Pero no se queden en la puerta, camaradas. Pasen pasen, pónganse cómodos, estiren las piernas y déjense caer en éste mullido y maullador cojín. Espero que estén bien, con su banderota conmemorativa que FECAL ha mandado con los gastos del erario público con una impresión de lujo, amolando a los cientos y quizá miles de mexicanos que se ganan su dinerito vendiendo banderas por todo el país; ¡hay que celebrar! Ya que entra Septiembre, Mes de la Matria. Hay que comer pozole y chiles rellenos mientras FECAL y Ebrard nos venden a los españoles, ante la indulgencia del prinosaurio, que ve gustoso cómo el jefe del ejecutivo deja entrever una legalización a las drogas que equivale a una derrota ante el narco y que le abre una puerta para volver a la silla pese a los treinta años de ineptitud y antipatriotismo que demostraron con la guerra sucia y demás lindezas. En fin, que entre el escándalo mundial de los indocumentados centroamericanos muertos por el hampa, nuestra política exterior deja de tener peso. Digo, ¿cómo le podemos exigir a los gringos que nos traten bien, cuando nosotros mismos nos amolamos alegremente por medio de, ya no digamos los “Zetas”, sino por Migración a cuanto pobre inmigrante (pobre por tener que recorrer una distancia tan monstruosa como se pueda, y pobres de dinero) centroamericano, sudamericano y antillano cae en las garras del águila nazional? Y ya no les digo nada de los chaquetazos… Qué pena, en serio, que alguien otrora tan contestatario como Jaime López se preste al fiestón Porfirista. Qué pasó, mi estimado Jaime López, ¿que ocurrió con la lírica de canciones como “Quítame tu comic de la vista”, “El cara de memorándum”, “Los Rolling Stones nos culparían? Y ahora me sales con la rolita ésa tan gacha del Bicentenario. Ay, ay ay. Ayes de la Matria. Mejor les invito, camaradas peludos y pufeadores, a ver la quinta entrega del “Beneficio”, y despuesito les sigo contando historias del mítico “Edificio”.
Bueno, prometí contarles sobre otro personaje, uno muy importante. Se trata del terrible “Maya”.
Hasta donde supimos de él, “Maya” era un ser que oscilaba entre la bondad y la maldad, era un coatán, un ser que podía ser luminoso, y en otras ocasiones, un ser emergido de las entrañas del mismísimo inframundo, dispuesto a hacer de las suyas.
En la entrega pasada, les conté cómo él, movido por un acto de bondad suprema, rescató a mis vecinitas de la cárcel del odio donde estaban encerradas, actuando donde los demás se detuvieron. También, en otra ocasión, defendiendo el honor de su esposa, arremetió a golpes contra un vecino al que le apodábamos “El Sonrisas”, ya que éste torvo sujeto, drogado hasta las narices, estaba paseándose desnudo por el “Edificio” y espantando a señoras y muchachas. Apenas “Maya” se enteró, con la furia de un elefante sin orejas ni trompa corrió al encuentro del “Sonrisas” golpeándolo en medio de leperadas, como aparece en la página 13. Y de ahí se ganó su fama. Su buena fama, quiero decir, por que ya desde antes corrían rumores, que espero que solo fueran chismes, sobre su persona. Nada comprobable, es verdad, pero como ponía siempre su música heavy metal a un volumen adecuado para escucharse hasta la cuadra siguiente, y que siempre que hablaba lo hacía en medio del lenguaje florido de los carretoneros, mucha gente lo veía con recelo. Lo último que supimos de él, fue que emigró a los Estados Unidos, donde ahora vive. ¡Saludos, mi estimado “Maya”!
El otro villano de la historia, era el Dueño y Jefe de la Asociación de Edificios. Depositario de la justicia final, era el fiel que decidía las cosas. A él se acudía para las quejas contra los gays que hacían sus orgías desenfrenadas, para que frenara el ruido en el “Edificio”, metiera en cintura a la portera desobligada, y para evitar que lo echaran a uno por los escándalos de borrachera de mi padre y sus hermanos, así como los de otros vecinos que no eran unas blancas palomitas. Desgraciadamente yo era muy chico para contarles cualquier historia de él, excepto una: justo después de que ocurriese el sismo de 1985, como a las diez de la mañana, llegó “Guerra” con un arquitecto y un ingeniero a revisar si no habían daños de consideración en el “Edificio”, y como me vió encalichado hasta las orejas, se acercó a mí y en un tono paternal me preguntó si estaba bien. Portaba una enorme lupa en el pecho, y yo lo vi como a Don Quintín Peluche, el dueño de la vecindad de la Familia Burrón. Realmente era una buena persona, hasta que, creo que fastidiado, tanto por su edad, como por los chismes, le entregó la custodia del “Edificio” a una arrendadora. Cuando murió, sus hijos lo primero que hicieron fue vender el mítico “Edificio”. Me acuerdo que uno de ellos, muy amable, mandó pintarlo todo, le echó tirol a los techos, le puso luces, por que cuando anochecía se volvía una cueva obscura, y cambiar los vidrios rotos de las fachadas. Pero era el preámbulo de nuestra despedida, y como el merodeador que se agazapa para saltarte encima, su amabilidad sólo escondía su afán de lanzarnos a todos…
En fin, que en la siguiente entrega les contaré cómo fue que dijimos adiós para siempre a la Roma, a mis calles de Guadalajara y Puebla, a mi hermoso Chapultepec, y a mis parques, el México y el España, y como la reordenación elitista de la Roma y la Condesa nos condenó al exilio a medias que se ha vuelto patria, aquí, en el Estado de México que nos acogió con los brazos abiertos, para contar nuevas historias.
¡Sayonara!
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