jueves, 19 de septiembre de 2013

Histerieta “Los que Cayeron de Cabeza” 19ª Entrega + 1 Memoria.

¡Mis estimados camaradas! ¡Mas vale tarde que nunca! Ayer no me dejó este sistema subir fotos durante todo el día, y pues ni modo, no hubo forma. Pero ahora si me deja, así que les ofrezco la conclusión del Códice Cinco mas un relato novelado de lo que viví ése horrible día del jueves 19 de Septiembre de 1985, cuando apenas acababa de cumplir quince años el primero de ése mes. Además, les adjunto unas fotos, la primera estoy seguro que es mi Secundaria Diurna Número Tres, "Héroes de Chapultepec", y una disculpa. Esto iba ayer,pero ya ni modo. ¡Espero que les gusten!

Recordando El Sismo de México 1985.

1.- Tlazoltéotl Está Hambrienta.


            Los pájaros cantan y su trino me despierta aún sin quererlo. Perezoso, me tapo con el brazo la cara mientras esta parte expuesta de mi humanidad resiente el frío que se cuela a través de los huecos de la ventana, donde faltan dos vidrios que por pereza y/o desidia, o las dos juntas, qué se yo, no he colocado.

            Me levanto, maldiciendo esta muerte pequeña que siempre se siente al despertar. “Do-do-do-dododolá-la-lá-la lalalá la-lá-do-do-do-dó…” Timbiriche suena en mi cabeza despeinada, que arrastro hasta el lavadero vacío a estas horas de la mañana. El agua está helada, y entonces me doy cuenta de que el cielo se halla brumoso. ¡Bien! No me sofocaré con el duro sol de la tarde al salir de la secu.

            Y se me hace tarde como siempre, y sin desayunar, como siempre, corro las dos cuadras que me separan del metro Sevilla, línea 1, la rosa, y movido más por la costumbre que por la obligación de ir a la escuela, me desespero con la tardanza del tren anaranjado y sus dos minutos perdidos. Suena la chicharra del cierre de puertas y se mueve mi desidia, mis pocas ganas de ir hoy a la secundaria. Me bajo en Cuauhtémoc, misma línea rosa, y corro porque apenas tengo cinco minutos para llegar hasta la puerta, donde resoplando como siempre apenas alcanzo a sacar la credencial y mostrarla al prefecto “Avestruz” para que me deje pasar. El prefecto me hace la observación de que si mañana voy tan greñudo, no me va a dejar pasar. “¡Boléate también los zapatos y péinate! ¡Ya no eres un escuintle de primaria!” le dice a  mi espalda que se dirige a formarse.

            Más prisión que escuela, pienso, cuando me topo de manos a boca con mi compañero Calderón. “Mira Heber, está temblando” me dice. No entiendo por qué carajos todos me dicen “Heber”. Será por el amigo Nalgo que tiene ésa manía de llamarme así desde sexto de primaria que lo conozco –y que pareciera toda mi vida- y yo aún no tengo la madurez de los 43 años en que escribo esto para que me valga madres. Heber es un nombre bello, es cierto, y lo tolero de buena gana, pero que no me gusta mucho, la verdad.


            Increíble todo lo que se piensa en tan poco tiempo. Lo cierto, es que está temblando, y recuerdo a la misma velocidad la recomendación de mi madre, que siempre me dice que cuando tiembla, lo mejor es pegarse a una columna o ponerse bajo el quicio de una puerta. Bueno, la única puerta que tengo a mi alrededor es la que custodia el prefecto Cruz y ahí ni de loco pienso pararme, ¿para que me regañe otra vez? ¡Ni madres! Pero tan cierto es que tiembla, como que estoy en ésa edad estúpida en que nos sentimos supermanes, invulnerables, de hierro; así que me acomodo cerca de mi amigo Calderón; no tan cerca, porque a veces me fastidia que sea tan niñato, tan chamaco todavía, y que prefiera sus revistas de “La Súper Banda Timbiriche” a las revistas porno que lleva Camacho bien escondidas en su portafolios. En ése momento pienso más en la pornografía, -y sin querer imagino las piernitas siempre flacas de Paulina Rubio dibujadas abiertas, ofreciéndome su fruto prohibido  como en una revista de ésas- que en el hecho que la tierra se mueve, primero en círculos, lentamente, y hace que me sienta ligeramente embriagado…











             No sé que está pasando. (Saber que tiembla, y sentirlo, en este momento son dos cosas diametralmente opuestas) La tierra zumba, se mueve horrible y hace sonidos que apenas he sido capaz de recordar muchos años después. Me cuesta mucho trabajo mantenerme pegado a la columna, y entonces, como un gong de una campana, los vidrios de las ventanas de la biblioteca que están justo arriba de mí, se rompen y es nuestra señal para salir disparados de ahí. Los vidrios caen, y volteo a mi izquierda, y veo a Calderón, y a muchos uniformes verdes corriendo a toda prisa hacia el patio. Volteo a mi derecha, y veo al prefecto Cruz corriendo igual, dejando abierta la puerta y llevando en su brazo a un estudiante de primero. Con el brazo libre, como un Hércules, levanta a otro muchacho delgado y los carga como si llevase dos hojas de papel…


            Corro. Siento en mi espalda algo, la mano de un ángel, quizá mi Ángel de la Guarda, o quizá únicamente el golpe de adrenalina (prefiero al Ángel, la verdad) que hace que mis piernas se muevan y que no pierda el equilibrio. La tierra se agita como un animal encabritado, y aún hoy, con tantos años como han pasado, no puedo precisar la forma de ése movimiento, y lucha para que yo y todos los muchachos que corren a mi lado caigan y poder devorarlos, maldita Tlazoltéotl hambrienta. Todos gritamos, todos estamos llorando, hay aquí un ser que no pudimos imaginar nunca, un Poder peleando contra otro Poder, y ha elegido mi Secundaria Tres como terreno de pelea. Aúlla el animal, escucho claramente el sonido de las varillas y del concreto quebrándose; frente a mí varias espaldas corriendo hacia el fondo, ¡sálvese quien pueda! La secundaria cae, se colapsa, y de pronto siento el golpe del aire que es el ápice que se necesita para derrumbarme a mí y a mis compañeros, y caigo, derribo sin querer a quien va delante de mí y quien no sé quién es, pero es mi hermano en ése momento de angustia máxima. Caigo sobre él justo cuando quedamos envueltos en el aliento de la bestia que se retira, satisfecha de destruir y torcer; se va, y quedamos envueltos en una espesa nube de caliche, que tarda unos momentos en caer por su propio peso…









            Como un ciego, me tallo los ojos con mis manos llenas de polvo, sin alcanzar a comprender lo que ocurre a mi alrededor. A unos pasos, unos niños tomados de las manos oran el “Padre Nuestro”, hincados de rodillas. Allá, muchos suéteres verdes con las cabezas llenas de polvo blanco, y allá, un grupo de muchachos espantados que no alcanzan a comprender una mano que sale de en medio de las lozas apiladas como fichas de dominó. Alguien, un compañero más grande –me imagino que de tercero- piadosamente le pone encima un suéter como una bandera en honor de un compañero caído, horroroso homenaje silente. Alguien corriendo me pega en el hombro, y es un muchacho lleno de lágrimas; sus ojos verdes resaltan su angustia en medio del blanco que a todos nos cubre, y más allá, al fin una cara amiga: mi compañero desde la primaria Alberto Correa, el compañero Nalgo.

            Triste, asombrado, impactado, me platica y su voz tiembla, que tuvo que lanzarse desde el primer piso y caer sobre su portafolio. Angustiado, porque había presenciado como a uno de nuestros compañeros, el loco Cervantes, se lo había tragado entero Tlazoltéotl al querer ganar las escaleras, y justo a sus pies se derrumbaron. Allá estaba otro compañero, “El Pitufo” con la frente ensangrentada junto al “Chueco”, a quien había salvado la vida al cargarlo heroicamente. En medio de la carrera escuchó el llamado del “Chueco”, su voz angustiada al no poder correr (estaba enfermo de una extraña enfermedad de los huesos, que lo condenaba lenta, inexorablemente a la inmovilidad) y volvió sobre sus pasos por él, poderoso cinta verde en karate, y lo cargó en vilo. Duró una semana adolorido del esfuerzo de cargar al amigo “Chueco” y su portafolio y la mochila del chueco mientras corría la distancia que habría de ponerlos a salvo antes de caer de bruces y abrirse la cabeza: unos asombrosos 110 kilos de peso aproximadamente, contando su propio peso. Atrás de mí apareció Calderón, asustado, callado y con una sonrisa de quien no entiende muy bien qué es lo que pasa. Me imagino que yo estaba igual. Allá apareció otro compañero, ofreciéndonos un cacho de bolillo para el susto, todos hermanados, todos del Segundo “F”, orgullosos “F” de Feos, Fuertes y Formales. Intercambiamos unas palabras, cuando en la pila de escombros, se alzó una puertilla falsa de las que alcanzaban la azotea, y apareció allí el señor “Yaktar” (nunca supe si ése era su nombre o su apodo) con su cara ensangrentada: había sobrevivido al tener la inspiración de ponerse justo bajo ése respiradero en la loza.

            Un maestro de educación física, junto a otro de los cuidadores, armados de mandarrias, rompieron el muro que estaba justo junto a la puerta trasera de la Secundaria, y por ahí nos evacuaron. Afuera, en la calle, justo entonces, me di cuenta cabal de que las nubes habían escapado; el cielo estaba limpio, y el sol salía refulgente sobre la Avenida Chapultepec. El día empezaba, y yo ya no quise saber en qué paraba la odisea de la ahora Heroica Secundaria Diurna Número Tres, “Héroes de Chapultepec”. Mi historia ahora debía separarse de la de mis compañeros, aunque fuese por unas horas, impelido por la preocupación de llegar cuanto antes a Guadalajara 14, viejo edificio de mis años infantiles, y que temí en ésos momentos que hubiese sido derribado por el Ente que nos visitó ése fatídico día del 19 de Septiembre de 1985.

            ¡Y bien, camaradas! ¿Qué les pareció este cuentillo autobiográfico? ¡Les prometo dos partes más, pero se las debo para las siguientes entregas del este, su Cojín lleno de pelos cantadores! ¡Ijajayyy! ¡Sigo vivo! ¡El Terremoto no pudo conmigo! O quizá si morí y estoy como en “Jacob’s Ladder”, peleando con una loza encima, todos mis huesos rotos, soñando que sobreviví al terremoto por no querer morir. Excelente película, se las recomiendo ampliamente.

            Por si sí o por si no, el Códice Cinco acaba de expirar, ¡y qué Códice! ¡El mismo Huitzilopochtli ha ungido al “Aguilita” como su Guerrero Águila! ¿Qué significará la frase “¿Aquin Yan Texcoco?” “¿Quién Irá A Texcoco?” ¿Qué hay en Texcoco? Me sueño siendo un historietista ahora, y seguiremos en la siguiente entrega, primero Dios (entrega que se pone harto buena), con el Códice Seis, ya que el Dr. Yazz sigue secuestrado, y su mente, junto a la del científico Moebius Pino Suárez, son las únicas capaces en todo Anáhuac de descifrar los misterios ocultos del Códice Van Derkerkoff-Jakonoff.

            Y es todo compañeros. Dura la represión del gobierno Peñista, se ve que sigue en todo los pasos de sus antecesores Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez, al reprimir y criminalizar la protesta magisterial. Que si estamos de acuerdo con ellos, o no, me parece que a estas alturas es irrelevante: los obligaron a punta de garrote a abandonar la Plaza de la Constitución, conocido mejor por Zócalo Capitalino, para tener sus ceremonias que bien pudieron hacerlas en otro lado, ya que el Zócalo es tanto del gobierno y los pro-gobiernistas, como de los maestros, y no se vale la represión, menos en un gobierno cuyo representante va a muchos países con una cara de “demócrata” y en su casa utiliza la represión contra los luchadores sindicales y sociales, ése es el acto que cuenta. Un acto bárbaro que se pudo solucionar con negociación y mano izquierda. En fin, que luego comentaremos con detalle los eventos de estas jornadas, porque pese al cerco del silencio que ha impuesto el gobierno mexicano a la gran mayoría de los medios de comunicación, todo se sabe, y más en esta época, en donde existe el milagro que es la Internet. Todo se sabe, tarde o temprano. Y la gente está muy enojada, lo siento en la calle cuando camino por ella. Sencillamente en la ceremonia del “Grito”, el Zócalo estuvo lleno de acarreados priístas, en las redes sociales circularon la mar de fotografías de los camiones y de cómo todos iban casi uniformados. La Plaza de la Constitución se quedó vacía del pueblo que quería ir a celebrar y si, quizá decirle un par de cosas a Peña Nieto cuando se asomara al balcón. ¿Tanto miedo tiene ése hombre a la gente que dice gobernar?  ¿En qué parará esto? No lo sé, lo único que sé, es que no debemos quedarnos callados ante las injusticias y las decisiones verticales, que si las reformas de Peña son buenas para el país, como pregonan los pro-gobiernistas, entonces que un plebiscito las decida. Es lo justo si se dice “demócrata”.

            Y bueno, camaradas, me despido. ¡Sayonara! ¡Hasta la entrega que viene! ¡ACUDE A LOS ACTOS DE APOYO A LAS CAUSAS SOCIALES! ¡APOYA CON LO QUE PUEDAS A LOS DAMNIFICADOS DE LAS LLUVIAS QUE HAN ASOLADO A TODO EL PAÍS! ¡UNA SIMPLE LATA DE SARDINAS SIRVE EN CASO DE APURO! ¡INFÓRMATE! ¡ESTE ES EL MOMENTO DEL CAMBIO PARA ESTE PAÍS! ¡LA HISTORIA NOS ESTÁ TOCANDO A LA PUERTA UNA VEZ MÁS! ¿LA IGNORAREMOS OTRA VEZ? ¡HISTORIETA O MUERTE! ¡VENCEREMOS!

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