miércoles, 9 de octubre de 2013

Histerieta “Los que Cayeron de Cabeza” 20ª Entrega + 1 Memoria.


Recordando de nuevo El Sismo de México 1985.


2.- El Camino de las Agujas de Obsidiana.


            No puede ser. La calle luce inconcebiblemente vacía, y toda la gente se ha reunido junto a los teléfonos públicos. Las colas son enormes, mientras yo ni siquiera me despido de mis compañeros; tomo mi camino apurado, y enfilo hacia Mérida, para tomar después la calle de Puebla.

            Bajo, pareciera que bajo a un inframundo. Las casas tratan de ocultar las grietas que ahora traviesan sus fachadas, y la gente se halla en la calle, pero me parecen estatuas por la inmovilidad, estatuas que me ven con ojos angustiados, y el silencio es su único eco. Atravieso la avenida Insurgentes, y sin quererlo, impelido por la costumbre, tomo la calle de Colima y de pronto estoy en la cuchilla que forma con El Oro, y veo incrédulo, bajo el sol terrible de ésa mañana, a mi Primaria “Alberto Correa”, caída. Ya no hay nadie ahí, y los muros-ventanas caídos sobre el patio donde en mi niñez jugué y corrí. Caídos, como una prenda de vestir, dejaba al descubierto el interior donde los pupitres soportaban todo el peso de los pisos y donde por gracia de Dios no hubo niños en la hora fatídica. Me detengo un instante, miro y grabo en mi memoria a mi primaria derrumbada, sus lozas como fichas de dominó, unas encima de otras, lozas como de muerto. Sigo el rastro del demonio que nos castigó, siempre bajando (o por lo menos siempre tuve ésa impresión) comprendiendo por fin la magnitud del horror, el tamaño de la bestia que nos azotó, y por todos lados sigo viendo las estatuas, esculturas que me siguen con los ojos. Siento frío. El sol cae a plomo y muerde, pero siento mucho frío. Temo que mi Edificio se halle igual que aquella casa, o ésa barda, derribados por el hacha del demonio que nos quiso destruir.

            Me abrazo a mi mismo. No puedo dejar de tiritar y es entonces que noto los ayes que se desprenden de las esculturas que se paran a mitad de la calle. Todos blancos, todas llorosas, las esculturas se duelen, su piel de caliche se cuartea por las lágrimas, y no tengo fuerzas más que para apoyarme en la pared y dar vuelta a la esquina, donde una voz amiga, la dulce voz de la pintora Elina Cariño me mira con curiosidad desde la ventana de su casa, y me dice: “Cómo, ¿estás?” Y su voz me hace comprender que he llegado a mi casa, y que yo también soy una escultura, blanco de caliche.











3.- En las fauces de Tlazoltéotl.


            No he querido dormir. No he querido quitarme el uniforme. Apenas he probado bocado, y ya es la noche del día siguiente. Son alrededor de las siete de la noche del 20 de Septiembre, y me hallo agotado. Mi hermano decide tomarse una siesta y yo enciendo el televisor para distraerme. Es horrible el sonido de las sirenas y de las ambulancias que a todas horas pasan y me dan la sensación de estar en un sitio militar, en una guerra contra algún enemigo al que no podemos ver. Casi todo el día de ayer y el de hoy han estado diciendo partes de gentes desaparecidas y de edificios colapsados, e imperceptiblemente, un olor dulzón comienza a apoderarse del ambiente. El olor que después se intensificará y no nos dejará en paz por semanas y meses, el olor a la muerte que se desprende como una diáspora de los sitios caídos. Y sin querer pienso en la gente que vivió los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, y se me ocurre que debieron sentir algo muy semejante. Estoy harto de los noticieros, así que al encender la tele, es una bendición que pusieran la serie “Los Monstruos”, ya que me relaja considerablemente las humoradas de Hermann Monster y su familia, hace que baje la guardia.

            Y entonces comienza de nuevo. Ahora es mi casa la que comienza a bambolearse, primero tímidamente, dando tiempo al miedo, al pánico subir por mi espalda hasta mi boca; le grito a mi hermano, el cual se levanta de un brinco, y entonces la bestia, el demonio que nos ataca, suelta toda su furia buscando ahora derribar mi casa. Y ahora es diferente. La primera vez, fue estupor y no comprender lo que pasaba; no, ahora viene corriendo a mi mente todo lo vivido: las escenas de lloro y casas caídas, los reportes del radio y de la televisión de las gentes que se quedaron sepultadas bajo los escombros de su casa o de su trabajo. La mano de mi compañero caído asomando entre las lozas de concreto hambrientas, al que le pusieron un suéter a manera de bandera póstuma, hacen que sienta verdadero pánico, y si no echo a correr, es por que no hay dónde correr, ya que estamos mi hermano y yo en un segundo piso, comunicado con los demás por una endeble escalera de caracol de acero.

            Sólo podemos mi hermano y yo aferrarnos con todas nuestras ganas de vivir, al marco de la puerta. El animal ruge, se bambolea con ferocidad, y es como si estuviésemos en la espalda de algún gigante que brinca queriendo devorarnos: Tlazoltéotl tiene hambre, no le bastan las víctimas que ha cosechado, y viene por mí y mi hermano; agita la casa con verdadera furia, y no sé cuánto tiempo haya pasado, pero parece que al fin se va, con pasos alargados, hacia la noche.

            Y al alejarse, sólo deja al miedo. Ayudamos a bajar a dos personas de la tercera edad que viven en vecindad con nosotros, don Genaro y la señora Margarita, por las fatídicas escaleras de caracol, y siento sus pasos lentos como una cosa que me ata a la tumba. Embotado, sólo percibo la obscuridad y la largueza del corredor por donde ahora tratamos de ganar la calle. Mi hermano mayor llega, y nos da confianza. Me sonríe e indaga por mi otro hermano, y nos ayuda a alcanzar la calle. Afuera todos los vecinos se miran espantados. No faltan las risas nerviosas, cuando mi hermano mayor, que es ingeniero civil, junto a un vecino que es  arquitecto, armados de lámparas se meten al Edificio que ahora parece un ser muerto, lleno de obscuridad. Tardan, y mientras tanto, en las calles de Puebla y Avenida Chapultepec no dejan de pasar las ambulancias y los servicios de emergencia con las sirenas encendidas. Los vecinos de la calle de Guadalajara decidimos dormir ésta noche en la calle, temerosos de que el Demonio regrese. Don Manuel, quien cuida una fábrica de impermeables y ropa industrial, saca generosamente mantas y hules, y lo mismo hacen los dueños y amigos de la Miscelánea “La Oaxaqueña”, que sacan velas y cartones y con ellos armamos un improvisado campamento, y es la primera vez que siento la solidaridad de todos, cuando salen mi hermano mayor y el vecino, para informarnos que el Edificio resistió bien, y que no tiene fallos estructurales, y quienes lo deseen, pueden regresar a sus casas a dormir; pero todos decidimos quedarnos, por lo menos esta noche, en la calle, cobijados por el sentimiento que nos hace gregarios, y que ha hecho que mi especie, la especie humana, haya podido sobrevivir a tantas catástrofes. Sí, pienso en ése momento, que es la unión de todos lo que nos hace fuertes como especie, y reniego para siempre, de la perversa idea de que sólo unos pocos son los que hacen los cambios. Ésa noche sobrevivimos porque nos unimos, y logramos vencer así, juntos, unidos, sin distingos de ninguna clase, la dura mordedura de Tlazoltéotl. Sí, el día siguiente, los pájaros, igual que ayer, comenzaron una vez más a trinar.








            Y bien, ¿Qué les pareció? Como todo ejercicio de memoria, tiene exageraciones y cosas que no pasaron exactamente así, pero he de decir a mi favor, que mi remembranza es sincera. El terremoto de ése 19 de Septiembre, junto con su réplica, fueron de las cosas más espantosas que haya vivido. Y aún así, creo que la réplica fue más espantosa, porque ya traía adentro el bagaje de lo que pasa durante un terremoto, y sentí mucho pero mucho miedo. He quedado traumatizado, como creo que todos los que vivimos ésa experiencia, y hasta el día de hoy, no puedo dejar de temblar frente a un temblor, aunque sea pequeño.

            ¡Bueno, dejemos esto de lado, ya que ha comenzado el Códice Seis de Tzitzimine! Como habrán podido apreciar desde el final del Códice Cinco, el Aguilita se preocupa por rescatar a su amigo el Dr. Yazz-Ot-Tsé, ¿lo logrará? ¡Sigan atentos, que este códice dicta la pauta a seguir en los siguientes!

            Y ya sin más, me despido, camaradas peludos. ¡Sayonara! ¡Hasta la entrega que viene! ¡ACUDE A LOS ACTOS DE APOYO A LAS CAUSAS SOCIALES! ¡APOYA CON LO QUE PUEDAS A LOS DAMNIFICADOS DE LAS LLUVIAS QUE HAN ASOLADO A TODO EL PAÍS! ¡UNA SIMPLE LATA DE SARDINAS SIRVE EN CASO DE APURO! ¡INFÓRMATE! ¡ESTE ES EL MOMENTO DEL CAMBIO PARA ESTE PAÍS! ¡LA PROTESTA CIUDADANA NO ES UN DELITO! ¡LIBERTAD A LOS QUE FUERON APRESADOS INJUSTAMENTE EN LAS MOVILIZACIONES DEL 2 DE OCTUBRE! ¡HISTORIETA O MUERTE! ¡VENCEREMOS!

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