“Ven a Radio Madrugada si estás sola en la ciudad”… ¡Já j aja! Esto es para los cojineros rucos, los que como yo disfrutamos de Miguel Ríos. ¡Qué canción, camaradas peludos! Yo todavía me acuerdo de ése concierto que dió en la Plaza de toros México allá a los finales de los 80’s. ¡Cuatro horas esperando! Y luego, ya en las gradas, ¡aguacero! En serio, hay que ser fan de corazón para resistir un retraso tan grande, estar ahí tiritando, calado hasta los huesos, pero la plaza estaba llena a la mitad, por que como sabrán, la plaza es circular, así que planearon el espectáculo exactamente a la mitad, por el ángulo de visión. Instalaron todo su tinglado y ahora nada más a esperar a que el aguacero amainase, con todo el equipo tapado por sendos plásticos.
Terrible la espera, camaradas. Cuando pasaron otras dos horas, y el concierto planeado para las siete olía a cancelación, uno de los altavoces llamó a la concurrencia, ¡el escenario se iluminó, y Miguel Ríos salió rugiendo con su potente voz “Bienvenidos”!, ésa canción que para la gente de mi generación era también una especie de clave secreta, una especie de contraseña con que nos reconocíamos. La gritadera no se hizo esperar, y cuando creí que no podría haber más sorpresas, alguien, una especie de fugitivo flaco, un refugiado post-apocalíptico de pelo largo, corría entre la mitad vacía de las gradas, perseguido por los tenaces policletos; por un momento nos quedamos viendo cómo ésa peluda y audaz cabecita se movía de aquí para allá tratando de escapar. Todos gritamos “¡duro!” “¡duro!” “¡duro!” con tal ímpetu apoyando al fugitivo, que Miguel Ríos dejó de cantar, y volvió a rugir con su potente voz: “¡dejad que entren todos!”. En un instante la mitad vacía se llenó de gente que como yo, también estaba mojada, cansada, pero con ganas de ver a un gran cantante, y toda la plaza de toros gritó al unísono, cantando junto al gran Ríos “¡bienvenidos!”.
Y sí, camaradas, como que sí hay eventos, canciones, que lo marcan a uno como generación. La emoción de ése concierto me dura hasta el día de hoy, y siento que fui parte de algo muy especial. Y en especial por que en ése momento, recuerdo, las grandes bandas de rock gringas e inglesas nos hacían el feo. Casi nadie quería venir a México a tocar. ¿Qué vinieran los Rucoligs? No. ¿Qué viniera Queen? Nanay. ¿Qué Sting asomara sus narices por éstas nopaleras? Sigue soñando muchacho, que soñar no cuesta nada. Pero lo cierto es que si los anglosajones nos ponían como el “patito feo”, entraron al quite y con tanta o más calidad los hispanoparlantes. Vino Ríos, vino Soda Stereo, vino Nacha Pop (¡ay! ¡cómo me pesa no haber ido al Auditorio Nacional ése día!), Radio Futura, toda ésa gente talentosa que demostró que el Rock, de origen anglo, es un ritmo universal, y que el Español, ésta maravillosa lengua enriquecida a base de sangre y fusiones casi siempre a fuerzas, (como hoy en día el inglés) tiene el vigor y la fuerza necesarias para ser también una lengua universal, y crear con ella música que puede ser disfrutada por cualquier ser humano, desde la Patagonia hasta la región más distante de China, y que nos dió, por lo menos yo lo siento así, a los mexicanos una oportunidad para hacer música que se saliera del refrito del rock mexicano de los 50’s y 60’s, y buscar dentro de nosotros mismos y hacer algo que los pintores de los “ismos” de principios del siglo XX también hicieron: buscar en el corazón de nosotros mismos, y compararlo y/o fusionarlo con las bases de culturas madre. El resultado lo disfrutamos todos: El Café Tacuba, La Maldita Vecindad, Los Caifanes (y/o Jaguares) son escuchados por mucha gente a lo largo del planeta. Si yo recuerdo a la Maldita Vecindad tocando en su camión de redilas en los mítines del CEU histórico, alimentados sus instrumentos con un generador portátil.
Pues sí, así estábamos a finales de los 80’s, buscándonos a nosotros mismos como jóvenes, buscando en nuestra raíz milenaria una razón de ser que no nos permitían las instituciones culturales, tan hechas a lo gringo, copias caricaturescas de las europeas ya que son muy chatas de entendimiento, y por lo mismo, deformantes de lo que uno buscaba en ése momento como joven sin esperanza de futuro salvo la de maleante o de empleado en un supermercado, por que eran los años de la crisis, así que la esperanza de que Papá Gobierno nos acogiera dentro de su gran Burocracia ya eran casi nulas (híjole, creo que seguimos igual, ¿no?), y es ése mismo espíritu el de ésta historieta que les presento a continuación. ¡disfrútenla!
¿Y bien? ¿Cómo la sienten? Déjenme les comento que yo le tengo mucho cariño a ésta enorme historieta de diez capítulos, por que fue el primer proyecto que hicimos mi hermano y yo juntos allá por los 90’s. Mi hermano escribió una novela corta de corte policíaco (“novelilla” dice él) que tenía tintes de gesta fantástica y nacionalista, aunque a mucha gente de la actualidad le espante ésta palabra y la tachen de maniquea. Pero es necesario. Veníamos de dos golpes brutales que nos sacudieron (tres si contamos el 68): el monstruoso terremoto de ’85, y el fraude que nos cometió Salinas de Gortari, y ése cabroncete lo primero que hizo fue comenzar a tramitar el odioso TLC que nos ha empobrecido a los más, y ha enriquecido a los menos. Además, nos robó la esperanza en un país mejor, ya que el Ing. Cárdenas ganó y debió ser presidente. Amparado en su impunidad, Salinas le abrió la puerta al narco y comenzó la noche mexicana que todos padecemos hoy. Pero en ése momento, todos nos sentíamos defraudados, pobres, y la única esperanza estaba en la única fuente de esperanza que hemos tenido desde siempre: el soñar, ya que Cárdenas fue tibio, no tuvo los tamaños de Madero, no hizo lo que tenía que hacer cuando tuvo el respaldo popular que nos hubiese catapultado a ser una mejor sociedad, y créanme, no hablo de una guerra civil sanguinaria, no, sino de resistencia civil pacífica.
La única solución era el amor a la Patria, por que debemos creer y hacer creer que uno se hace policía, no por que no hay de otra y no hay más trabajo que ése, no, sino que se hace por amor a la Patria. Uno debe creer y hacer creer que si uno se mete a la política, no va a ser para transar, sino por amor a la Patria, en fin, que ya tienen ustedes el cuadro de lo que quiero decir. Es el Deber Ser, y no el Es. Y en ése espíritu del Deber Ser, que quien no lo cumpla, sobre todo en las altas esferas, debiera ser tratado como traidor a la Patria.
Mi hermano me presentó su novela y a mí me gustó mucho, pero como yo siempre he sido muy gráfico, es decir, siempre me imagino todas las cosas visualmente, le propuse que la hiciéramos historieta. Él aceptó y le hizo unas correcciones que me facilitaron hacer los guiones, y de ahí la titánica tarea de dibujarla… ¡diez años de esfuerzo! Mi dibujo cambió mucho en el transcurso de ésta historieta, y el de los capítulos finales es bastante distinto al de éste primer códice, pero les aseguro que siempre lo hice lo mejor que pude. La historia tiene un poco de lo que les dije arriba, una esperanza de saneamiento de las instituciones, una cruenta visión nacionalista, de ídolos que regresan con sed de sangre por que quieren su lugar de vuelta, y la única posible solución está en ver de dónde venimos.
Es cierto, creo que también debiéramos celebrar la Fundación de México cuando se funda la Gran Tenochtitlan, y no sólo el Bicentenario de la Independencia, por que si bien es cierto que los Mexica no eran todos los mexicanos, también es cierto que ellos eran el germen de una gran nación. Baste ver a Tlacaélel. Y si bien es cierto que los españoles casi diluyeron todo lo que tenía que ver con los mexica, también es cierto que el español se permeó con la lengua vencida, el náhuatl, en mayor proporción que con casi cualquier idioma anterior; baste ver los vestigios de los nombres dados por el antiguo imperio y que hoy siguen vigentes, además de que el náhuatl todavía es hablado por mucha gente en México.
Debo hacerles una aclaración técnica. Estas páginas que les puse los textos están hechos con la letra comic sans script, por que (es feo reconocerlo) la letra que les puse era poco legible. Así que haré eso en las subsecuentes páginas que sea difícil leerlas. Las que no, las dejaré así, por que siento feo deshacer algo que tanto trabajo me costó. Diré en mi defensa que entonces no tenía mesa de luz, ésa la construí hasta el ’96, así que dibujé líneas para no irme chueco y luego las borré.
Bueno, camaradas peludos, los dejo, deseándoles que estén bien, y nos escrivemos la entrega que viene. ¡Sayonara!
Terrible la espera, camaradas. Cuando pasaron otras dos horas, y el concierto planeado para las siete olía a cancelación, uno de los altavoces llamó a la concurrencia, ¡el escenario se iluminó, y Miguel Ríos salió rugiendo con su potente voz “Bienvenidos”!, ésa canción que para la gente de mi generación era también una especie de clave secreta, una especie de contraseña con que nos reconocíamos. La gritadera no se hizo esperar, y cuando creí que no podría haber más sorpresas, alguien, una especie de fugitivo flaco, un refugiado post-apocalíptico de pelo largo, corría entre la mitad vacía de las gradas, perseguido por los tenaces policletos; por un momento nos quedamos viendo cómo ésa peluda y audaz cabecita se movía de aquí para allá tratando de escapar. Todos gritamos “¡duro!” “¡duro!” “¡duro!” con tal ímpetu apoyando al fugitivo, que Miguel Ríos dejó de cantar, y volvió a rugir con su potente voz: “¡dejad que entren todos!”. En un instante la mitad vacía se llenó de gente que como yo, también estaba mojada, cansada, pero con ganas de ver a un gran cantante, y toda la plaza de toros gritó al unísono, cantando junto al gran Ríos “¡bienvenidos!”.
Y sí, camaradas, como que sí hay eventos, canciones, que lo marcan a uno como generación. La emoción de ése concierto me dura hasta el día de hoy, y siento que fui parte de algo muy especial. Y en especial por que en ése momento, recuerdo, las grandes bandas de rock gringas e inglesas nos hacían el feo. Casi nadie quería venir a México a tocar. ¿Qué vinieran los Rucoligs? No. ¿Qué viniera Queen? Nanay. ¿Qué Sting asomara sus narices por éstas nopaleras? Sigue soñando muchacho, que soñar no cuesta nada. Pero lo cierto es que si los anglosajones nos ponían como el “patito feo”, entraron al quite y con tanta o más calidad los hispanoparlantes. Vino Ríos, vino Soda Stereo, vino Nacha Pop (¡ay! ¡cómo me pesa no haber ido al Auditorio Nacional ése día!), Radio Futura, toda ésa gente talentosa que demostró que el Rock, de origen anglo, es un ritmo universal, y que el Español, ésta maravillosa lengua enriquecida a base de sangre y fusiones casi siempre a fuerzas, (como hoy en día el inglés) tiene el vigor y la fuerza necesarias para ser también una lengua universal, y crear con ella música que puede ser disfrutada por cualquier ser humano, desde la Patagonia hasta la región más distante de China, y que nos dió, por lo menos yo lo siento así, a los mexicanos una oportunidad para hacer música que se saliera del refrito del rock mexicano de los 50’s y 60’s, y buscar dentro de nosotros mismos y hacer algo que los pintores de los “ismos” de principios del siglo XX también hicieron: buscar en el corazón de nosotros mismos, y compararlo y/o fusionarlo con las bases de culturas madre. El resultado lo disfrutamos todos: El Café Tacuba, La Maldita Vecindad, Los Caifanes (y/o Jaguares) son escuchados por mucha gente a lo largo del planeta. Si yo recuerdo a la Maldita Vecindad tocando en su camión de redilas en los mítines del CEU histórico, alimentados sus instrumentos con un generador portátil.
Pues sí, así estábamos a finales de los 80’s, buscándonos a nosotros mismos como jóvenes, buscando en nuestra raíz milenaria una razón de ser que no nos permitían las instituciones culturales, tan hechas a lo gringo, copias caricaturescas de las europeas ya que son muy chatas de entendimiento, y por lo mismo, deformantes de lo que uno buscaba en ése momento como joven sin esperanza de futuro salvo la de maleante o de empleado en un supermercado, por que eran los años de la crisis, así que la esperanza de que Papá Gobierno nos acogiera dentro de su gran Burocracia ya eran casi nulas (híjole, creo que seguimos igual, ¿no?), y es ése mismo espíritu el de ésta historieta que les presento a continuación. ¡disfrútenla!
¿Y bien? ¿Cómo la sienten? Déjenme les comento que yo le tengo mucho cariño a ésta enorme historieta de diez capítulos, por que fue el primer proyecto que hicimos mi hermano y yo juntos allá por los 90’s. Mi hermano escribió una novela corta de corte policíaco (“novelilla” dice él) que tenía tintes de gesta fantástica y nacionalista, aunque a mucha gente de la actualidad le espante ésta palabra y la tachen de maniquea. Pero es necesario. Veníamos de dos golpes brutales que nos sacudieron (tres si contamos el 68): el monstruoso terremoto de ’85, y el fraude que nos cometió Salinas de Gortari, y ése cabroncete lo primero que hizo fue comenzar a tramitar el odioso TLC que nos ha empobrecido a los más, y ha enriquecido a los menos. Además, nos robó la esperanza en un país mejor, ya que el Ing. Cárdenas ganó y debió ser presidente. Amparado en su impunidad, Salinas le abrió la puerta al narco y comenzó la noche mexicana que todos padecemos hoy. Pero en ése momento, todos nos sentíamos defraudados, pobres, y la única esperanza estaba en la única fuente de esperanza que hemos tenido desde siempre: el soñar, ya que Cárdenas fue tibio, no tuvo los tamaños de Madero, no hizo lo que tenía que hacer cuando tuvo el respaldo popular que nos hubiese catapultado a ser una mejor sociedad, y créanme, no hablo de una guerra civil sanguinaria, no, sino de resistencia civil pacífica.
La única solución era el amor a la Patria, por que debemos creer y hacer creer que uno se hace policía, no por que no hay de otra y no hay más trabajo que ése, no, sino que se hace por amor a la Patria. Uno debe creer y hacer creer que si uno se mete a la política, no va a ser para transar, sino por amor a la Patria, en fin, que ya tienen ustedes el cuadro de lo que quiero decir. Es el Deber Ser, y no el Es. Y en ése espíritu del Deber Ser, que quien no lo cumpla, sobre todo en las altas esferas, debiera ser tratado como traidor a la Patria.
Mi hermano me presentó su novela y a mí me gustó mucho, pero como yo siempre he sido muy gráfico, es decir, siempre me imagino todas las cosas visualmente, le propuse que la hiciéramos historieta. Él aceptó y le hizo unas correcciones que me facilitaron hacer los guiones, y de ahí la titánica tarea de dibujarla… ¡diez años de esfuerzo! Mi dibujo cambió mucho en el transcurso de ésta historieta, y el de los capítulos finales es bastante distinto al de éste primer códice, pero les aseguro que siempre lo hice lo mejor que pude. La historia tiene un poco de lo que les dije arriba, una esperanza de saneamiento de las instituciones, una cruenta visión nacionalista, de ídolos que regresan con sed de sangre por que quieren su lugar de vuelta, y la única posible solución está en ver de dónde venimos.
Es cierto, creo que también debiéramos celebrar la Fundación de México cuando se funda la Gran Tenochtitlan, y no sólo el Bicentenario de la Independencia, por que si bien es cierto que los Mexica no eran todos los mexicanos, también es cierto que ellos eran el germen de una gran nación. Baste ver a Tlacaélel. Y si bien es cierto que los españoles casi diluyeron todo lo que tenía que ver con los mexica, también es cierto que el español se permeó con la lengua vencida, el náhuatl, en mayor proporción que con casi cualquier idioma anterior; baste ver los vestigios de los nombres dados por el antiguo imperio y que hoy siguen vigentes, además de que el náhuatl todavía es hablado por mucha gente en México.
Debo hacerles una aclaración técnica. Estas páginas que les puse los textos están hechos con la letra comic sans script, por que (es feo reconocerlo) la letra que les puse era poco legible. Así que haré eso en las subsecuentes páginas que sea difícil leerlas. Las que no, las dejaré así, por que siento feo deshacer algo que tanto trabajo me costó. Diré en mi defensa que entonces no tenía mesa de luz, ésa la construí hasta el ’96, así que dibujé líneas para no irme chueco y luego las borré.
Bueno, camaradas peludos, los dejo, deseándoles que estén bien, y nos escrivemos la entrega que viene. ¡Sayonara!
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