculta a los ojos de la gente inescrupulosa que ve a nuestra Madre Gaia como un almacén de recursos. Su superficie está plena de la vida más exótica que podáis imaginaros, y ante la estrechez de mis recursos para poder llevar más de un espécimen, me he decidido por éste:

Y abre su pesada maleta, de dónde saca un frasco alargado como de un metro de alto, mientras yo hago espacio en la mesa. El sabio entonces lo coloca con todo cuidado y quedamos atónitos ante la vista: un pequeño árbol-mujer que canta con una voz angelical. El sabio Humboldt, sonriendo con un dejo de amargura, nos dice entonces:

-Observadla. Observadla bien, amigo pintor, porque está muriendo. Aquella isla es celosa, y no permite que sus criaturas se alejen mucho de ella, ya que el exilio las mata de nostalgia, aunque sean tratadas con sumo cariño y cuidados. Deseo, noble y anónimo pintor, que la retrates, porque lo más probable, es que no sobreviva el viaje hasta que alcance a su Majestad. Pronto, pintor, tomad vuestros arreos de trabajo, que debéis combatir contra el tiempo como un valeroso guerrero, ya que se nos termina…

Y pinté y pinté, forzándome a capturar el alma de esta bella criatura:


…Pinté y pinté sin descanso; mi madre y mi hermano me daban de comer en la boca para que no descuidase el hermoso encargo del sabio Humboldt. Pinté y pinté hasta que sustituí la trementina con mis lágrimas, porque a la última pincelada, como si heroicamente hubiese resistido esperando ello, la bella planta se convirtió en ceniza.

Lloramos, mi familia y el sabio, por la pérdida. Nos habíamos enamorado de la criatura que cantaba, y el sabio tomó con emoción mi lienzo y admirándolo, me dijo tiernamente:

-Habéis hecho un gran trabajo, pintor anónimo. Su Majestad estará agradecido. Ahora debo irme. Aquí se halla la criatura que ha prendado mi corazón, y a la que debo seguir. ¡Os agradezco profundamente, amigo mío! Vendré a visitaros lo más pronto posible, para que me invites otro jarro de café. ¡Adiós!

Y el sabio Alejandro Humboldt, después de guardar mi lienzo en su mochila, salió por la abertura dimensional persiguiendo a su amada.









Escalofríos nos dio la innatural mujer de quien se había enamorado el sabio alemán. Traté de decirle de quién se trataba, pero la pantalla dimensional se había cerrado ya tras de él. Mi familia y yo nos quedamos mirándonos y decidí ir, a primera hora, a comprar más trementina para prepararle al sabio alemán unas enchiladas verdes y otro café para ofrecerle la próxima vez que nos encontráramos.


Me dio gusto estar con ustedes, camaradas y camarodos. Como dato curioso, el lienzo que le hice a Humboldt no era un lienzo, sino una teja que me hallé tirada como basura. No la he medido, pero medirá cerca de cincuenta centímetros de alto y está hecha con óleos y la Catrina, no sé si ya se las haya puesto, pero estas fotos no, ya que son recientes. La hice hace un año en estas fechas del Día de Muertos. La próxima entrega espero traerles otro cuentito que estoy apenas terminando y que espero sea de su agrado. ¡Sayonara! ¡AUNQUE LA AUTORIDAD LA EXCOMULGUE, LA PROTESTA SOCIAL NO ES DELITO! ¡LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN HA DE SER SAGRADA! ¡BASTA DE MORDAZAS A LA OPINIÓN PERSONAL! ¡EL INTERNET AL SER DERECHO HUMANO, DEBE SER ABIERTO Y LIBRE! A DOS AÑOS DE SU DESAPARICIÓN, LOS MUCHACHOS DE AYOTZINAPA SIGUEN SIN APARECER, ESPEREMOS QUE SE HALLEN, DENTRO DE LO POSIBLE, BIEN. ¡HISTORIETA O MUERTE! ¡VENCEREMOS! ¡HASTA LA ENTREGA QUE VIENE!