Se ha
terminado Enero, camaradas y camarodos, y el viento fresco y a veces frío de
las tardes nos baña con un sentimiento de nostalgia, ¿a poco no? Y aunque el
año apenas empiece, ése vientecillo frío se mete bien adentro, le levanta a uno
la piel, y la sensación es como de final. No sé si a ustedes les ocurra, pero a
mí Enero y Febrero me sientan a final, como que algo se termina, con la promesa
de que algo nuevo está metidito en su semillita y apenas empiece a hacer calor
–porque lo hará, ténganlo por seguro, y entonces maldeciremos el tremendo calor
y añoraremos éstos momentos de éste bello frío- brotará. Esperemos que sea algo
bueno.
Quiero
mostrarles un par de ejercicios que hice con mis jóvenes alumnos, ahora que
estamos viendo la pintura al óleo. Se trata de un par de cuadros que hice junto
a ellos, como en los viejos tiempos de la academia, saboreando ése gusto a ser
compañeros y no profesor y alumnos. Pintar por pintar, dejarse fluir por ésa
vena sensible que muchos tienen dormida, pero nosotros no. Pintar es algo muy
agradable.
El
primer cuadro es producido por una idea que soltó Diego –el mayor de mis
muchachos- y es ésta: Un Árbol de
Rostros. Caminando hacia su casa, tengo que atravesar un canal de riego y
unos campos donde a veces las vacas van a pastar; es un bello escenario, pero
me temo que gente irresponsable lucha porque sitios así, se llenen de basura y
desperdicios. Por lo mismo, ése camino se halla lleno de desechos de cascajo y
residuos de materiales de construcción, amén de basura y hasta animales
muertos. Sin embargo, en los desechos de alguien irresponsable, uno puede
hallar algo que hacer con sólo un poquito de creatividad. Iba caminando, y de
pronto me hallo con un montón de tejas de barro quebradas. Algo se iluminó
dentro de mí.
Recogí cuatro
tejas, las que a mi juicio se hallaban en mejores condiciones, y una vez que
las hubimos lavado con detergente y agua, se hallaban listas para ser
utilizadas como lienzos. Las ventajas del barro son inapreciables cuando se
pinta: no se deteriora como las telas, prácticamente es eterno (a no ser que se
las sorraje contra el piso), su tonalidad obscura permite que se realcen los
tonos claros con facilidad, y sobre todo, no necesita mayor imprimatura que una
capa generosa de aceite de linaza como sellador. De la idea de Diego surgió
“Árbola”, que es ésta y que ya les había presentado en una entrega anterior
junto con un pequeño cuento, pero, ¡qué carajos! Se las pongo otra vez:
Y siguiendo
ése orden de ideas, compuse el siguiente, que titulé “El Viejo Verde”, también
en un cacho de teja, y como ejercicio para que viesen los muchachos cómo se
hace un rostro humano. Escogí un viejo, porque son notablemente más difíciles,
además de que las arrugas y las canas son, en sí mismas, un notable trabajo
plástico. Así quedó:
Ya
hasta que lo había terminado, caí en cuenta de que el ojo se hallaba chueco,
pero bueno, es un mero ejercicio, y uno, aunque se diga profesor, nunca termina
de aprender. Como ya les había comentado, es un óleo como de 36 cms. de alto
como por 19 de ancho, curvado y en teja. El siguiente cuadro que les quiero
presentar, es uno que realmente me gustó el resultado. Es un ejercicio del cual
me siento orgulloso:
Sigue
la misma línea de ideas sobre el árbol de rostros, amén de la línea ecológica y
recicladora, ya que está armado sobre una tabla que me encontré afuera de una
carpintería, como madera de desecho. Imprimé la tela al estilo clásico, con
aceite de linaza, cola de conejo y blanco de zinc, además de que la entinté con
un poco de pigmento azul ultramar. Se titula “El Garambullo”, y lo pinté con
óleos muy espesados con carbonato de calcio y a pura espátula. Mientras o
hacía, no pude menos que acordarme de la canción de Marcial Alejandro “El
Gavilán” que dice más o menos así:
Hermosa flor de pitaya,
blanca flor de garambullo,
a mí me cabe el orgullo
que adonde yo rayo, ¿quién raya?
Aunque veas que yo me vaya,
mi corazón es muy tuyo.
El pájaro carpintero,
para trabajar se agacha;
de que encuentra su agujero,
hasta el pico le retacha;
también yo soy carpintero
cuando estoy con mi muchacha.
¡Ay!, cómo me duele el anca,
¡Ay!, cómo me aprieta el cincho.
¿Qué vas que brinco esa tranca
para ver si del golpe me hincho?
Que habiendo tanta potranca
sólo por la mía relincho.
Soy un gavilán del monte,
con las alas coloradas,
a mí no me asusta el sueño,
ni me hacen las desveladas
platicando con mi chata,
y aunque muera a puñaladas.
“de que”: cuando.
Retachar. En México: devolver.
El anca: Grupa de las caballerías.
El cincho En México, la cincha: 1. f. Faja con que se asegura la silla o albarda sobre la cabalgadura.
Brincar: saltar.
La tranca: Palo grueso que se pone para bloquear una puerta o ventana cerrada.
Hincharse. En México: enfadarse, aunque aquí se puede interpretar como "excitarse".
“Ni me hacen”: ni me importan.
Juan Rulfo (Sayula, Jalisco, 1917 – Ciudad de México 1986),
Bueno, no es realmente de Marcial Alejandro, pero él es el
recopilador, ya que es una canción que me estoy enterando de que es del gran Juan Rulfo y sale en la película "El As de Oros", donde Rulfo es, me parece, guionista y argumentista. Realmente tuve problemas con la
flor de garambullo (¡no tengo interné en casa!) ya que no sabía cómo era, pero
como era un ejercicio, me permití fluir. Es, como ya les había dicho, un óleo
sobre tabla de 44.5 por 22.5 cms. Hasta ahora vengo a darme una idea de cómo es.
Y
bueno, mis estimados contlapaches, es todo por hoy. Pero apenas descubra cómo
publicar en pdf, prometo compartir con ustedes mi primera novela “Hadas”,
además de que tengo en el horno cuatro ángeles de yeso con su respectivo video,
un par de cuentos más, y un cuadro que estoy terminando, ¡y ése sí es de
formato grande!
¡Nos
vemos desde éste lado del Muro de las Trompetillas! ¡Con gobierno y burguesía
agachones y despistados que no saben ver a ningún lado más que hacia arriba,
hacia el norte! ¡Sayonara! ¡Historieta
o Muerte! ¡Venceremos!