¿Qué ocurre en los cielos, cuando una luz se apaga? La luz de una estrella, idéntica a otra, a simple vista. ¿Habrá alguien que note que ésa estrella ya no está?
Y con las hormigas. ¿Se darán cuenta las demás cuando alguna de ellas sirve de alimento a algún gorrión?
¿Habrá alguien que sienta la ausencia de una gota de agua, de un grano de arena, de tierra?
¿Pasará lo mismo con nosotros, los humanos? ¿Habrá quien tenga memoria de todos los transeúntes, de la gente que hoy viaja en el metro, y mañana ya no? ¿Habrá quien sienta la ausencia de uno, cuando ya no camine por ésa calle?
Yo creo que sí. Yo creo que hay alguien que tiene hasta nuestros cabellos contados, hay alguien que tiene memoria de cada una de nuestras células, por que Él las hizo.
Y hay alguien que tiene cuenta del dolor y de la soledad terrible y fea de los enfermos. Por que hasta el dolor de una simple gota de agua cuenta, hasta la diminuta lágrima que soltó ésa pequeñísima hormiga es tomado en cuenta.
Quizá al mundo sólo le importe la ausencia de los V.I.P., de los artistas, de los geniales escritores y actores, de los capaces mandatarios, de las rutilantes estrellitas cuyas existencias son tan brillantes que nos obliguen a todos a voltearlas a verlas aunque sea una vez.
Pero el mundo está entregado al enemigo, amiguita. Pero el mundo nos interesa en la misma proporción en que se preocupa por nosotros, amiguita, o sea, nada. A mí, y estoy seguro, no sólo a mí, me importa tu ausencia, mi pequeña amiga, que no vi lo suficiente para comprender toda tu compleja existencia, que a vista de la mayoría de la gente, era simple y llana, como la compleja existencia de toda la gente que pasa a diario por la calle: todos nosotros, que no somos rutilantes estrellitas, y que tenemos suerte si alguien nos voltea a ver
Te cargué recién nacida, mi pequeña amiga, te paseé en mi avalancha, y también llegué a molestarme con tu avasalladora energía cuando quería estar solo en medio de mi adolescencia. Me dolí con tu dolor de niña abandonada por tu madre; me indigné y lloré con tus amaneceres con hambre de pan y de afecto, sintiéndome pequeño para llevarte algo de ayuda que te fuese útil, y no solo juegos. Pero, ya ves, amiguita, Dios no te abandonó nunca. Él estaba acompañándote en tu hambre de madre y de pan, y te envió otro ángel que cuidó de ti y de tus hermanas, y a quien pudiste llamar Mamá Gelito. Y te envió otro ángel que te cuidó durante las largas y áridas horas en el hospital llamado Manuel, y te envió un ángel más, Elis, que se encargó de pelear ferozmente contra el mundo y su sed de dinero para intentar curarte. Ésos ángeles que te amaron (y te aman) y dieron lo mejor de ellos para ti cuidarán también de tu hijo, así que descansa en paz, amiguita. Descansa en paz, Kequita.
Ahora duermes, cansada de ésta vida fea que te tocó. Ahora descansas ya de ésa horrible cama de hospital y de ésa fea enfermedad, herencia de tu niñez sin amor. De ésa terrible y tenebrosa cárcel en que se convirtió tu propio cuerpo, al negarse a seguir tu mandato y tu deseo. Ahora, al fin, la palomita que estaba en medio de tu pecho reposa ya, y créeme, amiguita, yo, y no sólo yo, te lo aseguro, vamos a extrañarte mucho mucho mucho.
Tu risa.
Tus locuras.
Tu hermosa ingenuidad.
Y tus enormes ojos, que parecían salir a pasear por su cuenta.
Hasta siempre, bella durmiente en espera del Señor. Yo me quedo con tu risa, con tu sonrisa, con tus locuras, y con tu hermosa ingenuidad aquí, aquí, en medio de mi pecho, como rosas que guardaré conmigo hasta que a mí también me llegue la hora de descansar. Hasta siempre, Kequita, Keka Briones, como te decíamos de cariño, mi estimada Kalaka, que ahí, pronto, porque ésta estancia en éste mundo es un suspiro, nos veremos de nuevo, cuando El Señor nos levante de nuestros lugares de reposo, así que, amiguita, descansa en paz que nos vemos de nuevo donde El Señor.
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