Miré al cielo, y vi 49 globos elevándose, un extraño grito que, pese a ser silente, era poderoso y me arrancó un par de lágrimas, hizo que mi voz se quebrase y que tuviera deseos de incendiar a todo el país, para ver si de sus infames cenizas, algo, aunque fuese mínimo, pudiese rescatarse.
Por el altavoz, una joven madre pedía justicia. Otra más, con la voz cansada de estar en el sol, con la voz cansada de llevar un año pidiendo oídos a quien quisiese escuchar, reclamaba, y desde las rejas llenas de puntas de la que se supone debería ser la casa de Dios, las fotos de los 49 ángeles asesinados por las llamas de la corrupción nos reclamaban a todos el no alzar la voz, el no preocuparnos de nada más que de nuestras pequeñas existencias barnizadas por el yo, y nada más yo importo. Los demás, que se rasquen como puedan.
Es verdad. Volteé a mi alrededor, y sentí inmensas ganas de incendiarlo todo, “ojo por ojo…” pero creo que eso ya lo dije, ¿verdad? Éramos muy pocos. Si estábamos treinta personas ahí, eran muchas. Qué asco de sociedad. Qué asco. Unos metros más allá, la gente pasaba, los automóviles, indiferentes, seguían su curso, acaso nomás preocupados de no quedar atrapados en una manifestación más de las muchas que se realizan en ésta gigantesca, monstruosa Ciudad de México. Qué nos importa lo que pidan todas ésas manifestaciones, todas ésas marchas de mugrosos, alborotadores… impiden que yo llegue a tiempo a donde yo vaya.
Ha pasado un largo año, y es verdad, no sé que será lo que se siente. Y espero no sentir jamás qué se siente el perder a un hijo en las fauces inmundas y horrendas de la corrupción, del nepotismo, del principio de la autoridad monetaria. Ya que en éste país, en éste horrendo México se tiene libertad, se tiene voz, se tiene presencia, siempre y cuando tengas con qué pagarla, pero, ¿y si no tienes? ¿Qué haces, si pides justicia, y te cierran las puertas? ¿Qué haces, cuando cumples con los requisitos que el rey chaparro y su camarilla imponen para protestar, y hacen oídos sordos? ¿Qué te queda, cuando no tienes dinero para sobornar al ministerio público, al juez, al señor diputado y al señor presidente de ésta dizque república? Haces manifestaciones, haces pancartas, haces bloqueos. Y si aún así, no te hacen caso, ¿qué queda por hacer?
¿Y qué haces, cuando todo el país hace oídos sordos a tu justo reclamo, cuando nadie hace caso, si siquiera tu vecino, de tu problema y tu dolor? Peor, cuando sectores reconocidamente reaccionarios y corruptos, como la Iglesia Católica, como las Televisoras, hacen espacio a tu dolor únicamente para golpetear políticamente? Las campanas de la catedral sonaban a muerto, y a mí me sonó a hipocresía, a burla cruel y descarnada. Diabólica, como ésa bandera a media asta que pese a ser mi bandera, era ajena, llena de falsedad. Y, ¿qué hacer? ¿Dónde queda la esperanza, dónde queda el pacto social que nos da cuerpo como nación, la simple empatía de sentir el dolor ajeno?
Yo vi todo eso el sábado 5 de Junio pasado. Vi el hielo de nuestra dizque sociedad que permite que las serpientes se trepen al águila y la devoren. Vi y caminé sobre algo que no era la idea de México, sino sobre algo grotesco, deforme, que, estoy seguro, ni Hidalgo, ni Morelos, ni Juárez quisieron nunca. Mucho menos Cuauhtémoc, el indio… ¿Qué haría Francisco Villa, Don Emiliano Zapata, ante la tragedia de la Guardería ABC? ¿No habrían mandado atrapar a los responsables en el acto, y fusilarlos, para colgar después ésos asquerosos cuerpos de los responsables de los árboles? ¿No sería eso, aunque suene bárbaro, una mejor forma de hacer justicia, que lo que se hace hoy? Es decir, ¿darles largas a unos adoloridos padres, traerlos dando vueltas por un largo año para tan solo fingir que se hace justicia?
¿Qué se hace, cuando corroboras que en éste dizque país sólo importan los niños de papel, los del discurso? Por que la tragedia de la Guardería ABC es una tragedia que no debió pasar, y sus padres tienen aún los arrestos para levantar su voz, pero, ¿Qué pasa con los que son tan débiles, tan pobres, que no tienen voz? ¿Los que no pueden hacer nada más que sobrevivir? ¿Como los niños que mueren en las sierras por enfermedades producto de pobreza generacional, curables con antibióticos y una buena alimentación? ¿Los pequeños que mueren por violencia doméstica, los pequeños que más que vivir, sobreviven muertos atrapados en la esclavitud, tanto laboral como sexual? ¿Los niños de la calle? ¿Cuántos de nosotros no hemos hecho una mueca de asco cuando un niñito, un pequeñito se acerca a nosotros a pedirnos limosna con sus pies desnudos y sus manitas sucias? Asco, cuando lo que debería darnos es coraje contra ésta sociedad que permite que una criatura tenga que pedir limosna, cuando un hijo de la chingada como el dueño de Telmex es el cabrón más rico del mundo.
Necesitamos un cambio ya. Político y económico. Y más urgente, de idiosincrasia. Necesitamos hacernos un examen muy duro de conciencia a nosotros mismos, sin ninguna concesión. Vamos a reprobar, pero será el inicio de algo nuevo. Basta ya de discriminaciones, basta ya de quejarnos de la marcha que nos impide llegar a la chamba, basta ya de ignorar a la gente que pide limosna. Todos somos mexicanos. Debemos reconocer y acoger a los pueblos indígenas, como mexicanos. Debemos reconocer y acoger a los discapacitados como mexicanos. Debemos escuchar las protestas justas, no hacer oídos sordos a los problemas de los demás. Basta de que en las escuelas secundarias se enseñe inglés antes que alguna lengua indígena. Debemos, si queremos realmente ser una nación, reconocernos como hijos de indios y españoles, aunque no nos guste. Quizá así podamos, de una buena vez, hacernos un rostro verdadero y sacudirnos a las lacras que nos chupan la sangre desde el púlpito, desde la silla presidencial, desde las camarillas empresariales, desde las armas del narco, y que seamos un país de razón, no la del garrote, no la del principio de autoridad, no la del miedo. Qué importa si nos cuesta una nueva guerra civil, no importa, ¿acaso nuestra historia no ha sido una enorme guerra civil? Si logramos la igualdad, si logramos que el pacto social funcione, si conseguimos que todos respetemos la ley, aunque sea una ley mala, habremos ganado mucho, por que no nos sirve de nada tener leyes modernas, justas, si en la práctica son letra muerta, si nadie les hace caso.
Y todo cambio, comienza por algo tan pequeño como no ignorar a ésa persona, ése ancianito o ése niño que alza su mano y nos pide una ayuda. Con que dejemos de ser desconfiados y pensar que “es un huevón/huevona”, “un parásito”, “un bueno para nada”, por que uno no sabe qué ha pasado ésa persona que tuvo que pedir limosna. Peor. Uno no sabe cuándo uno tendrá que pedir limosna. Tengan en cuenta que un corazón duro es el que permite que Salinas Pliego te contrate como vendedor, y que tengas también que lavar baños. Es un corazón duro el que permite que Lozano Alarcón se alié con los empresarios contra los mineros de Pasta de Conchos. Es un corazón duro el que permite a los Zetas descabezar a sus enemigos, y es un corazón duro el que permite al gobernador de Oaxaca Ulises Ruiz ordenar a sus guardias blancas tener a un pueblo secuestrado, y disparar contra las ONG´s que buscan llevar ayuda a ésa gente. Un corazón duro es el que golpea a un niño recién nacido hasta matarlo.
Los globos se elevaron, llevados por el viento. Y los padres de ésas cuarenta y nueve criaturas literalmente asesinadas se quedaron sobre ésta dura tierra. Cansados, pero con las ganas de no dejarse vencer por ésta hidra de la corrupción y la impunidad. Su grito de “¡justicia!” se seguirá escuchando, y espero, que, por una vez, ésa suprema corte de justicia, se las haga a ellos. Vaya mi solidaridad hacia ellos, ésos valientes David que luchan con sólo su corazón contra éste gigante Goliat.
¡Sayonara!
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