Desde
lejanas tierras Alejandro Humboldt ha venido caminando. Se parte la pared del
cuarto como si fuese un papel al que rasgasen, y “aterriza” frente a los
aterrorizados ojos de la familia. Algo me dice, desde la profundidad de sus
ojos grises azulados -“revolcados” como
diría mi tía-, y se desembaraza de su pesada mochila que viene plena,
derramándose de papeles y frascos. Insiste el pobre hombre en su extraña
diatriba, agotado, pero para su desgracia, no entiendo alemán.
-¿Hablan español? ¿Entienden lo que estoy diciendo? ¿Podrían
ofrecerme una silla?
Inmediatamente ofrezco donde pueda reposar su cabuz, y se
sienta estirando sus viejas piernas que dan la idea de ser una especie de
añosas raíces que se afianzan por todos lados. Se quita los quevedos y se frota
los ojos con una mano, para ponérselos de nueva cuenta y clavar su mirada
gris-azulada en mi mesa de trabajo.
-…Qué tenemos aquí… ¿Eres un pintor, por ventura? ¡Justo lo
que ando necesitando! Verás, he viajado por todo el Mundus recolectando
especímenes que mostrar a Su Majestad, ya que, como sabréis, me ha pedido que
haga una Historia Natural de todos sus dominios. Y en algún lugar del camino me
he extraviado; dejando América que estaba a punto de entrar en una serie de
revoluciones, me desvié de mi camino hacia Europa, hacia el palacio de Su
Majestad Católica, por seguir a una extraña y fermosa dama cuya palidez me ha
robado el sueño. No he dormido por cerca de doscientos años. ¿Tendréis un poco
de café para despabilarme?
Rápido como el rayo, le ofrezco una taza de espumoso y
aromático café, pero el sabio alemán, con una educada sonrisa, lo declina:
-Siento mucho haberos confundido, señor mío, pero no es éste
café el que busco… Quisiera, si me es permitido, tomar un poco del café que
habéis pintado sobre aquel lienzo… -Ante mi cara de estupefacción, el sabio se
explica: -…veréis, mi larga travesía ha adelgazado mis pieles y enjutado mis
huesos al punto de que estas viejas entrañas ya no son capaces de digerir el
alimento real que antes me vivificaba; en estos días, he de sobrevivir del
aliento de las cosas, y qué mejor que sea de la mano de alguien que aún pinta
en estos desastrosos tiempos que corren. Sí, caballeros, sí, fermosa dama, hoy
las tribunas y las galerías se hallan plenas de sabios en su propia opinión,
descuidando las artes en una forma por demás grosera y descortés, viviendo por
la forma y descuidando el fondo. Hoy en día, los críticos de arte son meros
maniquíes sujetos a modas, aplaudiendo gazapos sin espíritu cuyo único fin
perseguido, es la búsqueda de una supuesta originalidad. Aires huecos, que como
humo, se disiparán al paso de los años sin permanencia ni siquiera en la mente
también hueca, valga el decirlo, de quien les creó. Por ello es que os pido, pintor
anónimo que aún persigues el alma de las cosas, que me convidéis un poco de ése
café que habéis pintado…
No puedo negarme a la súplica del sabio alemán. ¿Cómo
decirle que esto no es más que un mero ejercicio que le impuse a uno de mis
jóvenes alumnos, ejercicio que realicé a la par que él para viese las técnicas
básicas del óleo? Pero los ojos grises lo miran con tanto amor, que no puedo
negarme a darle éste pequeño óleo de tan solo quince centímetros de alto,
pintado sobre un humilde cartón de cereal imprimado con acrílico. Con rapidez,
lo enmarco y se lo obsequio de muy buena gana. ¡Al final de cuentas, Alejandro
Humboldt es el primero que me chulea un cuadro y que me ruega porque se lo dé!
-Os agradezco infinitamente vuestro noble gesto…- y ante mi
sorpresa, ¡lo bebe! -…Ahhh… Estuvo delicioso, esto me servirá al menos por diez
años más. Bien, permitidme, pintor, que os declare el motivo que me hizo el
bien venir a vuestra morada. Traigo un espécimen cuya rareza inigualable es
tal, que sólo existe en un sitio, una pequeña isla que tiene una alta montaña en el centro. Esta isla se halla a
muchísimas millas náuticas de aquí, en los Mares del Sur. Es una tierra oculta
a los ojos de la gente inescrupulosa que ve a nuestra Madre Gaia como un
almacén de recursos. Su superficie está plena de la vida más exótica que podáis
imaginaros, y ante la estrechez de mis recursos para poder llevar más de un
espécimen, me he decidido por éste:
Y abre su pesada maleta, de dónde saca un frasco alargado
como de un metro de alto, mientras yo hago espacio en la mesa. El sabio
entonces lo coloca con todo cuidado y quedamos atónitos ante la vista: un
pequeño árbol-mujer que canta con una voz angelical. El sabio Humboldt,
sonriendo con un dejo de amargura, nos dice entonces:
-Observadla. Observadla bien, amigo pintor, porque está
muriendo. Aquella isla es celosa, y no permite que sus criaturas se alejen
mucho de ella, ya que el exilio las mata de nostalgia, aunque sean tratadas con
sumo cariño y cuidados. Deseo, noble y anónimo pintor, que la retrates, porque
lo más probable, es que no sobreviva el viaje hasta que alcance a su Majestad.
Pronto, pintor, tomad vuestros arreos de trabajo, que debéis combatir contra el
tiempo como un valeroso guerrero, ya que se nos termina…
Y pinté y pinté, forzándome a capturar el alma de esta bella
criatura:
…Pinté y pinté sin descanso; mi madre y mi hermano me daban
de comer en la boca para que no descuidase el hermoso encargo del sabio
Humboldt. Pinté y pinté hasta que sustituí la trementina con mis lágrimas,
porque a la última pincelada, como si heroicamente hubiese resistido esperando
ello, la bella planta se convirtió en ceniza.
Lloramos, mi familia y el sabio, por la pérdida. Nos
habíamos enamorado de la criatura que cantaba, y el sabio tomó con emoción mi
lienzo y admirándolo, me dijo tiernamente:
-Habéis hecho un gran trabajo, pintor anónimo. Su Majestad
estará agradecido. Ahora debo irme. Aquí se halla la criatura que ha prendado
mi corazón, y a la que debo seguir. ¡Os agradezco profundamente, amigo mío!
Vendré a visitaros lo más pronto posible, para que me invites otro jarro de
café. ¡Adiós!
Y el sabio Alejandro Humboldt, después de guardar mi lienzo
en su mochila, salió por la abertura dimensional persiguiendo a su amada.
Escalofríos nos dio la innatural mujer de quien se había
enamorado el sabio alemán. Traté de decirle de quién se trataba, pero la
pantalla dimensional se había cerrado ya tras de él. Mi familia y yo nos
quedamos mirándonos y decidí ir, a primera hora, a comprar más trementina para
prepararle al sabio alemán unas enchiladas verdes y otro café para ofrecerle la
próxima vez que nos encontráramos.
Me dio gusto estar con ustedes, camaradas y camarodos. Como
dato curioso, el lienzo que le hice a Humboldt no era un lienzo, sino una teja
que me hallé tirada como basura. No la he medido, pero medirá cerca de
cincuenta centímetros de alto y está hecha con óleos y la Catrina, no sé si ya
se las haya puesto, pero estas fotos no, ya que son recientes. La hice hace un
año en estas fechas del Día de Muertos. La próxima entrega espero traerles otro
cuentito que estoy apenas terminando y que espero sea de su agrado. ¡Sayonara! ¡AUNQUE LA
AUTORIDAD LA EXCOMULGUE, LA PROTESTA SOCIAL NO ES DELITO! ¡LA LIBERTAD DE
EXPRESIÓN HA DE SER SAGRADA! ¡BASTA DE MORDAZAS A LA OPINIÓN PERSONAL! ¡EL
INTERNET AL SER DERECHO HUMANO, DEBE SER ABIERTO Y LIBRE! A DOS AÑOS DE SU
DESAPARICIÓN, LOS MUCHACHOS DE AYOTZINAPA SIGUEN SIN APARECER, ESPEREMOS QUE SE
HALLEN, DENTRO DE LO POSIBLE, BIEN. ¡HISTORIETA O MUERTE! ¡VENCEREMOS! ¡HASTA
LA ENTREGA QUE VIENE!