miércoles, 15 de mayo de 2013

Pintura de Caballote: Las Flores.



            “Le pregunto a mi hermana por las estrellas. Ella voltea hacia mí su mirada de ojos lejanos, y me atraviesa, queriendo responder pero su mirada se clava hacia un punto lejano. Ella es de mi misma edad, somos gemelas, pero su practicidad –siento- le impide tomar en serio mi pregunta.”

            “Pero mi pregunta es sincera, aunque ella no me crea. Siempre me han gustado los espacios celestes y su majestuoso misterio, inalcanzable desde que era una niñita que apenas podía despegar del piso cincuenta centímetros. Siempre que venimos al pueblo, desde que tengo memoria, le hago la misma pregunta, y ella como siempre, voltea y trata de atravesarme con su mirada. No hay remedio.”

            “Y hoy no es la excepción. Pero ya no somos niñas de cincuenta centímetros de altura, no. Cuando siento su mirada –como siempre desde hace diez años- perforándome, me escucho a mí misma, y por primera vez me hallo infantil. Creo que es la última vez que le haré esta pregunta a ella.”

            “Los libros no me bastan. Mi abuelo, a quienes venimos a visitar cada Julio desde que nos acordamos, tiene una enorme biblioteca en donde me hundo como siempre a observar la enorme Enciclopedia Británica, y sus libros de astronomía ya me los sé de pies a cabeza, pero tantas cifras sobre la distancia de los astros con respecto al sol, y la distancia de los otros soles con respecto al nuestro, me parecen fábulas imposibles de creer, porque, ¿quién ha ido con sus propios pies, con un cordel a medirlos? Una verdadera locura lo que se me ocurre, dice mi abuelo, que me premia siempre con un fuerte abrazo. ‘¿Cómo se supone que va a respirar la gente que se atreva a caminar hasta allá?’ ‘No te alcanzaría la vida, m’ija, para medir la distancia entre Marte y la Tierra’, pero aún así, eso se me hace más viable y mas creíble que lo que supuestamente hacen los científicos, con sus rayos láser y sus cromatógrafos y sus ondas de radio, y me sorprende que quieran usar cosas que ni siquiera entienden para medir algo, ‘porque un rayo láser al fin es pura luz concentrada, y nadie sabe hasta la fecha qué corchos es la luz’ le espeto a mi abuelito, que me sonríe con cariño.”

            “Sin embargo, no son las distancias lo que me preocupa. En realidad, mi sueño sería poder hundirme en ésa negrura y flotar, y tener a todos los astros dentro de mí. Sé que suena a locura, cuando veo afuera a mi hermana ayudando a mis tías con las labores más normales de nosotras las mujeres, como dicen aquí en el pueblo. Sé que soy ‘la rara’, pero no puedo quitarme estas cosas de la cabeza.”

            “Y mañana nos vamos. De vuelta a la ciudad, a hundirnos en en su cielo sin estrellas. Esta noche, quisiera comerme y guardar dentro de mí toda esta luz diminuta, tomarla con las manos y llevármela de alguna manera conmigo. Mi hermana me sonríe, y con sus ojos me señala el ojo de agua, limpio, prístino y donde se reflejan todas las estrellas, y su mirada es invitación, y es aceptada de la misma forma en que me la hace: calladamente. Más un deseo, una oración lo que me hace desnudarme y correr hacia el ojo de agua y hundirme en él, atrapada por un momento en la incertidumbre de lo desconocido, la frialdad que de momento me entume y me libera de todo, una especie de morir y renacer.”

“-¡Manita, aquí están tus estrellas!”

            “La voz de mi hermana ahora es de cariño cuando arroja en el agua negra por la noche un gran costal de flores. Los pétalos y las corolas flotan en el aire y se posan en la superficie, y ahora creo que entiendo mis preguntas, y mi hermana, que tan atinadamente me ha sabido responder, se desnuda ella también y se arroja en la superficie, rompiéndola un instante y ya somos dos seres del cosmos, nadando en esta sustancia y haciendo nuestras todas sus maravillas. Mi hermana sonríe, y juguetonamente me dice:”
“-Y bien, hermanita, ¿te basta con esto? ¿O me seguirás dando lata el año que viene?”.
“-¡Creo que ya no, mientras el año que venga también hagas esto!- le digo mientras me vuelvo a hundir en la vastedad del cosmos que al fin, es mío.”





            ¡Ijajayyy! ¡Aquí estamos de nuevo, camaradas peludos y garrudos! ¿Qué me cuentan? ¿Cómo han estado? Como Abril es el Mes del Niño, y Mayo es el Mes de las Mamás, quise ponerles hoy este cuadro que se titula “Las Flores”, con dos mamacitas nadando desnudas en él. La técnica es Óleo sobre Cartón Entelado, y es un cuadro relativamente pequeño, de unos 50X40 centímetros.

            Este es uno de ésos cuadros que salieron solitos, no requirió mucho esfuerzo sacar la idea, ya que ésta me la exigió mi cuñada, la madre del Conejo y el Bolillo, ya que estuvo por un rato pidiéndome un cuadro de flores: “¡Siempre pintas encueradas o espinas! Ahora haz algo con flores”. Aquí están los borradores:

Primer Borrador.


Segundo Borrador.





















            A mi realmente nunca se me ha dado el pintar florecitas, y respeto mucho a quien es capaz de hacerlo, ya que hay unos cuadros hermosos de flores; se me vienen a la mente el de los Nenúfares de Monet, hay unos geniales de Pisarro y otros del maestrazo Siqueiros, con unas flores que parecen hechas de fuego… Me parece que Rembrandt hacía sus flores de un solo pincelazo, y eso es técnica en serio.

            Mi cuadro es y por mucho, más humilde. Y es totalmente lúdico, sin ninguna otra pretensión que el placer de pintarlo primero, y de verlo después. La composición, como podrán notar, es del tipo “géminis”, un “ollin” en perpetuo movimiento sobre sí mismo, y realmente su chiste, fue el manejo del agua y los planos superpuestos que hay en ella, desde las profundidades y su calado en las piernas de las muchachas, que son los más hondos, hasta los pétalos, los rostros y los senos, que emergen del agua y las ondas que generan en su superficie.




“Las Flores” Detalle.


            Las muchachas debían tener un aire de tosca santidad, ya que la escena es una especie de bautismo, y para intentar lograr eso, jugué con los cabellos y las ondas del agua: el cabello que se halla fuera debe ir pegado a la cabeza por el peso del agua, pero el que se halla dentro de ésta, debe flotar. Los pezones debían sobresalir, ya que a mí, en lo particular, siempre se me han hecho hermosos, una especie de flor en sí mismos.

            Le entregué el cuadro a mi cuñada, y ante su sorpresa, sólo pude decirle: “Son tus flores. Las muchachas se apellidan Flores.” -¿Cómo se supone que va?- me preguntó, pero la ventaja de estos cuadros que tienen esta composición, es que uno puede colgarlos como a uno se le antoje, y así se lo hice saber a mi cuñada, y hoy no sé dónde lo tenga. La última vez que fui a su casa estaba en su cubo de las escaleras.

            ¡Ah! Y del cuentito… Pues lo acabo de hacer ahorita mismo. Lo tejí a partir del cuadro, y creo que no quedó tan mal, ¿verdad? Podría titularse “Las Flores”, de forma homónima al cuadro.

            Y creo que es todo por hoy, camaradas. La siguiente entrega comenzaremos donde nos quedamos con “Tzitzimine”, y ahora sí, ¡a acabarla!

            Les recuerdo que me pueden contactar aquí mismo, por g-mail, esegrantair70@gmail.com o también en el “feis” como Jair Aguilar. Me reconocerán enseguida por mi avatar del Dr. Yazz-Ot-Tsé sorprendido.

            ¡Sayonara! ¡HISTORIETA O MUERTE! ¡VENCEREMOS! ¡Hasta la entrega que viene!