Pues bien, aquí nomás, mostrándoles algo del entorno que me rodea. Quizá no todos los días, pero sí para mostrarles cómo, cerca de la ciudad más contaminada, más poblada (que no humanizada) hay sitios como éste, (sin afán turístico) que parecen todavía del siglo XIX.
La gente es tranquila, algunos (¡todavía! ¡Debiéramos aprender!) cierran sus negocios a las dos para irse a comer y los vuelven a abrir a las cuatro.
Pues bien, en uno de mis devaneos oníricos de media tarde, me topé a boca jarro con ésta iglesia del siglo XVII-XVIII. Remozada muchas veces por los mismos curas y la población devota, y que, por lo tanto, ha perdido parte de ése encanto antiguo, pero sólo en parte, afortunadamente.
A unos 100 metros por todos lados, se halla cercada por la avenida eje 8, por Quintana Roo y muy cerca de Zarzaparrillas, todas avenidas grandes, llenas de unidades habitacionales, y pequeños comercios. Cómo se ve que la gente es luchona, y que si los economistas y políticos dejaran de preocuparse tanto por la macroeconomía, y dieran apoyos reales y duraderos a la micro y pequeña empresa, éste país no sería tan pobre.
Aquí, pues, en medio de éste bullicio, se halla éste pequeño oasis de tranquilidad, donde todavía se pueden ver mariposas y escuchar los pájaros cantar. La iglesia conserva lo principal, su estructura y hermosas pinturas que, desgraciadamente, son óleos que por el paso del tiempo -calculo que serán del siglo XVIII o XIX- y los innumerables servicios religiosos, se hallan sucios, llenos de parafina quemada, carbón y grasa de dedos. Sería muy difícil, aún con la voluntad de hacerlo, restaurarlos para que queden en su estado original
Cuando fuí, ví botes de pintura vinil-acrílica, que fueron donados por algún diputado que busca votos, para darle su manita de gato. Al preguntar si lo dorado del altar seguiría siendo oro, me respondieron que no, y no me supieron dar razón de que si desapareció por ladrones de arte sacro o por algún cura o funcionario vivales. Ese oro se perdió.
En fin, que el sitio es agradable para detenerse un rato y pensar si la vida moderna no tiene más de moderna, que de vida, como dijo sabiamente Mafalda. Tomé fotos del frontispicio, pero no las puse, ya que le dí prioridad a la construcción arquitectónica, que es bella y armoniosa. Desgraciadamente, ésas esculturas que adornan los frisos están en su mayoría quebradas, o pésimamente restauradas. Aunque se nota la mano de los devotos, ya que está muy cuidada.
Hablé mucho con el sacristán, y me platicó que cuando él era joven y entró a trabajar ahí, el sitio era un pueblo pequeño, y que todo a su alrededor estaba lleno de campos de cultivo. Me quedé pensando, e imaginando lo bello que hubiese sido haber podido ver todo verde, lleno de milpas y árboles, lleno de vegetación salvaje que no quiere ser domeñada, brotando incontenible a los lados de los caminos de tierra, en vez de tantas casas chatas, tantas unidades habitacionales y calles cerradas, tantísima gente a la que no le importa luego nada, más que defenderse de las mordidas que le dá la vida, y respirar, por una vez, un aire limpio, oloroso a campo fértil, sin el olor de los narcos que ahora han llegado al antes pacífico pueblo de San Pablo, ya que el miedo se huele como a éso de las seis de la tarde flotando en el aire, hora en que me retiré del lugar.
¡Sayonara! ¡Nos escrivemos la semana que viene!
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