lunes, 8 de mayo de 2017

Eructo Literario: “La Cara de Luis”.


                ¡Hola! Mis estimados contlapaches de juergas mentales, ¿qué me cuentan de nuevo? Les mando a todos y a todas un saludo y un fuerte abrazo desde este lado del Muro de las Trumpetillas, deseando que estén bien. También quiero felicitar a todas las mamás y a todas las mamacitas que andan por ahí, alegrándonos la existencia. Quiero darles, en esta ocasión, un pequeño relato sobre el aburrimiento, y propongo una forma alternativa al aburrimiento: la locura. Les presento a:

La Cara de Luis.


A ése malhadado rival.



Hará cinco o seis años que vi a Luis por primera y única vez. Quizá sea mejor decir siete, nomás pa'  no errarle al cálculo. ¿O han pasado ocho? Ya... Qué memoria de teflón la mía, San Monorio; será que el estar feliz logra que uno se olvide de cómo transcurre el tiempo, contrario a cuando uno anda depre: los días se hacen tan largos que el calendario se convierte en un artículo de vital importancia... Bueno, lo más seguro es que fuese un sábado por la mañana de hace ya unos ayeres que salía encandilado de casa del Ritssi dando bandazos de sueño pero asqueado por el humo del cigarrillo -imposible dormir ahí pese a la amable invitación- y recuerdo que caminé hacia la avenida con la cabeza pesada y pulsante de la cruz de cigarro y desvelo, los ojos vueltos rendijas para medio tolerar la brillantez del día pese al sombrero, más murciélago que hombre por así decirlo -¡Batmaaan! ¡Turururururu turururururururu...!-, por lo que no me tomé siquiera la molestia de fijarme qué era lo que decía el camión que abordé; extendí la mano haciéndole la parada buscando con desesperación una sombra donde atajarme el sol de las diez de la mañana y un asiento que me sirviese de cama por un rato siquiera. No quería ir a la casa. En ése momento no deseaba ir a ningún sitio en particular, sólo quería tumbarme un rato y ser arrullado por el movimiento, el ronrón del vehículo; no sé por qué, no quería ir a casa para tumbarme en mi propia cama. Quizá lo único que deseaba era alejarme de todo, tanto del depa del Ritssi con sus perros -nunca me han gustado; me dan un asco infinito sus babas y sus olores a caca de croqueta, sus colas levantadas mostrando impúdicos los "asteriscos" desflorados como si fuesen perros jotos así como alergia sus pelos por todos lados-, su amigable pero a la vez agotadora atmósfera; alejarme igualmente de mi propia casa con su deprimente ambiente y, quizá también, mordido por unos extraños remordimientos, alejarme de cualquier contacto humano conocido . Decirle "adiós" de una vez por todas a ésas "tertulias" de viernes-sábado que definitivamente comenzaban a hacerme daño. No es que me desagradaran; hasta entonces fueron un buen paliativo contra la tristeza y la desesperación que en ésos años, me invadían cada noche de viernes invariablemente; es sólo que, al calor de las chelas -yo no bebo. Nunca lo he hecho y no sé si pudiera emborracharme voluntariamente alguna vez- terminaba por convertirme en el paño de lágrimas no sólo del Ritssi, sino también del "Chivo", del "Pitufo" y de casi todos los que concurrían a la tertulia. Y aunque ello me volvía un "chúper" cuate con todos, lo cierto es que también me empezaba a desesperar, y casi involuntariamente, comenzaba por ver de mal modo a los amigos, sobre todo si se hallaban ya briagos. De ahí ésos remordimientos, ya que todos ellos son buenas gentes; aún así, en mi estado anímico de aquellos años, no me era divertido escuchar las broncas de los demás. Basta y sobra con lo que cada quién trae adentro. Ahora que lo pienso, creo que ésa bola de güeyes sólo eran "mis amigos" mientras les fuese de alguna utilidad. La que fuera, incluyendo la mínima que era escucharles; ninguno me preguntó jamás si podía ayudarme en algo. Si, creo que entiendo perfectamente ésa sabia conseja popular que reza: "cuates los huevos y no se hablan", y de todos ésos güeyes, incluido el pinchi Ritssi -un chingón ése cabrón, ¡qué suerte ser su cuate, me cae de madres!-, ninguno fue mi amigo. Ya. Estoy siendo injusto, es verdad; es sólo que me sentía lastimado de que nunca me presentaran a sus carnalas o ya de perdis a alguna prima u amiga, a alguna buena mujer que me rescatase de mis horrendas y platónicas relaciones personales, ya que sentía que me aislaban de antemano. No los odiaba, únicamente me odiaba a mí mismo, y si comenzaban a caerme gordos, era únicamente porque ellos eran el espejo en donde me estaba reflejando, al verme a mí mismo con todas las ganas de despepitar todo lo que traía bien adentro como un pesado costal. Creo que lo más verosímil que pueda decir, es que buscaba alejarme de ésta bella cosa de nariz roja que está frente a ti, de la forma que fuese; ahora que lo pienso, me parece que era por ello mi negativa de irme a dormir a mi cama, dentro de mi cuartucho-leonera saturada de mis propios olores.

La mole escandalosa se detuvo justo enfrente de mi. Subí cayendo y levantando con tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida mas un golpe en las espinillas; pagué sin fijarme siquiera en el chafirete -no me fuese a pasar como le ocurrió a mi agüelo José Galicia, cuando quedó atrapado por primera vez en las Sombras en el Adoquín: una ciudad entera se desmoronó a su alrededor por únicamente ver al chofer y preguntar la hora-, y me arrojé a mí mismo hasta atrás del vehículo, justo en el asiento del borracho importándome un comino si el camión me llevase hasta Exopotamia. La luz, aún de refilón, me lastimaba horriblemente los ojos mientras mascaba saliva espesa para tratar de alejar de la boca el regusto ácido a vómito que la pastilla de menta no hacia más que empeorar mientras me acordaba, involuntariamente, del rezo que según Juan Rulfo sirve para bien morir: "tengo la boca llena de tierra, trago saliva espesa". Me crucé de brazos, me eché la visera del sombrero sobre la cara y decidí, por lo menos por unas horas, no morir precisamente, pero sí que iba a ser un costal de papas dejándome llevar a donde fuese la divina voluntad de San Monorio. Ojalá que mi destino fuese Exopotamia, y no las Sombras en el Adoquín.

No tenía nada de amor propio por esas fechas, lo reitero. Lo que tenía, era odio propio. Y mucho. Verme cada dos días en el espejo para afeitarme era una labor que siempre hacía de mala gana; no toleraba ni tantito al pendejo ése que me mostraba su carota risueña en el reflejo como burlándose de mi porque, sencillamente, en ésos días, estaba verdaderamente molesto con él. ¿Por qué? Aún no lo sé a ciencia cierta. Por muchos motivos ciertamente, pero sospecho que una de las causas principales pueda ser, como ya te he comentado, que en ésos años siempre terminaba enamoriscándome de mujeres feas que se creían la última cola del desierto, y ellas a su vez, se hallaban enamoriscadas de "bonitos" -según ellas; pinche facha de putos metrosexuales  descerebrados la de todos ellos- que las hacían sufrir como si las despellejasen, cayendo como un verdadero pendejo adentro de una espinosa corriente que corría dibujando absurdos círculos, o, mejor dicho, circos; el caso es que invariablemente terminaba sintiéndome vacío, usado, abusado y terriblemente solo. Era tal mi animadversión, que ya no necesitaba siquiera de razones para sentir antipatía por ésta bolsa de tripas con patas que desgraciadamente para mí, era el vehículo que habría de transportarme por esta ruta llamada vida. ¡Con qué facilidad hubiese catafixiado a ése pendejo del espejo por don Gregorio Samza! ¡Definitivamente, hubiéramos podido conquistar al mundo mientras saqueáramos las alacenas y despensas espantando a los burgueses dueños! ¡Éso, éso hubiese sido la felicidad para mí! Y sin embargo sufría, me hallaba desgraciado, porque no había forma física de bajarme de ésta bolsa llena de tripas y dientes y patas y pelos y lombrices y ácaros. En ésos días, realmente hubiera sido fácil sacar la Gillette del rastrillo y cortar, como en aquella vieja película, los ojos que evitaba a toda costa ver cada dos días por la mañana a huevo como si fueran huevos ahogados. ¿Suicidio? Nel... La media jeta de ése pendejo que se asomaba por el espejo cada dos días no valía el esfuerzo de quien viniera a limpiar lo que quedase -siempre que pienso esto, no puedo dejar de reír aunque sea por lo bajo imaginando el desmadre de mi panza y mis ojos reventados, atiborrado de moscas y gusanos y los delicados aromas que voy a dejar tras de mí cuando me vaya-, así que la solución que hallé fue pintar con un aerosol negro la zona de los ojos para evitar verlos directamente como si fuese un bizarro Tezcatlipoca de barbas polacas -pol aquí sí, pol acá no- y poder seguir trajinando un rato más. Lo cierto es que una heredada noción de responsabilidad -la misma que impedía que faltase un mísero día al trabajo- evitaba que me arrojase a las vías del metro o que me tirase desde algún paso a desnivel de los que abundan en la ciudad; quizás porque mi único sostén dentro de la jodida realidad, no era otra cosa que el altero de trabajo mal pagado que siempre tenía pendiente; y, quizás también, porque mi orgullo como dibujante, era el que fuese mi mano, mi trazo, lo que diera sentido al altero de chamba que me daba la editorial. En un mundo que cada vez más usaba de fotos y de programas computacionales, yo era el único que resolvía todo con los lápices y pinceles, a mano limpia. La mayoría de los compañeros ostentaban grandes egos inflados gracias a sendos títulos -todos menos yo- de diseñadores gráficos, arquitectos y comunicadores que sacaban a ventilar a la menor provocación, ¡pero ninguno dibujaba! ¡Como para soltar la carcajada! ¡Cómo me burlaba en mis adentros de ésas bolsas de aire caliente que se decían ilustradores -sí, con mayúsculas y en negrita- egresados de la Pontificia Universidad Patito, y ello cómo me inflaba el ego! ¡Me elevaba por los cielos, y agárrenme si pueden! Es cierto, me supuraba una especie de orgullo por aquí y por aquí, y también por aquí. Y ése mismo orgullo, ésa misma noción de "respetabilidad" en donde me revolcaba como el cerdo que soy, impedía que buscase salidas como el alcohol -en realidad jamás le hallé gusto; hasta el día de hoy sigo sin comprender cómo alguien puede decir que "lo disfruta"-, o las drogas. ¡Ni madres! Cualquier cosa que le ocurra a éste pendejo hijo de mi santa madre, será en sus cinco sentidos; no le daré a ése zoquete engreído del espejo ni siquiera el gusto de la esquina, de perderse en otras realidades generadas por estados alterados. Que sufra el cabrón como sufro yo.

Bueno, el único estado alterado que sigo permitiéndome, es el sueño. Y en ése día que descubrí a Luis, llevaba quién sabe cuántas vueltas al circuito sumergido en los brazos de Morfeo, tantito por las desveladas a cajón de la chamba, y tantito porque todos los viernes era casi un ritual irme de tertulia a casa del pinche Ritssi. Dejé que el duro asiento sostuviese esta mi fastidiada humanidad, arrullada por el movimiento del vehículo hasta que la madura mañana se convirtió en noche tierna y un desesperado deseo de hacer pipí logró que dejase de ser el costal de papas y me transformase de nuevo en la bolsa de tripas con patas. Bajé del camión en movimiento porque el jijo de su jijurria infeliz desgraciado perro del mal del chafirete no se detuvo -podría jurar que escuché sus carcajadas-, por lo que caí, dando varios tumbos que acabaron achispándome, y, un poco desconcertado -"¿en dónde chingaos estoy? "¿Pénjamo?" "¿Exopotamia?" "¿Babilonia o Pipiripío?" "...No será éste el País de la Sirena Maldita que enloqueció a mi  agüelo..." fue lo primero que pensé, temeroso de que el sitio donde me hallaba parado sobándome los raspones hubiese desaparecido como le ocurrió a José Galicia, mi agüelo; por si las flys volteé a todos lados, serenándose mi alma al ver las chaparras edificaciones- por los golpes pero al fin despierto, busqué un sitio solitario y tranquilo donde realizar mis necesidades excretoras. No lo hallé, pero aproveché el espacio que dos destartalados coches me brindaron ya que la mayoría de los transeúntes estaban distraídos por el escándalo que producía un cirquito-carpa-burlesque; un extraño gritón vestido como un diablo, pero con emplumadas alas de ángel anunciaba, seguido del alboroto que producía una murga casi pueblerina, a una chica que vestida con sólo unas botas altas iba a enfrentarse a varios tigres de bengala armada únicamente con un látigo:

"-¡...un espectáculo nunca visto por hombre o mujer en ningún país del Mundus! ¡Dama, sea usted la estrella más deseada del obscuro cielo, sea Flamazul dominante del deseo de las bestias más astutas y poderosas! ¡Caballero, sea un astro y atrévase a hacer lo que en medio del Día nunca podría ni se atrevería a realizar! ¡Venga, descubra su lado opuesto, sea quien desee ser! ¡Conozca su lado contrario, camine por el lado que más teme andar, El Lado Obscuro de La Luna...! ¡Solo hoy, atrévase, esta oportunidad nunca jamás se repetirá...!

Lujurioso, curioso, y sin prestar mucha más atención al gritón que ya había arrojado como un anzuelo verbal lo que quería escuchar, me acerqué yo también atraído como una palomilla al fuego, y me puse a escrutar el cartel buscando junto a las grandes letras circenses alguna foto de la chica, pero no. Si quería verla, había que pagar. Y aunque la lujuria ardía en todo su esplendor, algo que muy bien podría ser un mero error tipográfico y/o gramatical llamó poderosamente mi atención. Un pequeño acto, perdido entre las grandes letras, humilde, como si quisiera pasar desapercibido, apenas si levantaba su impresa voz: "Luis, el Payaso Boxeador vs. Kid Reflejos".

Escarbé en los bolsillos del pantalón, de la chamarra, los escondites de las valencianas descubriendo impotente que no me alcanzaba para cubrir el importe de la entrada. ”¡Maldición!", pensé, resintiendo en lo más profundo de mi ser a la pobreza. Ante mí, como dentro de un templo profano, se mostraba la cura -por lo menos por unas horas-, a mi aburrimiento ancestral; al fin una forma nueva, refrescante de escaparme de mi absurda realidad, y por no tener cien pinches pesos debía resignarme a ser excluido de la Salvación. ¡Dios! ¡Un milagro por favor! Casi alcé los brazos al cielo, y si no lo hice, fue por el resentimiento que le tenía por mi ser y, en ése momento específico, también por la pobreza. Realmente aquí, bien adentro de mí, sentí que debía ver ése espectáculo; me izaba, como si manos invisibles me tomasen y me jalaran hacia él. Y ya no era ni el costal de papas ni la bolsa de tripas: era una polillota capturada en el resplandor del vodevil, así que decidí fluir, dejar que los instintos y no el cerebro, me guiasen; fluyendo, como un apestoso gas silencioso inverso que buscase regresar al intestino -¡Olorín! ¿En dónde estás?-, caminé dando un rodeo a la carpa donde me topé, no sé si por gracia de San Monorio o de su rival, el chamuco Cuix -o "Cuchifer", según algunos simiescos legos-, con una puerta abierta y cínicamente logré colarme sin llamar la atención y me senté, siguiendo a una inteligencia superior a la mía, en los asientos de en medio y con naturalidad del escenario circular semejante a un anfiteatro.


Las luces bajaron hasta que todo quedó en una obscuridad profunda, llena de un pesado silencio sólo roto por alguna tos o carraspeo ocasional. Y de pronto, una explosión de luces y humo que por lo imprevisto me hizo saltar; en medio de ella surgió un bizarro ser tan alto, que parecía llevar zancos, y que también estaba vestido como el gritón de la entrada: cuerpo de tosco y áspero diablo rojo, en contraste salían de su espalda un par de alas blancas de plumas que a simple vista se veían suaves y mullidas; la cabeza tocada con una dorada aureola, y el rostro cubierto por una especie de máscara dividida por una similitud de cicatriz en forma de cruz sangrante: una mitad masculina con un cuerno de toro y la otra femenina con una especie de cuerno, no, más bien rama, vegetal, saliendo de su cabeza. Sobrecogedor. El ser empezó a recorrer un falso cuadrilátero y que era el escenario mientras nos clavaba la mirada que, sin yo creerlo, me produjo escalofríos: claramente pude observar que a momentos los ojos parecían refulgirle con destellos verdosos y rojizos. "¡Qué buena producción!" pensé, cuando desde los altavoces, el ser dual del escenario comenzó a hablar: "Sean bienvenidos, hermanas y hermanos", con una voz como su máscara, femenina y masculina, como la del puñal barón ése que salía con Mazinger Z. "¿Alguna vez se han preguntado qué es el Mundus, la Existencia, este raro escenario que recorremos a diario?" "¿Qué será aquello que permite que Seamos?" "¿Qué es el 'YO', este rol, papel que nos ha tocado interpretar, voluntariamente o a disgusto?" "¿Alguna vez han sentido la imperiosa necesidad de no ser 'YO', sino ser 'OTRO YO' totalmente antagónico al 'YO' que cotidianamente nos habita?" "Si ésto es asi, sabed, hermanos y hermanas, que os halláis en el lugar adecuado..." Las luces volvieron a apagarse para encenderse nuevamente con una orquesta afinando, y la misma voz dual perteneciente al que entonces comprendí que era el maestro/a de ceremonias, invitó: "¿Quién es el sabio que comprenda cabalmente que el Sueño es otra realidad a la que se accede cerrando los ojos y dejándose ir?" "¿Quién tendrá la inteligencia de recordar lo que vivió en el otro Lado del Espejo?" "¿Quien es el ser osado que haga que su sueño sea ésta realidad, para despertar hacia la que vemos en lo que denominamos 'sueño', el otro lado del Espejo?" "¿Quien será el que se atreva a no ser ése 'YO' que desprecia, sino ése otro 'YO' que sí quisiera ser?" "¡He aquí, que su Ser se halla en su mano, y que éste pequeño escenario, sea su Mundus!" "¡Que sea tu deseo, hermano, hermana, el Cicerone que te guíe durante ésta, la Primera Capa del Subconsciente y nadie ni nada más!".

Comenzó el espectáculo. El hombre que se hallaba sentado a mi derecha, un señor de apariencia conservadora, por su porte y su corte de cabello, comenzó a moverse nerviosamente, y de pronto, se levantó y bajó al escenario. Tomó el micrófono, y, haciendo un ademán de quitarse una especie de máscara, ¡comenzó a cantar y a moverse como Juanga! Muy malo, tanto, que los abucheos no se hicieron esperar, pero cuando regresó a su asiento, se le veía distinto, muy alegre y hasta rejuvenecido, ya que con su mano jubilosamente tomó el muslo de la mujer que se hallaba a su lado, la cual, haciendo un mohín de desagrado, inmediatamente retiró con un gran pellizco de monja que hasta a mí me dolió. Lo mismo ocurrió con otro espectador que empezó como un charrito a cantar rolas tanto de Josialfredo como de José José; otros más bajaron a hacer comedia de pastelazo y albur, otros bajaron a únicamente golpearse mutuamente; unos adoptaron un papel mesiánico prometiendo un mundo mejor mientras nos robaban la cartera, cosa que me importó poco ya que el escaso efectivo lo había puesto oportunamente en uno de mis escondites. Una mujer madura que liberándose subió al escenario y nos regaló un hermoso streap-tease que disfruté ampliamente aplaudiendo a rabiar -nunca cambiaré mi gusto hacia el arte del desnudarse provocativamente por ningún corriente y chabacano "table dance"-; no faltó un triste mago que no era nada hábil con sus manos, y como todos los anteriores espectadores metidos a artistas, bajaron del escenario en medio de burlas y abucheos, y sin embargo, todos sin excepción, regresaban felices y rejuvenecidos, hasta aquel que, gustoso, adoptó el rol del pordiosero que siempre ha de extender la mano pidiendo una moneda y que ha de buscar comida entre la basura, en uno de los más raros "performances" que haya visto jamás. Yo no pude menos que pensar si ésta no era la noche del aficionado, hasta que llegó el acto principal: En medio de escenario alguien montó una jaula forrada en terciopelo púrpura y esperaba abierta. El Maestro de Ceremonias se paseó con un aire majestuoso mientras  hablaba: "Este Mundus es semejante a una cebolla. Sólo nos ha mostrado su superficie, sus primeras capas pero, hermanos, hermanas, únicamente hemos visto lo que simplemente se halla ante los ojos de quien desee observar y ésto que vimos, únicamente son los deseos más  comunes y mundanos, los deseos que se dicen a cualquiera y en voz alta; mas, ¿qué habrá allá abajo, en las capas intermedias, donde todos y todas han de llevar máscaras debido a la naturaleza descarnada del deseo? ¿Quienes nos permitirán ver aquello que late abajo de esa pesada capa de cotidianidad, pero que sigue respirando salvajemente, como un animal al acecho, buscando el momento exacto para atacar? ¿Cuál será ése deseo tan perturbador que no se le susurra ni a la más íntima de las amistades?"

A mi lado derecho, junto al señor conservador se hallaba la chica del pellizco que en una segunda revisión más escrupulosa, parecía monja por sus ropas, su peinado y sus gafas. Volteó a ver al hombre, y alcancé a escuchar que le pedía permiso. "Interesante" pensé. "¿Será su esposa?" Sin darme cuenta, el Maestro de Ceremonias -por llamarle de alguna forma a éste bizarro ente- se hallaba sorpresivamente a nuestro lado, y con su voz dual le dijo a ella que en éste Mundus Paralelux no tenía por qué pedir permisos; "sigue tu deseo". La chica se levantó, acudiendo a la llamada del maestro/a de ceremonias, que la presentó como "Flamazul, la Domadora del Tigre; la fémina que es capaz de quitarse el traje social de mujer, y desnuda únicamente es la hembra que es Señora del Deseo Carnal, Ama de lo Cóncavo y de lo Convexo. ¿Y quien o quienes la desearán, abandonando sus trajes de hombres, mujeres, y desnudos, desnudas, buscarán cazarla para satisfacer su instinto animal?". Atrás de ella se pararon como no se cuántos hombres -entre ellos el caballero a quien ella le pedía permiso- y varias mujeres que también subieron al escenario, todos nerviosos, frotándose en los muslos las sudorosas manos. Yo mismo sentí, como una poderosa corriente eléctrica atravesando mi espina dorsal, el impulso de bajar al escenario para convertirme en otro, pero los ojos detrás del espejo pintado me detuvieron, con una voz muy fuerte que jamás pensé que tuviese el pendejo del espejo y que venció a ése impulso efectivamente, desconfiando de que todo éste espectáculo fuese montado sin actores, y con únicamente espectadores. Un cambio de luces, y la magia volvió a fluir: vestida con únicamente unas botas altas de cuero rojo -no sé en qué momento la desnudaron y pintaron, el tiempo dentro de ésta carpa parecía no tener ningún sentido ni coherencia-, y su cuerpo -que no era muy perfecto, es cierto, aunque a la luz de los dos pequeños reflectores la convertían en algo muy sensual, muy deseable, le daban un no se qué que qué se yo- lucía unas rayas atigradas pintadas que con su caminar se contorsionaban cachondamente, sobre todo en la zona de las nalgas que eran redondas, voluptuosas. El látigo lo llevaba como una cola, introducido el mango justo en el centro de ése voluptuoso trasero con forma de corazón -"al fin espectáculo burlesque; forzosamente ella es una profesional para poder llevar ésa cosa metida en el rabo como si nada", me dijo la misma voz que impidió que me integrase al espectáculo desde algún lugar de mi cabeza- y los tres tristes tigres no eran ni tres ni estaban tristes, eran los mismos fulanos y fulanas que se treparon al escenario y pintados al igual que ella, comenzaron a gritar y a rugir, todos los ojos clavados en la chipocluda y cachonda mujer que castigó duramente con el látigo a quien osare tocarla, y en un momento, tuve que abrir y cerrar los ojos convenciéndome de que no eran tigres ni tigresas, sino hombres y mujeres muy excitados, tanto, que en un momento dado intentaron copular entre ellos mismos sin importarles si era contra tigre o tigresa ante la imposibilidad de hacerlo con Flamazul -lo mismo comenzó a ocurrir en las gradas, ya que un trío de fulanos descaradamente empezaron a besarse, otros más allá y por allá del otro lado ya estaban en su orgía y por un momento, tuve que dar un par de buenos madrazos a dos puñales que impúdicamente quisieron hacer lo mismo conmigo, pinches maricones calientes, ¿que se creían que estábamos en un cine porno o qué? Bola de asquerosos-, cosa que ella castigó con el doble de dureza; el látigo chasqueó lastimando la carne, pintando rayas rojas sobre las negras  hasta que los tigres al fin obedecieron a su cruel domadora, la cual, como recompensa, se hincó ofreciendo el altar del amor a sus mascotas, las cuales saltaron sobre ella y al fin, el carnaval terminó con todos los cuerpos revueltos, hechos una masa de la que sólo se podían distinguir brazos y piernas sin simetría, salvo la del deseo satisfecho, libre de cualquier lazo moral y/o ético.

Y el acto final. Y casi me olvido de él. Aún en posición de firmes gracias a "Flamazul" y cuidándome de todos, las luces se apagaron un breve lapso mientras los tramoyistas arreglaban el escenario; la pareja "apareció" súbitamente en sus asientos muy cariñosos haciéndome brincar por la sorpresa mientras un triste solo de violín llenó el localito, flotó en medio de la carpucha, y, cuando el reflector se encendió de nuevo, iluminó directamente a una figura que en actitud vencida, se hallaba sentada en un banco, en la esquina de un cuadrilátero imaginario. El Maestro de Ceremonias, dando sus pasos largos, innaturales, -el también pareció salir de la nada- dio un par de rodeos al ser, mientras lo presentaba: "Existen sitios dentro del Mundus muy sórdidos, tanto, que es difícil alcanzarlos sin tener que pelear. El simple hecho de hallarse parado ahí es una lucha constante. Estos sitios son como los desiertos donde habitan demonios y lamias, y por ello, es difícil rescatar a quien se ha perdido en ellos. Y quien tiene la desgracia de perderse en un sitio así, ha de comer infelicidad y beber tristeza aunque su ser físico se halle en un sitio feliz. Esta es la parte más profunda del alma, y de entre todos nosotros, hermanos y hermanas, hay uno en especial que se halla perdido en un lugar así..." Cuando el Maestro de Ceremonias dijo esto, se me quedó viendo fijamente, los ojos destellando como relámpagos que, involuntariamente, me dieron mucho miedo. "¿Será a mí?" "¿Realmente se estará refiriendo a mí?" "Nooo..." "Imposible" me dije, pero fue hasta ése momento en que pude distinguir dos voces en mi cabeza: la mía, la verdadera, la que ahora uso para contártelo, y la otra, la del pendejo del espejo que tanto odié, y ésa voz era quien más reacia se mostraba a aceptar lo que los sentidos captaban. Fue algo muy raro, como si estuviese partido en dos "yo" idénticos. El Maestro de Ceremonias apartó al fin su penetrante mirada de mí, y siguió: "...El espectáculo para esta alma podrá ser triste y pobre, pero puede mejorar siempre y cuando el que ha de ser rescatado desee ser rescatado. Si esto no es así, Luis, mi pequeño amigo perderá. ¡A continuación! ¡Luis, El Payaso Boxeador, vs. El Kid Reflejos en un encuentro a doce rounds!"


"¡Talán!"

Sonó la campana y el sujeto levantó el rostro, pintado de blanco. Una peluca roja era su tocado, y sus armas, un par de guantes absurdamente grandes. Un payaso con todo y su gran nariz roja. Se desplazaba por el cuadrilátero con unas botas rojas también, grandes, cómicas, que pese a todo, no le estorbaban para dominar su espacio; su guardia alta le permitía usar el "flicker" para mantener a raya a un rival que hasta ése momento lo descubrí: un mocetón fuerte, muy fuerte que se movía ágilmente midiendo al payaso, estudiándolo... Todo su atuendo... no, toda su piel era plateada, niquelada como si estuviese hecho su calzón, sus guantes, sus botines y su mismo ser, de espejos; pero lo que me extrañó sobremanera, es que traía una capucha y una máscara también plateada que reflejaba al público con un antifaz negro que cubría su mirada, quizá por un extraño juego de luces y sombras. Tres minutos, y el round de estudio concluyó. Nada para nadie.

"¡Talán!"

Segundo round. Aparentemente el estudio concluyó, y el plateado mocetón empezó por cambiar su guardia a una que usaba Mike Tyson, el "rolling" y con ella comenzó a abrirse paso entre la guardia del payaso que parecía adormilado; no usaba sus largos brazos para hacer "jabs" que mantuviesen la distancia, no. Una vez que el "Kid" estuvo cerca, empezó a dañar al payaso con "upers" haciéndolo trastabillar un par de ocasiones; no obstante, únicamente con cintura trataba de esquivar los demoledores golpes que sin embargo, lo obligaron a buscar el abrazo para intentar resistir los poderosos ataques hasta que sonó la campana terminando con el round hacia el "Kid".

"¡Talán!"

Tercer round. Prácticamente lo mismo, solo que ahora el "Kid", confiado, comenzó a buscar el rostro de Luis, acertando un demoledor recto justo en la barbilla que cimbró toda la humanidad de éste, cayendo a la lona. El Maestro de Ceremonias, haciéndola de réferi, comenzó con la terrible cuenta de diez mientras me clavaba su innatural mirada, obligándome a bajar la visera del sombrero para resistirla, levantándose Luis a duras penas a la cuenta de siete, y buscando de inmediato el abrazo, técnica que le sirvió para lograr terminar el round. Sonó la campana, y penosamente, desorientado, logró llegar a su esquina.
Y sin querer yo ya estaba bien metido en la pelea. Gritaba apoyando al pobre Luis, comencé a decirle groserías a su esquina por no aconsejarlo bien, y sin darme cuenta, ya estaba al pie del cuadrilátero, gritando como poseído "¡vamos Luis!" "¡Échale ganas cabrón, que ése culero no puede contigo...!"

"¡Talán!"

Cuarto round. Aún grogui, sin haber absorbido en su totalidad el daño de la tercera ronda, el payaso salió con su guardia alta, protegiéndose la cara pero descuidando su distancia, cosa que su rival supo aprovechar, ya que empezó a trabajar el cuerpo de Luis con "upers" y "ganchos", dañándolo seriamente. Olvidándome de dónde estaba, y valiéndome madres la inútil esquina del payasito, comencé a gritarle a Luis estrategias para que regresase a la contienda, ya que únicamente se estaba defendiendo; si esto seguía como iba, Luis no llegaría al sexto round. En una de ésas, le grité: "¡Tu flicker, Luis!" "¡Tiene la guardia abajo, carajo!" "¡Contréalo ahora con tu flicker, chingada madre!" Aparentemente me escuchó, ya que su mano izquierda, como el látigo de Flamazul, salió veloz y se estrelló poderosamente en una maravillosa contra en el rostro del "Kid", obligándole a retroceder. "¡Ahora!" "¡Túndelo con rectos!" "¡Puro pinche recto, Luis!" Luis descargó sus grandes guantes rojos en la humanidad del "Kid", haciéndole daño y regresando a la pelea. Sonó la campana con esta ronda a favor del payasito. Me trepé a su esquina y mientras le ponía vaselina en el maltrecho rostro -su maquillaje blanco ya desdibujado por los golpes, el rojo de su maquillaje mezclado con el rojo de la sangre que salía de su boca y su nariz- no dejaba de darle consejos para que aprovechase su mayor estatura, sus brazos más largos para que conservase su distancia. "Usa tu jab. Pégale con el jab mientras das un paso a tu derecha, y cuando ése cabrón suba su guardia, ¡busca su hígado! ¡El gancho al hígado es veneno puro, no hay forma que resista éso, como nos lo enseñó Julio César Chávez!" Luis se limitaba a asentir con la cabeza mientras me miraba profundamente.

"¡Talán!"

Quinto round. Aún aturdido por el daño recibido, el Payaso se levantó del banquillo y trabajosamente subí la guardia. Más por instinto, más por corazón, supe dónde estaba el rival; lo miré y sorpresivamente, me vi a mí mismo en la máscara plateada y sangrienta, los ojos ocultos por pintura en aerosol negra, pero viéndome de manera torva, asesina, sonriéndome de una manera sardónica: la misma sonrisa que forzaba mientras me rasuraba. Sentí miedo. Escuché mi voz diciéndome qué hacer desde la esquina, y volteé y me vi a mí mismo gritándome con desesperación: "¡No voltees, pendejo!" cuando un pesado golpe desvió mi incrédula mirada, obligándome a voltear hacia donde el "Kid" Reflejos descargaba una maquinita de golpes a mi plexo solar que me ardía haciéndome encorvar con verdaderas ganas de volver el estómago. Los ojos ocultos, como los de un cruel dios prehispánico sediento de sangre, querían hacerme daño, querían matarme lenta y dolorosamente a puño limpio... Sólo me enconché, sin saber qué hacer, cuando el "Kid", acercando su rostro al mío con velocidad, me dejó ver una vez más su mirada asesina, que era la mía. Sentí su ser helado, me hizo saber que si yo lo odiaba, él me odiaba infinitamente más, y entonces estrelló su recto contra mi rostro, haciéndome trastabillar mientras veía negro. Entonces, como en un lento flash-back, su guante plateado buscó mi barbilla una vez más, dándome de lleno. Caí. Caí como una bolsa de tripas, como un costal de papas, y de nueva cuenta, quise irme, alejarme una vez más de todo, hacerle la parada al autobús que me acababa de atropellar.

A lo lejos, como una letanía cantada muy lentamente, escuché "¡uno...!", mientras las siluetas de las cosas recobraban luz y nitidez. A mi lado, el Maestro de Ceremonias levantaba su mano mientras me daba la cuenta de "¡dos...!", sus ojos centelleantes, verde-rojizos clavados en mí, pero más importante, su voz dual, adentro de mi cabeza: "¿Así terminará, Luis?" "...yo no me llamo así..." "Pero aquí eres Luis. El Payaso Boxeador." "...yo no soy ése..." "Como quieras, Luis, pero considera que aquí, ahora, puedes hacer algo contra éso que te impide a toda costa ser feliz. Únicamente hay dos sopas: ganar o perder. Aquí Luis el Payaso, puede usar su coraje y soltar sus puños, y, aún más importante: aquí Luis, pese a ser un Payaso, puede GANAR..."

Como un costalazo en la Central de Abastos. La cuenta ya estaba en siete, y pese al mareo, las horribles ganas de volver el estómago, la cabeza pesada y los brazos, a los que sentía como si fuesen unos cachos de madera ajena a mí, aspiré todo el aire que cupo adentro de mis pulmones y mi estómago y me levanté. Jamás había considerado mi propia estatura, pero en ése momento el levantarme fue muy semejante a subir un edificio de veinte pisos de un tirón. Aspirando por la boca, tratando de reponerme, el Maestro de Ceremonias frente a mí me preguntó si podía seguir, y le dije que sí. Me escuché a mí mismo desde la esquina, y por primera vez en toda mi vida, me hice caso. Evadí los golpes yendo hacia atrás, mientras usaba mi jab con todo mi esfuerzo -los brazos me dolían horriblemente- para ganar distancia. Sonó la campana, terminando este terrible episodio.

"¡Talán!".

Sexto round. No sé cómo pude pararme. Todo mi cuerpo se negaba a moverse, no, a caminar hacia la asesina trituradora de carne que venía hacia mí; aún así, traté de ser fiel a mi estrategia: conservar a como diese lugar la distancia entre mi cuerpo y los dientes del molino que ahora se cebaban en mis brazos, lastimándolos aún más. Solté uno, dos rectos que fueron absorbidos por la guardia del "Kid", pero traté de conservar la calma, traté de usar la cabeza al dar un paso a un lado y salirme del campo de ataque de este poderoso enemigo. No funcionó. Ahora parecía que el " Kid" adivinaba lo que iba a hacer; ahora se veía más grande y más fuerte, y no sólo eso: era mucho más rápido que yo. Ya se adelantaba a mi paso, acortaba distancia entre nosotros y sus golpes parecía acertarlos todos, hasta aquellos que sabía que habían dado en mi guardia, los sentía en mi cuerpo como verdaderos y pesados marrazos. En un instante pude verlo de frente ya que se había colado entre mi guardia y ahí vi su rostro: era yo. Deformado por un odio irreal, torcido, sólo ánimos dementes y enfermos había adentro. Y supe lo que tenía que hacer, justo cuando un pisotón impidió mi tranco y un cabezazo descarado me cortó el párpado. Ardió con el mismo aire y con la mismísima luz de las lámparas, y con el campanazo que dio por concluido el episodio.

Siguió ardiendo con la vaselina, y cuando el médico me preguntó si quería seguir, ya que quería parar la pelea por temor a que perdiese el ojo, visualice mi vida, toda, cargando con éste nefasto "Tezcatlipoca", echándome a perder cualquier sonrisa futura, y recordé el porqué cubrí sus ojos en la regadera del baño: lo odio. Si, es verdad que él me odia, pero yo lo hice, y por lo mismo, decidí combatir fuego con fuego, a ver quién resiste más. Le dije al médico que me permitiese continuar, sólo un round más. Uno más. El último de toda mi vida.

"¡Talán!"

Sonó la campana, iniciando el séptimo round. La trituradora casi corriendo vino hacia mí, con verdaderas ganas de matarme de una vez por todas, pero me reconocí en sus espejos como lo que soy: un payaso. Y lo acepté plenamente. El "Kid" Reflejos soy yo, toda la animadversión que prohijé durante tanto tiempo. Soy, en cierta manera, la medida de todos mis odios. Pero no únicamente odios, también risas. También amor. Esquivé el mortal gancho que buscaba mi ojo cortado, y justo cuando el "Kid", o sea yo, quedó desbalanceado, ¡ándele! ¡le solté un poderosísimo puntapié con mi gran botín del diez en sus partes pudendas!

-¡Y como sigas chingando te doy otro, cabrón!

¡Toda la carpa/cirquito/burlesque quedó atónita mientras el "Kid" caía a la lona, revolcándose de dolor! ¡Y yo, por fin, pude alzar los brazos al cielo, aliviado, haciendo el desfile triunfal a grandes zancadas mientras no dejaba de chiflar como arriero la rola de "adiós mundo cruel/ya nunca te veré/yo diré que no te conocí/porque aquí en éste mundo cruel/¡adiós! ¡adiós!..." ¡Tatatarararatatatatá tará! ¡Tatatarararatatatatá tará! Quizá haya ganado el "Kid" por descalificación, pero yo gané también porque pude contener su odio, ¡todos ganamos porque todos estamos felices!

Y embriagado de gozo, ya no sé qué fue lo que pasó después. Tengo algunos cachos de recuerdos, como el del Maestro de Ceremonias viéndome enojado mientras meneaba negativamente la cabeza, me veo a mí mismo agarrándole gozoso las nalgas a una encantada "Flamazul" que me paraba el trasero ante el enojo del marido, los utileros correteándome entre las gradas, y siendo arrojado como un costal de risas a la calle, todo ello amenizado con muchas, incontables carcajadas... Lo cierto es que renuncié a la chamba, al mundo y ahora vivo aquí muy feliz; jamás busqué el camión de regreso. No sé por qué se molestaría conmigo el Maestro de Ceremonias, tanto, que levantó su carpa y no ha regresado hasta la fecha a éste lugar... ¿Acaso no era su objetivo que todos los que concurrimos a su circo, probáramos el "Lado Obscuro de la Luna"? Quizá pensó que, o debía dejarme apalear por el "Kid", o que debía conquistarlo a puros canijos golpes. Sólo que a mí me gustó mucho el viaje y opté por una tercera alternativa: la diversión. Y por supuesto que a Luis ya jamás lo he vuelto a ver, ¡nunca he usado de nuevo un espejo!

¿En serio me preguntas que qué pasó con el "Kid"? ¡Ah! ¡Ahí está! ¡Es el que me arroja las pelotas mientras está el alto, y quien me responde cuando "camionamos" o "metreamos": "a ver payasito, ¿cómo se dice 'chaqueta' en francés?"!

-¡...Le chaquetié...!

¡Gracias, "Kid"!


Jair Aguilar "Gato Jazz".
Lunes 28 de Noviembre 2016 5:40 a.m.
"El Estudio" Alborada 1 Tultitlán Edo. Mex.

                ¡Já ja ja! ¿Qué les pareció? Espero que les haya gustado, porque a mí, me divirtió mucho el escribirlo. Verán, camaradas y camarodos, este relato es básicamente la disyuntiva entre permanecer tristes y enojados, o divertirse. Como sea. Soy de la misma opinión de Mario Benedetti cuando clama que a la alegría, hay que defenderla de todo, contra todo. La alegría es la luz del alma, es la verdadera demostración de que Dios existe, de que hay bondad. La alegría sana, quiero decir, porque hay gentes como el “Kid Reflejos” -alegoría descarada del “Caballero de los Espejos” que vence a Don Quijote-, que gozan también pero haciendo daño.

                La verdadera alegría, es muy semejante a lo que dice la Segunda Epístola a los Corintios capítulo 13. “Luis” fue escrito pensando en ésa idea, y también para despojarme del odio y malestar que me provocó un rival de amores hace muy poco; Pero ése “Luis” no era en sí mi rival, sino yo. Yo mismo. “Luis” no me arrebató el amor de ella, yo lo tiré a la basura sin darme cuenta siquiera de ello. Suele pasar.

                Y ahora sólo tres dibujos. Quería hacer una especie de cartel sobre el acto de “Flamazul” la cachonda, pero nunca me salió la idea. Y el relato se hizo viejo, y comencé otro, y lo fui dejando, hasta que de plano ya no me salió. Si lo hubiera hecho de acuerdo a mi idea, hubiese sido terriblemente pornográfico, ¡en serio! Todos los dibujos están hechos en papel marquilla con lápices de grafito de diferentes densidades, y espero también que hayan sido de su agrado.

                Y bueno. Creo que es todo por hoy. Resistan, camaradas, y sean todo lo felices que puedan, ¡porque las sonrisas tienen el gran plus de que son gratis y nos dan días de vida extra! ¡Sayonara! ¡Hasta la entrega que viene! ¡Historieta o Muerte! ¡Venceremos!