miércoles, 2 de agosto de 2017

Eructo Literario: “Torta de Sándwich de Quesadilla con Harto Aguacate” Parte 1.


                ¡Mis estimados contlapaches y contlapachas! ¿Qué me cuentan de nuevo? Pues nada, yo aquí desde este lado de la pantalla digital, ¡mascando enojos y frustración! ¡AAAAH! ¡LO ROMPO TODO! No es cierto. Bueno, sólo un poco. Verán el porqué de mi enojo y frustración: como ustedes pueden constatar, al darse un paseo por los más de cinco años que este su seguro servidor ha estado publicando esta bitácora, he dado todo lo que he hecho de forma gratuita y sin cortapisas, salvo la de que, si ustedes tienen a bien compartir o atesorar algo de este sitio, únicamente me den el crédito que merezco. Es todo lo que pido. Es todo lo que cualquier artista necesita. También, cuando he llegado a vender algo, un cuadro, una ilustración, una historieta, trato de no ser excesivo, porque siempre he creído que el don del Arte, es algo que viene de Dios, y por lo mismo, es malo cobrar por algo que Dios da gratis. Si uno cobra algo, ha de ser por la simple razón de que todo artista también ha de comer.

                Otro asunto es el del empresario que regentea la obra artística. El empresario le paga al artista por su obra, y, en casos como la música, se digna a dar un ínfimo porcentaje de cada canción, cada disco. Lo mismo pasa, tengo entendido, con la literatura. Sin embargo, con la excusa de que ellos se arriesgan al invertir su capital en algo que quizá no les de ganancia, se sienten libres de manipular y mutilar o alterar la obra del artista, que en última instancia, es quien deja manos, piel y lomo en su quehacer.  Y en el proceso, se llenan los bolsillos como buitres, como sanguijuelas, de ése esfuerzo. ¿Y cuál es la herramienta de que se valen estos señores para hacer esto? Muy simple: la cesión de los Derechos de Autor. El artista, en la gran mayoría de los casos, queda despojado de su obra, debido a que, en lo que se labra un nombre, es la única manera de poder vivir sin tener que trabajar de otras cosas, como limpiar mesas, lavar automóviles, como guardias de seguridad, ya que el sistema económico vigente, no le da más valor al arte que el monetario. Obra que no vende, obra que no gusta, es desechada. Es más, ni siquiera es tomada en cuenta.

                Sin embargo, la Obra de Arte existe por sí misma, y a veces, es potencializada cuando otro artista toma dicha obra y crea algo nuevo. Cito como ejemplos de esto, a Warhol cuando toma la Mona Lisa y juega con la imagen para crear una obra nueva. ¡Imagínense si alguna Compañía Buitre tuviese los derechos de la Mona Lisa! ¡Andy Warhol hubiese ido a parar a la cárcel! ¡O imagínense a quienes han tenido la osadía de usar al “Grito” de Edward Munch en playeras o en miles de imágenes relacionadas! Me parece que prohibir la exhibición pública de películas, o el registrar como marcas propias a colores o, como en el caso del Himno Nacional Mexicano, registrado bajo el nombre de un tramposo estadounidense sin ética, es un abuso de las leyes de Derecho de Autor, a favor de ésas compañías buitre. Mientras se le dé crédito al artista, y su obra sea usada con respeto y dignidad, creo que debiera ser una cuestión abierta. En todo caso, la ganancia sobre una obra debiera ser en un lapso corto de tiempo, para que la obra pueda ser del dominio público y sea apreciada por toda la gente que se pueda.

                Todo esto viene de que, hace casi un par de años, hice un par de trabajos sobre la idea de un cuarto Rey Mago, uno que baja desde el Norte, y que nunca puede llegar. Hice un poema, un par de cuadros y un video sobre esta idea, y al video se me ocurrió musicalizarlo con una muy triste y hermosa pieza sinfónica llamada “CANTUS IN MEMORY OF BENJAMIN BRITTEN FOR STRING ORCHESTRA AND BELL” de un autor llamado Pärt, y al cual le agregué mi propia voz hablando como si lo hiciese en una voz antigua y dolorosa, ya que el poema que escribí es doloroso. Ustedes quizá lo vieron, ya que estaba en este mismo cojín y en mi canal de You Tube. Sin embargo, hace unas semanas me llegó una notificación de Google+ en la cual me informaban que la compañía que detenta los derechos de la obra, BIS Music, le pidió que silenciara mi video. ¿Por qué lo silenciaron? No hice mal uso de él, no lo mutilé, di créditos al final, y por si fuese poco, no gané ni un quinto con él, lo hice únicamente porque cuando lo realicé, estaba transido por el dolor de una separación y esa pieza fue lo más cercano que hallé que fuese comparable a mi dolor de ése momento. No hubo  ninguna especie o tipo de dolo, ya que ni siquiera esperé que lo viese una gran cantidad de gente.

                Y si, es verdad que así es la ley. Y ya qué. Sin embargo, como alegato final, diré en mi defensa que aunque yo di crédito al artista Pärt, y en ningún momento usé su obra con menosprecio, sino que lo hice con toda dignidad hacia él, al silenciar mi video, los Buitres sí mutilaron mi obra, que como la Mona Lisa de Warhol, ya era una pieza aparte, con su propia vida y dignidad. No la busquen. Ya la borré, así como a otro video, y pienso quitar ése canal de You Tube en estos días, no me vayan a dar un susto ésos Buitres Carroñeros de la Cultura.

                Bueno, ya dije lo que tenía que decir, y ya me siento aliviado, como si hubiese escupido una gran bola de pelo. Ahora sí, ¡a lo que te truje Chencha! Quiero presentarles el penúltimo cuento de mi libro de relatos “Los Jóvenes Soñadores”, y como está muy choncho, he decidido dividirlo en dos partes, ¡espero que les guste!


Torta de Sándwich de Quesadilla con Harto Aguacate.






"The spiderman is having you
For dinner tonight.
Robert Smith / The Cure.

Disparo.

Extrañas sombras se mueven con el fogonazo que ilumina brevemente, como un relámpago, el callejón; una de las sombras se estira innaturalmente, se retuerce agresiva como una especie de papel que fuese gobernado por un extraño, feroz viento, trata de esquivar mi plomo, pero creo que le di de lleno.

Disparo. Otra vez, para asegurar, pienso; pero lo cierto es que el miedo es quien me hace apretar el gatillo de nuevo. Y ya no tengo balas. ¡Con una chingada...! Despanzurré mi último cargador, pero estoy seguro que le di en su madre a ésa cosa, ha dejado de moverse y su trasero de blanquizca ceniza se deshace en el reducido espacio sin dejar evidencia alguna de su horrible existir. Sí, era el único, no creo que hayan mandado más a seguirme por el momento, por fin estoy solo; debo moverme, no debo quedarme mucho tiempo en el mismo sitio... Bendito Dios, porque por lo menos, el plomo se los chinga; si no fuese así... Mejor no pensar en ello. Que bueno que no tenga que usar balas de plata como ése tal "Aguilita".

Me duele el estómago. Un dolor que es como un gemido sordo, sube en forma de grandes eructos que no puedo acallar, y siento como si fuese un cerillo ardiendo la forma de costalito de mi estómago; literalmente se está cociendo en su propio jugo por las cosas horribles que he visto y sentido -y lo que aún me ha de faltar por ver, desgraciado de mí-, obligándome a caminar encorvado como un tlaconete que ha sido bañado en sal, e igual a un tlaconete, pinto este camino hasta el despacho con sudor helado. Madre mía, que feo duele, creo que estoy viendo doble, y no hallo el maldito hoyo de la cerradura, casi no siento el ardor de los ojos que me nadan, escociéndose en sudor; todo yo un estómago que se deshace como cera muy caliente por la presión hasta que la llave, bendito Dios, abre, y como un náufrago manoteando en la obscuridad del mar buscando algo a qué asirse, alcanzo el cajón de hasta abajo del escritorio, mis dedos ansiosamente palpan buscando una forma cilíndrica y cuando la hallan, ¡lotería! bebo de un jalón casi un litro de leche de magnesia, que calma de momento el horrible ardor y al fin puedo sentarme, como un gato, a lamerme las heridas.

Por fin puedo limpiarme los ojos que los he de traer rojos como de diablo, con este pañuelo que me regaló Alma, la buenísima esposa del Ritssi. Coqueta, caliente como una plancha, mi choricín se asaba sabrosamente dentro de la parrilla que era ella; Ritssi y Alma. No hace mucho que los conozco. Íntimamente, quiero decir. Ya los conocía de vista desde antes, justo cuando empezaron a joder con el absurdo e inútil rollo de la precampaña presidencial -¡comerciales por todos lados, hasta que se te salgan los candidatos por la nariz!- y en el baile de la policía me los presentó oficialmente el "camarada mono" Arnoldo "Monita" Charles, "camarada" por ser uno de los pocos miembros activos del PCM -siempre he sospechado que ésa postura de comunista radical no era otra cosa sino una pose, hecha ex profeso pera alejar a los tontos prejuiciosos y vacíos que rondan en todos lados-, y que se ganaba como yo sus quintos en "La Rayuela, El Periódico que Grita lo que otros Hablan" como columnista científico y cultural; su sección de todología "La Rama del Chango" donde escribía de cualquier tema como en botica -casi un sabio de Salamanca, perfecto hombre del Renacimiento por decirlo de algún modo-, gusta mucho, además de ayudarle a la policía como asesor científico y forense. Aprovechó hábilmente el momento en que tenía la atención de todos los invitados al convite con la historia de mi bisabuelo José Galicia el primero cuando allá, en los Altos de Jalisco, mató después de una larga cacería con su machete a un nahual que aterrorizó a toda la región para presentarme con los Ritssi oficialmente. Esa noche Alma -buenísima Alma que estaba enfundada como pie en calcetín dentro de un vestido de licra azul rabón y escotadísimo, madre mía, las nalgas más firmes y paradas que hicieron que se me empapara todo el grifo por haberse endurecido el empaque al bailar apretaditos-, me coqueteaba descaradamente frente a las narices de su viejo, Igor Ritssi, el cual sostenía una cuba en la mano mientras se excusaba para no bailar con su muletilla preferida: "tengo las dos patas chuecas, güey", evidentemente ebrio ya mientras el "camarada mono" sólo se reía al verme como un colegial haciendo heroicos esfuerzos para no perder la cabeza por las caderas de ésa mujercita que no despegaba el metro y medio del suelo. Quién iba a decir que un mes y medio después el "camarada mono" aparecería muerto, aparentemente a manos de un ladrón desesperado quien al verse descubierto -según la "verdad histórica", como está de moda decirle a la versión oficial-, lo asesinó con una de sus propias espátulas con las que recogía evidencia en las escenas del crimen. Descansa en paz, mi gran amigo. El mundo, la humanidad perdió con tu partida a una gran luz, a un brillante y sabio hombre y todo, todo, hasta las calles, parecen más obscuras todavía.

Nada tan común como lo que hago yo. Cierto, ser reportero de nota roja, investigador privado y aspirante a novelista negro debe tener algún mérito; es solo que toda esta locura empezó para mi -sus horrorosas ruedas ya estaban girando, masticando y tragando inocentes sabrá Dios desde cuando- con la muerte del "camarada mono". Y quien me empujó sin quererlo fue el pinche Ritssi. Todo hubiera quedado en un mero asalto -le quitaron su cartera, le desvalijaron su pequeña caja fuerte, le despanzurraron el colchón, y no se llevaron la escoba porque éso hubiese sido demasiado-, de no ser porque el pinche Ritssi me hizo notar -Ritssi es el Jefe de Medicina Forense del SEMEFO- que el "camarada mono" no había muerto por la herida ocasionada con la espátula de acero que se había alojado en sus cervicales, no. El cabrón descubrió que la agresión con la espátula había sido hecha después. Sencillamente, la sangre en las venas ya estaba bastante coagulada como para escurrir siquiera y la espátula de acero alemán entró en la parte posterior del cuello de la misma forma en la que entra un cuchillo en un albondigón; la herida, era algo ajeno ya, una pista hacia otra dirección, un mero pretexto de causa mortuoria, una cortina de humo. El "camarada mono" habría muerto como dos horas antes, en apariencia debido a unas hojas de papel que se había tragado o que le habrían obligado a tragar -el cuerpo, hallado sentado en su silla, el torso apoyado sobre su escritorio en una postura relajada, no mostraba indicios de lucha ni de asfixia, más bien parecía alguien a quien le ha ganado el sueño- y que, al hacerse bolas, se habrían quedado atoradas en la laringe ocasionando que se asfixiara.

Como dato curioso, en la autopsia Ritssi halló que el "camarada mono" tenía los pulmones y la laringe de un fumador de noventa años, que hubiese empezado con el vicio a los trece, además de inexplicables quemaduras en boca y nariz. -"No manches tu triste vida, Arnoldo nunca fumó"- le dije, a lo que Ritssi se encogió de hombros, con el dato duro de haber sido él quien lo abrió en dos durante la autopsia. Otro dato curioso: el "camarada mono" tenía como almohada cuando la fría lo sorprendió, no "El Capital" de Carlos Marx, ni el "Pequeño Libro Rojo" de Mao sino una Biblia Reina Valera, abierta y babeada justo en el salmo 91.

Acompañé a Ritssi a ver a "la Diabla" -como le apodan al Comisionado de Paz Pública del CISEN, cuya oficina extrañamente fue quien se hizo cargo del caso, quitándoselo a la PGR-, para hacerle ver este hecho, pequeño, casi insignificante pero que definitivamente marcaba una pauta hacia una investigación más profunda del caso. Sin embargo, la justicia ya se hallaba encaminada en la verdad histórica del robo y en un par de días, presentó al homicida: el hijo de la septuagenaria señora que ayudaba al "camarada mono" a limpiar su casa una vez a la semana. Desempleado, imposible que hallase un trabajo formal por tener más de cuarenta y cinco, y que se dedicaba a pintar cuadritos al óleo de flores y pájaros de donde sacaba gasto para medio vivir. "El cerdo" Aguirre era el chivo expiatorio perfecto, y tras una breve pero concisa sesión con los hombres de "la Diabla", sus huellas dactilares aparecieron como por arte de magia en el mango de la espátula -según Ritssi, la espátula no tenía huellas dactilares cuando la retiró del cuello del camarada, sino una especie de marcas semejantes a dedos, hechas de una ceniza blanca muy fina, como si el agresor hubiese estado quemando papeles y revolviéndolos con una mano enguantada antes de asesinarlo. Aún estaba analizando la ceniza para ver de qué chingados era-, así como su confesión escrita con una mano con tres dedos quebrados: "Declaro que maté a don Mono para robarlo". Todo dentro de los cauces normales. El "cerdo" Aguirre saldría del reclusorio cuando cumpliese ochenta y siete años. Quizá antes si se portaba bien y siguiese pintando cuadritos de flores y pájaros. Já.

Esa noche del carpetazo, fuimos Ritssi y yo a bebernos nuestra fé en la justicia mexicana y de ahí nos hicimos buenos amigos. Siempre me mido con el alcohol debido a la úlcera, cosa que Ritssi no hizo; verdaderamente dolido, se acabó en medio de elogios al camarada y a Aguirre no sé cuántas botellas de ron hasta que ya no pudo sostenerse por sus propios medios. Echando chines y malines, lo llevé a su casa y ahí fue donde volví a ver a Alma. Abrió la puerta de la casa vestida con una bata de baño y el cabello recogido en una cachonda cola de caballo -"qué buena vieja te traes pinche Ritssi", pensé para mis adentros-, y al ver a su marido ahogado de borracho, hizo un gesto de resignación y nos permitió entrar. Acostumbrada a los excesos de su viejo, le ayudé a acostarlo, llamando mi atención un retrato de Arnoldo Charles colgado de una de las paredes de la recámara. "Lo hizo el artista al que acaban de encarcelar injustamente, por encargo de Igor", dijo la esposa de Ritssi mientras bajaba los humedecidos y grandes ojos. Era verdad, el pintorcillo no era tan malo; captó a la perfección el carácter jocoso del "camarada mono". Era un buen retrato y pensé que me agradaría tenerlo, quizá le encargue uno de mi querido padre Chingongón; en ésas cavilaciones estaba, cuando me percaté que Alma, que terminaba de tapar con un edredón a su marido dándome la espalda, llevaba la bata hasta arriba. Madre mía, que soberbias nalgas, que piernas tan torneadas posee esta mujer, que piel tan deliciosamente blanca, y ya Ritssi comenzaba a roncar, cuando en su misma cama, Alma volteó dándose cuenta de mi cachonda mirada devorando su trasero y benditamente cínica, abrió su bata y ¡carajo! ¡No soy de fierro! ¡Totalmente encuerada! ¡La velluda, obscura y húmeda Medusa me sonreía verticalmente traviesa, volviéndome de piedra a un ansioso Perseo que comenzó a llorar, emberrinchado con querer explorar esa caverna! Ella me dijo no sé que tantos elogios tontos a mi varonilidad, a la facha de tipo duro y a mi caminar como si fuese a madrear a alguien, justificándose por bajarme el pantalón y yo, ni le hice caso, bonita tonta, que piropos tan zonzos e inútiles me estás dando, atento únicamente a esa golosa boca de labios gruesos jalándome entero a profundidades desconocidas, atento únicamente al tacto y a la deliciosa presión de sus hábiles manos haciéndome subir y bajar antes de ponerme el condón y ahí mismo, junto al roncador Ritssi, frente al retrato del "camarada mono" que pareció sonreír más, la monté con la  ferocidad de un marinero que haya estado un año entero en la mar como tres veces junto a los previos y deliciosos escarceos amorosos. No salí de ella sino hasta que los ruidos de la calle me dijeron que serían cerca de las seis de la mañana. Me vestí, y ahora avergonzado con el pobre Ritssi, prácticamente huí.

Y no los hubiera vuelto a ver, de no ser porque Ritssi me buscó, justo al día siguiente a la hora de la comida, en las oficinas del periódico. Yo, recobrado el sano juicio, adolorido de todo el cuerpo por la ardorosa pelea con su esposa, sentí que la cara me estallaba de vergüenza al toparme de frente con su sonrosado y cambiante rostro, pero de todas formas me puse en guardia esperando que ardiese Troya, pues tampoco me iba a dejar, qué la chingada, si ella fue, en primer lugar, quien me buscó hasta que me encontró; Ritssi sonriéndome me extendió la mano y, confundiéndome aún más, amigablemente, haciéndose el cómplice, me soltó el rollo de que ellos eran de ésas parejas "swingers", y que no había bronca, ya que Alma le había platicado con lujo de detalles mi performance...

-"...quien te viera, tan pinche gordo como estás, y nadas como un delfín en la cama, güey."
-"A'i nomás 'pal gasto mano."

...y ella ya quería que repitiéramos cuando se pudiese; Ritssi lamentaba haber estado tan borracho para no haberle entrado a nuestra fiesta, pero el asunto del "camarada mono" le había pegado en serio, no solo a él, también a Alma. Ante mi sorpresa -"pinche camarada, ¡quién lo viera!"- me confesó que llevaban tiempo haciendo cama redonda, por lo que conocían bien a Arnoldo, y también conocían a la señora que le ayudaba a hacer la limpieza y a su hijo, con quien también compartían cama un par de días a media semana. "Un excelente pintor, desperdiciado por el círculo cuadrado de artistas e intelectuales, güey", y que "el hombre, güey, es demasiado sensible para convertirse en asesino", según las propias palabras de Ritssi.

Nos fuimos a un chino a comer; yo pedí como siempre que me hallo en una encrucijada, una torta de sándwich de quesadilla con harto aguacate -vieja costumbre mía- y no sé que pidió Ritssi, creo que un chop suey y ahí, mientras comíamos, Ritssi sacó un sobre carta de plástico transparente, de esos que tienen cierre flip-flop, y desplegó frente a mi café con leche, los papeles con los que pensaba que Arnoldo Charles había perdido la vida: un par de cortesías de un centro tanatológico -"Cuando un ser amado llega al último tramo de la vida, qué hacer para estar preparados"-, un anuncio clasificado de periódico -de el mismo donde trabajo como reportero de nota roja- sobre asistencia psicológica y un pequeño folleto impreso en papel couché a todo color sobre el mismo centro de las cortesías: La Casa de la Hermosa Luz. Ahí habían tres números escritos apuradamente con un bolígrafo azul, 40, 33, 77, muy corto para ser un teléfono, y la palabra "adodocemolina".

-"¿Que piensas de estos números?"- pregunté a Ritssi, y él, después de escrutarlos un par de segundos, me dijo que muy bien podrían ser de una cerradura.
-"A güevo que Arnoldo, como el gran forense que fue, nos dejó una pista, güey; por éso usó tinta azul, sabía muy bien que es la que más tarda en descomponerse, pienso que es un buen punto de partida. Déjame decirte que estaban cubiertos güey, al igual que los pulmones y la laringe, de la misma ceniza blanquizca que estaba en el mango de la espátula".
-"¿Que ganas con esto?"- le pregunté mirándolo fijamente a los ojos. -"El caso está cerrado, y vas a ganarte la enemistad de 'la Diabla', ya sabes cómo reaccionan los sujetos con un cargo alto, cuando llegan un par de cretinos con un estatus obviamente más bajo a mostrarles que son huevones y que no hacen bien su trabajo. Yo, por lo menos soy periodista, pero tú, tendrías que vértelas a diario con ése cabrón".

Ritssi encendió un cigarrillo valiéndole madre la prohibición a fumar en espacios públicos, jaló hasta la mitad, contuvo el humo un momento y lo soltó junto a sus palabras:

-"Justicia. Nada más ni nada menos. No sé tú, 'Gordolobo' (¿puedo llamarte 'Gordolobo', verdad güey?), pero yo por lo menos, estoy hasta los huevos sobre cómo se hacen las cosas aquí güey. El camarada era una buena persona, así como ése pobre pintor y su madre, cuyos únicos delitos fueron el ser pobres güey; el hijo, el tener un espíritu demasiado libre en un cuerpo dizque viejo como para tener un trabajo estable para encajar en ésta pinche sociedad cretina, doble cara, sin que lo trataran de 'mantenido' o 'parásito', güey; nada más falso ya que era muy activo, sólo que su quehacer no es valorado porque aquí, nadie distingue un garabato de una obra de arte, y menos en alguien que intenta vivir por el camino de la vocación güey. Y lo otro, que su anciana madre tuviese la mala fortuna de chambear en la escena del crimen. Es gente buena, pero sola y desamparada güey, lo que los convierte en los chivos expiatorios perfectos, güey. No tienen lana para amanecer mañana, menos para pagar a alguien que los defienda como se debe; ¿crees que un buen abogángster no impugnaría que la confesión la sacaron con tortura, güey? Pero sólo tienen a un pasante que está haciendo su trabajo social como abogángster de oficio. Sin contactos y sin ninguna maldita maña. Sin ninguna maldita gana de hacer su trabajo, güey. No. No lo merecen. Arnoldo fue un gran forense que me enseñó muchos trucos del oficio, era de los pocos a los que les interesaba llegar siempre hasta la verdad; no es justo que quien lo haya asesinado, esté por ahí haciendo su desmadre, güey. Mira güey, sé bien que 'la Diabla' es un cretino que aunque haya estimado al camarada, no va a mover ni un pinche dedo para hacer justicia. Sencillamente ha estado dentro del sistema mucho tiempo, güey. No. Aquí entras tú, 'Gordolobo'; es decir, aquí debe entrar el cuarto poder. Tú, además de reportero, eres detective, y eras amigo, no un simple conocido del 'camarada mono' güey, ¿qué mejor que éso? Debemos hacer mucha bulla, la suficiente como para que se les haga justicia al camarada, a Aguirre y a su pobre madre. Y sobre el verle la jeta a diario a 'la Diabla', pues, me vale madre siempre y cuando logremos que, por una vez, hagan lo que tienen que hacer güey. ¿Cómo ves?"

Cómo veo. De la vil chingada. Por experiencia propia sé que un simple periodicazo no sirve de mucho, además de que puedes ganarte por andar sacando trapos sucios, un lugar preferencial en el panteón; por eso siempre cargo mi .45 con sus cinco cargadores por si las flys. Pero Ritssi tenía un buen punto a su favor: el "camarada mono" también fue mi amigo, y lo llegué a apreciar mucho. Era el tipo de hombre incorruptible que por lo mismo, casi no tiene éxito en el mundo, y menos en un país que se halla hasta el cuello hundido en la corrupción, por lo que tenía que trabajar como negro para medio vivir como negro. Y aún así sonreía, le hallaba el lado bueno a las cosas aunque no las tuvieran, te contagiaba sus ganas de vivir y de reír. Era un cabrón a quien siempre daba gusto ver porque te ponía de buen humor. Así que la única opción que teníamos, como amigos, era hacer lo que la policía no hace nunca: investigar, hallar al verdadero culpable, y exponerlo en los medios. Obligarles, con pruebas contundentes, a agarrar al verdadero culpable y sacar a Aguirre del botellón y salvar de la indigencia a aquella pequeña familia de dos. En éste sistema penal, donde de forma absurda el ofendido y el acusado deben hallar por ellos mismos pruebas de la inocencia y/o la culpabilidad -¡cosa que a todas luces es chamba de la tecolotiza!-, tener a un miembro de la familia preso también encarcela a toda la familia; no es barata ni fácil y mucho menos tranquila la vida dentro de la cárcel, es una gran piedra llena de robos, extorsiones y amenazas muy pesada que jala fuerte hacia abajo, y cuyos lazos son el cariño hacia los familiares. Vampírico. No. Demoníaco. Si el reo es alguien como Aguirre, su madre está condenada a pedir limosna y morir sola. Apoyar por una vez a los desamparados, tratándolos como debe ser, como nuestros iguales, sería, a fin de cuentas, uno de los ideales socialistas del "camarada mono". Quizá así, Arnoldo Charles pueda descansar en paz.

Habiéndonos puesto de acuerdo, quedamos de vernos como a las nueve de la noche en casa del Ritssi. Alma le urgía que quería verme otra vez. Ya no soy un jovencito, es verdad; pero adentro mío, sigo siendo un muchacho soñador; la primavera sigue floreciente aquí en mi pecho arrojando ganas de vivir, haciendo que la única duda sobre el poder responder adecuadamente en un lapso de tiempo tan corto desapareciese. Como un gatito al que le han encebado los bigotes, apreté la mano de un Ritssi alcachofa y me despedí.

Regresé a las oficinas de "La Rayuela" a hablar con mi jefe. Le dije que estaba tras una nota que prometía ser jugosa, así que por un corto tiempo no iba a poder seguir a la policía como el habitual reportero de nota roja. Bobadilla se rascó la calva, dudando: "¿Me puedes adelantar algo?", y le solté lo que Ritssi había descubierto sobre la muerte del "camarada mono". Bobadilla abrió los ojos, y sin dudarlo más, me dio el permiso. Pude notar que el finado Arnoldo Charles también era muy estimado por Bobadilla, ya que no bien estaba cerrando la puerta del despacho, el jefe de redactores abrió el frigobar y se sirvió un generoso whisky "on the rocks" mientras se limpiaba al disimulo una lágrima.

Era hora de empezar a hacer hipótesis, y tratar de despejarlas. Por la obvia razón de que le sacaron la confesión al romperle los dedos, el "cerdo" Aguirre no podría haber asesinado al "camarada mono", así que decidí dejarlo, de momento, fuera del asunto. Ahora bien, ¿podría alguien resentido, algún enemigo, alguien a quien las pesquisas del "camarada mono" hubieran llevado a la cárcel, ser el asesino? No lo creo. Su labor como asesor forense debió ser del mismo tipo que la de Ritssi: un mero adorno. Para alguien con una ideología pura, y una ética recta como Arnoldo Charles, debió ser muy duro investigar cosas que en última instancia, no serían tomadas en cuenta. En éste país la única investigación policíaca seria es a base de golpes, toques eléctricos en los genitales y tehuacanazos en la nariz hasta que aceptes que mataste a don Benito Juárez, lo que descarta ésa hipótesis, aunque sea de momento. Sigue la más obvia de todas las conjeturas: el supuesto robo. La chapa de la casa, según Ritssi, no había sido forzada, sino que había sido rota desde adentro, además que la excesiva violencia demostrada en la apertura de la pequeña caja fuerte y el despanzurramiento del colchón contrastaba plenamente con la ausencia de violencia que mostraba el cadáver del camarada; dudo que Arnoldo Charles tuviese más de dos pesos juntos, dado el pequeño departamento en donde vivió, y su estilo frugal de vida; pero lo que más me saca de onda, es que el asesino, si realmente lo mató para robarle, ¿no lo hubiera golpeado despiadadamente debido a la frustración, como se estila hoy en día, donde te medio matan en la calle por no traer más de veinte pesos? Y en todo caso, ¿para qué se tragó Arnoldo ésos chingados papeles? No tiene sentido, eso del hurto me suena cada vez más a cortina de humo, así que pondré el robo aparte de momento. ¿Qué tal un enemigo personal, algo del tipo pasional? Arnoldo Charles era querido por mucha gente, y era muy discreto en su vida privada. El único exceso que le acabo de conocer, es su sorprendente relación a tres bandas con los Ritssi. Además, la ausencia de lucha, de violencia en su deceso, de nuevo, es algo muy extraño. Su mera postura cuando murió, me genera más dudas. Plácido, su rostro estaba demasiado tranquilo, entonces, ¿fue un suicidio? ¿Por qué no mostraba la desesperación que genera la asfixia? ¿Él mismo se tragó las cortesías y el anuncio y el folleto, o lo obligaron a tragárselos? Su rostro tranquilo, según Ritssi, es lo que más me confunde. Aparte, está lo de sus pulmones, su boca y nariz quemados. ¿Quizá usó el asesino algún tipo de gas, como el mostaza o el zarín, quizá algún derivado del cloro o del fósforo? De ser esto cierto, ¿no debería quedar algún residuo? Hay que checar esto con Ritssi. Debo también ir a ver por mí mismo la escena del crimen, antes de que sea alterada aún más por la gente del SEMEFO. Posiblemente Ritssi pueda conseguirme las fotos tomadas cuando hallaron el cuerpo. Sí, debo pedírselas. También debo checar el asunto de que un comunista de hueso colorado, haya estado leyendo una Biblia justo antes de morir, ¿acaso buscaba paz, sabiendo que lo querían matar? ¿Sabía eso el camarada? ¿Esa Biblia no podría ser una pista? ¿O, ante la pregunta final, se dio cuenta de que existen cosas que ni el materialismo dialéctico ni el método científico pueden explicar?

Pero, ya que estaba en el edificio de "La Rayuela", decidí ir de una vez a Clasificados a checar la vigencia del anuncio hallado en el garguero del camarada, y quién lo había pagado. Rosita me recibió, como siempre, con una gran sonrisa. Es bella la mujer; los únicos "peros" que le pondría, son su voz chillona -auténtico "matapasión"- y la ausencia total de sensibilidad estética al maquillarse: pareciera que usa la escopeta maquilladora que inventó Homero Simpson. Lástima. Rosita solo pudo hallar un nombre en la computadora, extraño aún para un extranjero por cierto: Dr. Quiún F. Outheaven, con dirección en la plazuela Iztacíhuatl s/n, a un par de cuadras de Amsterdam, Colonia Hipódromo Condesa. La misma dirección que estaba impresa en las cortesías y el folleto. Al preguntarle a Rosita sobre quién pagó el anuncio, me respondió que el mismo Dr. Quiún. Le llamó la atención debido a su acento raro, como "inglés de Inglaterra", sus movimientos que más que humanos, parecían los de un robot: -"se veía avejentado pese a ser tan guapote, cansado, quizá estuviese muy adolorido por hacer mucho ejercicio"- apuntó Rosita, y una rara cicatriz en la mejilla izquierda: un arañazo casi vertical, con cuatro marcas profundas. Fuera de ello, era alguien canoso, de ojos grises, entre los cincuenta y los sesenta, pero no los setenta, alto y vestía de forma elegante; pagó todo un año por adelantado y en efectivo la publicación de su anuncio. Decidí irle a dar un vistazo a su clínica, nomás a checar la cosa.

De camino pasé rápidamente al despacho que tengo de investigador privado por la cámara, y de paso ver si no me había caído trabajo. Uno interesante, pues, pero no. Solo estaban los requerimientos habituales en el cuaderno que tengo colgado junto a la puerta: un par de maridos celosos preocupados por los cuernos, teléfonos y contácteme urgente. Bah. A todos nos han puesto los cuernos y hemos puesto los cuernos un par de veces; las razones vienen sobrando, y de todas ellas, solo una es lo suficientemente poderosa, y por lo mismo, es la razón que no tiene ninguna razón porque es la única razón en sí misma: el deseo. Es cabrón, y quien haya resistido, quien no haya caído aunque sea una vez en él, por la causa que sea, ése sí que es más cabrón. El deseo es un impulso urgente, imperioso, semejante al hambre, y que es capaz de eclipsar toda lógica o sentido común. Que se diviertan las esposas un poco más, que sus asuntos pueden esperar un día o dos. Tomé la cámara y volví al coche para dirigirme a la calle de Iztacíhuatl.

Sacado de onda, tardé un buen rato para dar con la "Casa de la Hermosa Luz". Sencillamente, las calles aledañas a Amsterdam, y sobre todo las cercanas a las plazuelas, son como un laberinto; todas se parecen, todas se tuercen en circunvoluciones, es fácil perderse ahí, aún con GPS. Tuve a momentos la sensación de que algo estaba impidiendo que diese con el lugar, que una especie de hechizo me mantenía dando vueltas en círculos, así que decidí estacionar el coche junto al Parque México, en la avenida Sonora, y a pié comenzar a indagar por el centro tanatológico. No fue sencillo. La zona ha crecido en estatus, y por lo mismo, hay poca gente por las calles, contrario a otras zonas más populares de la ciudad. Aunque hay actividad económica, a ciertas horas la zona parece un sitio fantasma, al no toparte con nadie caminando, ni un radio sonando desde alguna ventana, ni un mísero perro que ladre. Vacía. Muerta. Entré a varios negocios buscando información, y nadie sabía dónde estaban, tanto el dichoso centro, como el consultorio del dr. Quiún. Cansado, a punto de dejar la investigación para otro día, decidí sentarme a descansar las patas en una de las guarniciones de concreto de la avenida Amsterdam, cuando tuve una corazonada al ver a un borrachín de la tercera edad durmiendo la mona en uno de los prados que enmarcan las construcciones art decó de los 20's, y que llenan toda la colonia uniformándola. Maldito art decó, ¡qué feo es! Todo ése estilo tiene algo de brujería, de arquimancia. No en balde su aparición estuvo justo en la época cuando surgió la Sociedad Tulé y el rollo de la eugenesia. Roquefeller y Hitler, tan parecidos los dos hijos de la chingada, masacrando gente por todo el mundo; debieron ser como los dos alegres compadres. Es divertido observar cómo la historia los ha tratado: uno, como el monstruo que fuera, pero al otro... Enternece ver que hay personas que adoran a Roquefeller como si hubiese sido un gran humanista, y no el despiadado imperialista que condenó a millones de personas a la pobreza extrema, robándoles no sólo sus bienes, también su futuro. Ahí está la historia, sólo es cuestión de desmenuzarla un poco.

"Señor, despierte, señor..." comencé a agitar al viejo, que no estaba muerto a juzgar por su respiración sorda y profunda. "Señor, le invito otro trago, si me ayuda..." El viejo, quemado de sol y del frío de estas calles -la Roma, la Condesa y la Hipódromo Condesa son colonias muy atractivas, pero endiabladamente frías a ciertas horas; ha de ser por tanto árbol, el rollo cuasi utópico de la "ciudad jardín"- comenzó a dar señales de vida. Me miró extrañado con uno de sus ojos. El otro, se le iba de viaje, además de que estaba casi cubierto por una catarata, pobrecito; se sentó mientras se daba golpecitos en las mejillas para desperezarse, y aproveché para repetirle mi oferta:

-"...aquí traigo una sor juanita para usted, pero necesito que me ayude a encontrar una dirección"
-"...qué... qué dirección... "
-"Necesito que me lleve a la Casa de la Hermosa Luz, ¿sabe dónde está?"- Al escuchar hacia dónde quería ir, el viejo, visiblemente espantado, se incorporó de un salto y comenzó a caminar aprisa tratando de alejarse de mí, mientras balbuceaba "no, usté no quere ir ahí, pura pinche maldá hay ahí, ésa es la casa del diablo", a lo que salté yo también y me puse junto a él, mostrando el billete de doscientos pesos para calmarlo. La cosa pareció funcionar, ya que el viejo se detuvo, luchando entre su necesidad y su miedo:
-"Ándele señor, este billete es suyo, dígame ¿por qué hay pura maldad ahí? ¿Que pasa en ése sitio? Dígame, y el billete es suyo."
-"¿No será usté uno de ellos, no? ¿No viene a encerrarme ahí?"
-"Le doy mi palabra de hombre que no. ¿Entonces, ¿me dirá lo que sabe o no?"

El viejo se arrancó con una historia fantástica. Sabía bien dónde estaba el sitio que buscaba, y que a veces, generalmente los domingos, invitaban a gente como él a comer y darse un baño, y les daban ropa limpia y zapatos con la consigna de quien se quisiera quedar, podría hacerlo. Así de sencillo. Únicamente viejos, los jóvenes o maduros no eran aceptados ni para darles caridad. Pero los que se quedaron, ya nunca salieron, nadie sabía de ellos, y esos eran todos los que fueron, todos los que se subieron a la camioneta blanca que iba ofreciendo la caridad. El viejo tenía un amigo de parrandas apodado "Pezuña", y cuando se enteraron de la atractiva oferta, estuvieron tentados a quedarse, cansados ya de tantos años de vivir en la calle, pero aquella vez que fueron a comer y a bañarse y a conocer el sitio, sucedió que empezó a ver cosas raras apenas entrando a la casa, como las clásicas sombras con el rabillo del ojo que en cuanto volteaba, desaparecían; pero bueno, el viejo al principio no le dio mucha importancia: la casa era vieja, muy sombría, y con ello también quiso justificar los escalofríos que empezaron a acometerlo apenas traspuso el quicio de la entrada principal. Algo llamó poderosamente su atención: la residencia era también un asilo, pero no pudo ver a ningún residente, con la excepción de una señora que vagaba, y que apenas lo hubo visto, caminó a toda la velocidad que sus artríticas piernas pudieron y le dijo: "hijito, ¿por qué estoy aquí? Sácame de aquí, hijito". El viejo comentó que la anciana lo miró con una intensidad conmovedora, hasta que un enorme trabajador social que más parecía un matón llegó hasta ellos con una sonrisa falsa, como de vendedor de Mac Donal's y se la llevó, desapareciendo detrás de una puerta hacia un largo corredor. No disfrutó la comida, la imagen de la anciana lo había perturbado profundamente, además de que sentía que era vigilado constantemente por ojos que no podía ver. La cuestión es que después -y con esto, juró por la "virgencita" mientras se santiguaba-, en el cuarto de baño a donde lo condujeron para que tomase una ducha, llamó su atención una procesión de arañas -si, arañas- que como hormigas, caminaban en fila india hacia un hoyo en medio de los azulejos y él, movido por la curiosidad, siguió a la bizarra formación, dándose cuenta de que llevaban consigo, envuelta en telarañas, a otra araña muy grande, canosa y casi del tamaño de su mano, muy elegante y enjoyada -según las palabras del señor- y que en su cabeza o afuera, no estaba seguro, escuchó una horrible y cavernosa voz que decía en susurros: "esta es la vieja atrevida que viste siendo ofrecida a nuestro señor; así te atraparemos. Igual que a ella, así te llevaremos también hacia él"; espantado, abrió los ojos muy grandes, mirando como en trance a la extraña formación, pero en cuanto las arañas se dieron cuenta de que las estaba siguiendo con la vista, comenzaron a escupirle veneno, y uno de los escupitajos le cayó directo en un ojo -justo el que se le va de viaje- ardiéndole y obligándolo a huir. Se puso los zapatos y el pantalón a toda prisa y salió del baño con el resto de su ropa en la mano, pero no se fijó por qué puerta salió, ya que de pronto, se halló deambulando en un corredor que no conocía, obscuro y sombrío, escuchando una como letanía que le erizó todos los pelos del cuerpo. Aterrado, siguió las extrañas voces que parecía que venían de abajo, siguiendo la rara curva de ése corredor que pareciera ir siempre hacia abajo y que daba a una habitación grande, llena de humo de incienso, llena de velas negras, donde muchas figuras que llevaban túnicas obscuras que les cubrían todo el cuerpo hasta el rostro, se congregaban en torno a un par de raras mesas que parecían de piedra donde pudo distinguir a la anciana que había visto anteriormente y a su amigo el "Pezuña", desnudos y pintados con raros símbolos, y ambos estaban como hipnotizados, ya que no hacían nada más que parpadear y sonreír estúpidamente. Demasiado aterrado para hacer nada, el miedo estalló en el viejo cuando vio al que, a su juicio, comandaba la ceremonia: un hombre aparentemente también viejo, pero fuerte, de aspecto extranjero, con una cicatriz como de un zarpazo en la mejilla izquierda: cuatro marcas que en la semiobscuridad del recinto brillaban escarlatas, como recién hechas, levantando un horrible cuchillo ondulante que más que cuchillo, parecía una serpiente, hecho de un raro metal verdinegro que previamente le había dado una mujer con patas peludas como de araña "sentada" en el techo de espaldas, obscena, en una especie de silla grande, tejida con lazos viscosos y blanquecinos como si fuese una telaraña gigante; un enorme punto rojo había encima de sus enormes nalgas que mostraba impúdica, abriéndose ella misma los cachetes mientras se masturbaba; el viejo vio claramente, pese al humo del incienso y la poca luz de las velas, a un enorme aguijón que goteaba veneno, justo encima del abierto culo y de la babeante, asquerosa vagina de la monstruosa, horrible, espantosa mujer, que definitivamente disfrutaba con la obscena postura, con la espantosa situación y que por lo mismo, reía escandalosamente, rompiendo los rezos de los asistentes que se hallaban congregados e hincados alrededor de su amigo y de la viejita. Cuando le pregunté si había podido ver la cara de la mujer, el viejo respondió que decididamente no quiso verle nunca el rostro. Trastabillando, a punto de desmayarse del terror, únicamente pudo regresar hasta el baño de las arañas -afortunadamente estas se habían ido- y acurrucarse en un rincón tapándose la cara y los oídos con las manos para no escuchar las risas burlonas ni ver las sombras que se hacían grandotas y chiquitas y que aparecían y desaparecían en las esquinas del baño y entre los marcos de las dos puertas, rezando el "Padre Nuestro" y rogándole a Dios que le permitiera salir de ahí hasta que uno de los empleados lo halló. Cuando le preguntaron con fría, casi comercial insistencia si quería quedarse a pasar la noche, el dijo que no en nombre de Jesucristo y a empujones salió de aquel lugar, y se ha quedado cerca desde entonces, evitando la casa de noche, durmiendo únicamente de día para que no lo vaya a atrapar la camioneta del lugar en uno de sus rondines buscando indigentes viejos como él, y esperanzado de que las cosas que vio ahí hubiesen sido producidas por el alcohol y la mona y que nada fuese cierto, esperando ver salir a su amigo algún día para convencerse de que todo lo que vivió, fue un extraño delirio. Pero lo único que ha visto, son personas que llevan a sus abuelitos y los dejan ahí, así como la camioneta que también deja a los abuelitos que atrapa con su trampa de la comida y la ropa. Muchos abuelitos, demasiados para que quepan todos en esa casa.

Muy fantasioso, pensé en una primera instancia. Quizá perdí doscientos pesos en un viejo lunático, pero si conocía el local del Dr. Quiún, incluso al mismo Dr., por el asunto del hombre con la cicatriz de su relato -que coincidía en la descripción con el fulano que pagó el anuncio según Rosita-, quizá no sea pérdida total. Lo vería como una inversión. Saqué otro billete de doscientos, y se lo mostré al viejo. "¿Puede llevarme ahí?" El viejo, ahora con miedo, me preguntó la hora. "Cinco y cuarto". El hombre luchaba consigo mismo, viendo al billete y viendo hacia el cielo. Al fin dijo: "¿Puedo llevarlo mañana?" "No. Tiene que ser hoy". Dando un gemido, me arrebató el billete de las manos y apuró: " ¡Bueno, ya qué! ¡Pero rápido, no quiero que nos coja la noche junto a ése maldito lugar!"

Me acercó hasta la esquina negándose a dar un paso más, y me dijo que la casa de en medio era el sitio. Sí, realmente coincidió el lugar que me señaló el viejo antes de salir a toda prisa de ahí, con las indicaciones que venían en el folleto y las cortesías. Muy extraño que no hubiera dado con él al primer intento. De primera vista, era un enorme edificio estilo art decó como los de la zona, sin ningún otro mérito que una placa de bronce en su costado que rezaba: "Fundación Tanatológica Casa de la Hermosa Luz"; una gran puerta negra de dos hojas de hierro forjado y con aldabones leoninos eran la frontera entre la calle y el interior y estaba cerrada. Un gran ventanal también cerrado con una gruesa protección de hierro y con cortinajes muy pesados me impedirían ver hacia el interior. Pensé ir y tocar, pero noté de pronto que la luz se iba, y extrañamente se hacia de noche muy rápido. ¿A dónde se fue el tiempo? Ya eran en mi reloj las siete cuarenta de la noche. Y ninguna luz se encendió en el interior. Como si estuviese deshabitada. Muy raro, casi tan extraño como el viento frío que se soltó en rachas y que me generaron escalofríos. Ocho veintidós de la noche, los dos grandes y altos chacuacos que coronan la fea construcción comenzaron a exhalar un espeso humo blanco, pero no se encendió ninguna luz en su interior. Entonces recordé mi compromiso con Ritssi, y con Alma.

Esa noche fue memorable. Alma se revolcó como nunca en los cuatro brazos que la acariciaban y sujetaban, las dos bocas que la succionaban y besaban y lamían toda; gemía, gritaba, lamía, mordía y succionaba ella también a toda piel que se acercase a su golosa boca pintada de carmín; se venía una y otra vez capturada entre nuestros enhiestos arietes que gozosos, se hallaban al mismo tiempo en su cadera, ocupando tanto la entrada como la salida, dejándome descubrir el placer compartido, permitiéndome atisbar la estabilidad de las formaciones triangulares, conocimiento antiguo. No sé si pueda salir de ésta, pero voy a extrañar, no, no debo; ay, ya estoy extrañando el ardor de ésa piel, la aventura del placer compartido que tuve con Alma y Ritssi. Quizá solo las llamas del infierno puedan igualar su ardor. Me dio como recuerdo memorable de aquella segunda noche, un blanco pañuelo de algodón empapado en la dulce miel de su ardorosa flor, el sudor de su entrega apasionada y su perfume; lo llevé hasta mi rostro, aspirando con placer su salvaje aroma de mujer... Mierda, me acabo de dar cuenta de que, quemándome por dentro, dejé sin cerrar la puerta de la oficina... nnno, no puede ser. A contra luz, hay algo que no sé a qué horas entró aquí... Me tallo los ojos que apenas empiezan a arderme, cargo a toda velocidad el arma, cierro un ojo buscando afinar la puntería. Si éso está aquí, entonces saben bien dónde me hallo, por lo mismo, he de abrirle un par de hoyos a ésa cosa hija de su puta madre por donde se escape su imitación de vida y he de correr de nuevo. Este sitio no es seguro...

Disparo.

Disparo. Y la úlcera vuelve a dolerme al ver a ésa cosa horrible e innatural chillando casi como un puerco o una rata gigante mientras se agita y se deshace como un papel que se quema, pero sin llama. Cojo las llaves, todos los cargadores que tengo, la leche de magnesia, el machete que es herencia de mi padre y cuya leyenda dice que mi bisabuelo mató con él a un nahual -ser sobrenatural al fin de cuentas, pienso que de algo me ha de servir-, y el pequeño cartapacio donde tengo todo lo relativo a mi investigación; baño el sitio con aguardiente barato, más alcohol para desengrasar birlos que me dieron alguna vez para cubrir parte de mis honorarios; abro la llave del gas de la cocineta y enciendo el microondas con un desodorante en aerosol adentro y huyo, me pierdo en las calles obscuras y torcidas de este barrio. Trataré de ganar tiempo, el mayor que pueda, para armar ésta historia irracional y dársela a Bobadilla y a alguna ONG para que no se pierda, en caso, sólo en el feo caso de que no pueda salir de ésta.

Si hace un par de semanas alguien me hubiese dicho que andaría a salto de mata huyendo de ellos... no, si alguien me hubiese dicho sobre la existencia de ellos, me hubiese carcajeado, pese al conocimiento que se tiene de sectas y extrañas sociedades que permean a toda la sociedad. Salgo a la avenida, y, por Gracia de Dios, un taxi está pasando; lo abordo, justo cuando se comienzan a ver las llamas del incendio. "Lléveme a Insurgentes y Puente de Alvarado", le digo al chofer mientras abro el cartapacio y checo el haber traído todos los documentos referentes al caso y la memoria USB. Aprovecharé las claves y la llave que me dejó Ritssi y armaré en su casa todos los datos que traigo, y se los mandaré a Bobadilla y a la ONG, e iré a enfrentar al Tabernáculo, a descabezarlo, siguiendo el deseo casi póstumo de Igor Ritssi. Si, no olvidé ninguno. Espero que todo esto sirva. Pero, si he de tomar en cuenta todos los eventos que me condujeron a esta desquiciante situación, también he de tomar definitivamente en consideración un extraño sueño que tuve en casa de los Ritssi aquella noche, cuando caí placenteramente agotado y usé las tentadoras nalgas de Alma como almohada.

Dentro del sueño me hallaba sentado en la casa del "camarada mono" tomándome un café y escuchando sus divertidas anécdotas. Lo vi feliz, cuando, sonriendo ampliamente me dijo: "amigo, yo estoy muerto. Y lo malo de estar muerto, es que el tiempo se deforma, se vuelve granuloso, espeso, se niega a fluir y lo mismo le pasa a las palabras hermano; es muy semejante a cuando vas al dentista y te mete, en buen plan, un chingo de anestesia y sólo quisieras dormir ese feo sueño sin sueños. Así estoy ahora; la muerte es muy semejante a dormir, igualito a como te dije: sin sueños. Me cuesta mucho esfuerzo el platicar contigo, y creo que posiblemente se deba a que, al no tener cuerpo, tampoco tienes un cerebro que te ayude a procesar estas cuestiones. Iré pues, al grano. Yo quisiera decirte por mí mismo quién me mató, pero por alguna extraña razón, no debo y no puedo. No me dejan. No puedes verlos, pero este espacio virtual entre los mundus, esta habitación dentro de tu sueño y que resulta ser una representación, una recopilación de los datos de tu cerebro y que se asemeja a mi casa, está llena, atiborrada de ellos, tanto de los buenos, como de los malos. Ellos nos observan siempre, desde otro ángulo, otra dimensión si así quieres llamar a ése otro gran espacio que se halla junto al nuestro, mezclado con el nuestro y que no podemos percibir. Mira, hermanito, cuando estés despierto, checa ése rincón, justo atrás de donde estás sentado. Ahí hay algo que te ayudará en esta misión de buen samaritano que amablemente acabas de emprender. Antes de irme para siempre, te doy las gracias. Por lo que hacen tú e Igor. Quizá no me creas, pero él está soñando junto a ti, conmigo. Quizá sea que al estar ustedes juntos, puedan generar éste tipo de energía que me permite comunicarme con ustedes, como en una reunión espiritista. O quizá se deba a la energía innatural de la bruja que es mucha, no lo sé. Son buenas personas, agradezco profundamente su amistad. Cuídense de la bruja; ella los engaña, ella es el puente entre este mundo y él, ella trabaja para él, lo adora; es la lideresa de ellos, de ésa extraña sociedad. Es como una araña, es más vieja de lo que creen, es muy astuta y los tratará de envolver... Adiós." Y yo, sacado de balance en el sueño debido a que de pronto se volvió muy coherente, no supe qué hacer. Sólo vi a Arnoldo Charles agarrando los papeles, escribiendo "adodocemolina" y los números en el folleto con un bolígrafo azul y juntándolo con los demás papeles, doblándolos meticulosamente y tragándoselos, mientras recostaba la cabeza en la Biblia y, señalándome, se quedaba muerto mientras el ambiente se llenaba de un espeso humo blanco; me impresionó terriblemente el verle quedarse sin aliento y no hacer ningún aspaviento, únicamente un raro hipeo, contrario a mí, que empecé a hiperventilar mientras el pecho empezaba a dolerme debido a una violenta taquicardia, por no mencionar la úlcera, que literalmente me hizo doblarme en dos, tanto en el sueño como en la vida real, a donde volví sudando frío. Afortunadamente, Alma no se despertó.

Salí de la cama agitado y con la terrible molestia. Necesitaba algo caliente en el estómago, y con la confianza recién adquirida que tenía en los nuevos amigos, fui hasta su cocina y encendí la estufa, calentando agua con el pretexto de tomarme un café. Saqué de mi bolsillo una bultiliosina para quitarme el dolor, y una ranitidina que controlara mis ácidos, y la molestia física poco a poco empezó a ceder, no así la mental; "quisiera decirte por mí mismo quién me mató" dijo Arnoldo. Entonces, sí fue un asesinato. Agité la cabeza mientras me sentaba en el desayunador tratando de convencerme de que era únicamente un pinche sueño loco producto del caso que estaba investigando. Solo un jodido sueño, extremadamente vívido, pero en resumidas cuentas, sólo eso. Cualquier parecido con la vida real, es pura coincidencia. Já. Se me unió poco después Ritssi, también un tanto descompuesto:

-"Gordolobo, acabo de soñar con Arnoldo, y tú estabas ahí"...

No pude hacer menos que sorprenderme. Ritssi comenzó a narrarme lo que había soñado, y lo bueno fue que ya estaba sentado, si no, habría azotado en el piso de puro lomo, ¡plop! con las patitas al aire como en las tiras cómicas de Condorito. Prácticamente me narró lo mismo que viviese oníricamente hace unos instantes.

-"Qué raro. Yo también soñé con el 'camarada mono'. Ritssi, debo ver la escena del crimen. Y debo tener copias de las fotos tomadas cuando hallaron el cuerpo del camarada".- No le dije nada del sitio que me señaló el camarada mono, y aparentemente, Ritssi no había soñado con ese detalle. No lo mencionó. De por sí, la situación ya era demasiado extraña.
-"Ahora te las doy, las tengo en la compu. Oye, ¿qué te dijo?"
- "¿Quién?"
-"No te hagas güey, sabes bien a quien me refiero."- No le respondí. El asunto se estaba poniendo muy... surrealista, por decirlo de algún modo. Ritssi me dijo, mientras me prestaba su portátil, que debíamos desayunar.
-"Las penas con pan son menos. ¿Que te chutas güey?".- Tuve que reconocer que tenía razón: el estómago lo sentía como con una bola de aire adentro.
-"Si vas a hacer algo, ¿podría ser una torta de sándwich de quesadilla con harto aguacate?"
-"¿Y éso? ¿Que mamada es ésa, güey? Te matarás si tragas éso con ésa úlcera que tienes."
-"Nada. Es una vieja costumbre familiar, algo como una técnica de mnemotecnia. Siempre que enfrento algo que me cuesta trabajo comprender, como eso; el abrir las capas hacia el queso relaja mi cabeza y razono mejor."

Mientras Ritssi se fregaba en la cocina, chequé las fotos en su portátil mientras hacia una copia en mi USB. En efecto, el “camarada mono” se hallaba con una expresión beatífica, contrastando con el desmadre que le hicieron en su departamento. Perturbadoramente, el índice derecho lo tenía apuntando hacia una silla: la misma que ocupé en el sueño. Tenía que ir a comprobar lo que en la visita onírica Arnoldo Charles trató de decirme, un poco como corazonada, aún negándome a aceptar que, dormido, sostuvimos Ritssi y yo una conversación con un difunto y que este nos ponía sobre una pista, una que ni Ritssi ni sus técnicos del SEMEFO habían detectado. Realmente me jalaría los pelos de la cabeza si era verdad que hablé con un muerto; la prueba física sería el hallar algo, aunque también sería la comprobación tácita de que, al camarada, lo habían asesinado. "...Quisiera decirte por mí mismo quién me mató".

Desayunamos comentando en voz baja las fotos y mi andanza buscando el local del Dr. Quiún. Y no nos dimos cuenta, concentrados en el resplandor azulado de la pantalla y en atacar los platillos que Igor había preparado, que Alma se hallaba recargada en el marco de la cocina observando todo lo que hacíamos. Los dos brincamos, sorprendidos, y no pude evitar sentir un escalofrío al ver la helada mirada de ella. Un témpano del antártico seguramente sería un sitio cálido en comparación con ella en ésos momentos. No pude hacer otra cosa que apurarme y una vez que terminamos, salí junto a Ritssi que se me pegó hacia la casa del "camarada mono" deseando de todo corazón no hallar nada, y que el asunto del sueño fuese únicamente éso: un mero devaneo onírico. Era algo muy extraño, casi… metafísico. Ritssi se me pegó porque él también había soñado con Arnoldo. También sentía ésa rara urgencia de revisar otra vez la escena del crimen. Decidí ignorar el asunto del paseo onírico de momento, y concentrarme en encontrar algo que estuviese fuera de lugar. Usar la lógica y no ésas mamadas metafísicas.

Pero fue Ritssi quien rompió el silencio mientras manejaba hacia el departamento del "camarada mono". Aparentemente Alma, pese a estar de luto...

-"No mames, lo que hicimos anoche con ella y lo que ella nos hizo a nosotros, no lo hace alguien que guarde luto, no manches tu triste vida, pinche Ritssi."
-"Apenas es tu segunda vez, 'Gordolobo', todavía no has visto nada güey; ella realmente se ha contenido, y mucho. Ojalá pronto la veas cuando se deschonga, porque es el paraíso güey; cuando comprendí, güey, que no podía apagar yo solo ése volcán, dejé de sentir celos. Quizá entiendas entonces por qué la dejo hacer lo que ella quiera güey. Yo solito, no puedo. Aunque me duela reconocerlo, no puedo..."

Y, pese al luto por el camarada, pese a estar en desacuerdo con el injusto encarcelamiento de su también amante Aguirre, estaba también en desacuerdo en mover las aguas; Ritssi me dijo que ella le tenía mucho miedo a "la Diabla" -"¿...y quien no? Ése cabrón es capaz de torturar y violar y mutilar a su madrecita si con ello gana algo, ¿por qué crees que le encajaron ése apodo?"-; Ritssi no respondió a mi ocioso comentario, sabía muy bien cómo era el susodicho Comisionado de Paz Pública después de trabajar junto a él después de tantos años. Miré al disimulo a Ritssi, y su mirada se hallaba concentrada, como buscando algo más; quizás tantos años trabajando al lado de Arnoldo "Monita" Charles terminaron por pegarle algo de él. En este asunto Ritssi realmente quería llegar al fondo de las cosas. Y más después del raro sueño compartido que acabábamos de tener, con las diferencias de que, mientras a mí el "camarada mono" me señaló un sitio específico, a Ritssi le mostró un pañuelo blanco, uno perteneciente a "la bruja".

Llegamos cuando acababan de sonar las seis de la mañana. Si esto fuese una chafa serie gringa de detectives chúperpoderosos, habría un tecolote cuidando la puerta y una tira amarilla rezando "escena del crimen no pasar", y seguramente algo o alguien nos empujaría de forma precipitada hacia afuera del departamento del "camarada mono" porque explotaría, ¡ja!, pero únicamente un par de vecinos que salían corriendo hacia su chamba nos salieron al paso. "Buenos días", "Buenos días". Ojalá y éste sea un buen día; no es nada agradable abrir el candado que puso la procuraduría y entrar a buscar algo que vi en un jodido sueño. Es de la vil chingada saber que detrás de ésa puerta, ya no estará tu sonriente y jocoso amigo, únicamente su silueta. En fin...

Todo se hallaba del mismo modo en que aparecía en las fotos. La silueta dibujada del "camarada mono", y su dedo. Sin embargo, Ritssi y yo notamos algo que por alguna extraña razón, ni él ni los técnicos del SEMEFO notaron cuando levantaron el cadáver de mi amigo; quizá porque no pensaron que fuese algo importante: casi desecho, había un rastro de ceniza blanquizca, e iba hacia donde estaba la silueta del "camarada mono". Y, perturbadoramente, había un pañuelo blanco donde terminaba el rastro, justo a un lado de la silueta marcada con masking tape. Ritssi rápidamente se puso los guantes y con una brocha y una espátula, semejante a las que usaba Arnoldo, recogió un par de muestras. Y, como si se resistiera a aceptar el hecho de haber hablado con Arnoldo Charles ya fallecido, levantó el pañuelo al último, y lo hizo, más que con cuidado, con recelo. Dije:

-"¿Alguna idea sobre a quien pueda pertenecer? Y estaba sopesando la probabilidad de que a Arnoldo lo hayan matado con algún tipo de gas, por el estado en que hallaste su laringe y sus pulmones; ése raro polvo, ¿no podría ser el residuo de ello?"

Ritssi gruñó sordamente, clavando sus ojos grises, que en ese momento se veían fríos, duros, sobre el pedazo de tela que ahora se hallaba dentro de una bolsa de evidencia:

-"No sé si haya pertenecido a alguien aparte de Arnoldo; no sé si siquiera signifique algo. Y ése polvo, pues aún debo analizarlo, güey".

Instintivamente me llevé la mano hacia la bolsa de la gabardina, y con el tacto, acaricié el blanco pañuelo que Alma acababa de darme después de limpiarse el sudor y sus propios placenteros fluidos después de nuestra fiesta. "Un recuerdo de ésta nuestra noche especial, querido" dijo con un mohín entre cachondo y coqueto.

Sin embargo, había adentro de ésa pieza un misterio que me intrigaba más de momento que los misterios contenidos en el voluptuoso cuerpo de la cachonda esposa de Ritssi. No pude contenerme más, aún sabiendo que esto era una locura. Apenas pude ponerme los guantes de látex que Ritssi me arrojó y casi corrí hacia donde el difunto Arnoldo Charles me dijo que buscase; analicé toda la pared y el librero gigante que se hallaba en ella sin notar nada raro, y siguiendo más una corazonada que un pensamiento deductivo, detrás de ése pesado librero que ocupaba casi toda la pared -tuve que pedirle ayuda a Ritssi para moverlo-, hallé una duela mal colocada. Y adentro de ella, una pequeña y muy vieja caja metálica con una cerradura de seguridad. Más perturbador: una carta dirigida a nosotros pegada de forma apurada con un cacho de masking tape escrita con la misma tinta azul con la que escribió el camarada los números en el folleto hallado en su garganta.

"Amigos 'Gordolobo' y 'Caballita':"

"Qué güeyes. Seguramente movieron todo el librero cuando lo único que tenían que hacer, era hincarse y buscar la duela suelta. En fin, que los imagino, y obligadamente tengo que sonreír. Si tuviera tiempo, si ellos, la extraña sociedad no estuviera ya sobre mí, francamente soltaría la carcajada. ¿Por qué no huyo? Porque no hay sitio seguro, amigos. El único santuario que podría protegerme, es la amistad, y les juro que desearía no involucrarlos en este asunto, pero ya ni modo. Y es obligación de parte mía el ofrecerles una disculpa por ello; es que tengo muy en claro que si llegase a morir de cualquier forma absurda y/o violenta, ustedes buscarían por sí mismos evidencia sobre mi deceso. Mi don de gentes nunca me ha fallado, y ése don me dice que ustedes son del tipo de personas que no toleran las injusticias."

"Lo tengo muy en claro, y por ello es que agradezco profundamente cualquier cosa que hagan por mí, ya que honran nuestra amistad. Realmente quisiera que esta carta póstuma no llegase nunca a sus manos, pero no creo sobrevivir a esta noche. Ya qué. Por favor, ya que están involucrados, no desistan. El camino será largo y doloroso, especialmente para ti, Igor. Anden juntos, anden armados, no confíen en nadie, mucho menos en 'La Diabla', ya que aún no tengo claro el bando en el que está. Intenté pararles las patas, pero ellos se dieron cuenta de mi investigación y fueron más rápidos que yo. Sé que llegarán hasta el fin, y sé, amigos, que evitarán que ellos sigan asesinando gente. No puedo decirles más aquí, previendo que ellos o sus enviados logren alcanzar ésta caja, pero no la abrirán. Este cofrecillo está hecho de acero toledano y templado en agua bendita, así que sus achichincles no podrán ni tocarlo; es un regalo de mi viejo amigo el erudito en ciencias ocultas el Dr. Yazz-Ot-Tsé. Sigan adelante, descubran ante todos a la bruja y a su organización, que todo el mundo lo sepa, porque la única forma de pararles las patas y descabezarlos por mucho tiempo, es acabar con ella y no dejarle sitio a donde pueda escapar, como lo ha estado haciendo hasta hoy."
"Adiós, y si existe el otro mundo (después de todo ésto estoy empezando a creer que sí), nos veremos por allá dentro de -espero- muchos y largos años. Un fuerte abrazo para los dos."

"Afectuosamente:"

"Arnoldo Charles."

Levanté el cofrecillo poniéndolo a la altura de los ojos. Pesaba como dos kilos, quizá dos y medio, y, en efecto, pese a ser el cofre una antigüedad -quizá, a ojo de buen cubero, diría que fue hecho por 1450- era lo bastante sólido como para aguantar marrazos o incluso una esmeriladora, y la cerradura era compleja, muy lejos del alcance de un cerrajero común. Recordé entonces lo que estaba escrito en uno de los papeles hallados en el garguero del "camarada mono", "40 33 77 adodocemolina". "Ahí ha de estar la llave de este neceser", dije en voz alta, y volviéndome hacia Ritssi, le dije:

-"¿sigues creyendo que '40 33 77 adodocemolina' sea la clave de una cerradura?"
-"Ahora más que nunca güey."
-"¿Alguna idea sobre qué signifique 'adodocemolina'?"
Ritssi se quedó pensativo un rato.
-"¿No podría referirse a 'ADO', como la línea camionera que sale de la terminal TAPO, la que está en San Lázaro? Mucha gente le llama a la terminal ADO, como en la canción del Tri."
-"¡Pinche Ritssi, eres un chingón! Me cae que es una suerte ser tu amigo. Creo recordar que uno de los túneles de acceso a la TAPO da a la calle Eduardo Molina, y no creo que sea una coincidencia; pienso que debemos ir cuanto antes."

Me guardé, y muy oportunamente el cofrecillo en una de mis bolsas, y no acabábamos de volver a colocar el librero, cuando entraron dos "madrinas" de "La Diabla" al departamento del camarada. Mirándonos de forma hostil y desconfiada, tomaron posiciones mientras mostraban de forma agresiva sus armas. Conociéndolos tan bien como los conozco, de inmediato me zafé de su torpe rodeo, y de inmediato también hice a un lado la gabardina mostrando mi arma; el puto de Trejo y su vieja, el aún más puto Quintana, generalmente son muy machos con gente indefensa, pero son como los perros: les enseñas el garrote y te ladrarán de lejos, pero sin atreverse a morder, por lo menos hasta que llegue quien lleva su correa. Quizá estas "madrinas" sepan algo. Quizá deba poner a "La Diabla" como sospechoso. De por sí, ya es bastante extraño que un caso de aparente robo y asesinato, haya sido atraído por la oficina de Paz Pública del CISEN. La tensión subió, hasta que Ritssi les mostró la credencial del SEMEFO y calmó de momento los ánimos.

-"¡Tranquilos! Estamos en un asunto oficial. ¿Qué hacen acá?"

Los pseudo agentes, ahora dizque cordiales, balbucearon un "el jefe ordenó que los buscáramos. Nos mandó a decirles a ti, y a éste reporterillo, que los muertos ya están muertos, y que no es buena idea despertarlos..."

Estallé: "¿Tu jefe 'La Diabla' nos ha estado siguiendo? Despepita todo, cabrón, ¿cómo supo que vendríamos aquí?"

El "madrina" Trejo enfundó su arma, y sonriéndome sardónicamente, me dijo con su voz gangosa de cocainómano:

-"El jefe sabe muchas cosas. Recuerda, reporterito, que sabe más el diablo por viejo, que por diablo. Y usté, compa forense, usté sabe bien que el diablo cuida de los suyos, y que odia a los que agitan las aguas, y más en año electoral..."

Realmente tenía ganas de clavarle dos chingadazos a esta pinche "madrina" engreída.

-"¿Nos estás amenazando, imbécil? Ve y dile a tu chile "La Diabla" que vaya a espantar a sus pendejos, porque a mí, ustedes no me sirven ni para el arranque."
-"Chit chit chit reporterito, cuida tu hociquito. Sólo digo que se anden con cuidado si quieren seguirse ensartando a la vieja de éste cabrón cachudo. Yo, solo digo lo que el jefe me dijo que les dijera. A'i ustedes saben si hacen caso o no. Y usté, compa forense, ¿no cree que es obligación suya informarle al jefe sobre cualquier cosa que descubra? ¿Halló algo que debamos informar?"

Ritssi, secamente ante mi ira -detesto a estos policías de a mentiritas; ni siquiera son agentes de verdad, y se sienten la divina garza envuelta en huevo-, dijo que no habíamos hallado nada. El matón metido a policía despejó la entrada, y burlonamente, nos dejó pasar.

-"No te calientes, granizo, porque te deshaces. ¿Ven que fácil jué? Y aluego se preguntan que por qué aparecen fríos. Si no jueran tan pinches necias, no habría tanto reportero muerto por el narco".

Salimos, no sin pintarle a Trejo unas buenas "cremas" en su mera jeta, hijo de su chingada. Iba yo rechinando las muelas, odiando a ésos cobardes asesinos buenos para nada, y odiándome a mí mismo por perder la cabeza tan rápido, y de paso odiándome también por tener que dejar que ésos perdularios se quedaran en el departamento de mi finado amigo. Llevaban tiempo siguiéndonos, y lo sé por los torpes comentarios del aún más torpe Trejo, pero, ¿con qué objeto? ¿Tanto miedo le tiene "La Diabla" a la prensa? ¿Él, que como gato siempre cae de pie, sin importar la magnitud del escándalo, cobijado por la maraña de complicidades que tienen él y los grupos en el poder? Entran y salen presidentes y procuradores, se coronan o se derrumban jefes de la policía y el, sigue firme en su puesto. No sería la primera vez que mete a un inocente a la cárcel para tapar el pecadillo de algún influyente. No, aquí hay algo más gordo, la presencia de los "hermanitos torpedo", Trejo y Quintana, me lo dice. No mandó ni a Solórzano ni a Sánchez, sus agentes de confianza, sino a las "madrinas" de éstos, o sea, que el asunto es extraoficial. Ritssi hizo el favor de conducir por mi, por lo menos hasta una farmacia donde me bajé a comprar un litro de leche de magnesia, y cuando salí del local, no me sorprendió en nada el ver el coche de las "madrinas" siguiéndonos descaradamente. Ni siquiera éso saben hacer ése par de pendejos, no sé cómo "La Diabla" les paga. Llegué hasta mi coche, y pidiéndole a Igor que me dejase conducir, los perdí en un dos por tres. Me metí por la colonia Anzures y aprovechando un hueco entre dos camiones, me escondí y ahí los vi pasar hechos la mocha buscándonos. Hasta a Ritssi le ganó la risa al ver lo pendejos que son.

CONTINUARÁ…


                ¿Y cómo ven? ¿Vale la pena seguir leyendo? Discúlpenme por ser esta una entrega tan letrosa, yo quisiera poner esto en PDF completito para que ustedes pudiesen descargarlo y leerlo en sus dispositivos móviles, pero Blogger no permite, por alguna extraña razón, el subir archivos PDF, y hasta que no halle una solución a esto, tendremos que conformarnos con esto. Sorry de verdad.

                Y bueno, creo que es todo por hoy. ¡Nos vemos la entrega que viene! ¡Fuerza Venezuela, que ningún país, incluyendo al mío, debe intervenir en tus asuntos internos! ¡A ésos asesinos caprilistas vendepatrias y a sus patrones los “Trust”s petroleros norteamericanos, debemos recordarles lo que dijo El Benemérito de las Américas, Don Benito Juárez: “ENTRE LOS INDIVIDUOS, COMO ENTRE LAS NACIONES, EL RESPETO AL DERECHO AJENO ES LA PAZ”! ¡Fuera intervencionismo de Venezuela! ¡Fuera la injerencia asesina que empuja a una nación soberana a la guerra civil fratricida por quedarse con el petróleo! ¡Sayonara! ¡HISTORIETA O MUERTE! ¡VENCEREMOS!
                

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